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sábado, 27 de febrero de 2016

Importancia de la unidad de la iglesia en tiempos de violencia



Por. ALEXANDER CABEZAS MORA, Costa Rica*
El mes pasado los medios de comunicación en Oaxaca, México, presentaron al mundo las imágenes de una joven pareja acribillada a balazos. Fue el viernes 29 de enero. El brazo izquierdo del padre, tendido boca arriba, tocaba la pierna de su esposa de 17 años, quien se encontraba boca abajo. Fue quizás el último intento de saber que moría al lado de su esposa. Pero en medio de ambos, yacía el cuerpo sin vida de un bebé, de tan solo siete meses, con claros impactos de bala en su frágil cuerpecito. 
Las autoridades aún no han podido confirmar si este triple asesinado obedecía a una lucha entre cárteles, un ajusticiamiento, o si tan solo la pareja y su hijo estaban en el lugar menos indicado en el momento menos apropiado.
No será la primera vez que mueren niños, niñas y personas inocentes en esta encarnizada lucha entre cárteles de las drogas. En México, desde que se inició esta guerra, 150 mil personas han muerto asesinadas y otras 25 mil permanecen desaparecidas (La Nación/El Mundo, México).
Pese a ser realidades complejas y particulares, los niveles de violencia están llegando a su tope más alto en nuestra región. Según el BID (Banco Interamericano de Desarrollo), América Latina continúa siendo una de las áreas más inseguras del mundo, solo por detrás de África.
En medio de estos hechos, hay diversos factores que se afirman a lo largo y ancho de nuestra región y que están perpetuando la violencia. Es cierto que los gobiernos adolecen de recursos para realizar tareas de orden preventiva y operativa en su lucha por paliar la violencia, aunque eso es solo la punta del iceberg. Por ejemplo, no es un secreto que hay una decadencia en algunos sectores de los gobiernos y, debido a ello, muchos políticos son seducidos a la participación del negocio de las drogas.
La combinación, narco y gobiernos, es lo que conocemos como “Narcoestado” y “Narcogobierno”. Estos neologismos me hacen pensar en el efecto en cascada que involucra a otros estratos y crea una especie de subcultura que incluso, de alguna forma, hemos aceptado y validado.
Quizás por ello acuñamos términos que hace 20 años o más no existían, tales como las “narcofamilias” (familias nucleares y extendidas que se dedican al comercio de drogas). A la vez, surgen otros neologismos, “narcohijos”, quienes a expensas de sus padres, estudian, se gradúan y exhiben sin pena en las redes sociales sus “narcoestilos” de vidas glamorosas, que son presentadas en las “narconovelas”. Mas no podemos olvidar que el prefijo “narco” denota y connota un fenómeno vinculado a la muerte y a la violencia, relacionado con la mafia y las drogas.
Cierta vez estando en Honduras, en El Salvador y otros países centroamericanos, me compartían que la existencia de las maras puede ser un negocio rentable. No lograba entenderlo hasta que me explicaron que gracias al incremento de la violencia, surgen empresas lideradas por personas del ejército o empresarios con fuertes nexos con el gobierno, quienes se dedican a brindar protección a otras empresas, y a ciertas comunidades de clase alta. Entonces la violencia es rentable y algunos políticos lo saben.
Lo peor del caso es que este patrón se reproduce en otros ambientes. En este sentido están aquellos quienes por unas cuantas monedas para comprar drogas y mantenerse, cobran “impuesto de guerra”, “vacuna” o cualquier otra palabra para referirse a la extorsión, por ejemplo, que afecta a las indefensas mujeres quienes subsisten haciendo y vendiendo tortillas caseras, a riesgo que si no pagan, mueren.
¡La violencia vende y siempre alguien se beneficiará de ésta! Pero, ¿a qué precio? Antonio María Costa, director ejecutivo de la ONU, afirmaba que la lucha de un mercado reducido de drogas por parte de los cárteles en México, “ha sido una bendición para los Estados Unidos porque ha provocado una reducción del consumo” (El Economista 2010).
Pregunto, ¿podrá existir bendición para la humanidad en detrimento de otros seres humanos? ¿Qué decir de aquellos que quedan en el centro de estas guerras, víctimas inocentes cuyo único pecado fue haber crecido por necesidad económica en ambientes hostiles cargados de violencia?
A lo que también pregunto, ¿tendremos como iglesias una respuesta menos  escapista, menos triunfalista, pero más humana y realista para las familias que son víctimas de la violencia?
Sé que no existen respuestas sencillas, no obstante nos toca revisar nuestras debilidades como Iglesia para encontrar fortalezas, en un desafío de construir un frente común bajo la dirección del Señor.   
El politólogo Juan Luis Hernández, en su artículo “¿Qué significa ser Iglesia en territorio narco?”,  hace una referencia para la Iglesia Católica en México, pero sus palabras deberían tener eco en otros sectores eclesiásticos e iglesias de base en nuestra región:    
“Los narcos han evidenciado que la Iglesia no está unida, que no ha respondido como un solo cuerpo ante las amenazas y muertes de sus propios activos. Frente a los narcos, la Iglesia mexicana se está jugando su propio ser” (Eme Equis 2014).
Lo que me hace pensar el peligro que corremos de perder nuestra relevancia y diluir nuestra misión, cuando nos cuesta tomar partido en estos aspectos de la vida cotidiana que están cercenando a la humanidad, por estar distraídos en otros aspectos a los que tendemos a darles más prioridad. 
La última oración de Jesús durante su travesía terrenal, continúa siendo una especie de rendición de cuentas. El mundo creerá en Jesús no por el testimonio de una iglesia grande o poderosa, ni por sus discursos, o los milagros que puedan o no pueda hacer, etc., creerá única y sencillamente por la unidad que podamos expresar (Juan 17:21).
El mundo está urgido de esta unidad que se construye cuando entendemos que ante una sociedad violenta y hostil, la unidad no es un lujo, es una necesidad que nos lleva a tejer alianzas y redes, para solventar nuestras falencias. Ante la encarnizada violencia producida por la corrupción, la maldad, el egoísmo, la ambición de los grupos organizados, la tarea comienza por reconocer que la unidad del cuerpo de Cristo es clave, después… después, ¡qué vengan las estrategias!

*Alexander Cabezas Mora - Pastor y Teólogo - Costa Rica
 
Fuente: Protestantedigital, 2016.

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