Por. Mons. Dr. Víctor Manuel Fernández,
Argentina*
En
los últimos años, mucha gente en la Argentina ha reclamado un mayor espíritu de
diálogo o de tolerancia. Han corrido ríos de tinta acerca de un estilo de
gobierno en el que los que pensaban distinto no tenían lugar. De hecho, la sociedad
en general esperaba que tanto Macri como Scioli inauguraran una época nueva, en
la que se escuchara más y existiera la posibilidad de un debate más intenso y
respetuoso para definir las grandes políticas y acciones.
Hoy
se habla de “unir a los argentinos” o de promover una “cultura del encuentro”,
pero, al mismo tiempo, asombra ver en las redes sociales y en los foros de la
prensa una inusitada violencia verbal. Si sólo se tratara de palabras groseras,
no sería tan grave. El problema más serio está en el contenido, porque se llega
a negar la inalienable dignidad de todo ser humano.
Me
tomé el trabajo de transcribir textualmente algunas de esas expresiones,
representativas de muchas personas que afirman cosas semejantes. Veamos unos
pocos ejemplos: “Pobre gente, como se alimentaron mal de chicos tienen las
neuronas dañadas y son fáciles de arrear. Animalitos. No tiene sentido que esa
gente vote”; “Vayan a la escuela o no, esos negros son todos monos con navaja,
irrecuperables incapaces de laburar, y encima con choris y planes”;
“Descerebrados, irracionales amaestrados chorreando grasa. ¿Cuándo volverán los
milicos para pasar una buena zaranda en este país?”; “Los vagos planeros son
mil veces peores que cualquier posible evasor de impuestos. Y la asignación por
hijo sólo sirve para que las negras se embaracen, está clarísimo”.
Ante
las manifestaciones en Brasil a favor de Lula, se multiplicaron comentarios
parecidos: “Cualquier similitud con nuestros zombis choripaneros es pura
coincidencia”; “Son esclavos con el cerebro lavado a los cuales les da lo mismo
que les roben”; “Gente con microcefalia, idiotas útiles, negros de talón
partido, ¿no habrá una manera de hacer una limpieza rápida?”.
No
se advierte en estas palabras cuánto vale todo ser humano. Y no parece
responsable mirar este fenómeno con una sonrisa complaciente. Imaginemos que
las personas que son objeto de estos juicios reaccionaran con igual virulencia
y advirtamos entonces el caldo de cultivo de formas de violencia mucho más
peligrosas que las verbales. En Europa crece el neonazismo, que lanza
descalificaciones asombrosamente parecidas. Es imposible pensar en una
“pacificación” real del país si no se considera seriamente ese sustrato
cultural violento en nuestra clase media. La prensa puede optar por darle a ese
público lo que quiere escuchar o puede ayudarlo a mirar la realidad con más
altura.
El
disenso respetuoso es algo maravilloso. La diversidad armonizada en el poliedro
es pura belleza. Con paciencia, decisión y estrategia, es posible caminar hacia
ese ideal, si es que realmente creemos que vale la pena. Para los cristianos,
la Semana Santa es un tiempo de conversión que puede ayudarnos a elegir esa
senda.
*El autor es Arzobispo Rector de la Pontificia
Universidad Católica Argentina
Fuente: La Nación&ALCNOTICIAS
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