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jueves, 14 de abril de 2016

La muerte y resurrección de Jesús, el más antiguo de los relatos



Por. CLAUDIO GARRIDO SEPULVEDA, España
Por siglos, el interrogante que titula esta reflexión ha despertado el interés tanto de cristianos devotos como de críticos radicales del Nuevo Testamento. Sin duda, el atractivo de la pregunta reside en que intuitivamente asumimos que la credibilidad de un relato, como mínimo, depende de la cercanía con el hecho del que testifica.
Durante el siglo XIX, por ejemplo, no era nada extraño hallar a eruditos de la talla de Ferdinand Christian Baur abogando por una datación sumamente tardía de los evangelios con argumentos basados en la dialéctica hegeliana. Pero hoy, gracias a la evidencia textual, sería impensable datar los evangelios a partir de presuposiciones filosóficas.
Sin embargo, aun cuando desde la evidencia histórica y filológica es posible ubicar los evangelios a pocas décadas de la crucifixión de Jesús, tales testimonios no son necesariamente los más antiguos. Trabajos como Les premières confessions de foi chrétiennes (1943) de Oscar Cullman marcaron un precedente en lo que sería un despliegue de investigaciones en que comenzó a reconocerse el registro de tradiciones orales incluso anteriores a los primeros escritos neotestamentarios. Tal vez el caso más fascinante lo hallamos en 1 Corintios 15:3-7:
“Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; y que apareció a Cefas, y después a los doce. Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen. Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles”.
Hay amplio consenso en cuanto a que este texto sería un credo primitivo que habría circulado a tan solo unos años de la ejecución de Jesús. Por lo mismo, este parece ser el relato más antiguo sobre su muerte y resurrección.
El análisis textual permite reconocer ciertas marcas lingüísticas que apuntan en esta dirección. Primero, a modo de preludio, Pablo se vale de dos verbos griegos paralambáno (“recibir”) y paradídomi (“entregar o transmitir”) que evocan los términos hebreos especializados —qibbel min y masar le, respectivamente— con que los rabíes se referían a la transmisión de una tradición sagrada. El apóstol, entonces, comunica que, más que haber redactado de su propia inventiva esta declaración, lo que está haciendo es transmitir o reproducir una fuente antigua.
Segundo, el empleo de frases como “por nuestros pecados”, “conforme a las Escrituras”, “fue resucitado”, “al tercer día”, “apareció” (lit. “fue visto”) y “a los doce” es un tanto ajeno al idiolecto de Pablo, es decir, hay un contraste de estilos que no solo se asoma en relación con el contexto inmediato de la carta a los Corintios, sino además en relación con el resto de los escritos paulinos.
Tercero, lo más llamativo es que hay, en el credo, indicadores textuales que parecen evocar moldes comunicativos arameos. Por ejemplo, la triple fórmula kai hoti (“y que”) que era muy común en la literatura aramea y en la narrativa de la Mishna hebrea, la repetición con carácter autoritativo de la frase preposicional “conforme a las Escrituras” o la referencia a Pedro como “Cefas”, nombre que es una transliteración al griego desde el arameo.
Por lo mismo, los especialistas, casi sin importar su adscripción a facciones más conservadoras o más liberales, tienden a coincidir en que Pablo está citando un credo muy antiguo. Este consenso incluso se extiende a la atribución de una fecha. La datación más verosímil que se ha propuesto es la primera década después de la crucifixión.
La mayoría considera que Pablo pudo haber aprendido este credo cuando “subió a Jerusalén para ver a Pedro” (Gálatas 1:18), hecho que ocurrió tres años después de su conversión. En este texto, el infinitivo griego historésai, traducido como “para ver”, denota la idea de “investigar”, “examinar” u “obtener conocimiento”, y sugiere que, en esta reunión, Pablo obtuvo información de primera mano sobre Jesucristo.
A partir del mismo relato de Gálatas, queda claro que el evangelio fue el tema de conversación central en este encuentro en Jerusalén. Por lo mismo, habría sido una instancia propicia para que Pablo se familiarizara con esta y —presumiblemente— con otras tradiciones orales mediante las cuales los discípulos mantenían activo el recuerdo de las enseñanzas del Maestro, de su andar por la tierra, de su muerte y resurrección. Como apoyo adicional a esta idea, no parece ser mera casualidad que los mismos dos hombres mencionados en el credo estuvieran presentes en la reunión: Pedro y Jacobo, el hermano de Jesús (Gálatas 1:19).
Esto significa que, si se toma como punto de referencia el año 30 d.C. como fecha probable para la muerte de Jesús, el credo pudo haber estado en plena circulación en torno al año 33 d.C. En otras palabras, estamos frente a un reporte que exhibe noticias de último minuto.
Aunque hay diferentes perspectivas sobre la posible extensión original del credo, los investigadores concuerdan en que abarca por lo menos los versículos 3 al 5. Si consideramos solo estos versículos, podemos notar que el registro organiza el contenido proposicional del evangelio aportando dos hechos objetivos y sus evidencias: (1a) Jesús murió por el pecado, (1b) fue sepultado, (2a) resucitó al tercer día y (2b) fue visto por muchos testigos, tanto individuales como grupales.
Más de una implicación hay en el hecho de que la fe cristiana, en sus líneas fundamentales, es reconocible como tal desde apenas un par de años después de la cruz. Cuando menos, desafía el recelo de quienes eluden el verismo que acompaña los relatos de la muerte y resurrección del carpintero de Nazaret. Pero, por supuesto, los cristianos no pretendemos fundar nuestra fe sobre la garantía de una demostración transferible a un artículo académico. Simplemente, tras escuchar las palabras del evangelio, hemos reconocido la voz de Aquel que no necesita más que su poder para infundirnos vida en abundancia.

*Claudio Garrido Sepúlveda – Doctorando en Fil. Española – Barcelona (España)

Fuente: Protestantedigital, 2016.

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