Por. Carlos A.
Valle-Argentina
Diego Golombek es un conocido biólogo que dirige un
laboratorio especializado en cronobiología, profesor de la Universidad de
Quilmes, autor de un buen número de obras de su especialidad y conocido por sus
creativos ciclos de televisión. Hace un par de años escribió un libro con el
llamativo título: “Las neuronas de Dios” que ha venido siendo reeditado motivó
este tardío comentario.
Llama la atención que el vocablo “dios” impregna todo el
texto y cada uno de los cinco capítulos en que está dividido el libro. Pero, hacía
el final insiste que su obra “no trata sobre la existencia de Dios. Ni siquiera
sobre Dios”. Su argumentación es que “no son preguntas científicas” y que “ni
siquiera son interesantes desde el punto de vista que perseguimos”. (203) La
abundancia de referencias a Dios y posterior negación lleva a presumir
interés editorial publicitario.
Hay que concordar mayormente con Golombek que la
confrontación ciencia y religión es una “coexistencia finalmente imposible- ya
que las bases de una y otra son “disonantes, irreconciliables, el agua y el
aceite, tan alejadas entre sí como pueden estarlo la fe y la razón.” (10) Esta
última mención resigna toda reflexión racional sobre la divinidad como
imposible, lo cual deja asumir a la ciencia toda la autoridad sobre lo
verdadero. En la cultura de los pueblos originarios se desarrolla el
respeto de la naturaleza, que no se llega a partir de elaboraciones
científicas, sino que se va manifestando en la convivencia con la naturaleza.
Este fuerte elemento externo al ser humano que tiene una incidencia significativa sobre
la comprensión del mundo requiere ser tomado en cuenta.
Hace muchos años Rudolf Otto pensaba que la esencia de la
consciencia religiosa tenía que ver con el temor reverencial ante aquello que
siendo desconocido al mismo tiempo sobrecoge y atrae en forma casi
irresistible. Este planteo deja la puerta abierta para evitar caer en caminos
puramente racionales sin dar lugar a la consideración de aspectos no racionales
(¿emocionales?) del ser porque es allí donde la sabiduría de los pueblos
originarios se refleja.
Golombek, procurando evitar controvertidas comprensiones
de la religión, traza una serie de caminos de indagación centrados en procesos
de la actividad del cerebro donde supone vive Dios (17) y que mayormente se
resuelve con posturas “puede” o “no puede ser”. Las argumentaciones están
matizadas por una redacción que, por momentos, utiliza un lenguaje
corriente y en, otros, parece necesitar reforzarla con una marcada mención de
lenguaje técnico.
Este proceso está basado en su concepción de que es el
cerebro el que construye la realidad y lo sobrenatural es, entonces, “un
subproducto de esa construcción.” (47) Añade, posteriormente que la “creencia
en lo sobrenatural está en el origen del sentimiento religioso…” (133). Los
reiterados procesos que se suceden en el interior de nuestro cerebro
naturalmente o por la intervención de estímulos químicos de todo tipo, le
permite describir efectos que provocan exaltaciones que semejan actitudes
místicas, y otras expresiones relacionadas con manifestaciones de tipo
religioso.
Es un hecho que, en todo proceso de desarrollo humano
cuyo análisis se plantea en relación con la actividad cerebral, Golomek
reconoce que hay que considerar un elemento que se manifiesta en la tradición
cultural y religiosa que todo ser humano recibe provocando una variada
influencia en la vida de las personas. No obstante, reitera su concepción de
que bien puede tratarse de una cuestión genética, a partir de la cual entiende
que se abre un camino a explorar desde ese punto de vista para una
indagación el funcionamiento del cerebro y su reacción a diversos estimulos
artificiales. En este planteo de un origen genético inherente al ser
humano, Golombek argumenta que, por ejemplo, le da pie para entender que su ser
judío, que proviene de sus ancestros, debería poder remontarse hasta las raíces
históricas del pueblo de Israel. Se puede considerar este planteo con
cierta simpatía sin desconocer que conlleva el peligro de tornarse en una exclusiva
trasmisión genética muy particular que cuesta justificar si se tiene en cuenta
la necesidad de reconocer los procesos genéticos sufridos por la humanidad
desde tiempos inmemoriales (144-147).
Se tiene la impresión de que Golombek transita un
territorio donde es posible hacer planteos de todo tipo y sacar conclusiones
equivocadas o cuestionables. El tema religión y el concepto acerca de dios
tiene una diversidad de comprensiones que han permitido ser utilizados para
asumir muchas interpretaciones contradictorias. Las religiones oficiales
siempre han considerado que su interpretación es la única válida. Pero la
historia de la humanidad está plagada de muy diversas y contradictorias
concepciones de dios o de los dioses, sus poderes, la vida y la muerte, del universo
su comienzo y su fin, y mucho más.
En general sus argumentaciones tienen su base en
investigaciones, mayormente de organismos estadounidenses que hacen análisis
parciales y que el autor recoge, pero generalmente sin concordar con sus
conclusiones, lo cual es razonable. El problema se presenta más bien porque hay
buenos tramos del libro que zigzaguean definiciones, no tanto propias de un
científico que propone la duda metódica sino de quien se cuida de no
malquistarse con sus lectores. Por eso, quizás, en su último capítulo
intenta comprender la experiencia comunitaria y emocional como una expresión
genuina del ser humano. Golombek tiene la capacidad de seducirnos con su
versación profesional, a la vez que va dejando, una y otra vez en claro, lo
provisorio de sus afirmaciones. La atracción que pueda suscitar su propuesta
siempre entra en el terreno de lo hipotético con un frágil asidero en lo real.
Lo cierto es que, bienvenidas las búsquedas, porque el ser humano tiene que
seguir adentrándose en el camino del misterio de la vida.
Fuente: ALCNOTICIAS, 2016.
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