Por.
Ely Orrego Torres- Chile
Desde
hace unos años que la presencia evangélica ha trascendido el espacio
privado de la religión, entrando a lo público por medio de la política. Un
trabajo que han realizado con fuerza, involucrándose políticamente y adhiriendo
a causas de la agenda “de valores” que defienden como cristianos. No
obstante, pocos imaginaban las implicancias de esta participación y
desenvolvimiento, con consecuencias políticas para el contexto
político latinoamericano influenciado por su voto y discurso.
Brasil y el impeachment a Dilma Rousseff,
el rechazo al acuerdo de paz en Colombia y el apoyo de los grupos evangélicos
conservadores a Donald Trump son sólo algunos de los hechos que manifiestan cómo el lobby evangélico se
instala en espacios de poder, cambiando el status quo. Acompañado
también de la movilización de creyentes para emitir votos en contra de
proyectos que dicen ser contrarios a lo indicado por la Biblia, como el
plebiscito en Colombia donde se rechazó el acuerdo por contener ideas contra la
concepción de familia, de acuerdo a sus líderes.
Sin
embargo, ¿cómo nos afecta este escenario en tantos latinoamericanos, y en
particular, como ciudadanos chilenos?
No
cabe duda de que la participación política de los protestantes y evangélicos en
el país tiene sus antecedentes afortunados y desafortunados al
momento de analizar su participación política. Por eso, en primer lugar, tenemos
que entender que la población evangélica en Chile no es homogénea y que
tradiciones cristianas diversas pueden converger en dichas
agendas valóricas, pero también diferenciarse radicalmente. En ese
sentido, no podemos hablar de una única voz de lo evangélico o protestante cuando
nos referimos a la actitud de estos creyentes frente a la política.
Es
innegable la desafección política que hoy Chile vive. Éste incluye un bajo
porcentaje de participación política en las urnas desde que comenzó el voto
voluntario, así como la distancia y falta de identificación política,
constituyendo una crisis en la percepción ciudadana sobre las instituciones
públicas. Por otro lado, la existencia de escándalos de corrupción
asociados al financiamiento de la política y que han afectado a personalidades
públicas de todas las ideologías políticas, puso en evidencia la pérdida
de credibilidad en los partidos políticos tradicionales, e incluso, de
la política como actividad relevante para el cambio social. Ante
eso, la falta de identificación de los evangélicos con una ideología política,
abre las opciones para que líderes eclesiales surjan como representantes
del discurso cristiano, pero limitándose a lo valórico-sexual, es decir, a
la oposición del aborto, matrimonio igualitario y adopción de niños por
parejas del mismo sexo. Discursos y reacciones que en Latinoamérica se han
asociado con grupos conservadores y asociados a la derecha
parlamentaria, los mismos que se han opuesto a políticas gubernamentales de los
llamados gobiernos de izquierda.
Entonces,
¿por qué habría que preocuparse? Porque pese a la diversidad de opiniones
y creencias dentro de una misma población creyente, las que están adquiriendo
más fuerza y visibilidad comunicacional son aquellas que
movilizan personas en función de esta agenda valórica-sexual que, inclusive, tiene
pretensiones de instalar una teología política evangélica como forma de
gobierno.
Si
los evangélicos consideraban que un cristiano no debía involucrarse en
política o no preocuparse de los problemas “mundanos”, hoy ven a la
política como una oportunidad para disputar un espacio de poder e influenciar por
medio de su entendimiento de la fe. Porque se trata de un voto que, en la
situación actual de la desafección participativa en política, puede cambiar un
resultado. El evangélico, siguiendo la tradición protestante weberiana, es
disciplinado cuando se trata de cumplir con el deber cívico, más aún
cuando ven que sus intereses están en juego por la agenda legislativa
del Gobierno. Sin mencionar que estas posturas son alimentadas por los
mismos pastores –quienes poseen una importante influencia en la
toma de decisiones de sus fieles– que alientan a sus adeptos a no votar por
aquellos candidatos que están en contra de los llamados “valores
cristianos”.
Y
los números no son menores, ya que cerca del 18% de la población nacional se
declara afín a una iglesia evangélica, lo que en términos electorales, podría
significar que el nuevo sistema de elección parlamentaria de
tipo proporcional entregaría más chances de tener en el Congreso a
varios parlamentarios cristianos, si es que apuestan por las zonas donde
existe el llamado “voto evangélico”.
Y
ese es un antecedente del que buscarán sacar provecho, considerando que
los evangélicos hoy están inculcando y presentando un discurso
político –más que uno de tintes pastorales–, lo que se
relaciona directamente con el desencantamiento general de los
ciudadanos que hoy no se sienten representados por los partidos políticos.
Lo anterior permite la posibilidad de adherirse a quien encarne
los principios religiosos en los que se cree, los que se defienden no
desde el color, sino que desde los valores. De tal modo, se busca una
negación de la politicidad, por medio de una aparte neutralidad.
Como
lo predijo Evguenia Fediakova unos años atrás, las iglesias pentecostales,
fundamentalistas y neopentecostales buscan formar parte del proceso global,
consolidándose como un nuevo protagonista de la sociedad civil. Y para
ello, las próximas elecciones municipales serán su primer desafío, esperando
proyectarse para las parlamentarias del año entrante.
Uno
de los movimientos que está en esa línea es Por un Chile para Cristo,
cuyo lema es “reeducación cívica para los cristianos” donde llaman a votar en
sus redes sociales y página web por aquellos candidatos que representen
sus “creencias, valores y principios bíblicos”. En esa línea, en un grupo
en Facebook titulado “Políticos cristianos para Chile” (con casi 4 mil
miembros) se difunde propaganda y alternativas políticas de los denominados
candidatos cristianos, con versículos, lemas a favor de los valores y
discurso evangélico que busca captar el voto de aquellos fieles que siguen esa
línea de lo valórico. Y pese a que las elecciones municipales de este
domingo aluden al gobierno local, por tanto, no se decide ni vota por
candidatos que legislarán en materias de la agenda valórica, no es menor
el uso de ese recurso retórico para atraer votos con el argumento de que
es un candidato con valores cristianos y bíblicos.
¿Por
qué es peligroso el incipiente poder del votante evangélico? Es peligroso
porque visibiliza el poder político que el voto
evangélico puede conllevar en Latinoamérica, especialmente en Chile, a la luz
de los acontecimientos vistos en el resto del continente. Considerando además que
el catalizador que les impulsa a participar en política no es la
eliminación del lucro, la redistribución de la riqueza, el fin del sistema de
pensiones o una mejor educación para los futuros niños y jóvenes del país,
todas temáticas que están en boga en la actual discusión
pública.
Es
peligroso pensar de lo que el lobby evangélico es capaz, y ha sido
capaz, en un contexto donde los derechos sociales han sido desplazados por
un discurso valórico-sexual, instalándose como las únicas preocupaciones
en materia política nacional.
Es
peligroso pensar que esta “reeducación cívica” genera más confusión y desinformación
cuando no se educa a la población sobre lo que significa votar por un
alcalde o concejal, el que poca relevancia tendrá en materia de
legislación de materias que defienden.
Es
peligroso ver cómo el mismo discurso evangélico ha errado en asentar
ciertos conceptos –como el de “ideología de género”–, desde un mal
entendimiento, difundiéndolos como parte de un eslogan que sería perverso
y contrario a la fe. Es peligroso que la voz evangélica sea
reconocida únicamente por medio de estos rostros, los que incluso
abogan por una república para Cristo, estando en un país denominado laico.
Y
más importante aún, es peligroso que este tipo de “evangelio“ sea
anunciado como si fueran buenas noticias, siendo que han eludido los
principales problemas sociales y políticos que nos aquejan como país y
continente, los que no se resumen en una agenda valórica-sexual.
La
autora es Politóloga de la Pontificia Universidad Católica de Chile y
candidata a magíster en pensamiento contemporáneo de la Universidad Diego
Portales. Posee un diplomado en derechos humanos, mención educación de la
AUSJAL y el IIDH. Actualmente es la coordinadora del Movimiento de
Estudiantes Cristianos (MEC) en Chile.
Fuente:
ALCNOTICIAS, 2016.
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