Por. Carlos Martínez García, México
Para Jael de la Luz
Las mujeres tuvieron distintas actitudes hacia
la Reforma protestante. La obra de Kirsi Stjerna (Women and the
Reformation, Blackwell Publishing, Oxford, 2009), cuya reseña inicié la
semana pasada, demuestra que hubo respuestas diferenciadas, y en ocasiones
contrapuestas, por parte de mujeres que tenían distintas formaciones y
trasfondos.
En el primer capítulo de la obra (“Prophets,
Visionaries, and Martyrs -Ursula
Jost and her Publisher Margarethe Prüs”), Stejerna hace una serie de preguntas
y no presuposiciones sobre los efectos de la Reforma en el conjunto
femenino. Es así que cuestiona: ¿ofreció la Reforma a las mujeres nuevas
posibilidades en el rol de liderazgo religioso, así como posibilitó expresar su
voz teológica en público, o limitó sus opciones? ¿Qué sucedió con las mujeres
místicas y visionarias del mundo medieval? ¿Qué tan bien se aplicó en el caso
de las mujeres el principio protestante del sacerdocio universal de los
creyentes? ¿La teología protestante y los cambios eclesiásticos que produjo
promovieron la igualdad espiritual y emancipación de todos, incluidas las
mujeres?
Los interrogantes anteriores tienen como inquietud
valorar fácticamente lo sucedido con ideas y propuestas libertarias en el
movimiento que desató Martín Lutero, y otros reformadores contemporáneos y
posteriores a él. Porque una parte del abordaje a la Reforma tiene que ver con
sus distintivos teológicos y desarrollos doctrinales, pero otra, y es de la que
se ocupa en su libro Kirsi Stjerna, con las conductas personales y grupales de
quienes se identificaron con la ruptura iniciada por Lutero.
Por una parte, se esperaría, que los principios de
la justificación solo por fe, el sacerdocio universal de los creyentes y el
acceso de todos y todas a la lectura e interpretación de la Biblia, tendrían
como resultado lo que Stjerna llama “igualdad espiritual”. Muchas mujeres se
unieron a la Reforma ávidamente y esperaban un mejor horizonte para ellas en
cuanto a más espacios de participación. Los roles tradicionales femeninos
continuaron, en términos generales, al irrumpir la Reforma y dar ella sus
primeros pasos hacia la institucionalización. En este contexto hubo mujeres (y
de algunas de ellas trata el libro) que se abrieron camino para “quebrar las
reglas de género” entonces imperantes. Contra las reglas que limitaban “la
actividad y voz teológica” de las mujeres, de todas maneras aquellas motivadas
para hacerlo lograron por ellas mismas transformarse en maestras y líderes.
Una de las fuentes del éxito de las propuestas de
Lutero fue que no nada más él estaba en desacuerdo con la jerarquía católica
romana y sus excesos. Muy rápido tuvo buena recepción y seguidores en
distintos estamentos de la sociedad. Una cabeza de playa fue el misticismo,
considera Stjerna, que floreció en el cristianismo medieval como contraparte de
la religión institucionalizada dominada por el clero. Por ello muchos de los
místicos y místicas fueron laicos y mujeres cuyo misticismo les brindó la única
posibilidad para tener autoridad religiosa, enseñar y predicar. Los monasterios
y conventos, que proliferaron en los siglos XI al XV, proveyeron ambiente y
estímulos a místicos y visionarios, un buen número de ellos y ellas se
distinguieron como precursores de la Reforma protestante y la católica,
sostiene la autora.
La investigación de Kirsi Stjerna se enfoca
mayormente en mujeres que desarrollaron su liderazgo en los ámbitos de la
Reforma magisterial. De todas maneras hace espacio para mujeres de la
Reforma radical. Ella encuentra que en el anabautismo la “teología igualitaria”
del derramamiento del Espíritu Santo y la creencia en una experiencia
carismática permitió tanto a hombres como mujeres asumir el rol de profetas y
les dio autoridad religiosa y voz pública. “El llamado del Espíritu”, que
proveyó el fundamento al movimiento anabautista, anota Kirsi, fue radicalmente
igualitario y personal, a la vez que guió a los personas a un compromiso
comunitario.
Las mujeres anabautistas dieron, menciona Stjerna,
“un extraordinario testimonio”, algunas por escrito y la mayoría verbalmente.
Cita el volumen compilado en 1660 por el pastor menonita holandés Thieleman J.
van Braght (cuya traducción al inglés se titula Martyrs Mirror y tiene
casi 1200 páginas), donde se incluyen casos de 278 mujeres, un tercio del total
de quienes sufrieron la pena muerte, que fueron llevadas a la hoguera,
ahogadas, estranguladas por causa de su fe. Otra fuente menciona que durante el
siglo XVI “En regiones de Europa donde la persecución fue más cruenta, y en
determinados periodos de tiempo, las mujeres anabautistas ejecutadas
representaron el 40 por ciento” del total de martirizados (C. Arnold Snyder y
Linda A. Huebert (Profiles of Anabaptist Women: Sixteenth-Century Reforming
Pioneers, Wilfrid Laurier University Press, 1996, séptima reimpresión 2008,
p. 12).
Como integrantes de un movimiento gestado desde
abajo de la sociedad, las mujeres anabautistas padecieron una triple
marginación. La primera por ser mayoritariamente pobres. La segunda por ser
mujeres en una sociedad dominada por el patriarcado. La tercera por haber
elegido identificarse con una “secta perniciosa”, demonizada por las
autoridades religiosa y políticas.
Después Stjerna particulariza en el caso de dos
mujeres anabautistas de Estrasburgo, Úrsula Jost y Margarethe Prüs. Sobre la
gesta de ambas me ocuparé en la siguiente entrega de esta serie.
Fuente: Protestantedigital, 2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario