Por. Carlos Martínez García, México
La lectura histórica predominante del
Apocalipsis ha sido la de encontrar las claves de los tiempos para saber cuándo
es el fin del mundo. A lo largo de los siglos después de que Juan escribió
en la isla de Patmos la visión recibida, son abundantes los visionarios y
videntes que han pretendido descifrar las claves para interpretar las
catástrofes como signos inminentes del regreso de Cristo.
Un libro aleccionador sobre las hermenéuticas
fatalistas que pulularon en el periodo histórico que estudia es el de Norman
Cohn, En pos del Milenio: Revolucionarios milenaristas y
anarquistas místicos de la Edad Media. Obra que se acerca a las seis
décadas de su publicación en inglés, y que tiene varias reimpresiones en la traducción
castellana, publicada por Alianza Editorial. Cohn, además de los casos del
Medioevo estudiados por él, trazó una cierta línea de continuidad con
milenaristas de ideologías políticas que en la primera mitad del siglo XX
intentaron irrumpir al cielo por asalto. O, si se quiere, se embarcaron en
batallas para hacer terrenal el paraíso.
Al momento de redactar estas líneas me hallo en el
Anabaptist Mennonite Biblical Seminary (AMBS), de Elkhart, Indiana, donde
disfruto de casi dos semanas para investigar y escribir en la excelente
biblioteca de la institución. La comunidad conformada por estudiantes y
profesorado del AMBS ha sido generosa y hospitalaria conmigo. Me han invitado a
compartir la mesa en hogares y restaurantes. Fue así que llegué para cenar a
casa de Nelson Kraybill y su esposa Ellen Graber Kraybill, conducido
amablemente por Marisa Smucker.
De
Nelson conocía su libro Apocalypse and Allegiance: Worship, Politics and
Devotion in the Book of Revelation (Brazos Press, 2010). También
sabía que recientemente fue publicado en castellano por la Biblioteca Menno (Apocalipsis
y lealtad: culto, política y devoción en el libro de Apocalipsis), que
dirige Dionisio Byler en España. El autor de la obra me obsequió un ejemplar de
la edición en español y le comenté que es una excelente contribución para
desmitificar las lecturas descontextualizadas y delirantes del Apocalipsis
que con inusitada, para mí, frecuencia se popularizan en el mundo
protestante/evangélico y post evangélico latinoamericano.
En español ya contamos con la obra magna compuesta
por un comentario de cuatro volúmenes salidos de las manos, mente y corazón de
Juan Stam. Quien desee compenetrarse a fondo del significado contextual del
último libro de la Biblia, necesariamente tendrá que leer y estudiar el
Apocalipsis acompañándolo de consultas frecuentes a los libros del doctor Stam.
A diferencia del de Juan Stam, el estudio de Nelson
Kraybill no es un comentario capítulo por capítulo, y versículo por versículo,
sino que su línea es hurgar en el imaginario político e ideológico imperante
en la época que Juan escribió el Apocalipsis para contrastar esas
realidades idolátricas con lo que implicaba el costo de la lealtad a Jesús el
Cristo.
El doctor Kraybill, quien fue presidente del AMBS y
actualmente ejerce el pastorado, además de ser el presidente del Congreso
Mundial Menonita, menciona que durante el primer siglo el culto al emperador
como divinidad se fue acrecentando, “alcanzando cierta preeminencia
especialmente durante los reinados de Calígula (37-41 d. C.), Nerón (54-68 d.
C.) y Domiciano (81-96 d. C.). El auge del culto al emperador coincidió con el
nacimiento y la expansión de la iglesia cristiana” (p. 24).
La próxima semana continuaré glosando el libro de
Nelson Kraybill. Por ahora reproduzco unos párrafos que dan cuenta sobre el
marco de lectura contextualizada que hace el autor: “Juan de Patmos […] nos
brinda una constelación de imágenes y narraciones que nos ayudan a comprender
cómo las ideologías reconfiguran el mundo. El Apocalipsis recurre mucho a
símbolos; Juan comprende cómo éstos forjan la identidad política y espiritual.
En particular el Apocalipsis realza la forma que el culto, que se apoya mucho en
lo simbólico, expresa y da forma a la lealtad. El último libro de la Biblia no
es un catálogo de predicciones acerca de cosas que iban a suceder dos mil años
más tarde. Al contrario, es un proyector que arroja imágenes arquetípicas del
bien y del mal sobre una pantalla cósmica. Estas imágenes tienen que ver en
primer lugar con las realidades de la era cuando vivió el autor. Pero el
Apocalipsis también sirve como libro de texto donde aprender cómo interactúan
el bien y el mal en cada generación” (p. 17).
“[…] Un valiente profeta cristiano llamado Juan
estaba por recibir una visión satírica del culto al emperador, previendo el
colapso del Imperio Romano. Esta visión identificaría la lealtad como la
cuestión espiritual de urgencia y condenaría el culto al emperador como
idolatría […] El profeta Juan se valió de pluma y pergamino para plantar cara
al poder político más grande de su día. Descalificando a Roma como ramera y su
imperio como bestial, proclamó que solamente Dios y el Cordero son dignos de
recibir adoración” (p. 24).
“El Apocalipsis llama a los lectores a un culto que
caracterizará sus vidas como alternativas al culto al emperador y al imperio.
Una letanía hacia el principio de la visión de Juan declara que los
seguidores del Cordero son un reino de sacerdotes al servicio de nuestro Dios.
Eso es lenguaje político donde lo haya, emplazando a los seguidores de
Jesucristo a una lealtad alternativa, a una identidad alternativa […] En lugar
de empezar con la idea de que el Apocalipsis va a pronosticar sucesos de
nuestro día, debemos procurar comprender cómo era la vida en tiempos de Juan y
los creyentes para quienes él escribió este libro. Con ese trasfondo, podremos
entonces oír qué es lo que el Espíritu dice a las iglesias acerca de la lealtad
a Jesucristo hoy también”. (pp. 25-26).
Fuente: Protestantedigital, 2016
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