Por. Carlos
Martínez García, México
El libro de Apocalipsis refleja el trasfondo de
la persecución contra el pueblo cristiano. No fue prohijado en la etapa
persecutoria más dura, sin embargo Juan de Patmos deja entrever que los
cristianos y cristianas que solamente están dando su lealtad a Cristo van a
sufrir ostracismo y, en algunos casos, pagar con la vida por no rendirse ante
el César en turno y sus símbolos.
El libro de Nelson Kraybill (Apocalipsis y
lealtad: culto, política y devoción en el libro de Apocalipsis), cuyo
comentario iniciamos la semana pasada, acota que Juan posiblemente
estaba exiliado en la Isla de Patmos como consecuencia de “haber proclamado la
palabra de Dios y por haber dado testimonio de Jesús” (Apocalipsis 1:9, La
Palabra). Habría sido enviado por negarse a reconocer la supremacía
imperial y no venerar al emperador romano Domiciano.
Juan, al presentarse como hermano (1:9), estaba
recordando a los destinatarios originales que en situaciones de orfandad y
desamparo en que dejaban las familias o grupos sociales a los cristianos por ir
a contracorriente de los convencionalismos sociales, políticos y religiosos,
anota Kraybill, eran parte de un entramado afectivo y solidario que les
protegería: “Los súbditos romanos a veces se desatendían de los miembros de la
familia que adoptaban el cristianismo, y los creyentes podían perder su puesto
de trabajo por su fe. Era una necesidad práctica que los seguidores de Jesús funcionasen
como hermanas y hermanos entre sí. El propio Jesús, cuando le preguntaron
acerca de su familia, pareció restar importancia a la sangre y hallar su
parentesco más estrecho con aquellos que compartían su pasión por la obediencia
a Dios (Marcos 3:31-35)”.
En cuanto al imaginario que recorre el Apocalipsis,
el autor de la obra que estamos glosando observa que Juan manejaba el hebreo y
conocía bien el Antiguo Testamento. De éste libro no hay en el Apocalipsis
citas directas, pero Juan refiere a su contenido más de cuatrocientas
ocasiones. Ante esto es ineludible saber el significado veterotestamentario
original de lo evocado por Juan y las transposiciones que hace en el último
libro de la Biblia que para sus lectores originales tenían cargas de sentido
muy específicas.
La escritura de Juan fue situada, es decir
realizada desde un contexto social, político, religioso, intelectual y
emocional que no podemos, ni debemos, desconocer. En consecuencia, Nelson
Kraybill nos invita a que nos acerquemos al Apocalipsis de Juan leyéndolo
holísticamente, con todo el ser, porque: “Está escrito para oírlo leer, pero el
drama que cuenta involucra los cinco sentidos tradicionales. Juan ve chispazos
de relámpagos, oye el sonido de muchas aguas, adora a Dios en medio de una nube
de incienso, siente la cercanía de un calor abrasador y se come un rollo de
escritura que sabe a miel. El Apocalipsis es un drama de inmersión total,
pensado para experimentar, más que para analizar. Sigue teniendo interés hoy
para nosotros leer el libro en voz alta, de vez en cuando entero de corrido,
sin parar. Tenemos que poder sentir cómo fluye, absorber la agonía y el júbilo,
tomar nota de los periodos de silencio, oler el incienso, postrarnos en
adoración”.
Una herramienta a la que recurre Kraybill para
desentrañar el significado de las imágenes del Apocalipsis es la semiótica,
disciplina que estudia cómo funcionan los signos en las sociedades. Hay signos
universales, pero es un craso error transportar el significado de un cierto
signo usado en una determinada época y cultura humana hacia otra época y sitio,
pretendiendo que va a significar lo mismo que en su contexto original.
En el Apocalipsis hay íconos, indicadores y
símbolos. Los primeros “son signos que comunican por tener un parecido
reconocible al objeto o la idea que representan”. Kraybill ejemplifica, para
que comprendamos lo que es un ícono, con la ilustración de un bote de basura
(papelera de reciclaje) que aparece en la pantalla de la computadora/ordenador
donde podemos deshacernos de documentos que deseamos desechar. También es un
ícono la línea sinuosa de una señal de tráfico, advierte de varias curvas en el
tramo vial/carretero de más adelante.
En cuanto a los indicadores, éstos son señales que
comunican porque se ven afectados o cambiados por el propio fenómeno que
indican. Por ejemplo: “La veleta cambia materialmente de dirección según de
donde sopla el viento; las manchas de sangre en el lugar de un crimen dan
evidencia de lo que sucedió. Tanto el cambio de dirección de la veleta como las
manchas de sangre vienen causadas por las circunstancias sobre las que
comunican”.
Respecto a los símbolos, los elementos más
problemáticos en la lectura del Apocalipsis, su construcción cultural les
convierte en señales que “comunican sencillamente porque los que los usan en un
grupo o una cultura determinada, han acordado que tengan ese significado
arbitrario”. En algún momento alguien decidió que la luz roja de los semáforos
signifique alto, y la luz verde continuar avanzando. Entre los cristianos
primitivos el símbolo del pez funcionó como clave para reconocerse entre
ellos.
Por deshistorizar los símbolos que aparecen en
el Apocalipsis, su lectura ha llevado a temeridades hermenéuticas de
consecuencias trágicas. Es por ello que Kraybill nos provee de ciertas
preguntas que debemos tener presentes en el acercamiento a este libro: “Son los
símbolos del Apocalipsis lo que más se presta a despistar al lector moderno.
Por cuanto nuestra cultura dista de la del mundo de la antigüedad donde esos
símbolos tenían su significado concreto. Para descubrir el mensaje de la visión
de Juan, tendremos que preguntar qué simbolizaban esos símbolos en el siglo I.
¿Tiene el símbolo algún antecedente en el Antiguo Testamento? ¿En el
pensamiento judío o pagano de la propia época de Juan? ¿En las prácticas del
Imperio Romano, como el culto al emperador? Si no hiciéramos esas preguntas,
sería fácil atribuir a los símbolos que emplea Juan un significado que difiere
de su mensaje”.
Fuente: Protestantedigital, 2016
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