l. La Tumba
Los evangelistas insisten en los detalles al situar el escenario del gran acontecimiento en una tumba. Una tumba siempre evoca determinados sentimientos: dolor infinito, memorias, lo irrecuperable del pasado…. A veces la persistencia de una nostalgia, de un vacío que no quiere desaparecer. Pero nunca esperanza
En este caso, más allá del dolor por la pérdida del amigo entrañable, del sufrimiento humano ante la muerte, estamos ante la sepultura de un gran sueño. El cadáver que vienen a ungir es del Mesías, el prometido redentor de Israel. La memoria estaba fresca, habían vivido en los albores de la era mesiánica, habían disfrutado la experiencia de lo nuevo. No es raro que los discípulos estuvieran completamente desmoralizados, abrumados, apabullados. No hay nada que destruya más que la de un sueño frustrado. Por qué, porque los sueños son las alas que nos elevan sobre nuestra miseria diaria, que nos impulsan a vivir.
Pero cuando los sueños no son las aspiraciones individuales, sino que son las esperanzas colectivas, entonces el sueño pasa a llamarse con otro nombre, se trata ahora de una utopía. La utopía es un sueño de un mundo distinto, y eso fue lo que atrajo a los discípulos a Jesús, he aquí uno que cambia las cosas, uno que hemos esperado, el Mesías, que va a traer justicia, paz y nueva vida a la tierra. Para la virgen María, el que echaría de los tronos a los poderosos y levantaría a los humildes. Para algunos discípulos, uno que iba a establecer su trono con poder, necesitando ministros a su lado para gobernar la tierra ( por esto los hijos de Zebedeo no pierden tiempo y le piden esos puestos). Para Juan el Bautista está claro que es el hacha puesta a la raíz para derribar el árbol podrido, el fuego purificador que arrasa la basura. Una utopía que para la lógica de aquellos tiempos implicaba la toma del poder, el establecimiento de alguna forma institucional que garantice un nuevo orden.
Por esto lo esencial de la tumba es que es la tumba de la gran utopía, de los sueños y esperanzas más anhelados. Por esto el Mesías muerto, es muerte del reino mesiánico, final de la utopía.
Este momento de frustración y de incertidumbre tiene mucha similitud con los tiempos que vive el mundo hoy. El siglo XX vió el surgimiento y ocaso de grandes utopías. Primero la utopía de la raza superior, la raza aria, llamada a dominar los pueblos que consideraban inferiores. Hitler soñaba con un mundo gobernado por la raza pura. Así ocurrieron los horrores de la guerra y del holocausto de los judíos.
La otra utopía fue el sueño de una sociedad sin clases, establecida por la dictadura del proletariado, que devino en la dictadura de Stalin, la dominación de pueblos y la implantación de un autoritarismo viciado de sus raíces, que produjo finalmente su derrumbe desde sus propias bases. Esto ocurrió no hace tanto, significó para muchos un desastre de significación universal. Un escritor portugués, premio Nóbel, hablaba de erradicar la palabra utopía de nuestro vocabulario. Una señora que yo conocí, cayó postrada en cama el mismo día que supo que había caído el muro de Berlín. Para otros era el final de la Historia, nuestro mundo no puede ser mejorado por la voluntad de los seres humanos, hay que dejarlo a sus propias leyes. Las utopías han muerto para siempre.
2. La lógica del amor y el dolor
Pero he aquí que hay unas mujeres que no obstante todas las derrotas tienen fuerzas suficientes para levantarse de madrugada el domingo, e ir a la sepultura a cumplir un deber. Por suerte no consultaron con los hombres, quienes seguramente les habrían dicho: Ustedes están locas, no saben que hay una pesada piedra que no podrán mover solas. Pero eso se les ocurrió ya en el camino, porque la fuerza que las empujaba era la del amor y el dolor. Una fuerza que no reconoce la lógica, porque es la razón del corazón.
Y esto de la piedra imposible de mover, nos hace recordar, que también hoy se ha colocado una piedra grande en el mundo para bloquear toda esperanza, el poder del sistema mundial de economía, que Juan Pablo II llamó el capitalismo salvaje. Que en lenguaje sencillo es el gobierno del dinero, que todo lo compra, el célebre don dinero. Para quien todo es mercancía que se vende y se compra, y en el que se establece la competencia del que ofrece mejor mercancía, sobrevive, el que no es dejado en la cuneta del camino. Así millones en el mundo hoy están amenazados de morir de inanición. Nosotros los cubanos también hemos sido afectados en nuestra vida nacional y nuestra vida personal por esa inmensa piedra de las leyes económicas. Experimentamos la vida cotidiana como un chocar con unas dificultades, escasez y problemas. A la vez que han aparecido los privilegiados que pueden darse los gustos que quieran; desigualdades que crean crisis de valores y de conciencia.
Por esto nos identificamos con las mujeres que se preguntan, quién quitará la pesada piedra?
En ese domingo de madrugada solo la tenue luz del amor y el dolor las conduce al lugar, como si para el milagro solo se requirieran esos dos ingredientes.
Y he aquí la piedra ha sido quitada, la tumba está vacía, el milagro ha ocurrido, y es tan inesperado que quedan sobrecogidas de espanto, la muerte ha sido vencida por la vida. No hay nada que hacer allí. El dolor se transmuta en fiesta, un estallido de alegría porque el cielo se ha llenado de luz. Las mujeres son ahora las evangelistas que han de llevar las buenas nuevas a los discípulos.
3. La Resurrección del Reino
“Vayan díganle a Pedro y a los discípulos, vayan a Galilea, allí le veréis”. Algo absolutamente nuevo se insinúa. No les dice, vayan a Jerusalén, la ciudad de la grandeza y el poder, porque nada tiene que ver con el resurgimiento de las viejas utopías viciadas por las ambiciones egoístas, la violencia y la dominación. Sino que vayan a Galilea, la tierra de los humildes campesinos y pescadores donde Jesús desarrolló casi toda su misión.
Allí donde comenzó a anunciar el Reino nuevo, predicando, sanando y echando fuera demonios. Donde enseñó las bienaventuranzas de los mansos, los pacificadores y los que sufren por causa de la justicia. No es extraño que la Juan en la cárcel se sintiera perplejo porque este Mesías no acababa de echar de su trono a los malvados, y mandó a sus discípulos a preguntar::
“Eres tu el Mesías o esperamos a otro?”, recibiendo como única respuesta, “díganle a Juan las cosas que ven: los cojos andan, los ciegos ven, los muertos son resucitados y a los pobres es anunciado el Reino”. Que es como si dijera. Es cierto, Juan, estás en la cárcel y Herodes en el trono, las cosas no van saliendo como lo soñaste, el mundo sigue estando muy mal, pero ten cierto que el Reino ya está actuando, ya está cambiando la vida de los que sufren, ya está naciendo la simiente.
Y aquí está la clave que distingue el Reino de las otras utopías humanas, que se basan en ideas y programas precisos. Jesús se basa en la restauración de la vida, en el anuncio de la paz. Es un reino que trasciende las instituciones, los paradigmas, por lo que no puede ser derrotado. Porque es el Reino que crece imperceptiblemente como la semilla en la tierra, que penetra todo como la levadura en la masa, como el tesoro escondido. El Reino de Dios es la acción de Dios en medio de este mundo. Ese es el Reino que ya está entre nosotros, que vemos su señales, que al que somos llamados a proclamar en palabra y en hechos. En el reino no solo cuentan las grandes cosas, sino también las pequeñas, las que suceden en nuestra vida cotidiana, todo está entretejido, anudado al gran proyecto de Dios. Tu felicidad, tu realización como persona humana cuenta en este Reino. Tus sueños se mezclan con el gran sueño de Dios.
Pero no pensemos que nosotros hoy, los que decimos llamarnos cristianos, somos los únicos que somos semilla y levadura del reino de Dios en el mundo. Pensemos en todas las personas que trabajan en el mundo por los enfermos, los pobres y los necesitados. Por eso no podemos olvidar a los médicos cubanos que están en las selvas africanas, o en las montañas de Haití, Honduras o Bolivia haciendo el milagro de llevar la salud a los más pobres de la tierra. Ellos son instrumentos del Reino de Dios. Ellos anuncian la utopía de que otro mundo distinto de amor, solidaridad es posible.
Creer en la resurrección es vivir con un una convicción, nada puede detener ya el Reino de Dios. Nadie puede impedir los sueños aunque la noche sea muy oscura, decimos con Pablo, “ nosotros que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, más no desamparados; derribados, pero no destruidos; llevando la muerte del Señor en nuestros cuerpos, para que también la vida de Jesús resucitado se manifieste en nuestro carne mortal” ( II Corintios 4. 7-11). No importa que las utopías humanas hayan sido enterradas, el Reino que es el mundo nuevo de justicia, paz y amor ya nadie podrá detener. Esta es la fuerza de la Resurrección que nos levanta y nos hace resistir, perseverar, luchar por el sueño de una vida mejor. Amén y Amén.
Los evangelistas insisten en los detalles al situar el escenario del gran acontecimiento en una tumba. Una tumba siempre evoca determinados sentimientos: dolor infinito, memorias, lo irrecuperable del pasado…. A veces la persistencia de una nostalgia, de un vacío que no quiere desaparecer. Pero nunca esperanza
En este caso, más allá del dolor por la pérdida del amigo entrañable, del sufrimiento humano ante la muerte, estamos ante la sepultura de un gran sueño. El cadáver que vienen a ungir es del Mesías, el prometido redentor de Israel. La memoria estaba fresca, habían vivido en los albores de la era mesiánica, habían disfrutado la experiencia de lo nuevo. No es raro que los discípulos estuvieran completamente desmoralizados, abrumados, apabullados. No hay nada que destruya más que la de un sueño frustrado. Por qué, porque los sueños son las alas que nos elevan sobre nuestra miseria diaria, que nos impulsan a vivir.
Pero cuando los sueños no son las aspiraciones individuales, sino que son las esperanzas colectivas, entonces el sueño pasa a llamarse con otro nombre, se trata ahora de una utopía. La utopía es un sueño de un mundo distinto, y eso fue lo que atrajo a los discípulos a Jesús, he aquí uno que cambia las cosas, uno que hemos esperado, el Mesías, que va a traer justicia, paz y nueva vida a la tierra. Para la virgen María, el que echaría de los tronos a los poderosos y levantaría a los humildes. Para algunos discípulos, uno que iba a establecer su trono con poder, necesitando ministros a su lado para gobernar la tierra ( por esto los hijos de Zebedeo no pierden tiempo y le piden esos puestos). Para Juan el Bautista está claro que es el hacha puesta a la raíz para derribar el árbol podrido, el fuego purificador que arrasa la basura. Una utopía que para la lógica de aquellos tiempos implicaba la toma del poder, el establecimiento de alguna forma institucional que garantice un nuevo orden.
Por esto lo esencial de la tumba es que es la tumba de la gran utopía, de los sueños y esperanzas más anhelados. Por esto el Mesías muerto, es muerte del reino mesiánico, final de la utopía.
Este momento de frustración y de incertidumbre tiene mucha similitud con los tiempos que vive el mundo hoy. El siglo XX vió el surgimiento y ocaso de grandes utopías. Primero la utopía de la raza superior, la raza aria, llamada a dominar los pueblos que consideraban inferiores. Hitler soñaba con un mundo gobernado por la raza pura. Así ocurrieron los horrores de la guerra y del holocausto de los judíos.
La otra utopía fue el sueño de una sociedad sin clases, establecida por la dictadura del proletariado, que devino en la dictadura de Stalin, la dominación de pueblos y la implantación de un autoritarismo viciado de sus raíces, que produjo finalmente su derrumbe desde sus propias bases. Esto ocurrió no hace tanto, significó para muchos un desastre de significación universal. Un escritor portugués, premio Nóbel, hablaba de erradicar la palabra utopía de nuestro vocabulario. Una señora que yo conocí, cayó postrada en cama el mismo día que supo que había caído el muro de Berlín. Para otros era el final de la Historia, nuestro mundo no puede ser mejorado por la voluntad de los seres humanos, hay que dejarlo a sus propias leyes. Las utopías han muerto para siempre.
2. La lógica del amor y el dolor
Pero he aquí que hay unas mujeres que no obstante todas las derrotas tienen fuerzas suficientes para levantarse de madrugada el domingo, e ir a la sepultura a cumplir un deber. Por suerte no consultaron con los hombres, quienes seguramente les habrían dicho: Ustedes están locas, no saben que hay una pesada piedra que no podrán mover solas. Pero eso se les ocurrió ya en el camino, porque la fuerza que las empujaba era la del amor y el dolor. Una fuerza que no reconoce la lógica, porque es la razón del corazón.
Y esto de la piedra imposible de mover, nos hace recordar, que también hoy se ha colocado una piedra grande en el mundo para bloquear toda esperanza, el poder del sistema mundial de economía, que Juan Pablo II llamó el capitalismo salvaje. Que en lenguaje sencillo es el gobierno del dinero, que todo lo compra, el célebre don dinero. Para quien todo es mercancía que se vende y se compra, y en el que se establece la competencia del que ofrece mejor mercancía, sobrevive, el que no es dejado en la cuneta del camino. Así millones en el mundo hoy están amenazados de morir de inanición. Nosotros los cubanos también hemos sido afectados en nuestra vida nacional y nuestra vida personal por esa inmensa piedra de las leyes económicas. Experimentamos la vida cotidiana como un chocar con unas dificultades, escasez y problemas. A la vez que han aparecido los privilegiados que pueden darse los gustos que quieran; desigualdades que crean crisis de valores y de conciencia.
Por esto nos identificamos con las mujeres que se preguntan, quién quitará la pesada piedra?
En ese domingo de madrugada solo la tenue luz del amor y el dolor las conduce al lugar, como si para el milagro solo se requirieran esos dos ingredientes.
Y he aquí la piedra ha sido quitada, la tumba está vacía, el milagro ha ocurrido, y es tan inesperado que quedan sobrecogidas de espanto, la muerte ha sido vencida por la vida. No hay nada que hacer allí. El dolor se transmuta en fiesta, un estallido de alegría porque el cielo se ha llenado de luz. Las mujeres son ahora las evangelistas que han de llevar las buenas nuevas a los discípulos.
3. La Resurrección del Reino
“Vayan díganle a Pedro y a los discípulos, vayan a Galilea, allí le veréis”. Algo absolutamente nuevo se insinúa. No les dice, vayan a Jerusalén, la ciudad de la grandeza y el poder, porque nada tiene que ver con el resurgimiento de las viejas utopías viciadas por las ambiciones egoístas, la violencia y la dominación. Sino que vayan a Galilea, la tierra de los humildes campesinos y pescadores donde Jesús desarrolló casi toda su misión.
Allí donde comenzó a anunciar el Reino nuevo, predicando, sanando y echando fuera demonios. Donde enseñó las bienaventuranzas de los mansos, los pacificadores y los que sufren por causa de la justicia. No es extraño que la Juan en la cárcel se sintiera perplejo porque este Mesías no acababa de echar de su trono a los malvados, y mandó a sus discípulos a preguntar::
“Eres tu el Mesías o esperamos a otro?”, recibiendo como única respuesta, “díganle a Juan las cosas que ven: los cojos andan, los ciegos ven, los muertos son resucitados y a los pobres es anunciado el Reino”. Que es como si dijera. Es cierto, Juan, estás en la cárcel y Herodes en el trono, las cosas no van saliendo como lo soñaste, el mundo sigue estando muy mal, pero ten cierto que el Reino ya está actuando, ya está cambiando la vida de los que sufren, ya está naciendo la simiente.
Y aquí está la clave que distingue el Reino de las otras utopías humanas, que se basan en ideas y programas precisos. Jesús se basa en la restauración de la vida, en el anuncio de la paz. Es un reino que trasciende las instituciones, los paradigmas, por lo que no puede ser derrotado. Porque es el Reino que crece imperceptiblemente como la semilla en la tierra, que penetra todo como la levadura en la masa, como el tesoro escondido. El Reino de Dios es la acción de Dios en medio de este mundo. Ese es el Reino que ya está entre nosotros, que vemos su señales, que al que somos llamados a proclamar en palabra y en hechos. En el reino no solo cuentan las grandes cosas, sino también las pequeñas, las que suceden en nuestra vida cotidiana, todo está entretejido, anudado al gran proyecto de Dios. Tu felicidad, tu realización como persona humana cuenta en este Reino. Tus sueños se mezclan con el gran sueño de Dios.
Pero no pensemos que nosotros hoy, los que decimos llamarnos cristianos, somos los únicos que somos semilla y levadura del reino de Dios en el mundo. Pensemos en todas las personas que trabajan en el mundo por los enfermos, los pobres y los necesitados. Por eso no podemos olvidar a los médicos cubanos que están en las selvas africanas, o en las montañas de Haití, Honduras o Bolivia haciendo el milagro de llevar la salud a los más pobres de la tierra. Ellos son instrumentos del Reino de Dios. Ellos anuncian la utopía de que otro mundo distinto de amor, solidaridad es posible.
Creer en la resurrección es vivir con un una convicción, nada puede detener ya el Reino de Dios. Nadie puede impedir los sueños aunque la noche sea muy oscura, decimos con Pablo, “ nosotros que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, más no desamparados; derribados, pero no destruidos; llevando la muerte del Señor en nuestros cuerpos, para que también la vida de Jesús resucitado se manifieste en nuestro carne mortal” ( II Corintios 4. 7-11). No importa que las utopías humanas hayan sido enterradas, el Reino que es el mundo nuevo de justicia, paz y amor ya nadie podrá detener. Esta es la fuerza de la Resurrección que nos levanta y nos hace resistir, perseverar, luchar por el sueño de una vida mejor. Amén y Amén.
*Francisco Rodes, es Doctor en Ministerio, pastor bautista y profesor del Seminario Evangélico de Teologia de Matanzas, Cuba. www.cuba-theological-seminary.com
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