Leopoldo Cervantes-Ortiz , México.
1. Humanidad de Dios y conflictividad histórica: la Navidad hacia afuera
La opción escogida por cada evangelista para narrar algunos de los entretelones del acontecimientro de Cristo manifiesta de alguna manera la trinchera en la que se coloca cada intérprete de la obra de Dios en el mundo. Lucas es famoso por no negarse a enredar la logísitica divina, entreverada con detalles minuciosos y sensibles, con los sucesos políticos del momento. Él, cuya tendencia es mostrar la preocupación divina por los débiles, no podía dejar de advertir la forma tan contastante que Dios había elegido para hacerse presente en la historia de una manera tan definitiva como lo hizo a través de la figura tan delicada y frágil del niño nacido en el pesebre de Belén. Tal vez por ello, los intérpretes de su pensamiento lo han ubicado entre aquellos que, sin menoscabo de su afirmación gozosa de la misericordia de Dios, seguida paso a paso en esa serie de cánticos registrados tan cuidadosamente, al mismo tiempo se atrevieron a denunciar cómo la conflictividad humana es el marco contra el cual se desarrollan los planes divinos de redención y liberación.
Dios nace en Jesús en medio del conflicto y responde al clamor de su pueblo prestando atención a su necesidad. Con la opresión establecida como forma de vida habitual, Dios se hace presente en el portal de Belén como un magnífico contrapunto a todo lo que representaba plantear una alternativa de fe y esperanza a la realidad de un imperio como el romano. La base de dicho imperio era la fuerza de las armas y, después, la imposición de un orden regido por la consigna de la pax, es decir, un estado de cosas impuesto violentamente y aceptado por la mayoría como algo indiscutible. No podía haber mejor cosa que el Imperio. Pero desde los márgenes mismos de este imperio emergió la posibilidad de vivir de otra manera: nada más opuesto que el poder real de un déspota y el niñito nacido en circunstancias marginales. El César ordena la realización de un censo para actualizar su padrón de contribuyentes y no le interesa si las personas contaban con los medios para viajar y llevar a cabo el registro. Él simplemente manda. Y Jesús, desde antes de nacer, ya está a expensas de un poderoso que domina sobre su pueblo y su familia. José y su esposa embarazada tuvieron que recorrer 112 km en condiciones precarias, por lo que seguramente su ánimo no estaba muy en alto al recordar su carácter de súbditos de un poder superior, que competía, en la subjetividad religiosa judía, con el poder divino, único poder supremo y absoluto.
El poder romano ignoraba estas minucias teológicas y sólo deseaba garantizar sus ingresos para seguir desplegando sus proyectos de dominación. Sólo eso. El cumplimiento del tiempo del parto tomó por sorpresa a los peregrinos y tuvieron que enfrentar el problema en un ambiente hostil, diferente. La angustia de José para encontrar el mejor lugar trasluce el conflicto microscópico contrapuesto a la voluntad del poderoso que, a control remoto, domina sobre toda la tierra. El pesebre, más allá de todo romanticismo, es un espacio vulgar, lleno de malos olores y vecino de muy buenas compañías.[1] Más contrastes: los pastores confrontados con la esfera angelical rescatarán y proyectarán una fe perdida que los acercará, de manera inesperada a esa pareja que recibe a su primogénito y a visitas inesperadas. El pueblo pobre se reúne alrededor de una esperanza renovada. A diferencia de Lucas, su relato no recurre al recuerdo de las profecías, sino que lleva de la mano a los lectores por el camino de un proyecto de fe que debe remontarse por encima de los obstáculos puestos por el entorno y por ello el cántico angelical es toda una respuesta al mismo, con hondo contenido político y espiritual al mismo tiempo. La proclamación de la gloria de Dios en las verdaderas alturas, la afirmación de la auténtica paz y la posibilidad de que la buena voluntad humana se haga realidad en el mundo forman un conglomerado potencialmente liberador para todo aquél que esté dispuesto a escucharlo. La fuerza de dicho cántico está en su capacidad para evocar y producir esperanzas para desparramarlas en medio del pueblo. Ahora quienes escucharon semejante alabanza tendrían nuevas fuerzas para seguir la lucha cotidiana y al dirigir sus pasos hacia Belén, en una suerte de re-conexión con la situación difícil, pero con otra mirada.
Dios asumió la condición humana con todos sus riesgos y se expuso a los peligros propios de la misma con una voluntad férrea para experimentar genuinamente la humanidad. Desde una lectura de clase social, la Navidad representa el abajamiento de Dios para compartir el porvenir de los ninguneados, de aquellos que casi permanentemente están condenados a ser el piso de la pirámide social. Como escribió hace muchos años Juanleandro Garza:
La Navidad señala una etapa en el eterno peregrinaje de nuestro Dios.
Es el Dios uno que viaja en tres personas que hace surgir al universo al ritmo de Su paso y de Su voz y se regocija al ver la obra de Sus manos.
Este es nuestro Dios quien parte de Caos-cero, pasa revista a Su flamante universo, escoge precisamente este sistema solar, apunta al planeta tierra y se aloja por anticipado en el inquieto y vagabundo espíritu humano.
Se trata de Dios, quien vino en Navidad y se aposentó en esta elusiva carne nuestra y en Jesucristo caminó, trabajó, sudó, lloró, rió, pagó impuestos, fue perseguido, calumniado, maltratado y encarcelado hasta morir en el patíbulo infamante como los peregrinos y reformados de antaño y los refugiados y “mojados” de hoy.
Lo llamamos nuestro porque llamó hermanos y hermanas a “los pequeñitos”
los ninguneados
los harapientos, hambrientos,
sedientos, enfermos y presos,
los repulsivos, rechazados,
desamparados e ilegalizados,
los que no son como nosotros.
Nuestro Dios
Dios verdadero y único
Dios que nace en su propia creación
el Eterno Peregrino
que siempre está llamándonos
a ser peregrinos, no turistas
militantes, no espectadores
efectivos, no populares
administradores, no patrones,
a viajar por fe, no por vista,
a seguir Sus pisadas.[2]
2. Celebrar íntimamente la humanidad de Dios: la Navidad hacia adentro
En un sentido, Jesús no es como nosotros, en su carácter de persona radicalmente solidaria con todos los seres humanos, sin importar su condición, pero a partir de un abajamiento que nos resulta incomprensible. Por ello, al recordar y celebrar la Navidad de hoy, con tanta carga propagandística, tendríamos que hacerle caso a las palabras de Hebreos 1, cuando dice que Dios, en Cristo, ha hablado de una manera completamente distinta y nueva: desde el anonadamiento absoluto, algo impensable para su soberanía de amo y señor del Universo, puesto al que renuncia para volver a obtener la supremacía. La dinámica divina es completamente contraria a la que rige en el mundo actual: nadie desea hacerse menos, ceder un ápice, así sea para recuperar después los privilegios. En nuestro caso, como clasemedieros aposentados en una posición a la que no nos gustaría renunciar bajo ningún concepto, el abajamiento de Dios es una lección de vida que choca con los valores e intereses que hemos incorporado a nuestra mentalidad, de ahí que constituya un particular esfuerzo espiritual, ideológico y cultural tratar de entender y participar de dicha dinámica de entrega y renuncia. La lectura de Hebreos 1.3 desde esta óptica sería muy sencilla: el Hijo de Dios se humilló para regresar a las esferas del poder. Jesús probó el sabor del polvo de la pobreza y la humildad para ser recompensado con el trono de Dios nuevamente.
Por ello, la espiritualidad navideña que brota de este esfuerzo debe atravesar hoy una profunda autocrítica de los hábitos celebratorios que desnudan, literalmente, el balance o desbalance que existe entre el festejo individual y colectivo. Esta correspondencia entre la fe y el relato navideño es esbozada por Karl Rahner, uno de los grandes teólogos del siglo XX, a contracorriente del jolgorio social:
Cuando —como cristiano— tan sólo se “piensa” en la doctrina de la encarnaci´`on del verbo (aun con esplédida voluntad y queriendo creer) no por eso está ya entre nosotros la Navidad cristiana. Pero ¿qué más podemos hacer? […]
Ten el valor de estar solo. Sólo si lo consigues realmente, sólo si lo llegas a saber hacer cristianamente, podrás también abrigar la esperanza de regalar un corazón navideño […] a aquellos a quienes te esfuerzas por amar. […] Este es el regalo que debes poner bajo el árbol de Navidad, y de lo contrario serán los demás regalos sólo gastos inútiles que también pueden hacerse en otras épocas del año. […]
El mensaje del nacimiento del Señor quedaría exterior si fuera dicho para el oído y en conceptos, pero no hubiera entrado y no hubiera sido celebrado en el corazón. La experiencia de dentro y el mensaje de fuera se encuentran el uno con la otra, y cuando el uno en la otra se entiende, acontece la celebración de la Navidad, porque la fe viene del oír y de la gracia que brota de la íntima médula del corazón.[…][3]
Celebrar la Navidad hacia dentro y hacia fuera es como acunar al propio Dios en su debilidad más extrema y atreverse a pensar en la posibilidad de acompañarlo en su abajamiento, un proceso de negación del poder y la gloria, para tratar de entender la forma en que Dios ha amado a la humanidad, al grado de haberse despojado voluntariamente de su magnificencia para probar lo humano en todas sus dimensiones y posibilidades. La Navidad es, así, un empeño por humanizarse como Dios lo hizo primero.
*Cervantes-Ortiz es escritor, médico, teólogo y poeta mexicano
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[1] Cf. Carlos Martínez García, “La Navidad, según Lucas”, en La Jornada, 20 de diciembre de 2006, www.jornada.unam.mx/2006/12/20/index.php?section=opinion&article=022a2pol
[2] J. Garza, “Dios peregrino y del peregrino”, en El Faro, año 99 bis, noviembre-diciembre de 1984, p. 21.
[3] K. Rahner, “Sobre la teología de la celebración de la Navidad”, en Escritos de teología. Tomo III. 3ª ed. Madrid, Taurus, 1968, pp. 35, 39.
1. Humanidad de Dios y conflictividad histórica: la Navidad hacia afuera
La opción escogida por cada evangelista para narrar algunos de los entretelones del acontecimientro de Cristo manifiesta de alguna manera la trinchera en la que se coloca cada intérprete de la obra de Dios en el mundo. Lucas es famoso por no negarse a enredar la logísitica divina, entreverada con detalles minuciosos y sensibles, con los sucesos políticos del momento. Él, cuya tendencia es mostrar la preocupación divina por los débiles, no podía dejar de advertir la forma tan contastante que Dios había elegido para hacerse presente en la historia de una manera tan definitiva como lo hizo a través de la figura tan delicada y frágil del niño nacido en el pesebre de Belén. Tal vez por ello, los intérpretes de su pensamiento lo han ubicado entre aquellos que, sin menoscabo de su afirmación gozosa de la misericordia de Dios, seguida paso a paso en esa serie de cánticos registrados tan cuidadosamente, al mismo tiempo se atrevieron a denunciar cómo la conflictividad humana es el marco contra el cual se desarrollan los planes divinos de redención y liberación.
Dios nace en Jesús en medio del conflicto y responde al clamor de su pueblo prestando atención a su necesidad. Con la opresión establecida como forma de vida habitual, Dios se hace presente en el portal de Belén como un magnífico contrapunto a todo lo que representaba plantear una alternativa de fe y esperanza a la realidad de un imperio como el romano. La base de dicho imperio era la fuerza de las armas y, después, la imposición de un orden regido por la consigna de la pax, es decir, un estado de cosas impuesto violentamente y aceptado por la mayoría como algo indiscutible. No podía haber mejor cosa que el Imperio. Pero desde los márgenes mismos de este imperio emergió la posibilidad de vivir de otra manera: nada más opuesto que el poder real de un déspota y el niñito nacido en circunstancias marginales. El César ordena la realización de un censo para actualizar su padrón de contribuyentes y no le interesa si las personas contaban con los medios para viajar y llevar a cabo el registro. Él simplemente manda. Y Jesús, desde antes de nacer, ya está a expensas de un poderoso que domina sobre su pueblo y su familia. José y su esposa embarazada tuvieron que recorrer 112 km en condiciones precarias, por lo que seguramente su ánimo no estaba muy en alto al recordar su carácter de súbditos de un poder superior, que competía, en la subjetividad religiosa judía, con el poder divino, único poder supremo y absoluto.
El poder romano ignoraba estas minucias teológicas y sólo deseaba garantizar sus ingresos para seguir desplegando sus proyectos de dominación. Sólo eso. El cumplimiento del tiempo del parto tomó por sorpresa a los peregrinos y tuvieron que enfrentar el problema en un ambiente hostil, diferente. La angustia de José para encontrar el mejor lugar trasluce el conflicto microscópico contrapuesto a la voluntad del poderoso que, a control remoto, domina sobre toda la tierra. El pesebre, más allá de todo romanticismo, es un espacio vulgar, lleno de malos olores y vecino de muy buenas compañías.[1] Más contrastes: los pastores confrontados con la esfera angelical rescatarán y proyectarán una fe perdida que los acercará, de manera inesperada a esa pareja que recibe a su primogénito y a visitas inesperadas. El pueblo pobre se reúne alrededor de una esperanza renovada. A diferencia de Lucas, su relato no recurre al recuerdo de las profecías, sino que lleva de la mano a los lectores por el camino de un proyecto de fe que debe remontarse por encima de los obstáculos puestos por el entorno y por ello el cántico angelical es toda una respuesta al mismo, con hondo contenido político y espiritual al mismo tiempo. La proclamación de la gloria de Dios en las verdaderas alturas, la afirmación de la auténtica paz y la posibilidad de que la buena voluntad humana se haga realidad en el mundo forman un conglomerado potencialmente liberador para todo aquél que esté dispuesto a escucharlo. La fuerza de dicho cántico está en su capacidad para evocar y producir esperanzas para desparramarlas en medio del pueblo. Ahora quienes escucharon semejante alabanza tendrían nuevas fuerzas para seguir la lucha cotidiana y al dirigir sus pasos hacia Belén, en una suerte de re-conexión con la situación difícil, pero con otra mirada.
Dios asumió la condición humana con todos sus riesgos y se expuso a los peligros propios de la misma con una voluntad férrea para experimentar genuinamente la humanidad. Desde una lectura de clase social, la Navidad representa el abajamiento de Dios para compartir el porvenir de los ninguneados, de aquellos que casi permanentemente están condenados a ser el piso de la pirámide social. Como escribió hace muchos años Juanleandro Garza:
La Navidad señala una etapa en el eterno peregrinaje de nuestro Dios.
Es el Dios uno que viaja en tres personas que hace surgir al universo al ritmo de Su paso y de Su voz y se regocija al ver la obra de Sus manos.
Este es nuestro Dios quien parte de Caos-cero, pasa revista a Su flamante universo, escoge precisamente este sistema solar, apunta al planeta tierra y se aloja por anticipado en el inquieto y vagabundo espíritu humano.
Se trata de Dios, quien vino en Navidad y se aposentó en esta elusiva carne nuestra y en Jesucristo caminó, trabajó, sudó, lloró, rió, pagó impuestos, fue perseguido, calumniado, maltratado y encarcelado hasta morir en el patíbulo infamante como los peregrinos y reformados de antaño y los refugiados y “mojados” de hoy.
Lo llamamos nuestro porque llamó hermanos y hermanas a “los pequeñitos”
los ninguneados
los harapientos, hambrientos,
sedientos, enfermos y presos,
los repulsivos, rechazados,
desamparados e ilegalizados,
los que no son como nosotros.
Nuestro Dios
Dios verdadero y único
Dios que nace en su propia creación
el Eterno Peregrino
que siempre está llamándonos
a ser peregrinos, no turistas
militantes, no espectadores
efectivos, no populares
administradores, no patrones,
a viajar por fe, no por vista,
a seguir Sus pisadas.[2]
2. Celebrar íntimamente la humanidad de Dios: la Navidad hacia adentro
En un sentido, Jesús no es como nosotros, en su carácter de persona radicalmente solidaria con todos los seres humanos, sin importar su condición, pero a partir de un abajamiento que nos resulta incomprensible. Por ello, al recordar y celebrar la Navidad de hoy, con tanta carga propagandística, tendríamos que hacerle caso a las palabras de Hebreos 1, cuando dice que Dios, en Cristo, ha hablado de una manera completamente distinta y nueva: desde el anonadamiento absoluto, algo impensable para su soberanía de amo y señor del Universo, puesto al que renuncia para volver a obtener la supremacía. La dinámica divina es completamente contraria a la que rige en el mundo actual: nadie desea hacerse menos, ceder un ápice, así sea para recuperar después los privilegios. En nuestro caso, como clasemedieros aposentados en una posición a la que no nos gustaría renunciar bajo ningún concepto, el abajamiento de Dios es una lección de vida que choca con los valores e intereses que hemos incorporado a nuestra mentalidad, de ahí que constituya un particular esfuerzo espiritual, ideológico y cultural tratar de entender y participar de dicha dinámica de entrega y renuncia. La lectura de Hebreos 1.3 desde esta óptica sería muy sencilla: el Hijo de Dios se humilló para regresar a las esferas del poder. Jesús probó el sabor del polvo de la pobreza y la humildad para ser recompensado con el trono de Dios nuevamente.
Por ello, la espiritualidad navideña que brota de este esfuerzo debe atravesar hoy una profunda autocrítica de los hábitos celebratorios que desnudan, literalmente, el balance o desbalance que existe entre el festejo individual y colectivo. Esta correspondencia entre la fe y el relato navideño es esbozada por Karl Rahner, uno de los grandes teólogos del siglo XX, a contracorriente del jolgorio social:
Cuando —como cristiano— tan sólo se “piensa” en la doctrina de la encarnaci´`on del verbo (aun con esplédida voluntad y queriendo creer) no por eso está ya entre nosotros la Navidad cristiana. Pero ¿qué más podemos hacer? […]
Ten el valor de estar solo. Sólo si lo consigues realmente, sólo si lo llegas a saber hacer cristianamente, podrás también abrigar la esperanza de regalar un corazón navideño […] a aquellos a quienes te esfuerzas por amar. […] Este es el regalo que debes poner bajo el árbol de Navidad, y de lo contrario serán los demás regalos sólo gastos inútiles que también pueden hacerse en otras épocas del año. […]
El mensaje del nacimiento del Señor quedaría exterior si fuera dicho para el oído y en conceptos, pero no hubiera entrado y no hubiera sido celebrado en el corazón. La experiencia de dentro y el mensaje de fuera se encuentran el uno con la otra, y cuando el uno en la otra se entiende, acontece la celebración de la Navidad, porque la fe viene del oír y de la gracia que brota de la íntima médula del corazón.[…][3]
Celebrar la Navidad hacia dentro y hacia fuera es como acunar al propio Dios en su debilidad más extrema y atreverse a pensar en la posibilidad de acompañarlo en su abajamiento, un proceso de negación del poder y la gloria, para tratar de entender la forma en que Dios ha amado a la humanidad, al grado de haberse despojado voluntariamente de su magnificencia para probar lo humano en todas sus dimensiones y posibilidades. La Navidad es, así, un empeño por humanizarse como Dios lo hizo primero.
*Cervantes-Ortiz es escritor, médico, teólogo y poeta mexicano
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[1] Cf. Carlos Martínez García, “La Navidad, según Lucas”, en La Jornada, 20 de diciembre de 2006, www.jornada.unam.mx/2006/12/20/index.php?section=opinion&article=022a2pol
[2] J. Garza, “Dios peregrino y del peregrino”, en El Faro, año 99 bis, noviembre-diciembre de 1984, p. 21.
[3] K. Rahner, “Sobre la teología de la celebración de la Navidad”, en Escritos de teología. Tomo III. 3ª ed. Madrid, Taurus, 1968, pp. 35, 39.
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