La edición semanal en castellano del L´OSSERVATORE ROMANO, portavoz del Vaticano, insertaba en el número correspondiente al 22 de enero último dos largos artículos sobre ecumenismo. Uno del secretario pontificio para la unidad de los cristianos, el obispo Brian Farrell, en entrevista de Marta Lago, y otro del propio Papa Benedicto XVI. Ambos artículos tratan del ecumenismo con mentalidad católica, con arraigados criterios católicos, con propósitos católicos. Cuando Farrell se lamenta de que dos mil millones de cristianos vivan desunidos está diciendo poco más o menos que todos los cristianos no católicos deberíamos ir cogidos de la mano a Roma y postrarnos de rodillas ante el Papa en la gran explanada del Vaticano. ¿Exageración? ¿Malinterpretación? ¿Deformación de la realidad?
Siga leyendo, por favor.
Al Papa Juan XXIII se le llamó el Papa del ecumenismo. Fue él quien mandó sustituir el vocablo “herejes” por la suavizada expresión “hermanos separados”. Pues bien, este papa ecuménico escribió las siguientes cosas en un motu proprio el 5 de junio de 1959 al tratar de la convocatoria del Concilio Vaticano II: “De nuevo se encenderá la llama de la esperanza en todos aquellos que llevando el glorioso nombre de cristianos viven separados de esta sede apostólica, y, tal vez, al escuchar la voz del divino pastor, se aproximen a la única Iglesia de Cristo”. La católica, claro. Más claro, agua.
Cuando el Papa Juan Pablo II llegó a El Salvador en febrero de 1993, el arzobispo de San Salvador, Fernando Sáenz, lo recibió con estas palabras: “Hay que pedir a todos los que se han separado del romano pontífice que regresen a él. Ahora hay muchos que se dicen cristianos. Eso es un escándalo para el mundo, cuando Jesucristo fundó una sola Iglesia”. Repetimos: la católica, claro. Juan Pablo II, presente y oyente aprobó y aplaudió.
El programa de la Semana de Oración para la Unidad de los Cristianos preparado por los obispos españoles en enero de 1996 contenía esta declaración: “San Pedro murió en Roma, pasando su primacía, que habría de permanecer en el gobierno de la Iglesia, a sus sucesores, los obispos de Roma. Por tanto la unidad de los hombres y los cristianos en la Iglesia de Cristo implica la comunión de todos entre sí y con el Romano Pontífice, sucesor de San Pedro, vicario de Cristo”. ¿Se entiende lo que dice y lo que quiere decir la cúpula de la Iglesia católica referente al ecumenismo?
Pues Roma no ha cedido un ápice en sus intenciones y pretensiones.
Estas son palabras de ayer mismo pronunciadas por el secretario pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, obispo Brian Farrell, en la entrevista ya mencionada concedida a la periodista Marta Lago: “La Iglesia católica tiene una responsabilidad particular, no sólo porque es la más numerosa, sino porque en el centro del ministerio y del testimonio del Sucesor de Pedro está la búsqueda de la unidad”.
En el artículo ya citado publicado en el L´OSSERVATORE ROMANO el pasado 22 de enero, el Papa actual recordaba esta afirmación del Concilio Vaticano II: “El santo propósito de reconciliar a todos los cristianos en la unidad de la única Iglesia de Cristo excede las fuerzas humanas”.
El Vaticano siempre ha entendido el ecumenismo desde una perspectiva histórica. Para la Iglesia católica, los protestantes se separaron de ella en el siglo XVI y a ella han de volver. Para la mentalidad protestante el problema tiene dimensiones espirituales y teológicas. La que hoy se autodenomina Iglesia católica se ha separado de los principios doctrinales del Nuevo Testamento y a ellos ha de volver. El Vaticano quiere que los protestantes regresemos al siglo XVI. Nosotros queremos que los católicos retrocedan al primer siglo. Allí, sí, allí, en Cristo, es posible el abrazo y la unidad.
Mientras tanto, todo quedará en palabras huecas. En la página 15 del L´OSSERVATORE ROMANO varias veces citado en este editorial, se imprime una fotografía de Benedicto XVI ante una estatua de mujer, con esta leyenda: “El Papa bendice la estatua de santa Rafaela del Sagrado corazón”. Eso es lo que pretende el Vaticano: que todos los protestantes peregrinemos a la basílica vaticana, donde se encuentra la imagen y nos arrodillemos ante la estatua de santa Rafaela.
J. A. Monroy es escritor y conferenciante internacional.
Fuente: © J.A. Monroy, ProtestanteDigital.com (España, 2010).
Siga leyendo, por favor.
Al Papa Juan XXIII se le llamó el Papa del ecumenismo. Fue él quien mandó sustituir el vocablo “herejes” por la suavizada expresión “hermanos separados”. Pues bien, este papa ecuménico escribió las siguientes cosas en un motu proprio el 5 de junio de 1959 al tratar de la convocatoria del Concilio Vaticano II: “De nuevo se encenderá la llama de la esperanza en todos aquellos que llevando el glorioso nombre de cristianos viven separados de esta sede apostólica, y, tal vez, al escuchar la voz del divino pastor, se aproximen a la única Iglesia de Cristo”. La católica, claro. Más claro, agua.
Cuando el Papa Juan Pablo II llegó a El Salvador en febrero de 1993, el arzobispo de San Salvador, Fernando Sáenz, lo recibió con estas palabras: “Hay que pedir a todos los que se han separado del romano pontífice que regresen a él. Ahora hay muchos que se dicen cristianos. Eso es un escándalo para el mundo, cuando Jesucristo fundó una sola Iglesia”. Repetimos: la católica, claro. Juan Pablo II, presente y oyente aprobó y aplaudió.
El programa de la Semana de Oración para la Unidad de los Cristianos preparado por los obispos españoles en enero de 1996 contenía esta declaración: “San Pedro murió en Roma, pasando su primacía, que habría de permanecer en el gobierno de la Iglesia, a sus sucesores, los obispos de Roma. Por tanto la unidad de los hombres y los cristianos en la Iglesia de Cristo implica la comunión de todos entre sí y con el Romano Pontífice, sucesor de San Pedro, vicario de Cristo”. ¿Se entiende lo que dice y lo que quiere decir la cúpula de la Iglesia católica referente al ecumenismo?
Pues Roma no ha cedido un ápice en sus intenciones y pretensiones.
Estas son palabras de ayer mismo pronunciadas por el secretario pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, obispo Brian Farrell, en la entrevista ya mencionada concedida a la periodista Marta Lago: “La Iglesia católica tiene una responsabilidad particular, no sólo porque es la más numerosa, sino porque en el centro del ministerio y del testimonio del Sucesor de Pedro está la búsqueda de la unidad”.
En el artículo ya citado publicado en el L´OSSERVATORE ROMANO el pasado 22 de enero, el Papa actual recordaba esta afirmación del Concilio Vaticano II: “El santo propósito de reconciliar a todos los cristianos en la unidad de la única Iglesia de Cristo excede las fuerzas humanas”.
El Vaticano siempre ha entendido el ecumenismo desde una perspectiva histórica. Para la Iglesia católica, los protestantes se separaron de ella en el siglo XVI y a ella han de volver. Para la mentalidad protestante el problema tiene dimensiones espirituales y teológicas. La que hoy se autodenomina Iglesia católica se ha separado de los principios doctrinales del Nuevo Testamento y a ellos ha de volver. El Vaticano quiere que los protestantes regresemos al siglo XVI. Nosotros queremos que los católicos retrocedan al primer siglo. Allí, sí, allí, en Cristo, es posible el abrazo y la unidad.
Mientras tanto, todo quedará en palabras huecas. En la página 15 del L´OSSERVATORE ROMANO varias veces citado en este editorial, se imprime una fotografía de Benedicto XVI ante una estatua de mujer, con esta leyenda: “El Papa bendice la estatua de santa Rafaela del Sagrado corazón”. Eso es lo que pretende el Vaticano: que todos los protestantes peregrinemos a la basílica vaticana, donde se encuentra la imagen y nos arrodillemos ante la estatua de santa Rafaela.
J. A. Monroy es escritor y conferenciante internacional.
Fuente: © J.A. Monroy, ProtestanteDigital.com (España, 2010).
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