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viernes, 5 de noviembre de 2010

Estadísticas de católicos y evangélicos

Por Hilario Wynarczyk (*) Argentina.

Datos de una firma encuestadora

El domingo 24 de octubre, la sección “Enfoques” de La Nación publicó algunos datos sobre creencias religiosas en la Argentina, provenientes de la consultora Poliarquía, que en septiembre realizó una encuesta a pedido del diario. Lorena Oliva, autora de la nota, la tituló “Los argentinos y la fe - religiosos en lo privado, laicos en lo público”.
A partir de esos datos me propongo trasmitir un análisis “muy personal” y orientado en la segunda parte hacia la sociología de las iglesias evangélicas en la Argentina, que son el tema en el cual me especializo. Enfatizo el carácter “personal” del análisis porque necesitaré trabajar con inferencias de datos aproximados, toda vez que no contamos con informaciones fehacientes y científicamente recolectadas en el terreno, que nos iluminen con mayor precisión la constitución estadística de las religiones en la Argentina. Para compensar este déficit resta la opción de juntar, como si fueran mosaicos o piezas de un rompecabezas, todos los datos disponibles e identificar los puntos donde convergen.
Estadísticas católicas y la punta del iceber
Sin dudas es imprescindible comenzar el análisis desde el territorio católico, porque en esta nación la Iglesia Católica Romana (ICR) tiene la mayor cantidad de fieles y un valor agregado que supo conseguir (hoy desafiado pero innegable) por medio de su activismo en diversas esferas de la sociedad.
El primer dato llamativo, es que el 46 % de los encuestados, según las informaciones de Poliarquía, se considera a sí mismo católico no practicante. Luego un 31 % se considera practicante, una respuesta subjetiva que explica poco lo concreto. Otros datos muestran que las personas de concurrencia frecuente a la ICR están en el orden del 26 %. Sin embargo, informaciones que manejo desde hace varios años atrás, provenientes de la experiencia de uno o dos miembros del clero, indicarían que el público católico practicante podría estar en la franja del 5 al 10 % de la población del país.
En cualquiera de las variantes imaginables con esas cantidades la pregunta es si podemos inferir acaso que los templos católicos están vacíos. Absolutamente no. La experiencia concreta de visitar templos indica que en horarios de misa, tanto de barrios de clase media alta y alta, como de clase media y sectores populares, las celebraciones litúrgicas cuentan con muchos fieles. Los jóvenes, parados y sentados inclusive en las gradas exteriores, suelen formar un segmento numeroso.
Además de la liturgia, en la ICR existe una notable oferta de servicios de contención psicológica, social y médica atendidos por laicos, llamativamente parecidos a los de los grupos evangélicos. En la Iglesia de San Nicolás, por ejemplo, cuyo público pertenece a sectores medios altos y altos, en la Avenida Santa Fe entre Talcahuano y Uruguay de la Ciudad de Buenos Aires, curas jóvenes ejecutan prácticas que parecen similares a la imposición de manos de los pentecostales, en la vereda frente a la iglesia, en determinadas fechas del año. Pero, no hay dudas, la población católica practicante es una minoría y el dato incuestionable se torna más significativo al considerar las notables disonancias que los números revelan, entre las pertenencias nominales y las prácticas. Por este camino la brecha estadística se transforma en algo así como la punta de un iceberg de problemas que parecen vincularse con la posición actual de la autoridad de la ICR frente a la cultura y el Estado.
En primer término y en el orden de la cultura, se trata de la disociación existente entre el dogma oficial que proviene del “Magisterio de la Iglesia” (donde supuestamente se encontraría el ancla de la verdad objetiva y los “valores esenciales”), y las creencias acerca de moral sexual y temas de bioética sustentadas por el público que concurre a las misas y en los santuarios busca soluciones concretas para problemas concretos a partir de un poder sobrenatural verdaderamente activo, que parece que demanda promesas pero no necesariamente compromisos con el dogma.
En segundo término es evidente la pérdida de influencia de las autoridades de la ICR sobre el Estado, y a través de éste sobre las instituciones de la sociedad y la cultura. Si existe, como parece, una tendencia hacia el mantenimiento de un estatus hegemónico, el público no da señales de que eso le interese. La encuesta de Poliarquía, según el relato de Lorena Oliva, pone de manifiesto que solamente el 12 % de la muestra consultada está a favor de que el Estado brinde asistencia económica a la ICR (una práctica sustentada en buena medida sobre el artículo segundo de la Constitución). El 42 % rechaza la idea de que el Estado asista con dinero a las religiones. Inversamente, un significativo 41% piensa que el Estado debería ayudar a todas las religiones. Al mismo tiempo, un alto porcentaje está de acuerdo, aunque en diferentes grados de acuerdo, con la idea de que las autoridades religiosas no deberían intentar influir en lo que la gente vota en las elecciones (78%) ni en las decisiones de gobierno (77%).
Estadísticas de evangélicos
Los números de Poliarquía muestran que los evangélicos son el 9 % de la muestra encuestada. Si esa muestra es proyectable al universo nacional, significa que casi el 10 % de los habitantes del país son evangélicos. A su vez los datos de Poliarquía indican que hay un 1 % de adventistas y otro 1 % de Testigos de Jehová.
Estas informaciones convergen con otras que permiten sostener dos hipótesis, una de mínima y otra de máxima, sobre la presencia de evangélicos en la sociedad argentina. La hipótesis de mínima es que los evangélicos abarcan el 10 % de la población, unos 4.000.000 de personas. Pero existen grupos que podríamos llamar de “para-evangélicos” porque a rigor no están en comunión con las federaciones de iglesias evangélicas. En este punto nos referimos, precisamente, a los mencionados adventistas y Testigos de Jehová, pero también a los mormones y la iglesia conocida como IURD, Iglesia Universal del Reino de Dios. Entonces, si a estas agrupaciones también las tomamos en cuenta, ciertamente la hipótesis de máxima puede situarse en el orden del 13 %. Pensemos por ejemplo que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (los mormones son muy prolijos en este aspecto), suma 387.000 miembros distribuidos en todas las provincias del país: algo así como el 1 % de la población de la Argentina. Ahora bien, lo que reviste de importancia esos datos es la asidua asistencia de los integrantes de esas iglesias evangélicas y “para-evangélicas” a sus cultos y otras actividades asociadas.
Pero todavía así, las cifras básicas hablan poco. Es importante colocarlas en perspectiva con otras variables. La más importante es la social y territorial en la medida en que en la Argentina la población se distribuye por niveles socioeconómicos decrecientes desde el centro a la periferia de los núcleos urbanos. Al combinar datos provenientes de estudios propios y ajenos (de los ajenos, el principal fue uno desarrollado por el sociólogo Juan Esquivel con otros colegas en Quilmes), me parece correcto sostener que la población evangélica en barrios de clase media y media alta de la Ciudad de Buenos Aires se encuentra por debajo del 4 % pero al retirarnos hacia el Conurbano Bonaerense, las cifras suben al 20 % y posiblemente lo superan. Podemos suponer que este efecto se debe a la presencia pentecostal, que se desenvuelve “a través de líneas de clase” (y posiblemente constituye algo así como el 60 % de los evangélicos).
Complementariamente, las inscripciones de iglesias en el Registro Nacional de Cultos no católicos revelan el activismo institucional de los evangélicos en la búsqueda de un reconocimiento por parte del Estado, que favorece en cambio a la ICR de acuerdo con el segundo artículo de la Constitución Nacional (y el 33 del código civil, la Ley de Culto, y el Concordato de 1966 entre la República Argentina y el Estado Vaticano, que vino a desplazar la tradición de Patronato del Estado que lo precedía).
Las informaciones del año 2009 enseñan que había entonces 3082 registros de los cuales correspondía a iglesias evangélicas el 71 %. La magnitud debe comprenderse a partir del hecho de que las iglesias evangélicas, y sobre todo las más populares, son muy fragmentarias, en abierto contraste con la unidad piramidal de la organización católica. Luego, hay un heterogéneo conjunto que en números redondos es de 29 puntos porcentuales, donde tienen su espacio, además de otros, también los espiritistas y los cultos ligados a las tradiciones afroamericanas.
La distribución territorial de los registros de cultos no católicos en el 2009, presenta dos principales concentraciones, respectivamente, en la Capital Federal (16 %) y en la Provincia de Buenos Aires (52 %). El segundo dato permite suponer (no cuento con una medición exacta) que los registros son mayormente de iglesias del Conurbano Bonaerense. Este anillo de ciudades es un espacio de indicadores de pobreza exacerbados, a la vez que la sede de gran parte de la actividad industrial de la República Argentina y un área fundamental del voto peronista. En fin, aquí se encuentra el 68 % de los registros de cultos no católicos, con predominio de las entidades evangélicas. Inversamente, hacia el interior de la Argentina el porcentaje promedio de registros de cultos no católicos es del 4 % por provincia. Las mayores concentraciones se encuentran en las provincias de Córdoba (6 %), Santa Fe (5 %) y Chaco y Mendoza (3 % en cada caso). El fenómeno de la distribución territorial de estas inscripciones presenta cierta analogía con la distribución poblacional del país. Los habitantes de la Argentina se encuentran mayormente concentrados en la Capital Federal (el censo del 2001 indica un 8 %), el Conurbano Bonaerense (24 %) y la megalópolis que ambos forman (32 %).
Católicos, evangélicos y estructura social
Para finalizar, volvamos a hablar de los dos campos religiosos, el católico y el evangélico. Los datos que uso coinciden con la perspectiva muy interesante del sociólogo chileno Arturo Chacón. Imaginemos una varilla que representa la población. Si la dividimos en diez niveles socioeconómicos (cada nivel es un decil, con un 10 % de la población), podemos observar (sostiene Chacón y a mi vez coincido) que los dos o tres deciles superiores son algo así como zonas sedimentarias, donde la ICR tiene una presencia consolidada, que tal vez no obsta para que, alojadas en el pensamiento de personas con asiduas prácticas católicas, puedan coexistir algunas creencias de otra clase (“energías” de tipo esotérico, por ejemplo).
Posteriormente, cuando bajamos desde los deciles 6 ó 7 hasta el final de la columna de ingresos, nos encontramos con el espacio donde la competición religiosa se torna más evidente. Dado que todos tenemos ciertos prejuicios asentados y compartidos (pensamos en buena medida con “pensamientos pensados”), a partir de esos esquemas podemos suponer que se trata de la competición planteada por el proselitismo evangélico. En realidad dentro del propio campo católico existe una fragmentación de ofertas y opciones, que a rigor no es nueva, de santería, movimientos internos dotados de cierto grado de autonomía, celebraciones del movimiento carismático y curas sanadores (estas son mis impresiones, toda vez que no me especializo en el catolicismo).+ (PE)

(*) Doctor en sociología. Autor de “Ciudadanos de dos mundos. El movimiento evangélico en la vida pública argentina 2980-2001” (Buenos Aires, UNSAM EDITA, Sello editorial de la Universidad Nacional de San Martín, 2009). Profesor de metodología y taller de tesis de la Universidad Nacional de San Martín.

Publicado por Editor de Contenidos de Cristianet.

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