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sábado, 20 de noviembre de 2010

VIDA PLENA Y DONES DE DIOS (PARA EL SERVICIO)

Por. Leopoldo Cervantes-Ortiz, DEF, México.

1. La vida plena produce una ética de acompañamiento y servicio

Muchas veces, cuando se habla de la novedad y la plenitud de vida ofrecida y producida por la obra redentora de Jesús, se deja de lado la importancia de la dignidad de la misma y, peor aún, de la manera en que esta nueva forma de existencia en el mundo dispone y capacita para el acompañamiento ético de todas las causas humanas. Muchas de las luchas y esfuerzos que hoy se aprecian en espacios sociales y políticos tienen su antecedente o, al menos, su enunciación básica, en diversos postulados bíblicos y doctrinales que, vistos sólo desde una óptica religiosa, han perdido su capacidad de movilización en el camino de la participación cristiana en los procesos de dignificación y emancipación humana. Dicho en otras palabras, parecería que las iglesias se quedan un tanto escasas o mudas a la hora de encontrar en los recursos de la fe las pistas para desarrollar acciones encaminadas hacia la dignificación de las personas en todos los ámbitos. Un ejemplo dramático y actual sería lo sucedido recientemente en Finlandia, un país nórdico con extraordinario avance social y cultural, en cuya iglesia predominante algunos de sus clérigos varones no se han visto libres de la necesidad de que el Estado intente “corregir” jurídicamente sus posiciones sobre la dignidad de sus pares mujeres.[1]
Y es que acaso se dejan de advertir los alcances de la novedad, plenitud y dignidad de la vida hacia la cual llama Dios a los seres humanos. En el pensamiento paulino, la renovación de la existencia no permite que queden áreas en donde no se perciban los alcances de este impacto vital producido por la redención. Para él, la vida nueva conduce a formas de nueva obediencia en el plano del comportamiento ético. En Ro 5.18 explica que “la justicia de Dios revelada en Cristo es una ‘justificación que resulta en vida’”.[2] Además, participar de esta vida nueva (kainé) es sumarse al proyecto divino de renovación de toda la creación (II Co 5.17), una obra del Espíritu que ha penetrado ya en la historia y busca su consumación final. La nueva vida en Cristo es histórica y escatológica: “En su calidad de Espíritu de Cristo, el Espíritu Santo es el Espíritu del nuevo eón, y todo lo que él renueva, cambia o crea nuevamente es nuevo y diferente por pertenecer a esta “novedad” escatológica. Indudablemente, todo esto se realiza y tiene aplicación en el hombre individual, y el significado del hombre nuevo se explica más detenidamente con diversos conceptos y categorías antropológicas”.[3]
La ética de acompañamiento y servicio que va a proponer al apóstol se fundamenta en esta obra del Espíritu, pero debe alcanzar formas creativas, comunitarias e individuales que hagan visible la novedad de vida en el mundo. Y el centro de esta nueva forma de existencia es la presencia inexcusable del prójimo: “El prójimo es la cuestión de Dios formulada de modo visible y a la que hay que responder de forma visible. La respuesta del agraciado, del vuelto en amor al Insondable, es, como analogía visible de su propia elección, con probabilidad casi ilimitada, ágape como amor a los hombres”.[4] No se trata de ninguna fórmula, teoría o doctrina inaplicable: es responsabilidad de la Iglesia hallar la manera en que esta actividad espiritual se lleve a cabo, pues no tiene ninguna posibilidad de repetir, cínicamente, la pregunta de Caín ante la exigencia divina: “¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?” (Gn 4.9b).
2. Los dones de Dios, equipamiento para el servicio
A la exhortación paulina sobre la transformación del entendimiento en Ro 12.1-2, le sigue una cadena de recomendaciones que enlazan la relación entre la novedad de una vida digna y plena, y la necesidad de asumir la existencia cristiana mediante la sana comprensión de los dones recibidos de Dios como parte del “cuerpo en Cristo” (v. 5). El punto de partida es “la medida de la fe” que Dios ha repartido a cada quien. La metáfora del cuerpo para referirse a la comunidad hace justicia al estilo didáctico del apóstol, quien profundiza más en esta comparación en sus cartas a los Corintios, aunque ya desde aquí sugiere que la Iglesia es “el cuerpo de Cristo en el mundo”. Por ello, al referirse a los dones (charismata, v. 6) los coloca, simbólicamente, en el marco de esa metáfora corporal para subrayar su complementariedad y negar cualquier forma de superioridad (v. 3).
Las listas o catálogos de dones divinos o frutos del Espíritu, en el Nuevo Testamento (Gál 5, I Co 12, Ef 4), nunca buscan ser exhaustivas o limitadas, pues más bien son una referencia a la manera en que Dios ha querido equipar a su Iglesia para el servicio al mundo. Podría decirse que el otorgamiento de dones (o capacidades) para la misión cristiana en el mundo es la respuesta de Dios a las necesidades de éste, algo así como “las manos de Dios” para aplicarse a las situaciones humanas concretas. En ese sentido, la premisa que complementa esta variedad de dones (profecía: palabra actual; servicio directo; enseñanza o teología; exhortación pastoral; compartir solidariamente; presidir, el gobierno eclesiástico-político; practicar la misericordia; vv. 6-7).
La premisa básica es que el amor no sea fingido. Aquí la cadena exhortativa (vv. 9ss) es sumamente realista: primero, previene hacia una actitud falsa, artificial, prefabricada; segundo, establece barreras claras entre el bien y el mal, ante las ambigüedades de conveniencia en el plano social; tercero, subraya la preeminencia del amor fraternal y el respeto mutuo (honra). A partir de todo esto, la diligencia, el gozo, la constancia y la solidaridad (vv. 11-13) va conformando la imagen de una comunidad verdaderamente alternativa en el mundo lleno de egoísmo y aislamiento. La actitud predominante sugerida por el apóstol Pablo es la vigilancia solidaria del propio comportamiento, pues a cada paso en su exhortación aparece el elemento negativo que desea superarse mediante una práctica consecuente del mandato divino acerca del amor. A manera de ejemplo, Barth tiene unas palabras muy pertinentes acerca del respeto mutuo de la personalidad (“¡Rivalizad en la estima mutua!”):
En el marco de la “figura de este mundo” conocemos la estima mutua sólo como aquel quitarse el sombrero y como aquel cumplido en lo que cada uno piensa de manera encubierta en sí mismo. El ethos está en el respeto que tenemos a los otros sólo en la medida en que es respeto incondicional, no basado en la reciprocidad, sino en el rivalizar en la estima mutua. Porque sólo entonces significa él (…) el respeto que debemos a Dios. Aprender a considerar qué significa respeto es el único camino para llegar a respetar la santidad del hombre. Sin ese respeto, la sociedad es una jaula de grillos.[5]
>Este esquema ético es un modelo de actuación cristiana en el mundo para destacar, de manera práctica, lo que significa la nueva vida, plena y digna.

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[1] Pablo J. Ginés, “La justicia civil en Finlandia ya multa a los clérigos que no aceptan al clero femenino”, en Religión en Libertad, www.religionenlibertad.com/articulo.asp?idarticulo=12098.
[2] Herman Ridderbos, El pensamiento del apóstol Pablo. Grand Rapids, Desafío, 2000, p. 267.
[3] Ibid., p. 268.
[4] K. Barth, Carta a los Romanos. Madrid, BAC, 1999, p. 526.
[5] Ibid., p. 529.

Fuente: enviado por Leopoldo Cervantes - Ortiz

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