Por: William D. Lawrence
Estimado(a) amigos (as):
Como pastores, seguimos el ejemplo de Cristo y ministramos como Él lo hizo. Desde luego, es Él quien hace el ministerio a través de nosotros, cuando permanecemos en Él (15:1-11). En Juan 13:12-17, Jesús hace tres cosas mientras nos ordena y motiva para dirigir como Él lo hace.
Primero, Él arma su identidad y establece su autoridad (13:12-13). Él comienza con una pregunta. “¿Sabéis lo que os he hecho?” Él les plantea esta pregunta con el fin de hacerlos pensar mientras les expone su punto. Ustedes reconocen mi autoridad sobre ustedes al llamarme Maestro y Señor, y hacen bien, porque eso es lo que soy. Yo soy su Maestro y su Señor y tengo verdadera autoridad sobre ustedes.
Batallamos para entender la naturaleza de nuestra autoridad como líderes siervos. Con frecuencia, los pastores tienen miedo de asumir la autoridad, por temor a volverse arrogantes o presuntuosos; sin embargo los piadosos líderes siervos en la Biblia no tenían este temor. Jesús no tenía problemas con esto – Él declaró su autoridad sin dudar o vacilar. Pablo no expresó dudas acerca de su autoridad apostólica, cuando en 2 Corintios la aseguró con gran energía y emoción. Lo mismo sucede en Gálatas donde él trata la esencia del evangelio y asegura su autoridad para de?nir la verdad. Pablo también exhortó a Timoteo a ejercer autoridad en las Epístolas Pastorales cuando él le dijo que determinara que mujeres merecían el apoyo de la iglesia (1 Timoteo 5:3-16), y cómo debía reprender a un anciano (5:19-20).
Los líderes siervos tienen autoridad, pero la autoridad no proviene de ellos mismos. La autoridad viene de Cristo, no debido a nuestra posición, sino a través de nuestra sujeción a Él. Nuestra autoridad resulta de nuestra semejanza a Cristo, y ganamos autoridad conforme nos volvemos como Él. Si no logramos ganar y ejercer la autoridad de siervo, enfrentaremos nuestra responsabilidad ante nuestro Maestro y Señor, quien nos ha ordenado ministrar a su manera, y Él lo hizo con autoridad.
Segundo, Él se arma como nuestro ejemplo, y nos dice que nos lavemos los pies unos a otros, así como Él lavó los nuestros. Sus palabras son simples y claras. “Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis.” (Juan 13:14-15). Este mandato describe un deber, una obligación ética que debemos cumplir. Ciertamente no somos mejor que Cristo; si Él lavó pies, ¿podemos esperar hacer menos que eso? Este es el núcleo del liderazgo de servicio.
Finalmente, Jesús concedió una bendición especial para aquellos que obedecieran este mandato (13:17). Todas las órdenes son dadas para obedecerse, pero este mandamiento conlleva una bendición especial. ¿Qué puede ser más difícil que humillarnos ante nuestros semejantes y les sirvamos de la manera que queremos ser servidos? Tenemos pensamientos como, “Yo debía estar haciendo esto, en vez de ayudarlo a hacerlo. De cualquier manera yo soy mejor que él en esto.” O “¿Cómo es que llegó hasta donde está? Yo era mejor estudiante que él en el seminario.” Los pensamientos competitivos nublan nuestro pensamiento, desactivan nuestras rodillas, y paralizan nuestras manos. No queremos lavarnos los pies unos a otros. Dejamos el recipiente vacío, la toalla colgada en la pared. “Gustosamente lavaríamos los pies de nuestro Divino Señor; pero desconcertantemente, Él insiste en lavar los nuestros, y nos manda lavar los pies de nuestro vecino.” Sin embargo, hay una bendición en esto; es la bendición de obedecer a Jesús, de crecer más a su semejanza, de obtener la libertad sobre nuestro orgullo y temores, la bendición de hacer una diferencia en las vidas de aquellos a quienes servimos.
¿Cómo obtienes esta bendición? ¿Qué fue lo que hizo Jesús que debemos hacer nosotros? ¿Se ha humillado a sí mismo? Absolutamente. Él dejó su trono, su poder, y su gloria para convertirse en el más humilde entre los humildes (Filipenses 2:5-11) ¿Qué más podía hacer para humillarse a sí mismo? Él tomó la forma de un esclavo, sujetándose a su Padre aún a costa de su propia vida (Mateo 26:36-45). ¿Cuán más esclavizado pudo haber estado Él? ¿Cómo podemos seguir su ejemplo? ¿Humillándonos y esclavizándonos unos ante otros por amor a Cristo? Absolutamente (Filipenses 2:1-4). ¿Qué significa esto? Significa participar con otros al nivel más profundo de sus necesidades, el nivel de la purificación de sus almas, ya sea para salvación o santificación. El liderazgo de servicio significa que servimos a otros volviéndonos participantes en los enredos que hacen de sus vidas, con el fin de lograr su liberación del pecado para que puedan participar en los propósitos de Cristo para ellos. Esto es vital para nuestra identidad como pastores.
Los líderes siervos no son pasivos. No se hacen a un lado y no permiten que ancianos no confiables y sin preparación tomen decisiones que destruyan a la iglesia. No permiten que la gente pecadora, conflictiva y pequeña echen abajo un ministerio a través de la disensión y falta de armonía. Ellos se unen a la Orden de la Toalla y se agachan para lavar los pies de sus seguidores y decirles que ellos no tienen parte con Cristo a menos que se sometan a la limpieza de sus almas. En otras palabras, los líderes siervos confrontan a los santos soberbios y controladores siempre que sea necesario. Esto no es nada fácil; todo esto es algo sobrenatural. Recientemente escuché acerca de un hombre que tuvo que hacerse a un lado del liderazgo de un ministerio porque no pudo confrontar a quienes necesitaban ser limpiados. Cuando un pastor no puede confrontar, es inevitable que habrá disensiones, división e injusticias entre su personal.
Cuando esto ocurre, hay un desajuste en el liderazgo de servicio. El líder se rehusa a servir limpiando la tierra de los pies de sus seguidores, y más cuando dejan sus huellas de lodo por todo el ministerio, usualmente justo cuando alguien más acaba de limpiar el piso. El que limpió el suelo le grita al que deja sus huellas de lodo sobre el limpio ministerio. Aquel que ensució el piso le responde con gritos al que había limpiado el piso, acusándolo de estar muy tenso o diciéndole que no se meta en su vida ni sea tan estricto. El enojo y resentimiento se salen de control, y la unidad del ministerio se destruye. Jesús no permitió que esto sucediera entre sus discípulos, y el líder que lo hace, a pesar de presentarse como un líder siervo, es de hecho un cobarde pasivo. Él no tiene el valor de confrontar. El corazón del liderazgo de servicio es un valor dependiente, el valor de apoyarse en Cristo para ser su instrumento para limpiar a otros. Los líderes siervos confrontan para limpiar. Esto es lo que Jesús nos está enseñando que hagamos, porque esto es lo que Él hizo, y nosotros debemos hacer lo que Él hizo, por supuesto a través de Él.
Una de las grandes necesidades de la iglesia actual es la del liderazgo de servicio nacido del amor, establecido a través de la seguridad soberana, y hecho de acuerdo a nuestro máximo Ejemplo. Los líderes siervos hacen lo que Jesús hizo –ellos lavan los pies. Pero Él no solo lavó los pies; Él limpió las almas. Nos volvemos líderes siervos cuando Jesús limpia las almas a través de nosotros, haciendo de nuestras manos, sus manos. Esto ocurre cuando somos participantes de los líos que hacen de sus vidas hombres y mujeres; de ahí que el que confrontemos a otros gentil pero firmemente, sea la esencia del liderazgo de servicio. Algunos de ustedes tal vez objeten a todo esto diciendo, “Pero yo no soy Jesús.” Es verdad. Ciertamente no somos Jesús. Sin embargo, la infinita diferencia entre Jesús y nosotros no nos excusa para hacer lo que Él dijo. Él nos dijo que hiciéramos lo que Él hizo. “Eso está bien,” podrían decir, “Yo haré lo que Él hizo. Haré el trabajo humillante. Aspiraré el piso de la iglesia, haré el café, o cubriré el turno de la sala cuna en el Día de las Madres. Haré las cosas insignificantes y humildes que nadie más quiere hacer. Pero no soy Jesús y no puedo limpiar almas.” Todas estas son cosas buenas, pero hacerlas no es la única manera de ser líderes siervos. No somos Jesús y no podemos limpiar almas, pero El sí puede hacerlo a través de nosotros, y esto es exactamente lo que es el liderazgo de servicio.
Si nos rehusamos a corregir a otros con gentileza, paciencia y firmeza como Jesús lo hizo con Pedro, fracasaremos como pastores. Estamos legítimamente temerosos porque sabemos que no somos dignos de la tarea. Estamos ilegítimamente temerosos, porque tenemos miedo de la forma en que otros respondan cuando los enfrentemos, Sin embargo, Cristo nos ha llamado a cumplir con esta tarea. Esto implica que debemos mantener nuestros corazones humildes y las agujetas desatadas, porque siempre debemos estar preparados para lavar los pies. La iglesia actual clama a gritos porque esto se realice. La Palabra de Dios clama porque esto se haga. Toda la Escritura que hace un llamado a la restauración espiritual, clama porque esto sea hecho (Gálatas 6:1). Cada Escritura que hace un llamado a la disciplina de la iglesia clama porque esto se haga (Mateo 18:15-20; 1 Corintios 5:1-3). Toda la Escritura que hace un llamado a la corrección de los falsos maestros, clama porque esto se haga (1 Timoteo 1:3-7). Para nosotros, el negarnos a hacerlo es acobardarnos en los temores de la carne, estando mucho más preocupados por nuestras carreras e imágenes, que por los mandatos de Cristo de ser sus agentes de limpieza. Ciertamente nosotros no hacemos la limpieza; pero somos sus instrumentos, y Él actúa solo cuando nosotros lo hacemos. Esto es lo terrible de nuestra responsabilidad para con aquellos que Dios compró con su propia sangre (Hechos 20:28)
C.K. Barret, en un comentario sobre Juan 13:1-17 declara: “Los apóstoles, los discípulos y sirvientes de Jesús quien es el Maestro y Señor, deben seguir su ejemplo: ellos deben mostrar la misma humildad, deben, de hecho, tomar la cruz y seguir a Jesús. En tanto lo hagan, compartirán su autoridad... . . la iglesia es la enviada responsable de Cristo, compartiendo su dignidad y obligada a copiar su humildad y servicio.”
Leon Morris observa que, “... si lo que estaba sucediendo era solo una lección en humildad, entonces la conversación de Jesús con Pedro pierde todo su propósito. Jesús no hablaba de ser orgulloso y humilde, sino de limpieza, esa limpieza que Él efectuaría, y de la pertenencia a Él. Debemos ver este pasaje primera y principalmente como una manera de establecer en acciones la verdad de que Cristo trae la limpieza y que nadie más lo hace.
Este pasaje es paralelo a Mateo 18:18-20, donde la iglesia expresa con autoridad legal para decidir si se ha incurrido o no en pecado. Ray Stedman sintetiza bien Juan 13:13-15 cuando declara, “La segunda acción que el ejemplo de Jesús, nos anima a emprender, es un ministerio de ayudarnos en la iglesia unos a otros a mantener limpios nuestros ‘pies espirituales.’ Nada puede ser más humillante, nada puede ser más demandante, y nada puede ser más atemorizante que esta tarea abrumadora. Sin embargo nada puede ser más devastador que cuando los líderes se rehusan a confiar en su Señor y a hacer lo que Él ha ordenado mediante el don y el servicio de limpiarse unos a otros. Nos rehusamos a hacer esto más por el temor a lo que otros puedan decir acerca de nosotros, que por una verdadera humildad. Los líderes siervos hacen más que actuar como los sirvientes de limpieza de Cristo en las vidas de las ovejas que Él nos confió. Nosotros predicamos la verdad de Dios, escuchamos las heridas de los quebrantados de corazón, desarrollamos estructuras organizativas para que la iglesia crezca junta como un cuerpo, y servimos a la gente al ayudarlos a desarrollar sus dones. Qué increíble confianza es ser quienes hacemos la diferencia en las vidas humanas, usados por Dios como sus instrumentos para traer a otros en conformidad a la imagen de Cristo. Ningún privilegio podría ser más grande que este.
Nos unimos a Jesús en un doble esfuerzo para edificar a los creyentes. Buscamos desarrollar la habilidad, esto es, enfocarnos en la conducta de los creyentes. En el proceso de desarrollar líderes siervos competentes en nuestros ministerios, debemos enfrentar las bases defectuosas de sus personalidades. Jesús hizo exactamente esto con Pedro. Solo si estamos dispuestos a reconstruir una base dañada, podremos ver la eficacia resultante en los Doug Brown que desarrollemos. Esto es por lo que nos enfocamos en el carácter de aquellos que nos siguen, así como en desarrollar sus habilidades. Una vez que desarrollamos la habilidad y estabilizamos el carácter, el creyente maduro está listo para la comisión de Cristo, la comisión de dirigir a otros sirviéndoles, al igual que Jesús lo hizo. Esto es para los que estamos como pastores: para desarrollar el carácter y la habilidad, a ?n de que aquellos a quienes servimos, puedan llevar a cabo la comisión de Cristo. Debemos recordar una cosa sobre todo lo demás cuando pensamos acerca del liderazgo de servicio: los líderes siervos sirven a Dios, no a los hombres. Jesús no le servía a Pedro de acuerdo a sus términos, sino de acuerdo a sus necesidades. En otras palabras Jesús suplió las necesidades de Pedro de acuerdo a los intereses de Dios, no a los de Pedro. Mucha de nuestra lucha con el liderazgo de servicio gira alrededor de este punto. Estamos confundidos sobre el concepto de siervo, porque no entendemos a quien estamos sirviendo. No estamos sirviendo a aquellos que nos siguen en un sentido primario. Desde luego les servimos, pero de acuerdo a sus necesidades como Cristo las define, no de acuerdo a sus intereses, deseos o voluntades. Como sub-pastores somos responsables ante Cristo por las ovejas que Él nos ha confiado. Los líderes siervos sirven a Dios, no al hombre. Nuestra tarea principal es servir a Dios y a sus intereses en aquellos que nos siguen.
En el patio central del campus del Seminario Teológico de Dallas, tenemos una escultura de bronce de tamaño natural de Jesús lavando los pies de Pedro. Pocas cosas me han influenciado más que esta escultura. Me ha afectado tan profundamente, que a menudo he llevado a mis alumnos a estudiarla y a preguntarles lo que ellos ven, con el fin de ayudarles a entender mejor lo que es el liderazgo de servicio. Cuando examino esta escultura, veo dos hombres reales. Pedro es un hombre fuerte, de huesos grandes y exudando fuerza, venas que sobresalen y ojos incrédulos, asombrados de que Jesús pueda lavar sus pies. Todo acerca de él dice que no puede creer lo que Jesús está haciendo. Si pudiera, Pedro lo detendría al instante. Jesús está descubierto hasta su cintura con una toalla alrededor de ella, arrodillado, con la mano izquierda tomando con firmeza el tobillo derecho de Pedro; y con la mano derecha sosteniendo la orilla de la toalla, teniendo el pie de Pedro en el recipiente. Los músculos de su espalda marcados con firmeza y determinación –Él va a lavar los pies de Pedro. Jesús está sirviendo a Dios –y a Pedro—al hacer la voluntad de Dios y yendo en contra de la voluntad inicial de Pedro. Este es el liderazgo de servicio: haciendo lo que Dios quiere a toda costa, aún a costa de la resistencia y confrontación por parte de aquellos a quienes servimos guiándolos. Solo aquellos que pertenecen a La Orden de La Toalla son verdaderos líderes siervos. El resto son o dominantes o evasores. ¿Cuál eres tú? ¿Qué debes hacer para ser un líder de la Orden de la Toalla?
Estimado(a) amigos (as):
Como pastores, seguimos el ejemplo de Cristo y ministramos como Él lo hizo. Desde luego, es Él quien hace el ministerio a través de nosotros, cuando permanecemos en Él (15:1-11). En Juan 13:12-17, Jesús hace tres cosas mientras nos ordena y motiva para dirigir como Él lo hace.
Primero, Él arma su identidad y establece su autoridad (13:12-13). Él comienza con una pregunta. “¿Sabéis lo que os he hecho?” Él les plantea esta pregunta con el fin de hacerlos pensar mientras les expone su punto. Ustedes reconocen mi autoridad sobre ustedes al llamarme Maestro y Señor, y hacen bien, porque eso es lo que soy. Yo soy su Maestro y su Señor y tengo verdadera autoridad sobre ustedes.
Batallamos para entender la naturaleza de nuestra autoridad como líderes siervos. Con frecuencia, los pastores tienen miedo de asumir la autoridad, por temor a volverse arrogantes o presuntuosos; sin embargo los piadosos líderes siervos en la Biblia no tenían este temor. Jesús no tenía problemas con esto – Él declaró su autoridad sin dudar o vacilar. Pablo no expresó dudas acerca de su autoridad apostólica, cuando en 2 Corintios la aseguró con gran energía y emoción. Lo mismo sucede en Gálatas donde él trata la esencia del evangelio y asegura su autoridad para de?nir la verdad. Pablo también exhortó a Timoteo a ejercer autoridad en las Epístolas Pastorales cuando él le dijo que determinara que mujeres merecían el apoyo de la iglesia (1 Timoteo 5:3-16), y cómo debía reprender a un anciano (5:19-20).
Los líderes siervos tienen autoridad, pero la autoridad no proviene de ellos mismos. La autoridad viene de Cristo, no debido a nuestra posición, sino a través de nuestra sujeción a Él. Nuestra autoridad resulta de nuestra semejanza a Cristo, y ganamos autoridad conforme nos volvemos como Él. Si no logramos ganar y ejercer la autoridad de siervo, enfrentaremos nuestra responsabilidad ante nuestro Maestro y Señor, quien nos ha ordenado ministrar a su manera, y Él lo hizo con autoridad.
Segundo, Él se arma como nuestro ejemplo, y nos dice que nos lavemos los pies unos a otros, así como Él lavó los nuestros. Sus palabras son simples y claras. “Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis.” (Juan 13:14-15). Este mandato describe un deber, una obligación ética que debemos cumplir. Ciertamente no somos mejor que Cristo; si Él lavó pies, ¿podemos esperar hacer menos que eso? Este es el núcleo del liderazgo de servicio.
Finalmente, Jesús concedió una bendición especial para aquellos que obedecieran este mandato (13:17). Todas las órdenes son dadas para obedecerse, pero este mandamiento conlleva una bendición especial. ¿Qué puede ser más difícil que humillarnos ante nuestros semejantes y les sirvamos de la manera que queremos ser servidos? Tenemos pensamientos como, “Yo debía estar haciendo esto, en vez de ayudarlo a hacerlo. De cualquier manera yo soy mejor que él en esto.” O “¿Cómo es que llegó hasta donde está? Yo era mejor estudiante que él en el seminario.” Los pensamientos competitivos nublan nuestro pensamiento, desactivan nuestras rodillas, y paralizan nuestras manos. No queremos lavarnos los pies unos a otros. Dejamos el recipiente vacío, la toalla colgada en la pared. “Gustosamente lavaríamos los pies de nuestro Divino Señor; pero desconcertantemente, Él insiste en lavar los nuestros, y nos manda lavar los pies de nuestro vecino.” Sin embargo, hay una bendición en esto; es la bendición de obedecer a Jesús, de crecer más a su semejanza, de obtener la libertad sobre nuestro orgullo y temores, la bendición de hacer una diferencia en las vidas de aquellos a quienes servimos.
¿Cómo obtienes esta bendición? ¿Qué fue lo que hizo Jesús que debemos hacer nosotros? ¿Se ha humillado a sí mismo? Absolutamente. Él dejó su trono, su poder, y su gloria para convertirse en el más humilde entre los humildes (Filipenses 2:5-11) ¿Qué más podía hacer para humillarse a sí mismo? Él tomó la forma de un esclavo, sujetándose a su Padre aún a costa de su propia vida (Mateo 26:36-45). ¿Cuán más esclavizado pudo haber estado Él? ¿Cómo podemos seguir su ejemplo? ¿Humillándonos y esclavizándonos unos ante otros por amor a Cristo? Absolutamente (Filipenses 2:1-4). ¿Qué significa esto? Significa participar con otros al nivel más profundo de sus necesidades, el nivel de la purificación de sus almas, ya sea para salvación o santificación. El liderazgo de servicio significa que servimos a otros volviéndonos participantes en los enredos que hacen de sus vidas, con el fin de lograr su liberación del pecado para que puedan participar en los propósitos de Cristo para ellos. Esto es vital para nuestra identidad como pastores.
Los líderes siervos no son pasivos. No se hacen a un lado y no permiten que ancianos no confiables y sin preparación tomen decisiones que destruyan a la iglesia. No permiten que la gente pecadora, conflictiva y pequeña echen abajo un ministerio a través de la disensión y falta de armonía. Ellos se unen a la Orden de la Toalla y se agachan para lavar los pies de sus seguidores y decirles que ellos no tienen parte con Cristo a menos que se sometan a la limpieza de sus almas. En otras palabras, los líderes siervos confrontan a los santos soberbios y controladores siempre que sea necesario. Esto no es nada fácil; todo esto es algo sobrenatural. Recientemente escuché acerca de un hombre que tuvo que hacerse a un lado del liderazgo de un ministerio porque no pudo confrontar a quienes necesitaban ser limpiados. Cuando un pastor no puede confrontar, es inevitable que habrá disensiones, división e injusticias entre su personal.
Cuando esto ocurre, hay un desajuste en el liderazgo de servicio. El líder se rehusa a servir limpiando la tierra de los pies de sus seguidores, y más cuando dejan sus huellas de lodo por todo el ministerio, usualmente justo cuando alguien más acaba de limpiar el piso. El que limpió el suelo le grita al que deja sus huellas de lodo sobre el limpio ministerio. Aquel que ensució el piso le responde con gritos al que había limpiado el piso, acusándolo de estar muy tenso o diciéndole que no se meta en su vida ni sea tan estricto. El enojo y resentimiento se salen de control, y la unidad del ministerio se destruye. Jesús no permitió que esto sucediera entre sus discípulos, y el líder que lo hace, a pesar de presentarse como un líder siervo, es de hecho un cobarde pasivo. Él no tiene el valor de confrontar. El corazón del liderazgo de servicio es un valor dependiente, el valor de apoyarse en Cristo para ser su instrumento para limpiar a otros. Los líderes siervos confrontan para limpiar. Esto es lo que Jesús nos está enseñando que hagamos, porque esto es lo que Él hizo, y nosotros debemos hacer lo que Él hizo, por supuesto a través de Él.
Una de las grandes necesidades de la iglesia actual es la del liderazgo de servicio nacido del amor, establecido a través de la seguridad soberana, y hecho de acuerdo a nuestro máximo Ejemplo. Los líderes siervos hacen lo que Jesús hizo –ellos lavan los pies. Pero Él no solo lavó los pies; Él limpió las almas. Nos volvemos líderes siervos cuando Jesús limpia las almas a través de nosotros, haciendo de nuestras manos, sus manos. Esto ocurre cuando somos participantes de los líos que hacen de sus vidas hombres y mujeres; de ahí que el que confrontemos a otros gentil pero firmemente, sea la esencia del liderazgo de servicio. Algunos de ustedes tal vez objeten a todo esto diciendo, “Pero yo no soy Jesús.” Es verdad. Ciertamente no somos Jesús. Sin embargo, la infinita diferencia entre Jesús y nosotros no nos excusa para hacer lo que Él dijo. Él nos dijo que hiciéramos lo que Él hizo. “Eso está bien,” podrían decir, “Yo haré lo que Él hizo. Haré el trabajo humillante. Aspiraré el piso de la iglesia, haré el café, o cubriré el turno de la sala cuna en el Día de las Madres. Haré las cosas insignificantes y humildes que nadie más quiere hacer. Pero no soy Jesús y no puedo limpiar almas.” Todas estas son cosas buenas, pero hacerlas no es la única manera de ser líderes siervos. No somos Jesús y no podemos limpiar almas, pero El sí puede hacerlo a través de nosotros, y esto es exactamente lo que es el liderazgo de servicio.
Si nos rehusamos a corregir a otros con gentileza, paciencia y firmeza como Jesús lo hizo con Pedro, fracasaremos como pastores. Estamos legítimamente temerosos porque sabemos que no somos dignos de la tarea. Estamos ilegítimamente temerosos, porque tenemos miedo de la forma en que otros respondan cuando los enfrentemos, Sin embargo, Cristo nos ha llamado a cumplir con esta tarea. Esto implica que debemos mantener nuestros corazones humildes y las agujetas desatadas, porque siempre debemos estar preparados para lavar los pies. La iglesia actual clama a gritos porque esto se realice. La Palabra de Dios clama porque esto se haga. Toda la Escritura que hace un llamado a la restauración espiritual, clama porque esto sea hecho (Gálatas 6:1). Cada Escritura que hace un llamado a la disciplina de la iglesia clama porque esto se haga (Mateo 18:15-20; 1 Corintios 5:1-3). Toda la Escritura que hace un llamado a la corrección de los falsos maestros, clama porque esto se haga (1 Timoteo 1:3-7). Para nosotros, el negarnos a hacerlo es acobardarnos en los temores de la carne, estando mucho más preocupados por nuestras carreras e imágenes, que por los mandatos de Cristo de ser sus agentes de limpieza. Ciertamente nosotros no hacemos la limpieza; pero somos sus instrumentos, y Él actúa solo cuando nosotros lo hacemos. Esto es lo terrible de nuestra responsabilidad para con aquellos que Dios compró con su propia sangre (Hechos 20:28)
C.K. Barret, en un comentario sobre Juan 13:1-17 declara: “Los apóstoles, los discípulos y sirvientes de Jesús quien es el Maestro y Señor, deben seguir su ejemplo: ellos deben mostrar la misma humildad, deben, de hecho, tomar la cruz y seguir a Jesús. En tanto lo hagan, compartirán su autoridad... . . la iglesia es la enviada responsable de Cristo, compartiendo su dignidad y obligada a copiar su humildad y servicio.”
Leon Morris observa que, “... si lo que estaba sucediendo era solo una lección en humildad, entonces la conversación de Jesús con Pedro pierde todo su propósito. Jesús no hablaba de ser orgulloso y humilde, sino de limpieza, esa limpieza que Él efectuaría, y de la pertenencia a Él. Debemos ver este pasaje primera y principalmente como una manera de establecer en acciones la verdad de que Cristo trae la limpieza y que nadie más lo hace.
Este pasaje es paralelo a Mateo 18:18-20, donde la iglesia expresa con autoridad legal para decidir si se ha incurrido o no en pecado. Ray Stedman sintetiza bien Juan 13:13-15 cuando declara, “La segunda acción que el ejemplo de Jesús, nos anima a emprender, es un ministerio de ayudarnos en la iglesia unos a otros a mantener limpios nuestros ‘pies espirituales.’ Nada puede ser más humillante, nada puede ser más demandante, y nada puede ser más atemorizante que esta tarea abrumadora. Sin embargo nada puede ser más devastador que cuando los líderes se rehusan a confiar en su Señor y a hacer lo que Él ha ordenado mediante el don y el servicio de limpiarse unos a otros. Nos rehusamos a hacer esto más por el temor a lo que otros puedan decir acerca de nosotros, que por una verdadera humildad. Los líderes siervos hacen más que actuar como los sirvientes de limpieza de Cristo en las vidas de las ovejas que Él nos confió. Nosotros predicamos la verdad de Dios, escuchamos las heridas de los quebrantados de corazón, desarrollamos estructuras organizativas para que la iglesia crezca junta como un cuerpo, y servimos a la gente al ayudarlos a desarrollar sus dones. Qué increíble confianza es ser quienes hacemos la diferencia en las vidas humanas, usados por Dios como sus instrumentos para traer a otros en conformidad a la imagen de Cristo. Ningún privilegio podría ser más grande que este.
Nos unimos a Jesús en un doble esfuerzo para edificar a los creyentes. Buscamos desarrollar la habilidad, esto es, enfocarnos en la conducta de los creyentes. En el proceso de desarrollar líderes siervos competentes en nuestros ministerios, debemos enfrentar las bases defectuosas de sus personalidades. Jesús hizo exactamente esto con Pedro. Solo si estamos dispuestos a reconstruir una base dañada, podremos ver la eficacia resultante en los Doug Brown que desarrollemos. Esto es por lo que nos enfocamos en el carácter de aquellos que nos siguen, así como en desarrollar sus habilidades. Una vez que desarrollamos la habilidad y estabilizamos el carácter, el creyente maduro está listo para la comisión de Cristo, la comisión de dirigir a otros sirviéndoles, al igual que Jesús lo hizo. Esto es para los que estamos como pastores: para desarrollar el carácter y la habilidad, a ?n de que aquellos a quienes servimos, puedan llevar a cabo la comisión de Cristo. Debemos recordar una cosa sobre todo lo demás cuando pensamos acerca del liderazgo de servicio: los líderes siervos sirven a Dios, no a los hombres. Jesús no le servía a Pedro de acuerdo a sus términos, sino de acuerdo a sus necesidades. En otras palabras Jesús suplió las necesidades de Pedro de acuerdo a los intereses de Dios, no a los de Pedro. Mucha de nuestra lucha con el liderazgo de servicio gira alrededor de este punto. Estamos confundidos sobre el concepto de siervo, porque no entendemos a quien estamos sirviendo. No estamos sirviendo a aquellos que nos siguen en un sentido primario. Desde luego les servimos, pero de acuerdo a sus necesidades como Cristo las define, no de acuerdo a sus intereses, deseos o voluntades. Como sub-pastores somos responsables ante Cristo por las ovejas que Él nos ha confiado. Los líderes siervos sirven a Dios, no al hombre. Nuestra tarea principal es servir a Dios y a sus intereses en aquellos que nos siguen.
En el patio central del campus del Seminario Teológico de Dallas, tenemos una escultura de bronce de tamaño natural de Jesús lavando los pies de Pedro. Pocas cosas me han influenciado más que esta escultura. Me ha afectado tan profundamente, que a menudo he llevado a mis alumnos a estudiarla y a preguntarles lo que ellos ven, con el fin de ayudarles a entender mejor lo que es el liderazgo de servicio. Cuando examino esta escultura, veo dos hombres reales. Pedro es un hombre fuerte, de huesos grandes y exudando fuerza, venas que sobresalen y ojos incrédulos, asombrados de que Jesús pueda lavar sus pies. Todo acerca de él dice que no puede creer lo que Jesús está haciendo. Si pudiera, Pedro lo detendría al instante. Jesús está descubierto hasta su cintura con una toalla alrededor de ella, arrodillado, con la mano izquierda tomando con firmeza el tobillo derecho de Pedro; y con la mano derecha sosteniendo la orilla de la toalla, teniendo el pie de Pedro en el recipiente. Los músculos de su espalda marcados con firmeza y determinación –Él va a lavar los pies de Pedro. Jesús está sirviendo a Dios –y a Pedro—al hacer la voluntad de Dios y yendo en contra de la voluntad inicial de Pedro. Este es el liderazgo de servicio: haciendo lo que Dios quiere a toda costa, aún a costa de la resistencia y confrontación por parte de aquellos a quienes servimos guiándolos. Solo aquellos que pertenecen a La Orden de La Toalla son verdaderos líderes siervos. El resto son o dominantes o evasores. ¿Cuál eres tú? ¿Qué debes hacer para ser un líder de la Orden de la Toalla?
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Fuente: ObreroFiel.com – Se permite reproducir este material siempre y cuando no se venda.
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Esto es una porción gratuita del capítulo seis del libro “Pastoreo Eficaz” por Bill Lawrence. Si le interesa puede comprar el libro en su totalidad en diferentes formatos:
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