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jueves, 11 de noviembre de 2010

La Biblia y los extraterrestes

Por el Rev. Martín N. Añorga

El tema de los Objetos Voladores no Identificados (OVNIS) es menú cotidiano en la prensa mundial. Recientemente fue en China donde detectaron objetos que se movían en el espacio y que no correspondían a una identificación determinada. Lo mismo sucedió posteriormente en Inglaterra. Las apariciones de estas supuestas naves han sido numerosas y sobre las mismas se han escrito volúmenes y se han producido películas incontables. Un interés adicional sobre este tema es su relación con La Biblia y la teología cristiana.
La pregunta que suelen hacernos es si existe vida como la humana fuera de nuestro sistema solar, y qué dice La Biblia al respecto. La respuesta no es fácil porque no hay consenso unánime. Tenemos a predicadores y profesores que señalan a los extraterrestres, si los hubiere, como entes demoníacos, perturbadores de la paz y emisarios de las fuerzas diabólicas. En el otro extremo hay expositores que consideran a los seres de otros mundos como enviados angelicales que vienen para corroborar la existencia del reino de los cielos. Conocidos son los grupos que se convocan en la cima de una montaña o se alistan en un templo esperando por una nave espacial que los traslade a mansiones en los cielos. En ambos casos es evidente el fanatismo.
En cuanto a La Biblia, de acuerdo con el método interpretativo que usemos, es posible afirmar que se enseña o al menos se sugiere la posibilidad de que haya vida fuera de este planeta. Por ejemplo, el Señor Jesucristo, en el evangelio de San Juan, expone estas palabras: “ustedes son de aquí abajo, pero yo soy de arriba; ustedes son de este mundo, pero yo no soy de este mundo”. (Juan 8:23), concepto que reitera en otras ocasiones, por ejemplo en Juan 18: 36, cuando dice: “mi reino no es de este mundo”.
La misión de Jesús termina con su ascensión a las alturas. No se trata de un suceso espiritual, pues el Señor resucitó corporalmente. Algunos piensan que se trata de un cuerpo espiritualizado, en tanto que otros, dado el hecho de que mostró sus heridas a Tomás y partió el pan con sus discípulos, afirman que su cuerpo era real. Leamos la historia en el libro de Los Hechos, capítulo primero, y versos 9 al 11. El énfasis podemos ponerlo en estas palabras: “ellos lo estaban mirando”. Lo que sugiere todo esto es que el Reino de los Cielos tiene una ubicación, desconocida por nosotros hasta que nos sea revelado el sitio después de que muramos.
En el Antiguo Testamento hay, al menos, tres personajes que dan la impresión de que tuvieron contacto con seres extraterrestres. Tenemos a Henoc, padre de Matusalén, de quien se dice que “un día desapareció porque Dios se lo llevó” (Génesis 5:24). Hay quienes afirman que Henoc fue arrebatado para ser llevado a un planeta, de una muy lejana galaxia, donde Dios ha establecido su Reino. Otros estiman que se trata de una manera poética de referirse al hecho de su muerte.
Tenemos el interesante caso de Elías, cuya experiencia se narra en estas breves palabras: “de pronto apareció un carro de fuego, con caballos también de fuego … y Elías subió al cielo en un torbellino”. Los que creen que un platillo volador se llevó a Elías, interpretan La Biblia de una forma estrictamente literal. Otros estimamos que el lenguaje usado fue una metáfora propia del estilo hebreo, que pretende exaltar la exclusiva identidad de un profeta de la calidad especial de Elías. Un caso que suele citarse como apoyo a la tesis de que en La Biblia se habla de poderosos seres extraterrestres es el de la visión de Ezequiel en el primer capítulo del libro que lleva su nombre. Hay quienes creen que allí se describe a un platillo volador -en tiempos en que la aviación estaba muy lejos de existir-, y a seres ultra terrestres de fisonomía diferente a la nuestra.
Estimamos que el hecho de en el Universo haya otros cuerpos celestes habitados por personas pensantes no niega la majestad de Dios, sino que la proclama. Aunque en La Biblia no se hace explícito el concepto de la vida extraterrestre, tampoco se niega la probabilidad de su existencia. Pero sea el caso, lo uno o lo otro, lo que sí es evidente es que en Las Escrituras se proclama la absoluta soberanía de Dios. En el salmo 24:1, leemos, que “del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella; el mundo y los que en él habitan”.
Es cierto que en La Biblia, en los libros de Daniel y de Apocalipsis se anuncian catástrofes universales que para algunos sugieren guerras galácticas que culminarán en la unificación interplanetaria con un “cielo nuevo y una tierra nueva“. En días pasados, una política famosa citó la probabilidad de que se produzca el anunciado Armagedón bíblico si el estado de Irán llega a disponer de la bomba atómica como armamento de guerra.
La palabra Armagedón deriva del nombre del monte Megido (Har Meggido en hebreo, (el sitio donde ocurrió la célebre batalla de Megido en el siglo XV antes de Cristo, y otras dos más en los años 609 A.C. y en 1919. El nombre Armagedón aparece en Apocalipsis y comúnmente se refiere, según diferentes concepciones religiosas, al fin del mundo o al fin del tiempo mediante catástrofes o encuentros bélicos. La idea de que en efecto hay pruebas de que el gobierno oculta la existencia de naves aéreas no identificadas, pilotadas por criaturas espaciales, nos parece improcedente. Un secreto como ése, si existiere, se hubiera hecho público.
Las historias de personas secuestradas por extraterrestres no tan solo no han sido comprobadas, sino que se han insertado en lo que llaman los estadounidense “leyendas urbanas”. A los cristianos -los que no son fanáticos ni siguen a líderes que afirman que sus enseñanzas son inapelables-, les recuerdo las palabras que aparecen en el antiquísimo libro de Deuteronomio (29:29), “las cosas secretas pertenecen al Señor nuestro Dios”. No queremos decir con esto que rehuimos el examen y la investigación. San Pablo aconsejó a los tesalonicenses en su segunda carta, “examinadlo todo cuidadosamente”. La idea es que no debemos preocuparnos por teorías que carecen de fundamento divinamente revelado. Vivir con miedo ante una imposible invasión de seres espaciales o estar aterrados por la idea de que el mundo está al acabarse, es actitud que denota falta de confianza en Dios.
Probablemente muy pocas de las personas que tienen nuestra propia edad recuerden la presentación radial del actor Orson Welles en el año 1938 en la que anunciaba la llegada de la guerra entre los mundos, basándose en la conocida novela de H. G. Wells titulada “La Guerra de los Mundos”. En Londres se creó un pánico colectivo que le costó serias reprensiones al autor, aunque emergió del incidente con una tremenda cuota de fama. Nuestra posición es la de estar tranquilos confiando en que Dios está a cargo. Si hay otros seres en algún paraje del universo, recordemos que el planeta Tierra no es el límite de Dios. Librémonos de dudas y de engaños. Generalmente el engaño sobre los grandes misterios del mundo es colectivo. Ya lo dijo Herodoto de Halicarnaso en el siglo IV antes de Cristo: “sin dudas, es más fácil embaucar a toda una multitud que a un solo hombre”.

Fuente: Ministerios LOGOI, EE. UU.

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