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domingo, 8 de marzo de 2015

Siempre hubo mujeres valientes



Por. Isabel Pavón, España
Según Celia Amorós (La Idea de Igualdad), el patriarcado es un conjunto de prácticas reales y simbólicas. Es una organización social que se perpetúa en el tiempo. En este concepto, el hombre tiene posibilidad de realizarse en dos ámbitos: privado y público. Tiene derechos. La mujer sólo en el privado y carece de ellos. En el Antiguo Testamento (escrito bajo la perspectiva masculina, en algunas ocasiones misógina) podemos observar con claridad que las acciones de ella (obligada a estar quieta y ser modesta) estaban bajo la supervisión del padre, esposo o hermano. Nunca de sí misma. De ahí que en las Escrituras aparezcan con bastante frecuencia sin nombre propio, solo como hija de, esposa de o hermana de. Las leyes estaban enfocadas al varón ya que a la mujer no se le concede identidad propia. El lado oficial de la comunidad la constituía los hombres. Ellas simplemente pertenecían al amplio grupo familiar. Además, servían como objeto de intercambio para unir lazos entre diferentes grupos sin que pudieran opinar sobre el tema. Sus tutores eran los que daban el visto bueno a sus matrimonios y fijaban el coste. Este precio dependía de su estado, si se mantenía virgen o viuda, si estaba en edad de poder reproducirse. El padre también tenía derecho a venderla como esclava (la mayoría de las veces para ser concubinas). En el Antiguo Israel, los varones eran los únicos portadores del honor. Como comentaba en líneas anteriores, las mujeres se valoraban más si se hallaban en edad de concebir y parir hijos, sobre todo varones. Ser estéril resultaba una maldición para ellas, sus maridos, sus grupos y podían ser repudiadas. Sufrían una presión social atroz y a veces de sus propias compañeras. Para paliar esta falta, adoptaban hijos de otras (esclavas o concubinas).
Como expresa Esperanza Bautista Parejo: "las culturas patriarcales antiguas daban por supuesta la superioridad del hombre. Se pensaba que sólo el varón poseía y expresaba plenamente lo humano y, en una actitud muy cercana al corporativismo, se exaltaban como virtudes la lealtad y la amistad entre varones para confirmar así una posición social que se compartía entre iguales". Las viudas sin hijos y las repudiadas sin hijos se veían en una grave situación de pobreza, pues no tenían quien las mantuviera y si volvían a casa de sus padres se las recibía como una carga, una boca más, además, si lograban casarlas, no podían pedir la misma dote (mohar) que si fueran vírgenes. "Las mujeres de la Biblia funcionaron como profetas, maestras, visionarias, líderes, libertadoras e incluso como heroínas". "Varias devotas mujeres bíblicas desafiaron su cultura, desafiaron autoridades y aún así no hay en la Biblia una pizca de censura sobre sus acciones". "Quizás la identificación más importante de las mujeres anónimas del Antiguo Testamento son sus historias – historia que tienen un significado duradero y que va más allá de un nombre. A través de sus semblanzas vemos mujeres astutas que tuvieron encuentros con la Divinidad (Ej. la madre de Sansón), otras de admirable dignidad, piedad y fortaleza de carácter (como la hija de Jefté), las que fueron valientes (como la mujer de Baruj), las que tuvieron una fe comprometida (como la madre de Miqueas) y mujeres cuyas palabras serán recordadas en las Escrituras (como la Madre del Rey Lemuel)". (Frases tomadas de Internet, del texto "El oprobio en la mujer anónima en el Antiguo Testamento").
No obstante, algunas de estas valientes tuvieron el privilegio de aparecer con el nombre propio. Desafiaron al patriarcado para defender sus derechos: Hulda, Rajab, Ester, Rut, Tamar, Débora, Ya`el, Betsabé, entre otras. Aparecen en el Antiguo Testamento y luego, algunos nombres, reaparecen en el Nuevo (Primer capítulo del Evangelio de Mateo) en la genealogía de Jesús. Nos centraremos en un breve repaso de las vidas de Tamar, Débora Ya´el y Betsabé.
TAMAR
[Judá y Tamar (Génesis) / The Phillip Medhurst Picture Torah 179 - Gerard Hoet (Wikimedia Commons)] Judá y Tamar (Génesis) / The Phillip Medhurst Picture Torah 179 - Gerard Hoet (Wikimedia Commons) En este relato se alude a leyes del Levirato asumidas por el pueblo de Israel descritas en el libro de Deuteronomio. Un hombre debía casarse con la viuda de su hermano y si este fallecía también, otro hermano debía hacer lo mismo hasta dar descendencia al primer esposo para que su nombre no desapareciera de la tribu y los hijos no perdieran la herencia del padre ni la dote de la madre. Tamar queda viuda dos veces y Judá no le entrega a su hijo menor cuando llega a ser adulto, de ahí que se disfrace de prostituta al conocer que su suegro llegará en breve a la ciudad. Por justicia tiene derecho a engendrar descendencia. Este no la reconoce y duermen juntos.
Tamar pide a Judá unos depósitos que son las pruebas valiosas que necesitaba para demostrar, en caso de quedar embarazada, que era el padre de su hijo. De otro modo, nadie la habría creído. Para Tamar fue importante tener las prendas porque así salvaría su vida del fuego frente a la acusación de fornicación. Por otro lado, lograría reinsertarse en el sistema del que había quedado fuera. De este modo vuelve al clan y tiene patrimonio natural para los herederos del propio padre de la tribu, Judá. El relato transcurre de esta manera para exigir justicia. Las mujeres se valieron de este u otro tipo de argucias para no quedar fuera de la sociedad en la que vivían. Génesis, 38.
DÉBORA
[Deborah (Wikimedia Commons)] Deborah (Wikimedia Commons) La historia de Débora (la abeja) transcurre al norte de Israel, en el entorno de Galilea. Ejerce con ejemplaridad un puesto de poder que estaba permitido antes de la consolidación del pueblo de Israel como tal. No solo hacían de jueces sino que eran considerados una especie de gobernantes de tribus o sociedades. Ser juez era un cargo que se le otorgaba a los ancianos. Se nombraban cuando surgía un problema particular que había que solucionar con la aportación de estos. Como decía, Débora era profetiza y jueza. El pueblo estaba acostumbrado a acudir a ella para recibir su sabiduría y resolver sus pleitos. Aunque el cargo de juez correspondía a los varones, a Débora le otorgaron esa autoridad sin que se sospeche ningún problema. Gobernó en un tiempo difícil de crueldad y opresión, donde no había rey. Fue la misma que llamó a Baraq (o Barac, el Relámpago) para que buscara guerreros. Obró como promotora de la hazaña, la que envió hombres a la lucha en nombre del Señor. Algunas tribus acudieron a su llamada, seis de las diez que formaban Israel en aquel tiempo. Baraq, el guerrero, representa la de Neftalí.
En aquellas sociedades se nombraba al mejor guerrero o cazador para comandar alguna causa concreta. Débora fue levantada ante el pueblo como medio de perdón entre Dios y los israelitas y Baraq como luchador. Débora, Yael y Baraq juntos protagonizaron el desafío a las tropas de Jabín. En el canto de Débora como mujer vencedora y Barác, capítulo 5 de Jueces, aparece con el apelativo de madre de los hijos de Israel. Faltaban varones y Jefes y este nombre de "madre" lo califica Rafael Sanz Carrera como algo singular, pues da a entender el lugar que ocupaba entre las tribus y la consideración que le tenían. Por añadir algo más, Baraq se niega a ir si Débora no va, la necesita y ella accede. No fue Baraq quien asesinó a su enemigo Sísara sino una mujer valiente, Jael (o Yael) cuando este se refugió en su casa. Jueces, 4.
YA'EL
Yael, la victoriosa, mató al general cananeo Sísara cuando se encontraba vencido y huía de Baraq. Su nombre se vincula al de Débora porque juntas consiguieron la victoria. Su nombre significa Cabra de Monte y estaba emparentada con los israelitas a los que decidió ayudar rompiendo el pacto que su familia tenía con Sísara. Sin embargo, pertenecía a los kenitas. Aunque está casada con Jeber actúa de forma intuitiva sin consultar con su esposo. Tiene autoridad sobre su tienda, tribu o grupo. Jueces, 5.
David ya es rey de todo Israel. Ha conquistado Jerusalén y ha creado su propio harén. Ve bañarse a Betsabé, posiblemente hitita como su esposo Urías, la manda llamar y se acuestan. Al quedar embarazada quiere hacer parecer que es hijo del marido, lo trae para que duerma con su esposa, pero este ardid no da resultado y le envía a los lugares más peligrosos de la guerra consiguiendo que muera, casándose a continuación con Betsabé. El hijo nacido, muere al séptimo día. Es el profeta del rey, Natán, quien anuncia el castigo. Salomón no era el primogénito de David. Tenía hijos mayores de otras esposas y había que justificar su llegada al trono. Betsabé, con la ayuda del profeta Natán que le recuerda que David había prometido hacer sucesor del trono a Salomón, eliminará a los rivales de su hijo y hará que su padre le corone como rey de todo Israel. Esta gestión le depara a Betsabé un futuro tranquilo y protegido como reina madre. 2 Samuel, 11.
CONCLUSIÓN:
Siempre hubo mujeres valientes en las sociedades patriarcales antiguas, aunque apenas se las resalte y se les dé el mérito que les corresponde. En la actualidad, en las comunidades eclesiales se prefiere elegir textos en los que aparecen hombres grandiosamente fieles a Dios para ponerlos como ejemplo y se dejan fuera aquellos donde las mujeres, por su fe y valentía, ejercitan tus dones. Desgraciadamente esto ha ocurrido a través de los tiempos y llega hasta hoy mismo. No obstante, las mencionadas supieron conseguir sus derechos y nos enseñan, como maestras experimentadas, a ser valientes y reclamar los nuestros. Este artículo va por ellas. También por nosotras.
BIBLIOGRAFÍA:
Curso Desafiando el Patriarcalismo (Dra. Diana Rocco Tedesco).
El cordón de grana (Historia de mujeres en la narrativa bíblica). S. Stuart Park. Ed. Andamio.
El Oprobio de la Mujer Anónima en el Antiguo Testamento
Esperanza Bautista Parejo: Texto tomado del libro La mujer en los orígenes del cristianismo. Desclée de Brouwer.
Mujeres de la Biblia Judía. eB estudios bíblicos. Xabier Pikaza.

Fuente: Protestantedigital, 2015.

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