Por. Juan Stam, Costa
Rica
¿Cuál
es el significado bíblico del término “resurrección”? ¿Cómo lo entendieron los
autores bíblicos? Hoy día está de moda entre algunos teólogos liberales
afirmar, "Yo creo en la resurrección, pero de otro modo". Para ellos,
Jesús resucitó en los recuerdos de los discípulos, en la fe y esperanza de
ellos, en la predicación de los apóstoles o en el nacimiento de la iglesia.
Casi cualquier cosa, menos su propio cuerpo. De esa manera pueden negar la
resurrección física de Jesús pero seguir afirmando que creen en la
resurrección. Hace años Oscar Cullmann publicó un artículo titulado, "Inmortalidad
del alma o resurrección de los muertos".[1] Muestra que el pensamiento
griego, que ve el cuerpo como cárcel del alma ("sôma-sêma", decían,
"cuerpo-cárcel"), ve la muerte como la liberación de esa cárcel para
volver a la vida inmortal. En tal esquema, es totalmente impensable la
resurrección del cuerpo. ¡Sería volver a la cárcel! Pero para la fe
judeo-cristiana, el cuerpo es la buena creación de Dios y sin el cuerpo el ser
humano queda incompleto. Sólo la resurrección de la carne, como afirma el Credo,
puede cumplir la visión bíblica del ser humano.
Cuando
San Pablo conversaba con algunos filósofos en la plaza de Atenas y les
anunciaba “las buenas nuevas de Jesús y de la resurrección”, unos respondían:
“¿Qué querrá decir este charlatán?” y otros comentaban: “Parece que es
predicador de dioses extranjeros”. (El theos de la filosofía griega no creó el
mundo ni pudo tener nada que ver con la materia). “Se puede saber”,
preguntaban, “¿qué nueva enseñanza es esta que usted presenta?.. Nos viene
usted con ideas que nos suenan extrañas, y queremos saber qué significan”. En
el Areópago San Pablo les predicó al Dios de la creación (17:24-26a) y de la
historia (26b-31a; el “Dios desconocido” de ellos) y a Jesús y la resurrección
(v.31b).’ Parece que esa mera mención de la resurrección cortó la comunicación
y le hizo a Pablo “levantar la sesión” abruptamente: Cuando oyeron de la
resurrección, unos se burlaron; pero otros le dijeron: “Queremos que usted nos
hable en otra ocasión sobre este tema”. En ese momento Pablo salió de la
reunión. Evidentemente algunos creyentes de la congregación de Corinto tenían
la misma actitud de los atenienses y negaban la resurrección (1Cor 15:12). A
primera vista eso extraña, porque los creyentes de Corinto eran carismáticos “a
todo dar” (hoy diríamos “ultrapentecostales”) que practicaban las lenguas, las
profecías, las sanidades y otros dones del Espíritu. Si creían en los milagros.
¿por qué no creían en la resurrección?
Parece
ser porque despreciaban el cuerpo. Se deleitaban en la vida espiritual presente
y en los dones del Espíritu Santo, pero en cuanto a la vida eterna, preferían
pasarla sin cuerpo. Pablo responde que la resurrección es esencial al evangelio
(15:1-8) y que sin ella nuestra fe es vana y somos los más miserables de la
tierra (15:12-15). En todos los evangelios Jesús anuncia su resurrección al
tercer día y dos evangelios subrayan su corporeidad física. Lucas narra dos
relatos del mismo día de la resurrección, y ambos presentan a un Jesús
resucitado maravillosamente humano. En el primero, del camino a Emaús
(Lc24:13-35), el Resucitado camina como cualquier ser humano, un pie adelante y
otro atrás, y aparentemente tuvo que apurarse para alcanzar a los dos
discípulos (Lc 24:15). Con ellos entabla una conversación fascinante, llena de
sensibilidad pastoral y sutil humor (nunca les dice quién es). Llegan a la casa
y se sientan los tres a comer, que es cuando lo reconocen y él desaparece. Los
dos discípulos vuelven al camino para caminar a Jerusalén y compartir su gran
noticia con los doce y otros. Mientras ellos conversan “Jesús mismo se puso en
medio de ellos” (24:36). Ellos, espantados, creían que estaban viendo un
espíritu.
La
respuesta de Jesús es revelador: “Miren mis manos y mis pies. ¡Soy yo mismo!
Tóquenme y vean: un espíritu no tiene carne ni huesos, como ustedes ven que
tengo yo.” Al decirles esto, les mostró las manos y los pies. Como los
discípulos, por una mezcla de alegría y asombro, todavía no creían, Jesús pidió
comida y la comió delante de ellos. Ahora creyeron y Jesús los comisionó para
ser testigos de su resurrección (24:45-46)
La literatura juanina trata al cuerpo resucitado de Jesús
también como tangible y visible. Según Jn 20:27 Jesús invitó a Tomás a tocar
sus manos y su costado para demostrar que había resucitado.[2] Días después
apareció a orillas del mar, y los discípulos lo confundieron con otro pescador
más. En los evangelios el Resucitado nunca aparece con rayos de gloria y luz
celestial. ¡Era tan humano que lo confundieron con un jardinero, un extranjero y
un pescador! Con toda razón dice Pablo que si Cristo no hubiera resucitado (en
el sentido verdadero de ese término), nuestra fe sería vana (1Cor 15:13). Para
Pablo la resurrección corpórea de Cristo y de nosotros era esencial al
evangelio (1Cor 15:1-8) y sin ella “el mensaje que predicamos no vale para
nada” (Dios Habla Hoy).
Según
el sermón de Pedro en el relato del Pentecostés, era imposible que el cuerpo de
Jesús viera corrupción (Hch 2:27,31,32). En lenguaje juanino, el Verbo/Dios que
se hizo carne/hombre, no podría ser vencido por la muerte y ver corrupción. Más
bien, él mismo es la Resurrección y la Vida, divino Vencedor de la muerte.
Además, es obvio que si Cristo no resucitó física y visiblemente, sería
imposible su ascensión (también visible, Hch 1:11) y tampoco su venida futura.
En verdad, si Cristo no resucito, nuestra fe es vana y somos los más miserables
de la tierra. Queda claro que para los primeros seguidores del Resucitado,
Cristo había resucitado corporal, visible y tangiblemente. Negar eso no es
“otro modo” de creer en la resurrección sino una manera más sutil de negarla.
NOTAS
NOTAS
[1]
Oscar Cullmann, del evangelio a la formación de la teología cristiana
(Salamanca: Sígueme, 1972) Cap. VIII pp.233-267.
[2]
Puede compararse el prólogo de 1 Juan: “lo que hemos visto y nuestras manos han
tocado” (1Jn 1:1,2). El prólogo del cuarto evangelio, por su parte da una
contundente refutación del idealismo anti-materialista del concepto
neo-platónico del Logos (Jn 1;2,14)
Fuente:
Protestantedigital
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