Por. Luis Eduardo Cantero, Argentina*
La semana pasada me llegó a mi correo electrónico,
como suele suceder. Me llegan un
sinnúmero de reflexiones bíblicas, pastorales, teológicas y filosóficas.
Siempre suelo revisar y lo que me llame la atención, lo leo con detenimiento e
interés. Entre tantas propuestas cristianas me llamó la atención, una de ellas
que hacia una pregunta e invitaba al lector a leer la reflexión. Ellos se
preguntaban ¿Qué le pasa a las personas que no van a la iglesia?(1) Y su respuesta era que esas “personas pierden
la oportunidad de alabar y aprender de Dios” junto con los creyentes que se
congregan asiduamente en sus iglesias.
Me parece que su respuesta era muy reduccionista y
excluyente, como si el único lugar para alabar y aprender de Dios es adentro de
las cuatro paredes de la iglesia. Es decir, sumergido en un edificio material; pero, la iglesia,
según la visión del Reino de Dios no es un edificio, sino todos los que hemos
aceptado a Cristo en nuestros corazones; le amamos, le servimos con nuestros
dones y talentos que nos ha dado en el lugar donde nos encontramos, no solo
congregándonos domingos tras domingo, sino en la casa, en el vecindario, en el
servicio con los necesitados y excluidos de la iglesia: los fornicarios, los adúlteros,
los gays, los que están inconforme con el sistema religioso de su comunidad,
etc.
Según ellos, Dios quiere que vayamos a la iglesia y
lo afirmaban citando el siguiente texto
bíblico: “no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino
exhortándonos unos a otros, y mucho más al ver que el día se acerca” (Hebreos 10:25).
Me
pregunto será que el texto está hablando de la iglesia del edificio o nos está
marcando otro sentido de vivir la espiritualidad, como lo solían hacer los
primeros cristianos, que se reunían con
sus hermanos, familiares, amigos en las casas para compartir el pan y la oración. No sé, porque algunos
consiervos y hermanos han olvidado este principio primordial de vivir la
espiritualidad en familia, sin necesidad de congregarse, tan fanáticamente, en
las cuatro paredes de un edificio, si la vida espiritual se vive mejor en el
lugar donde nos encontremos: trabajando, descansando con la familia y
disfrutando con ellos la experiencia del amor de Dios en el hogar.
Pues,
si algunos creen que el único lugar para aprender y alabar a Dios es estar
metido los siete días de la semana en la iglesia material, cree que por el hecho
de asistir días tras dias en la iglesia ya están “salvo y pueden ingresar al cielo”;
están muy equivocados.
Mientras
unos se refugian en las iglesias como el único lugar de “pureza y salvación”,
sus familias, en cambio, se pierden por la marginación y exclusión que provoca
estas falsas creencias de “no dejarse de congregar como algunos…”; pero el
congregarse aquí implicaba estar reunido con los miembros de su familia, que es
su primera responsabilidad de velar por ellos. Los padres son llamados a ser
sacerdotes de su hogar, no deben dejar de congregarse con su familia en la
casa, no en el edificio, sino la iglesia espiritual que está en cada corazón
que le ha abierto para que Cristo more en su vida.
Dejar de “congregarnos” en la iglesia invisible, que
está en cada ser humano, que ha aceptado a Cristo en su corazón; es más dañino
y peligroso, por estar bajo un espíritu dependiente de un ilusionista, que
llena a sus oyentes de una falsa
ilusión, que solo busca es enriquecerse a través de la buena fe de las personas,
que están en estado de necesidad. Y en ese estado de vulnerabilidad hacen lo
que sea para poder salir de su estado de marginalidad, siguiendo el reflejo del
ilusionista predicador, que con su recetario y argumentos les hace creer que si
lo siguen al pie de la letra, pactan tal cantidad de dinero van a recibir
muchas bendiciones, porque: “Dios ama al dador alegre”, y ellos son ejemplo del
confort de esas bendiciones. Pero, lo
triste es que esas personas no se dan cuenta que la riqueza del ilusionista
predicador que hace alarde son resultado de cada uno de ellos, que ha venido a
dejarle su dinero, que fue ganado con el sudor de su frente.
En esa lógica explotadora, hay un intercambio de mercancía:
el ilusionista predicador ofrece el producto con ciertas artimañas y hay otro
que le compra ese producto, allí es mi pregunta ¿Qué pasa con esas personas que
se congregan en los servicios que ofrecen estas iglesias falsas, que engañan a
esas personas? No quiero con esto afirmar que todas las iglesias son malas,
pero es difícil afirmar y condenar a las personas creyentes y no creyentes que
no son salvas, porque no se congreguen todos los días de la semana en estas
iglesias u otra.
Luego entonces, que nos dice el texto de Hebreos 10:
25: “No nos dejemos de congregar…”, nos está hablando del edificio, que es lema
de sujeción y dominación que hacen muchos colegas para obligarlos a estar
metido en las cuatro paredes del edificio. No, el texto me parece que nos habla
de la iglesia invisible y que la llevamos todos los que hemos aceptado a Cristo
en nuestros corazones. No dejemos de reunirnos con nuestra familia, en casa de
amigos, etc., de juntarnos para compartir el pan, orar y aprender Su Palabra en
amor, sin ninguna dominación explotadora
y excluyente.
Porque todos “somos salvos por gracia de Dios”, por
ende, no nos dice que debemos estar bajo la sombra de un yugo, que en vez, de
liberarnos, nos agobia, nos somete y nos condiciona vivir la vida, la fe, etc.,
como seres libres, amantes de la verdad, que no nos conformamos con frases ilusionistas,
sino que las analizamos bajo la lupa de la Palabra de Dios. Pues, todos somos
sacerdotes en Cristo, y como sacerdotes no estamos para seguir siendo
conejillos de india, sino que estamos listo para servir y hacer defensa de lo
que hemos aprendido en nuestra vida cristiana. Basta ya de intermediarios
(apóstoles, profetas, etc.); éstos en el tiempo del reformador Martin Lutero
eran los que negociaban la salvación por dinero, tierras. Hoy, lo negocian con
sus pactos, siembras, etc.
Estamos cerca de cumplir 500 años de lo que hicieron
los grandes reformadores de la historia de la iglesia cristiana. Pero, todavía
la lógica de las indulgencias continúa con nuevas estrategias, hoy necesitamos
recuperar el sacerdocio universal de todo creyentes. Estamos llamados a
liberarnos y a liberar a nuestras comunidades cristianas de todo vestigio del
mal, que se viste de oveja. No nos dejemos de reunirnos para orar, compartir
experiencia, etc., en nuestras casas. Allí está el verdadero sentido de “no
dejarnos de congregar como algunos tienen por costumbre…” Dios quiere y se goza
cuando ve a sus hijos reunidos en armonía. Y nos alerta:
“(…) que nadie se constituya en juez de ustedes (nadie los juzgue) con
respecto a comida o bebida, o en cuanto a día de fiesta, o luna nueva, o día de
reposo, cosas que sólo son sombra de lo que ha de venir, pero el cuerpo
pertenece a Cristo” (Colosenses 2:16-17).
Dr.
Luis Eduardo Cantero
Pastor bautista, Teólogo (UENIC-MLK); Master en Teologia (UENIC-MLK); en Educación (UNIMINUTO); Especialista en Dirección de instituciones educativa (ISPJVGONZALEZ) y Doctor en
Filosofía (LHS).
(1). Disponible: http://obrerofiel.us7.list-manage.com/track/click?u=b68fd169b6195ce865eeb9b51&id=a4ba885744&e=fd54cd3c88
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