Los
peligros de usar los textos sagrados
sólo
para extraer lecciones hermosas
Por.
Les Thompson, EE.UU
Sin
duda, la tarea más importante de un predicador no sólo es entender las
Escrituras, sino enseñarlas correctamente. Jesús acusó a los escribas y
fariseos, diciendo: “Estáis equivocados por no comprender las Escrituras”
(Mt 22.29). Por no haber entendido el sentido correcto, instruían mal al
pueblo, llevándolo al engaño. San Pablo, hablando del pueblo incrédulo, dijo:
“Y hasta el día de hoy, cada vez que se lee a Moisés, un
velo está puesto sobre sus corazones” (2 Co 3.15). Por tanto, el temor más grande que un
predicador debe tener es el de tomar la Sagrada Palabra de Dios e interpretarla
erróneamente. ¿Cuáles son algunos principios de interpretación que debemos
tener en cuenta para asegurarnos que no nos desviamos de lo que realmente dice
la Biblia?
1. De
Génesis a Apocalipsis el tema unificador es Jesucristo. Cada página, capítulo y
libro nos cuenta ese maravilloso plan de Dios para redimir a la humanidad
caída: “Examináis
las Escrituras porque vosotros pensáis que en ellas tenéis vida eterna; y ellas
son las que dan testimonio de mí”
(Jn 5.39).
“ Y
comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les explicó lo
referente a El en todas las Escrituras” (Lc 24.27). Nuestro deber como predicadores es estudiar
esas sagradas páginas buscando ver cómo cada porción “da testimonio” de
Jesucristo y su obra de salvación.
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2. Al
contar esa historia de la redención, la Biblia, de principio a fin, narra
acontecimientos reales. No es una compilación de cuentos y relatos. Como
historia que es, tiene su comienzo y también su fin y propósito. San Pablo le
recordó a Festo: …”esto [lo ocurrido en Jerusalén concerniente a Jesús] no
se ha hecho en secreto” (Hch 26.26), fueron eventos históricos y parte del
plan divino que Dios iba a su tiempo revelando a la humanidad. Es más, cada
suceso descrito en la Biblia —uno tras otro— enseña, explica y da luz sobre el
grandioso plan de redención que gradualmente se va aclarando a través de sus
páginas, hasta llegar finalmente al glorioso clímax del triunfo de Jesucristo
sobre todo enemigo, todo obstáculo y todo poder. Como un grandioso cuadro en
mosaico, cada cuadrito (texto y pasaje) va colocando otro aspecto importante
del cuadro total. La Biblia no es un libro escrito para tratar los problemas de
individuos en sus quehaceres diarios, con algunas soluciones prácticas y sabias.
Ni tampoco es para informarnos cómo vivían generaciones pasadas. Más bien es un
libro en que todos los eventos, todas las personas y todos los sucesos detallan
la mano de Dios obrando en la historia —pasada, presente y futura— para
incorporar a gente pecadora al pueblo de los redimidos por la sangre de Cristo.
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3. La
Biblia, de principio a fin, compone una gloriosa unidad. Debemos a toda costa
evitar tratarla como si fuera una compilación de relatos, leyes, principios,
pensamientos, y enseñanzas religiosas aisladas que se coleccionaron en un libro
que llamamos el Antiguo o el Nuevo Testamento. No, la Biblia es un grandioso
libro totalmente entrelazado, en el que la Ley y el evangelio de principio a
fin presentan el plan redentor de la gracia de Dios para esta humanidad
perdida. Como nos informa Pedro: Acerca de esta salvación, “los profetas que
profetizaron de la gracia que vendría a vosotros, diligentemente inquirieron e
indagaron, procurando saber qué persona o tiempo indicaba el Espíritu de Cristo
dentro de ellos, al predecir los sufrimientos de Cristo y las glorias que
seguirían” (1 P 1.10-11). Cuando habla de Noé, Abraham, Jacob, José,
Moisés, David, etc., no nos los presenta como personajes aislados unos de
otros, sino que muestra el papel que cada uno jugó en relación a Jesucristo y
su obra de redención, resurrección y glorificación.
Es
en ese sentido que comprendemos lo que ocurrió en el Camino a Emaús: “Entonces
Jesús les dio: ¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que los
profetas han dicho!¿No era necesario que el Cristo padeciera todas estas cosas
y entrara en su gloria? Y comenzando por Moisés y continuando con todos los
profetas, les explicó lo referente a Él en todas las Escrituras” (Lc
24.25-27). Con razón ellos reaccionaron, diciendo: “¿No ardía nuestro
corazón dentro de nosotros mientras nos hablaba en el camino, cuando nos abría
las Escrituras” (Lc 24.32)? Cuando, como ellos, nosotros igualmente
llegamos a entender que el mensaje de toda la Biblia es Jesucristo y su
glorioso plan de redención, es entonces cuando nuestros corazones comienzan
también a arder, pues comprendemos su mensaje. ¡Qué Salvador! ¡Qué increíble
plan de salvación! Es entonces cuando entramos en la experiencia de los
discípulos: “Entonces les abrió la mente para que comprendieran las
Escrituras” (Lc 24.45).
Cuando
la Biblia se convierte meramente en un libro para ayudarnos a vivir una vida
más sana, para darnos buenos ejemplos morales, para guiarnos a excelentes
principios psicológicos, y para enseñarnos cómo ser mejores ejecutivos y
empresarios, entonces hemos perdido su verdadero mensaje. Hemos entrado en el
error de “moralizar el texto”, el error de los fariseos y escribas al
interpretar tan equivocadamente las Escrituras. Evitemos ver al Antiguo Testamento
o el Nuevo Testamento como escritos que nos dan remedios para los quehaceres de
cada día.
La
historia de David y Jonatán no está en la Biblia para enseñarnos la importancia
de tener buenas amistades. La victoria de David sobre Goliat no es para
enseñarnos como conquistar los temibles gigantes que se nos presentan. La
oración de Ana pidiendo un hijo no es para enseñarnos cómo orar con
persistencia. La vida de Josué no es para enseñarnos cómo ser buenos
ejecutivos. La lucha de Jacob en Peniel no es para enseñarnos la difícil lucha
espiritual que todos libramos, y así sucesivamente con cada personaje y pasaje.
De la misma forma, ni los pasajes que rodean la vida de Jesucristo, ni las
porciones que tratan la vida de los apóstoles, deben ser usadas meramente como
ejemplos de cómo vivir una vida de éxito, o ser más amorosos, o ser mejores
vecinos. Nuestro deber es mostrar cómo estos eventos y personajes nos aclaran
la manera en que Dios transforma al pecador por la obra realizada por
Jesucristo en la cruz.
En
fin, no se debe escoger un pasaje de la Biblia con el propósito de encontrar
una moraleja. No debemos reducir el mensaje de la Biblia a una serie de
lecciones sobre cómo vivir. Si le damos ese tipo de interpretación, la Biblia
llega a ser nada más que un libro de axiomas lindos, un texto lleno de consejos
psicológicos, y un manual de magníficos principios morales. Por supuesto, no es
que no hayan lecciones para la vida en los relatos de la Biblia, ni lecciones
de cómo vivir. No es que no podamos encontrar consejos psicológicos y grandes
principios morales, sino que estas cosas son secundarias y deben ser tratadas
así. Estas cosas no representan el mensaje principal de la Biblia.
Cuando
se estudia la Biblia sólo con el propósito de encontrar moralejas, cuando de
cada biografía sólo se ven unos principios prácticos, y cuando en cada capítulo
sólo encontramos buenas lecciones para la vida, es entonces cuando el sagrado
libro pierde tanto su propósito como su mensaje. Nos atrevemos a añadir que si
para buscar buenos ejemplos morales sólo has rebuscado la Biblia, podemos
hacerte la tarea mucho más fácil y hasta ponerte más al día. Estudia la
historia de Napoleón, de Colón, de Abraham Lincoln, de Ghandi, o de Martín
Luther King. En ellas encontrarás magníficos ejemplos morales y lecciones para
la vida, tanto negativas como positivas. El público hoy día está muy atento a
la vida y los ejemplos de los deportistas, músicos, artistas de cine, y
políticos. De estas vidas podrás encontrar montones de moralejas para tu
prédica, si eso es lo que buscas.
Pero
la Biblia no es para esto. Interpretarla de esa manera es achicarla, reducirla
a la insignificancia. Es una manera triste y hasta perversa de tergiversar su
verdad, de encubrir su mensaje, y de ocultar a su Salvador. Nunca olvidemos que
el problema mayúsculo de todo ser humano es su pecado y su total incapacidad
para agradar y complacer al Dios tres veces santo. Lo que necesita no es
aprender cómo portarse mejor ni cómo funcionar más aceptablemente en la sociedad.
La
Biblia es un libro cuyo tema es la redención de esta humanidad caída. La
abrimos para encontrar el maravilloso remedio provisto por Dios para cada uno
de nosotros. Vamos a ella para ver cómo Dios levanta a un ser hundido en el
fango de su terrible maldad y lo levanta para ponerlo libre y limpio en los
brazos del amante Dios. En sus páginas vemos como personas como Adán, Abel,
Noé, Abraham, Moisés, Josué, Samuel, David, Pedro, Juan y Pablo —personas
manchadas e indignas— pudieron todas encontrar la paz eterna con Dios. En sus
páginas vemos como personas como Faraón, Acán, Ofni, Finees, Nabal, Jezabel,
Belsasar, Judas y Pilato no solo sufrieron la ira de Dios sino el castigo
eterno.
Cuando
lo eterno no es lo que interesa, cuando lo temporal es lo que se busca en sus
páginas, es entonces que tales lectores de la Biblia pueden ser condenados
correctamente como equivocados por no comprender las Escrituras (Mt 22.29), y
porque un velo está puesto sobre sus corazones (2 Co 3:15).
Fuente:
Logoi, 2015
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