Por Alexander
Cabezas, Costa Rica
La
educación sexual no puede entenderse únicamente en su función genital biológica
y reproductiva; esto sería ignorar la integridad del ser humano en lo que
concierne a su área social, emocional, psicológica y espiritual, entre otras.
Sin embargo, han sido algunos paradigmas erróneos los que se han encargado de
transmitir una perspectiva reduccionista y distorsionada de la sexualidad, algo
que ha acrecentado las brechas que existen para una sana concepción.
Las
consecuencias de estos sesgos son evidentes cuando no se logran puntos de
equilibrio ni de acuerdos que permitan construir estrategias para enseñar algo
sobre sexualidad de forma equilibrada, profesional y responsable en los
diversos espacios y en especial en el dialogo y en la comunicación con los
adolescentes y los jóvenes.
Claro
ejemplo de ello es que sólo hace unas pocas décadas los adolescentes, que hoy
ya son padres o abuelos, iniciaron su vida sexual en los locales donde las
“chicas malas” del pueblo (un término despectivo para referirse a las mujeres
que ejercían la prostitución), con el fin de “hacerlos hombres” (como si ser
hombre se definiera por su capacidad de tener sexo). En muchos casos, estas
mismas mujeres fueron las primeras, y quizás las únicas, maestras en materia de
educación sexual que tuvieron nuestros ancestros. Pero para colmo de males,
después se alentaba a estos jóvenes a utilizar su experiencia sexual inicial
para buscar una chica “pura y virgen” con el objetivo de cumplir sus
sueños de construir un hogar.
De
este pobre entendimiento, que rebaja a la mujer a ser un simple objeto sexual,
se ha valido el machismo para justificar el placer únicamente para el hombre,
al mismo tiempo que considera que el deber de la mujer es complacer los deseos
de su marido y engendrar hijos sin ningún tipo de consideración por sus
emociones o deseos. Este mensaje popular se perpetuó con la ayuda de
algunas enseñanzas bíblicas, fuera de contexto, que promovían que era el hombre
el que debía ejercer poder sobre la mujer. De estas distorsiones, muchos
arrastramos todavía algunas secuelas.
Con
vergüenza reconozco que, en mi adolescencia, uno de los descubrimientos que más
me impactó fue cuando me compartieron que las mujeres también tenían capacidad
para experimentar placer como los hombres. Pensaba que los deseos sexuales eran
tan viles, sucios y depravados, que eran la carga que teníamos que sobrellevar
como género masculino. Este ejemplo ilustra la escasa formación que se me
había brindado en el campo sexual.
Pese
al cambio de los tiempos, seguimos encontrando una escasa comprensión y
formación del tema en el hogar, en la escuela y en la iglesia. Esto quiere
decir que hablar de educación sexual sigue siendo un tema tabú.
Los
jóvenes, ante el silencio de los sus progenitores y frente a sus demandas y
necesidades, se forman o deforman, con el aporte que reciben de sus padres, la
televisión, Internet u otro medio de comunicación que muestra el sexo como una
transacción comercial desvinculado del amor, el compromiso y las relaciones
interpersonales estables y maduras.
¿Tienen
algo que decir la iglesia?
Sin
pretender generalizar, aún existen muchos sectores eclesiales que continúan
guardando silencio y que han sido víctimas de un enfoque platónico que se
viene arrastrando desde los primeros siglos de nuestra era. Las ideas griegas y
platónicas permearon la iglesia con conceptos dualistas, lo cual produjo una
separación entre lo espiritual y lo físico y se comenzó a entender el
sexo sólo como función reproductiva.
Quizás
por ello, el libro de Cantar de los Cantares, (Shir hashirim” en
hebreo), recibió fuertes críticas y oposiciones para formar parte del
Canon Bíblico. Incluso, Martin Lutero y otros, quisieron excluirlo. A algunos
líderes se les ocurrió la idea de suavizar su contenido y entenderlo como
una alegoría en la que cada imagen relacional tenía que ser entendida como una
relación entre Jesús y su Iglesia; algo que, por otra parte, violenta las
reglas hermenéuticas de interpretación.
Como
iglesia nos ha costado entrar en el dialogo de la educación sexual. Obviamente
existen excepciones, pero debemos reconocer que ha sido más la labor de algunas
organizaciones cristianas la que ha tenido que desarrollar el tema desde una
perspectiva más amplia y, nuevamente, ante el silencio y marginación de la
Iglesia.
El
camino debe construirse desde la creación de puentes de comunicación, dialogo,
modelos, que incluyan, el respeto, la dignidad, la tolerancia, la
autopercepción y la aceptación, entre otros factores indispensables que, por
supuesto, deberían iniciarse en el hogar y reforzarse en otros círculos más
amplios, incluyendo las iglesias. Es todo un reto, no lo niego, sobre todo en
estos tiempos en los que los medios de comunicación nos bombardean con
estereotipos distorsionados de lo que es el sexo. Pero “no nos avergoncemos de
hablar de lo que Dios no se ha avergonzado en crear” (Clemente de Alejandría).
Alexander Cabezas Mora, costarricense. Consultor en temas de
niñez e iglesia. Profesor de varios seminarios teológicos en Costa Rica. Tiene una
maestría y una licenciatura en teología y un bachillerato en Educación
Cristiana.
Fuente:
Lupa protestante, 2015.
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