Por. Leopoldo
Cervantes-Ortiz, México.
Se
acercan vertiginosamente las celebraciones por los 500 años de la Reforma Protestante, y
luterana en particular, en 2017. Proliferan por doquier, los preparativos académicos y eclesiásticos para conmemorar esa fecha
tan importante para la historia de Occidente y de la cristiandad. Las múltiples interpretaciones de los
sucesos se actualizarán y
debatirán
apasionadamente durante estos años y se vislumbran nuevas perspectivas de análisis que cuestionarán de raíz mucho de lo discutido en estos
casi cinco siglos de controversia. La figura de Martín Lutero estará muy visible y su legado, una
vez más, será revisado por defensores y
detractores por igual. Buena parte de ellos se ocupará de establecer distinciones históricas, ideológicas, culturales y religiosas a
fin de llegar a algunas conclusiones parciales. Uno de los temas álgidos es el que tiene que ver
con el papel desempeñado por
el reformador como parte del proceso de surgimiento de un rostro diferente para
el cristianismo ante las puertas de la tan traída y llevada modernidad.
¿Qué hemos de celebrar, entonces, la
emergencia de una experiencia personal de cambio espiritual o la instalación de un nuevo régimen eclesiástico en el continente “cristiano” dividido y desgarrado por las
corrientes teológicas
que buscaban airear la vida de fe de las personas y comunidades? ¿O, acaso, como siempre se ha
dicho, seguiremos enfrascados en discusiones inútiles sobre la superioridad de una u otra
manera de entender la fe y la doctrina? Quien escribe estas líneas ha comenzado ya un periplo
que abarca una antología de
textos alusivos a Lutero, así como la traducción de algunos ensayos que
analizan su huella. Para comenzar una nueva serie de artículos, se rescata el presente,
redactado en 2001, ahora con algunas modificaciones, dedicado a una de las
mejores biografías
existentes.
o juzgamos a Lutero. ¿Qué Lutero, además, y según qué código? ¿El nuestro?, ¿o el de la Alemania contemporánea? Prolongamos sencillamente,
hasta los extremos confines de un tiempo presente que estamos mal preparados
para apreciar con sangre fría, la curva sinuosa, y que se bifurca, de un
destino póstumo.[1]
Biografía de la Reforma Protestante: el caso de
Lucien Febvre 1.
1. La biografía de Lutero en el contexto de la Reforma
Acometer
la biografía del
Reformador por antonomasia, cuyo nombre es sinónimo, para algunos, de rebelión, de protesta, plenamente
justificadas, y para otros, el extremismo, la pasión insana por el cisma, es un
gran doble riesgo. Primero, como en cualquier biografía, porque la reconstrucción de una vida lejana en el
tiempo implica sumergirse en el cúmulo de las interpretaciones previas acerca
del ambiente y de las mentalidades de su época, y segundo, porque biografiar la
Reforma Protestante, sobre todo si se es historiador, implica tomar un partido,
no sólo metodológico, en cuanto a la relación entre la macro y la
microhistoria, sino también en cuanto a la postura religiosa o ideológica propia. Me atrevería a decir que existen pocos
personajes famosos tan vilipendiados como Lutero (o Calvino, dentro de los
grandes nombres de la Reforma), a causa de las biografías tan tendenciosas de las que
han sido objeto, pergeñadas por
autores católicos
que sienten la obligación de
demostrar que su influencia ha sido perniciosa. Hay que decir, también, que muchos de los biógrafos protestantes han
incurrido en excesos que no le hacen ningún favor, ni al personaje, ni a la realidad,
por su interés
panegirista a ultranza.
La
Reforma Protestante es uno de esos episodios de la historia universal que
partieron en dos las circunstancias en las cuales se dio como fenómeno, como realidad. Esto es
algo que nadie discute, pero a la hora de exponer los cruces de caminos entre
los grandes sucesos históricos,
sujetos continuamente a análisis, y las vidas personales, irrepetibles,
de todos quienes fueron contemporáneos de dichos sucesos, pero, sobre todo, de
quienes fueron protagonistas directos de los mismos, afloran una serie de
mitos, preconceptos y deformaciones. Mitos, porque las figuras y personalidades
originales, se desfiguran para servir de tiempo completo a la causa que los ha
hecho famosos; preconceptos, porque entran, sin más, a la categoría de personajes predestinados a
cumplir la función que el
gran suceso les ha asignado; y deformaciones, porque sus vidas reales, auténticas, se vuelven prácticamente inaccesibles por lo
sepultadas que quedan bajo la montaña de dogmas, orgullos, estructuras e
intereses creados alrededor de los sucesos convertidos en instituciones o
monumentos.
Al decir
esto, no trato de ubicar la biografía de Martín Lutero que el historiador francés Lucien Febvre publicó en 1927, dentro del conjunto de
intentos de desmitificación que periódicamente vemos a nuestro alrededor. Lo que
pretendo señalar es
cómo
resulta imprescindible conocer exhaustivamente los marcos históricos que ayuden a explicar el
surgimiento de un personaje. Ésa fue una de las razones que llevaron al
libro de Febvre, a quien conocía ya como un atento investigador de los
sucesos relacionados con las reformas religiosas del siglo xvi en Europa. Mi
primer contacto con él fue “Una puntualización. Esbozo de un retrato de Juan
Calvino”,
recogido en un libro de ensayos acerca de Erasmo, la Contrarreforma y el mundo
moderno,[2] en donde ensaya una semblanza del reformador francés con peculiar perspicacia. En
dicho libro, Febvre, como buen francés, trata, en tres trabajos, de puntualizar
algunos aspectos mal conocidos (y entendidos) acerca de la Reforma en su país, oscurecida por lo sucedido en
Alemania y en Suiza, pero que para Febvre fue un episodio relevante, entre
otras cosas porque el propio Calvino nació en Francia. Para tal fin, en su esbozo, no
sigue a Calvino hasta Ginebra, sino que se concentra en el tiempo que pasó en Estrasburgo, años fundamentales para su formación y consolidación como dirigente eclesiástico.
2. ¿Cuestión de idiosincracias?
En esa
misma línea, es
seductora la posibilidad de leer cómo un francés acometía la biografía del reformador alemán, sobre todo por la clásica oposición de caracteres, tiempos y
circunstancias, tan repetida por la historiografía: Lutero, el pobre sajón, apasionado, violento,
arrebatado, fundador del movimiento y cabeza de una rebelión incontenible; Calvino, el frío, el cerebral, quien sólo vino a consolidar una obra ya
iniciada. El propio Febvre anota algo al respecto, refiriéndose al estilo de ambos:
Idiosincrasia alemana: amontonamiento,
acumulación,
minucia; Alberto Durero y la liebre del Albertina. Todos los pelos del animal
descritos minuciosamente, uno por uno (se podrían contar), con una especie de candor y de
ingenuidad en su aplicación que es imposible ponerse frente a esta
asombrosa obra maestra sin conmoverse profundamente. Y digo Durero. Pero aun
artistas menores: un Hans Baldung, pongamos, un Schongauer antes que éste. Y, digámoslo también, en nuestro terreno de hoy, un
Lutero. Idiosincrasia francesa: eliminación, esclarecimiento, elección. No busquemos más, repitámoslo: Juan Calvino.[3]
Ya en la
biografía de
Lutero, Febvre no deja de incluir, con relativa frecuencia, las observaciones
sobre la idiosincrasia alemana, junto a —eso sí— la minuciosa descripción del ambiente, de las
mentalidades y de la situación específica. No obstante, hay un momento en el que
se detiene y lo dice expresamente, refiriéndose al énfasis que puede guiar a un historiador u
observador de lo que pasaba en Alemania: “Sí, ironizar es fácil. Pero el francés que ha nacido malicioso, o el
anti-luterano que se mofa, ¿son buenos guías para comprender a un Lutero, y a través de él la Reforma alemana, y más lejos aún a través de él, uno de los aspectos más impresionantes del germanismo
en la historia?” (226).
Justamente, la irrupción del
germanismo en un momento tan crucial en la historia de Europa, se le presenta a
Febvre para colocar, rigurosamente, la vida de Martín Lutero, no tanto al servicio
de dicho movimiento ligado al elemento racial-nacionalista, sino como la
posibilidad de llevar a cabo un corte transversal, diacrónico, en la marcha de dicho
movimiento, para encontrarse con una vida específica, personal, irrepetible: la de un monje
agustino que poco a poco va saliendo del anonimato para verse a sí mismo, muchas veces a su pesar,
al frente de un gran movimiento de renovación eclesiástica, con consecuencias políticas y sociales inimaginables.
El “hombre
alemán” de la fecha clave, 1517, para
cuyo surgimiento contribuirá sustancialmente (94), será su colaborador anónimo cuando el movimiento sea
visto como la irrupción del
nacionalismo germano contra las imposiciones transnacionales del papado de la época. Febvre siempre será un francés muy atento a los riesgos de la
explosión de la
veta nacionalista en la lucha de Lutero, pero restringirá la conciencia de dicho impulso
en la mente de un Lutero dominado por las preocupaciones religiosas. Sin
embargo, el historiador-biógrafo, al poner su atención en este hecho, logra exponer
la forma en que Lutero ya desde su época fue tomado como estandarte de
nacionalistas como Hutten, quien sin ambages se dirigió a él, diciéndole cosas tales como: “En cuanto a mí, Martín, acostumbro a menudo a
llamarte Padre de la Patria. Y eres digno de que te erijan una estatua de oro,
digno de que te consagren una fiesta diaria, tú que has osado el primero hacerte el
vengador de un pueblo alimentado de criminales errores” (131). Con singular habilidad,
Febvre logra aislar este tipo de excesos de las metas que conscientemente
alimentaba Lutero, y con ello logra superar los lugares comunes que explican a
Lutero como un efluvio incontrolable de la naturaleza germánica que sólo buscaba venganza por los
oprobios recibidos. Con todo, Febvre no deja de introducir elementos que apoyarían la idea del aparente
revanchismo alemán de la época de Lutero, interiorizado
por él y
expresado de la siguiente manera: “Es ist khein vercahter Nation denn die
Deutsch! ¡No hay
ninguna nación más despreciada que la alemana!
Italia nos llama bestias; Francia e Inglaterra se burlan de nosotros; todos los
demás también” (104).
La
Reforma en Alemania, mostrará ampliamente Febvre, surge del alma de
Lutero, quien contagió a sus
paisanos y contemporáneos de
la pasión que lo
movió, y pudo
darle cauce a la protesta que se venía gestando en los corazones de los
cristianos europeos desde varios siglos atrás. Asimismo, demuestra que no es lo mismo
historiar que biografiar la Reforma, puesto que antes y después de él, muchos historiadores pasan de
un plumazo por la personalidad y los conflictos interiores de Lutero, dándolos por entendidos, atribuyéndoles todo o despreciándolos porque, supuestamente, la
marcha de los acontecimientos es tan inevitable que no obliga a detenerse en la
persona de sus protagonistas, simples peones al servicio de la Historia, con
mayúscula.
Sin caer en el error contrario, Febvre acompaña a su personaje y nos deja una lección de rigor que consigue
colocarse por encima de la filiación personal, de las simpatías del historiador y de los
vaivenes interpretativos, siempre cambiantes. De modo que, viniendo de un francés, esta biografía tiene un valor doble: primero,
porque es testimonio del esfuerzo de alguien que trató de comprender dos de las
vertientes fundamentales de la Reforma Protestante, la calvinista y la
luterana, y segundo, porque se atreve a traspasar los límites del idioma y de la
nacionalidad, aplicando el rigor propio de la perspectiva historiográfica al tema de estudio. Ambas
virtudes hacen que la lectura del libro sea un auténtico paseo por la historia de
un siglo, el xvi, tan convulsionado por sucesos que transformaron radicalmente
la visión del
mundo que se tenía hasta
ese momento, de un país,
Alemania, y de una persona, Lutero, que requieren, todos ellos, una revisión amplia, dados los malos
entendidos de que han sido objeto.
Construir la vida de Lutero: los primeros
tiempos
1. Algunos aspectos metodológicos
Aunque
este punto podría
identificarse casi por completo con una indagación acerca de la metodología que utiliza Febvre para
construir la vida de su personaje, y sin dejar de incluir elementos
estrictamente metodológicos
que expresamente aparecen a lo largo del libro, lo que se pretende, más bien, es destacar la manera en
que el biógrafo se
ubica ante un monumento histórico visitado muchas veces y de distintas
maneras, y que ha sido institucionalizado por un organismo religioso oficial,
de carácter
nacional, y por toda una tradición religiosa repartida en varios países. Con el paso de los años y de los correspondientes
debates dogmáticos,
dicha tradición se ha
transformado en algo muy diferente a lo que su fundador hubiera imaginado,
aspecto que el biógrafo no
descuida y al que le dedica toda una sección, la final del libro (“Luterismo y luteranismo” (255-263). Dos cosas saltan a
la vista: la renuncia a la minucia biográfica, al lado de la voluntad de asumir el
destino reformador de Lutero como principio. A cada paso de la vida de Lutero,
y sobre todo en aquellos aspectos que se han vuelto lugares comunes, Febvre se
deslinda de la obsesión por
contar el detalle con minuciosidad y casi morbo. Calificando su libro no como
una biografía, sino
como un juicio, Febvre puntualiza claramente cuál es su intención:
Dibujar la curva de un destino que fue
sencillo pero trágico;
situar con precisión los
pocos puntos verdaderamente importantes por los que pasó; mostrar cómo, bajo la presión de qué circunstancias, su impulso
primero tuvo que amortiguarse y su trazo primitivo desviarse; plantear así, a propósito de un hombre de una
singular vitalidad, el problema de las relaciones del individuo con la
colectividad, de la iniciativa personal con la necesidad social, que es, tal
vez, el problema capital de la historia: tal ha sido nuestro intento (9).
Así, la soberbia del historiador se
somete ante las características
de la empresa que tiene por delante: biografiar en la vida de un hombre clave,
un episodio fundamental de la historia de Occidente, de Europa y de Alemania,
amén de la
historia de la Iglesia. En este punto es donde Febvre polemizar con los autores
que le han precedido, especialmente con aquellos que chocan frontalmente con su
objetivo. En las palabras que preceden a la segunda edición de la obra (1944, ¡en plena guerra mundial!),
Febvre da cuenta de lo sucedido en 1933: al celebrarse los 450 años del natalicio de Lutero, la
propaganda alemana habló del
surgimiento de un “nuevo
Lutero”,
inaccesible para los franceses, los extranjeros. El biógrafo reacciona: “Un Lutero tal, que deberíamos considerar sin validez casi
toda la literatura que fue consagrada antes de 1933 al Reformador. Un Lutero en
el que se quiere que veamos no a una personalidad religiosa sino,
esencialmente, una personalidad política cuyo estudio imparcial estaría calificado para comunicarnos “una comprensión nueva de la verdadera
naturaleza del pueblo alemán” (14).
Lutero
ahora era objeto de manipulación por parte del nazismo. Otro biógrafo, cuyo nombre no menciona
Febvre, plegándose a
la línea
sociopolítica de
interpretación de los
hechos, dominada por el ambiente político de la época, llega a decir que “las cuestiones que planteaba la
historia de aquel que era llamado antes el Reformador, no pertenecían, ‘por inesperada que esta afirmación pueda parecer, al dominio
religioso, sino al dominio social, político, incluso económico’”.
Y añadía, agrega Febvre, que “la doctrina misma es lo menos
interesante que hay en la historia de Lutero y del luteranismo” y que es infantil (Idem).
Contra estas afirmaciones, Febvre va a apuntar una observación que le va a guiar durante todo
el desarrollo de su libro: la doctrina de Lutero reviste tal interés, que es imprescindible “para una justa comprensión de la psicología colectiva y de las reacciones
colectivas de un pueblo, el pueblo alemán, y de una época, la de Lutero, a la que siguieron
muchas otras: todas ellas teñidas igualmente de luteranismo” (Idem). Este enfoque, el de la
importancia de la doctrina de Lutero, es de crucial relevancia para Febvre,
pues en la biografía se va
conformando de acuerdo, en gran medida, con las experiencias del ex-monje
agustino. No se trata de una relación mecánica, pero en la personalidad de Lutero
aparecen muchas claves para comprender su pensamiento.
Fuente:
Protestantedigital, 2015.
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