Por.
Carlos Martínez García, México.
Cuando
la oí decir en una frase su experiencia de aprendizaje quedé sacudido: “la
ignorancia es atrevida”. Ella
había estado participando en los cursos del Diplomado en Biblia y Ministerio
Cristiano, impartidos por el Centro de Estudios Anabautistas (CEA), y después
de varias sesiones compartió lo maravilloso que le estaba resultando aprender
historia y teología del anabautismo, hermenéutica bíblica, introducción al
Antiguo y Nuevo Testamento, y fue entonces que soltó la frase que he citado,
para ejemplificar que se estaba dando cuenta de la importancia de profundizar
en el conocimiento de la Biblia y asuntos histórico/sociales y teológicos.
Ella
había llegado al CEA impulsada por sus pastores, a quienes les expresó
reticencia ya que tenía poca escolaridad y, además, era solamente una
integrante de la comunidad de fe, es decir, una asistente fiel pero sin
ministerio de liderazgo. Como sea, pero comenzó a presentarse en el programa
del CEA. Paulatinamente los docentes fuimos coincidiendo en su creciente
interés y constancia en las materias impartidas. Llegaba a la sesión semanal
tras tener que subir y bajar de varios medios del transporte público.
Conociendo desde dónde venía, y lo agotador del trayecto, le reconocí su
esfuerzo y ánimo por querer aprender temas que iniciamente se le hacían
díficiles. Resultó ser una estudiante ejemplar, que completó el programa del
CEA y fue una de las graduadas de la primera generación del Diplomado en Biblia
y Ministerio Cristiano.
En
estos días la he recordado a ella y su frase. Al comenzar a leer la segunda
edición (revisada y ampliada) de Christian Mission in the Modern World (IVP,
2015), libro de John Stott originalmente publicado en 1975, y que en la nueva
reedición cuenta en cada capítulo con un comentario y/o respuesta de
Christopher Wright, me topé con frases que expresan de otra manera eso de que
“la ignorancia es atrevida”.
En
el prefacio a la edición original del volumen, que se incluye en la nueva, Stott
escribió unas líneas que me hicieron reflexionar y, creo, todos debiéramos
tener como aliadas en el proceso cognitivo: “La vida es un peregrinar de
aprendizaje, un viaje de descubrimientos, en el cual nuestras concepciones
erradas son corregidas, nuestras distorsionadas nociones ajustadas, nuestras
superficiales opiniones profundizadas y disminuida algo de nuestra vasta
ignorancia”. Más adelante vuelve al tema: “Los cristianos tenemos la tendencia
a pontificar desde nuestra posición de ignorancia”.
En
el libro John Stott se ocupó de dar una definición bíblico/teológica de cinco
términos: misión, evangelización, diálogo, salvación y conversión. En un
ejercició de autocrítica confía a sus lectore(a)s que unos años atrás tenía un
entendimiento más estrecho de lo que era la misión de la Iglesia, enfocado a la
evangelización y casi marginando cualquier otra tarea. Al momento de redactar
el libro que refiero, el autor confiesa que varios acontecimientos, factores,
experiencias y más estudio del tema le llevaron a ensanchar su comprensión de
que la misión es más, pero mucho más, que la búsqueda de conversos. No voy a
describir aquí lo que Stott redactó acerca de su proceso de ahondamiento
cognitivo sobre en qué consiste la misión del pueblo de Dios, para profundizar
en ello es mejor leer directamente la obra (está disponible en castellano el
texto de la primera edición, fue publicado por Certeza), lo que intento
subrayar es la apertura de Stott para corregir puntos de vista que antes creía
firmes y, tal vez, hasta finales.
¿Qué
programa de aprendizaje personal y comunitario tenemos? Recordemos que las
iglesias cristianas deben ser, entre otras cuestiones, comunidades pedagógicas,
centros de aprendizaje continuo. Es muy posible que en lugar de ensanchar
nuestro conocimiento de la Palabra, estemos democratizando la ignorancia,
haciéndola generosamente accesible a todos, y que desde tal ignorancia, como
escribió John Stott, estemos pontificando sin ton ni son.
Somos
llamados a crecer en el conocimiento del Señor en el contexto de la comunidad
cristiana. Es cierto
que el Señor distribuye dones a los integrantes de su cuerpo que es la Iglesia.
Uno de esos dones es el de la docencia de todo el consejo de Dios (Hechos
20:27). En el pueblo de Dios tienen un lugar los maestros, a condición de que
desarrollen su llamado y ministerio en la comunidad de fe, no como una tarea
meramente intelectual y académica desconectada del caminar junto con otros y
otras que se esfuerzan por entender y practicar los preceptos del Señor.
De
manera poética León Felipe escribió que “Lo importante no es llegar antes o
primero, sino juntos y a tiempo”. Es eco de una bella verdad bíblica, la cual
establece que los dones, entre ellos el de la enseñanza/aprendizaje, deben
tener por objetivo “capacitar al pueblo de Dios para la obra del servicio, para
edificar el cuerpo de Cristo. De este modo, todos llegaremos a la unidad de la
fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a una humanidad perfecta que se
conforme a la plena estatura de Cristo” (Efesios 4:12-13). Porque “el
punto de partida de la teología es la comunidad de fe. ¿Qué queremos decir con
esta afirmación? Básicamente, que toda elaboración teológica es una función no
tanto de un teólogo aislado que vive en una especie de torre de marfil,
sino en función de toda la comunidad creyente” (Alberto F. Roldán, ¿Para qué
sirve la teología?, segunda edición revisada y ampliada, Libros Desafío,
Grand Rapids, Michigan, 2011, p. 39).
Fe
en la obra perfecta de Cristo y el consecuente crecimiento dinámico en el
conocimiento de los alcances de esa obra, tiene que ser un ejercicio
espiritual, intelectual y práctico que se hace en la compañía de la familia de
fe. El desafío es a “comprender junto con todos los santos, cuán ancho y largo,
alto y profundo es el amor de Cristo, en fin, que conozcan ese amor que
sobrepasa nuestro conocimiento, para que sean llenos de la plenitud de Dios”
(Efesios 3:18-19).
Fuente:
Protestantedigital, 2016.
No hay comentarios:
Publicar un comentario