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sábado, 30 de enero de 2016

El atrevimiento de la ignorancia



Por. Carlos Martínez García, México.
Cuando la oí decir en una frase su experiencia de aprendizaje quedé sacudido: “la ignorancia es atrevida”. Ella había estado participando en los cursos del Diplomado en Biblia y Ministerio Cristiano, impartidos por el Centro de Estudios Anabautistas (CEA), y después de varias sesiones compartió lo maravilloso que le estaba resultando aprender historia y teología del anabautismo, hermenéutica bíblica, introducción al Antiguo y Nuevo Testamento, y fue entonces que soltó la frase que he citado, para ejemplificar que se estaba dando cuenta de la importancia de profundizar en el conocimiento de la Biblia y asuntos histórico/sociales y teológicos.
Ella había llegado al CEA impulsada por sus pastores, a quienes les expresó reticencia ya que tenía poca escolaridad y, además, era solamente una integrante de la comunidad de fe, es decir, una asistente fiel pero sin ministerio de liderazgo. Como sea, pero comenzó a presentarse en el programa del CEA. Paulatinamente los docentes fuimos coincidiendo en su creciente interés y constancia en las materias impartidas. Llegaba a la sesión semanal tras tener que subir y bajar de varios medios del transporte público. Conociendo desde dónde venía, y lo agotador del trayecto, le reconocí su esfuerzo y ánimo por querer aprender temas que iniciamente se le hacían díficiles. Resultó ser una estudiante ejemplar, que completó el programa del CEA y fue una de las graduadas de la primera generación del Diplomado en Biblia y Ministerio Cristiano.
En estos días la he recordado a ella y su frase. Al comenzar a leer la segunda edición (revisada y ampliada) de Christian Mission in the Modern World (IVP, 2015), libro de John Stott originalmente publicado en 1975, y que en la nueva reedición cuenta en cada capítulo con un comentario y/o respuesta de Christopher Wright, me topé con frases que expresan de otra manera eso de que “la ignorancia es atrevida”.
En el prefacio a la edición original del volumen, que se incluye en la nueva, Stott escribió unas líneas que me hicieron reflexionar y, creo, todos debiéramos tener como aliadas en el proceso cognitivo: “La vida es un peregrinar de aprendizaje, un viaje de descubrimientos, en el cual nuestras concepciones erradas son corregidas, nuestras distorsionadas nociones ajustadas, nuestras superficiales opiniones profundizadas y disminuida algo de nuestra vasta ignorancia”. Más adelante vuelve al tema: “Los cristianos tenemos la tendencia a pontificar desde nuestra posición de ignorancia”.
En el libro John Stott se ocupó de dar una definición bíblico/teológica de cinco términos: misión, evangelización, diálogo, salvación y conversión. En un ejercició de autocrítica confía a sus lectore(a)s que unos años atrás tenía un entendimiento más estrecho de lo que era la misión de la Iglesia, enfocado a la evangelización y casi marginando cualquier otra tarea. Al momento de redactar el libro que refiero, el autor confiesa que varios acontecimientos, factores, experiencias y más estudio del tema le llevaron a ensanchar su comprensión de que la misión es más, pero mucho más, que la búsqueda de conversos. No voy a describir aquí lo que Stott redactó acerca de su proceso de ahondamiento cognitivo sobre en qué consiste la misión del pueblo de Dios, para profundizar en ello es mejor leer directamente la obra (está disponible en castellano el texto de la primera edición, fue publicado por Certeza), lo que intento subrayar es la apertura de Stott para corregir puntos de vista que antes creía firmes y, tal vez, hasta finales. 
¿Qué programa de aprendizaje personal y comunitario tenemos? Recordemos que las iglesias cristianas deben ser, entre otras cuestiones, comunidades pedagógicas, centros de aprendizaje continuo. Es muy posible que en lugar de ensanchar nuestro conocimiento de la Palabra, estemos democratizando la ignorancia, haciéndola generosamente accesible a todos, y que desde tal ignorancia, como escribió John Stott, estemos pontificando sin ton ni son.
Somos llamados a crecer en el conocimiento del Señor en el contexto de la comunidad cristiana. Es cierto que el Señor distribuye dones a los integrantes de su cuerpo que es la Iglesia. Uno de esos dones es el de la docencia de todo el consejo de Dios (Hechos 20:27). En el pueblo de Dios tienen un lugar los maestros, a condición de que desarrollen su llamado y ministerio en la comunidad de fe, no como una tarea meramente intelectual y académica desconectada del caminar junto con otros y otras que se esfuerzan por entender y practicar los preceptos del Señor.
De manera poética León Felipe escribió que “Lo importante no es llegar antes o primero, sino juntos y a tiempo”. Es eco de una bella verdad bíblica, la cual establece que los dones, entre ellos el de la enseñanza/aprendizaje, deben tener por objetivo “capacitar al pueblo de Dios para la obra del servicio, para edificar el cuerpo de Cristo. De este modo, todos llegaremos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a una humanidad perfecta que se conforme a la plena estatura de Cristo” (Efesios 4:12-13). Porque  “el punto de partida de la teología es la comunidad de fe. ¿Qué queremos decir con esta afirmación? Básicamente, que toda elaboración teológica es una función no tanto de un teólogo aislado que vive en una especie de torre de marfil, sino en función de toda la comunidad creyente” (Alberto F. Roldán, ¿Para qué sirve la teología?, segunda edición revisada y ampliada, Libros Desafío, Grand Rapids, Michigan, 2011, p. 39). 
Fe en la obra perfecta de Cristo y el consecuente crecimiento dinámico en el conocimiento de los alcances de esa obra, tiene que ser un ejercicio espiritual, intelectual y práctico que se hace en la compañía de la familia de fe. El desafío es a “comprender junto con todos los santos, cuán ancho y largo, alto y profundo es el amor de Cristo, en fin, que conozcan ese amor que sobrepasa nuestro conocimiento, para que sean llenos de la plenitud de Dios” (Efesios 3:18-19).

Fuente: Protestantedigital, 2016.

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