Por.
Carlos Martínez García, México.
Antes
de la llegada denominacional organizada de los misioneros protestantes
extranjeros (finales de 1872) se fue gestando en la ciudad de México un
protestantismo endógeno. Este
tuvo lugares donde se efectuaban sus reuniones, tanto en templos expropiados a
la Iglesia Católica Romana por los gobiernos que encabezó Benito Juárez, como
en salones rentados y en domicilios particulares. El presente es un intento de
ubicar algunos de esos lugares, los cuales deberían ser rescatados del olvido
por parte de los herederos confesionales de la generación precursora del
protestantismo en la capital mexicana.
Aunque
no con la misma fuerza que el liberalismo político, también se fue gestando en
México un liberalismo religioso en la década de los cincuenta del siglo XIX.
Una manifestación clara de este último fue el grupo de los Padres
Constitucionalistas, un grupo de sacerdotes católicos que se organizaron en
1854, y cuyo movimiento se caracterizó por ser “reformista intracatólico,
nacionalista y antirromanista”.1
Estos sacerdotes radicados en la ciudad
de México hicieron activismo a favor de la Constitución liberal de 1857, en
cuyas sesiones se deliberó acaloradamente sobre la libertad de cultos, aunque
finalmente no fue aprobada como pugnaban los liberales radicales.2
Desde sus primeros escritos se dieron a conocer como “padres constitucionales
reformistas”,3 el
nombre de Padres Constitucionalistas les fue dado desde fuera del movimiento.
Los
sacerdotes a favor de la Constitución liberal progresan en su organización
sobre todo a partir de que el 15 de agosto de 1859. En la ciudad de México dan
a conocer un documento en el cual manifiestan que su objetivo es “la
observación verdadera de la santa y justa doctrina de Jesucristo”, y no reproducir
“la costumbre del clero y su disciplina [que] parece más bien una secta
errónea”.4
Denuncian que el arzobispo ha tenido conductas farisaicas, al infundir odio en
el clero hacia las reformas liberales, y ello a causa de que las altas
autoridades eclesiásticas “no respetan ni las Santas Escrituras, ni los
Cánones, ni los Concilios, que por su sórdido interés a los bienes temporales,
son la causa del desorden y la revolución social”.
Mediante
su delegado el grupo solicita ser apoyado “para promover las reformas [y]
convocar sacerdotes pacíficos, que reconociendo en todo al supremo gobierno,
sometiéndose a la Constitución y leyes que de ella emanen, nos ayuden alarmadas
por las predicaciones sediciosas de los falsos ministros, y de esta manera
cooperemos al reconocimiento del gobierno nacional, al establecimiento de la
paz y al Jesucristo, que fue pobre, humilde, indulgente y amable, no cruel,
tiránico, rico y vengativo como lo representan los prelados de México”.5
El
grupo confía su representación en el presbítero Rafael Díaz Martínez, quien es
enviado hacia Veracruz, donde se encontraba el gobierno del presidente Benito
Juárez, para comunicar a éste pleno respaldo contra el conservadurismo de la
cúpula clerical romana. Juárez había promulgado, pocas semanas antes (12 de
julio) del manifiesto de los Padres Constitucionalistas, la Ley de
nacionalización de los bienes eclesiásticos.6
Lázaro de la Garza y Ballesteros, arzobispo de México, expide el 29 de julio,
una carta pastoral para criticar y rechazar en todos sus términos la
legislación juarista.7
El
prelado expone que Juárez “hace al clero mexicano las mismas imputaciones que
en todos países y en todos tiempos han hechos los enemigos de la Iglesia a sus
ministros”. Considera que “las calumnias contra la verdad y contra quien la
anuncie han sido siempre los artificios que han abierto el camino a la
persecución”. El arzobispo sostiene que las nuevas leyes son un “desahogo [de
Juárez] a sus sentimientos contra la Iglesia católica y sus ministros”.8
La
reacción del arzobispo de México y obispos de otras entidades del país en
contra de los Padres Constitucionalistas fue pronta y contundente. Tachan a
estos de cismáticos, “sinagoga de Satanás, iglesia protestante e invención del
jansenismo”. Además acusan a “los liberales de romper la unidad del país y de
buscar la introducción de nuevas sectas”.9
Y
mientras los padres reformistas se organizan y difunden sus postulados para
crear una alternativa religiosa, en la ciudad de México, en 1860, en un local
“contiguo al templo de la Santísima [donde] vivía un zapatero francés, éste los
domingos reunía a ocho o doce personas a quienes leía y explicaba las
Escrituras en castellano”.10
El mencionado templo se localiza en las actuales calles de la Santísima y
Emiliano Zapata, en el Centro Histórico.
El
11 de enero de 1861 Benito Juárez entró triunfante a la capital del país, luego
de tres años de cruento enfrentamiento armado con los conservadores.11
Solamente cuatro días después, los Padres Constitucionalistas firman una
declaración de principios y posteriormente la hacen pública en la prensa.
Manifiestan que están ejerciendo un sacerdocio distinto al católico romano
predominante, y solicitan un espacio en que puedan desarrollar libremente su
ministerio:
“República Mexicana.
Agencia general del supremo gobierno para los negocios del clero
constitucional. Exmo. Sr. Los que suscribimos, presbíteros mexicanos, ante V.
E. respetuosamente exponemos: que deseando cumplir con nuestra misión
apostólica, hemos procurado la paz de la República, tranquilizando la
conciencia de nuestros ciudadanos, bendiciendo más de cuatrocientos matrimonios
civiles, sepultando y bautizando a cuantos lo han solicitado, sin más
recompensa que las voluntarias donaciones de las personas acomodadas, como
consta del adjunto documento y otros muchos que no presentamos por haberlos
interceptado los enemigos del progreso y de la verdadera religión. Esta
conducta que ha escandalizado a los fariseos, nos pone en el caso para seguir
desempeñando nuestro ministerio, de solicitar de V. E. un templo de los
dedicados al culto católico, para que los fieles tengan quienes les ministren
todos los sacramentos, sin más retribución que las donaciones voluntarias, y
que con estos sientan los beneficios de la ley, los que por ignorancia no los
pueden comprender. Contamos con que V. E. accederá a nuestra solicitud por ser
de justicia. México, enero 15 de 1861. Rafael Díaz Martínez, Juan N. Enríquez,
Atanasio Ocariz, José M. Arvide, Manuel Aguilar Bermúdez, Vicente Hernández,
José M. Campos, Ausensio Torres, Juan Malpica, Anastasio Brizuela. Exmo. Sr.
gobernador del Distrito.”12
El
Monitor Republicano consideró
que la solicitud de los firmantes debía ser atendida, dado el contraste de la
“conducta de esos sacerdotes virtuosos y verdaderamente evangélicos, que saben
cumplir con la misión de paz y de caridad que les impuso el Salvador del mundo,
y la de los otros, que hacen esfuerzos por continuar una guerra civil que ha
asolado a la República, y no vacilan en derramar la sangre del pueblo por
continuar formando un poder abusivo y ajeno de su ministerio”.13
Tres
de estos sacerdotes desempeñarían actividades importantes para el posterior
fortalecimiento del cristianismo no católico: Rafael Díaz Martínez, Manuel
Aguilar Bermúdez, quien era masón,14
y Juan Nepomuceno Enríquez Orestes. Éste último destaca por ser el más
prolífico del grupo, y sus escritos en defensa del movimiento ven la luz en
distintas publicaciones de la época.
En
el templo de la Merced comienza a oficiar misa e impartir sacramentos uno de
los Padres Constitucionalistas, la nota periodística no proporciona su nombre,
“pero se celebran sin el permiso de la autoridad eclesiástica [católica]”.15
Con anterioridad al personaje le había sido negada por el arzobispo “la
licencia que solicitó para administrar en la Iglesia de Regina”.16
El
periódico contrario a los Padres Constitucionalistas solicita a las autoridades
eclesiásticas “se dignen aclarar qué es lo que hay respecto del templo de la
Merced, sobre el que en el público tantas especies se vierten”. Es necesario
hacerlo porque en el mencionado templo ofician “sacerdotes y eclesiásticos que
se han separado de la Iglesia Católica Romana, para, sin duda, abrazar otra
comunión”.17
La publicación considera que se hace indispensable orientar a “los verdaderos
fieles”, con el fin de que “sepan a qué lugares no deben asistir, y a qué
ministros deban o no ocurrir para la administración de los Santos Sacramentos y
recibir el pasto espiritual”. Concluye la nota con la mención de “cuatro
religiosos […] que existen en la Merced”, quienes por desobedecer las
directrices del arzobispo “están suspensos”.18
El
Pájaro Verde sigue de
cerca las actividades de los sacerdotes cismáticos, y decididamente los
critica, actitud en la que sigue principios con los cuales se identificaba: la
defensa de la Iglesia Católica y su oposición a la política juarista. Desde que
apareció el periódico (5 de enero de 1861), “a los liberales [radicales] se les
conoció con el mote de ‘rojos’, y en contraposición se les decía ‘verdes’ a los
conservadores”.19
Los primeros dijeron que el nombre del periódico era el anagrama de “arde plebe
roja”, lo que negó Mariano Villanueva, su director.20
El
ministro de relaciones de Juárez, Melchor Ocampo, dirige una misiva (22 de
febrero) a Rafael Díaz Martínez, en la cual lo nombra “agente del gobierno para
comenzar la reforma religiosa de la Iglesia Católica en México”. Además le
asegura que “el gobierno cuidará de recompensar los trabajos suyos en
proporción de la utilidad que de ellos espera sacar la República y a la vez
procurará la recompensa de todos los buenos sacerdotes que vayan creyendo en su
misión de paz”.21
A la
solicitud del grupo de sacerdotes disidentes, las autoridades civiles responden
otorgándoles en la capital de la nación el templo de la Merced, pocos días
después los Padres Constitucionalistas reciben del gobierno la Iglesia de la
Santísima Trinidad.22
Además de los actos eclesiásticos en estos lugares, “el grupo cismático no tuvo
más actividad que las frecuentes reuniones en la casa del padre [Manuel]
Aguilar [Bermúdez], con la presencia de una docena de sacerdotes cismáticos, a
las que se unían el diputado Manuel Rojo y el artesano textil enriquecido,
Prudencio G. Hernández, entre otros”.23
El domicilio de Aguilar Bermúdez estaba localizado en el número 4 de la calle
de la Hermandad de San Pablo, renombrada después “1ª de Cuevas”,24
actualmente es la calle de Jesús María en el tramo comprendido entre Fray
Servando (antes Cuauhtemotzin) y San Pablo.25
En
casa de Aguilar Bermúdez se reúne una veintena de personas de distintas edades,
incluso menores de edad e infantes. Hay lecturas bíblicas, intercambio de
opiniones y esporádicamente Aguilar oficia de forma sencilla la Santa Cena, la
cual imparte bajo las dos especies, el pan y el vino, elementos que “distribuía
de rodillas”.26
Esto acontece antes de la Intervención francesa en México, es decir entre 1861
y principios de 1862.
Sobre
ciertas características de los Padres Constitucionalistas contamos con el
testimonio de Arcadio Morales, quien menciona que se destacaron por “1)
Desconocer al Papa. 2) Celebrar la misa en español. 3) Dejarse crecer la barba
y montar a caballo, vistiéndose de charro en lugar de llevar ropa talar”.27
El
respaldo del gobierno juarista a los sacerdotes liberales no crea la disidencia
religiosa de estos con Roma y la jerarquía que la representaba en México, sino
que le otorga mejores condiciones para que se expresara. Sería un error
concluir que es el anticlericalismo juarista el único factor que hace posible
el surgimiento de los Padres Constitucionalistas. Más bien estos ven
fortalecidos sus esfuerzos por construir un catolicismo diferente (que
terminará rompiendo con el tradicional) a la llegada de un régimen favorable a
sus ideas.
Rafael
Díaz Martínez desempeña el papel de liderazgo entre los Padres
Constitucionalistas, pero el más activo en cuanto a dejar de forma escrita los
postulados del grupo es Juan Nepomuceno Enríquez Orestes. Es considerable el
cúmulo de colaboraciones periodísticas en las cuales desarrolla la idea de que
los verdaderos sacerdotes cristianos son quienes apoyan las Leyes de Reforma.
No vacila en calificar a los integrantes del alto clero como contrarios al
Evangelio de Jesucristo.
Sobre
Juan N. Enríquez Orestes se sabe que fue “un misionero paulino y trabajó en
Tulancingo, Zimapán, Alfajayucan, Mineral del Monte y Jacala. En Jacala y
Tlaltizapán fue párroco. Venía de Monterrey y tuvo problemas con el obispo
[Francisco de Paula] Verea, como también más tarde con los paulinos y el
arzobispo [José Lázaro de la] Garza por sus ideas liberales”.28
En
sus artículos de prensa, Orestes delinea una separación entre el que llama
clero cristiano y los fariseos (prelados católicos conservadores). Del primero
escribe que su “único delito consiste en dar oídos a sus deberes, en seguir
dóciles los preceptos del Evangelio, en hacer brotar de sus labios palabras de
consuelo y reconciliación, repartiendo el pan de la doctrina, los bienes
espirituales de los Sacramentos, sin esperar lucro ni recompensa”. En
contraparte, denuncia Orestes, los altos dignatarios desatan “maquinaciones
sordas” contra aquellos al etiquetarlos de sacerdotes ilegítimos y envían
personas a los lugares donde ofician los disidentes para desacreditar su
ministerio:
“¿Qué objeto tienen
esos hipócritas agentes colocados a la puerta de los templos que sirven, para
decir en voz baja al pueblo ignorante que no entre allí porque quedará
excomulgado, que aquellas iglesias están profanadas, que los sacerdotes que
funcionan en ellas son unos apóstatas? ¿A qué vienen esas especies ridículas de
los papeles reaccionarios de suponer que celebran la misa en traje secular,
como si dado caso que fuera cierto semejante embuste, se seguiría algo en
contra de la validez del Sacramento, como si su verdad dogmática pendiera de la
vestimenta y demás accesorios? ¡Cuánta miseria! ¡Cuánta calumnia! ¡Cuánta
infamia!”29
En
su afán de clarificar las posiciones de los clérigos que se ciñen a la
Constitución y las Leyes de Reforma, Juan N. Enríquez publica en distintos
periódicos y siempre señala a los altos funcionarios eclesiásticos católicos
como adversarios del cristianismo primitivo, al que han distorsionado
anteponiendo dogmas y tradiciones ajenos a su espíritu original. Lo mismo llama
a defender la patria ante los intentos conservadores por revertir las
conquistas liberales –denuncia el apoyo clerical a matanzas como la de Tacubaya
(11 de abril de 1859)– que a deshacerse del celibato obligatorio para los
sacerdotes y aboga por el derecho que tienen estos a la luz del Evangelio.30
Dos
artículos de Enríquez Orestes merecen una extensa réplica por parte del
connotado presbítero y teólogo católico Javier Aguilar de Bustamante. Son los
publicados en El Monitor Republicano el 22 y 26 de mayo de 1862,
titulados “Los sacerdotes cristianos y los fariseos”. En ellos el autor vuelve
a la tipología antes utilizada por él para reiterar que los sacerdotes
constitucionalistas reformistas son fieles al Evangelio, mientras que los
fariseos, los altos clérigos católicos que combaten a Juárez y los liberales
que le acompañan, en realidad traicionan las enseñanzas de Jesucristo.31
Para
Orestes los abusos, desaciertos e infamias del clero romano son evidentes y van
“contra los principios evangélicos y humanitarios de Jesucristo […] nadie ha
sido más liberal ni más demócrata [que él]”.32
Contrasta las enseñanzas que procuran seguir los sacerdotes
constitucionalistas, basadas en la Biblia, la que cita reiteradamente, con los
desvaríos de la cúpula clerical que “trastorna la sana doctrina del Evangelio”.
A la
eclesiología vertical de los que él llama fariseos, Enríquez Orestes antepone
una más abierta y horizontal, sostiene que se equivocan los teólogos que tienen
por “Iglesia […] al pontífice y a los obispos, y la Iglesia, señores, es
notorio que la forman todos los fieles; y si a esta hubiera reservado Cristo
nombrar súbditos a los sacerdotes, todos los creyentes tendrían que intervenir
en este nombramiento”.33
Además
de ser implacable en su crítica a dogmas carentes de sustento bíblico, Orestes
no deja pasar el disoluto estilo de vida de algunos integrantes de la cúpula
eclesiástica católica. Recuerda que “el Concilio prohíbe que se consientan en
la Iglesia ministros de costumbres impuras y escandalosas: y en el clero de la
República, pero principalmente en el metropolitano y en el de Puebla,
hay eclesiásticos tan relajados, que podrían dar lecciones de inmoralidad a los
más viciosos presidiarios”.34
Obispos
y arzobispos, puntualiza Orestes, protegen y estimulan a los clérigos que
“andan con los invasores” franceses, censuran a los “eclesiásticos liberales” y
le niegan validez a sus oficios religiosos. Con osadía señala quiénes son los
que se obstinan en el error y la rebeldía a las verdades evangélicas:
Ellos
sí, son herejes, porque niegan la Escritura y la interpretan a su modo:
cismáticos, porque se han separado de la misión del Evangelio, para formar una
secta errónea que llaman romana: impíos, porque no tienen más religión que la
del becerro de oro: irregulares, porque están manchados con la sangre de tantos
asesinatos a que han cooperado públicamente de cuantos modos han podido, en la
guerra intestina y en la invasión presente, cuya sangre está corriendo sobre
sus coronas: excomulgados, porque la Iglesia verdadera del Mártir del Gólgota,
aleja de su seno a los ministros indignos, cubiertos de tantas maldades.35
Con
razón en su respuesta a Orestes el abogado y teólogo Javier Aguilar de
Bustamante inicia afirmando que en los treinta años que lleva de servir en la
sagrada Mitra “no había visto que apareciese un solo eclesiástico mexicano que
atacara el dogma de la Iglesia; ni sé que en el presente siglo ni en los
anteriores, existiese un miembro del clero de nuestra República que agitara los
ánimos y las creencias de un pueblo, esencialmente católico”.36
Al
referirse a los Padres Constitucionalistas Aguilar de Bustamante considera que
ellos, en el siglo XIX, “quieren seguir el ejemplo de los [protestantes] del
XVI”. El teólogo católico tiene en claro que Orestes abriga el plan de cultivar
el protestantismo “entre los ilusos, sembrando doctrinas anti-católicas, ataca
la unidad católica y la unidad del pueblo que a todo trance debemos conservar
los mexicanos, como la principal garantía de nuestra existencia desgraciada”.37
Bustamante
subraya que los esfuerzos de Orestes y demás curas constitucionales son
cismáticos, “porque promueven la separación o división de la Iglesia
universal”; además son heréticos ya que “se oponen a la verdad católica
propuesta por la Iglesia y revelada por Dios”. No sin antes hacer largas
disquisiciones basadas en el pensamiento de teólogos católicos y concilios, así
como en defender la supremacía del Papa en turno, Aguilar de Bustamante expresa
a Orestes que sus “esfuerzos impotentes forman su sepulcro, y que fuera de la
Iglesia no hay salvación, ni en el tiempo ni en la eternidad”.38
Como
en México se ha decretado la libertad de cultos y la abstención del Estado para
proteger a la confesión religiosa histórica del país, el catolicismo, lamenta
Bustamante, entonces por ello es posible que Orestes pueda difundir libremente
sus errores: “si las más ilustres familias de Egipto, de Grecia y Roma, que
componían los colegios pontificios, hubieran tenido un sacerdote que hubiese
profanado el honor de sus compañeros, los tribunales de la República hubieran
abierto sus salas para fallar sobre el tránsfuga que los hubiese ofendido”.39
El
conjunto de lo que llegó a ser el templo y convento de la Merced inició su
construcción en 1602. Un templo más amplio al inicial comenzó a ser edificado
en marzo de 1634 y concluida la construcción el 30 de agosto de 1654. En 1862,
“como resultado de la extinción de las órdenes monásticas, se dio principio a
la demolición del convento y de la iglesia”.40
En el sitio donde estuvo el templo se acondicionó una “plaza que sirve de
mercado”.41
En la siguiente cita se describe cómo era el templo en el que oficiaron por
unos meses servicios religiosos no católicos los Padres Constitucionalistas:
Espaciosa
y de tres naves, resguardada por un techo de dos aguas, formado exteriormente
de láminas de zinc y cubierto interiormente por un bello artesonado, sustituyendo
a la cúpula una pirámide hueca hexagonal con una ventanilla en cada faz y con
los detalles del techo en general. El templo estaba construido de norte a sur,
a éste rumbo la ábside y a aquel las tres puertas correspondientes a las naves.
El atrio era cuadrado, y limitado al sur y al este por las portadas del templo
mayor y de la Santa Escuela por el norte y oeste por dos tapias con sus
correspondientes entradas.42
Lo
que hoy permanece del majestuoso conjunto es el claustro del convento de la
Merced, el templo fue derruido en 1862. El Instituto Nacional de Antropología e
Historia se hizo cargo en 2011 de la restauración del claustro y concluyó a
finales del 2013.43
Imágenes del proceso restaurativo reflejan algo de la belleza que tuvo el
conjunto original.44
El
templo de la Merced albergó por unos cuantos meses el movimiento de los Padres
Constitucionalistas, que dirigieron servicios libres del control de la Iglesia
Católica Romana, y con ello fueron precursores en la gestación del
protestantismo en la ciudad de México.
Notas
1 Daniel Kirk Crane, La formación de una
Iglesia mexicana, 1859-1872, tesis de maestría en Estudios Latinoamericanos,
UNAM, México, 1999, p. 47.
2 Los pros y contras en la discusión en Los
debates sobre la libertad de creencias, Facultad de Derecho-UNAM, México,
1994.
3 Por ejemplo en La Unidad Católica,
26/IX/1861, p. 2; El Constitucional, 17/XII/1861, pp. 1-2; 28/XII/1861,
p. 1 y 29/XII/1861, p. 2.
7 Carta pastoral del Ilmo. Sr. Arzobispo de
México Dr. D. Lázaro de la Garza y Ballesteros, dirigida al V. Clero y fieles
de este arzobispado con motivo de los proyectos contra la Iglesia publicados en
Veracruz por D. Benito Juárez, antiguo presidente del Supremo Tribunal de la
Nación, Imprenta de José Mariano Lara, Calle de la Palma núm. 4, México,
1859, 15 pp.
11 Raúl González Lezama, Reforma liberal,
cronología (1854-1876), Instituto Nacional de Estudios Históricos de las
Revoluciones de México, México, 2012, p. 79.
12 Monitor Republicano, 19/I/1861, p. 4.
Al siguiente día el documento es reproducido por La Reforma, p. 2.
Cuatro décadas y media más tarde la proclama es retomada por El Faro,
órgano de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México, que la publica bajo el
título “Documento histórico”, 15/VII/1906, p. 120.
19 Lilia Vieyra Sánchez, “El Pájaro Verde”,
en Miguel Castro y Guadalupe Curiel (coordinación y asesoría), Publicaciones
periódicas mexicanas del siglo XIX, 1856-1876 (parte I), UNAM, México,
2003, p. 426.
20 Ibíd., p. 425 y Vicente Quirarte, Elogio
de la calle. Biografía literaria de la Ciudad de México, 1850-1922,
Ediciones Cal y Arena, México, 2010, p. 12.
24 Daniel Kirk Crane, op. cit., p. 91;
Alberto Rosales Pérez, Historia de la Iglesia nacional presbiteriana El
Divino Salvador de la ciudad de México, 1869-1922, s/e, México, 1998, p.
13.
27 Arcadio Morales, “Historia del Evangelio en
la República Mexicana”, en Joel Martínez López, Orígenes del
presbiterianismo en México, s/e, Matamoros, Tamaulipas, 1991, p. 70.
30 El Constitucional, 17/XII/1861, p.
1-2; 28/XII/1861, p. 1; 29/XII/1861, p. 2; El Monitor Republicano, 14/IV/1862,
pp. 2-3; 22/IV/1862, pp. 1-2; El Siglo Diez y Nueve, 29/IV/1862, p. 3.
31 Aguilar de Bustamante reproduce los
artículos en su obra Ensayo político, literario, teológico, dogmático,
Tipografía de Sixto Casillas, México, 1862, pp. 227-254. Los mismos han sido
incluidos en Carmen Rovira (compiladora), Pensamiento filosófico mexicano,
del siglo XIX a primeros años del XX, tomo II, México, UNAM, pp. 61-81. Es
de esta obra de donde citaremos los artículos de Orestes.
40 Antonio García Cubas, El libro de mis
recuerdos, Imprenta de Arturo García Cubas, Hermanos Sucesores, México,
1904, p. 107.
41 Manuel Rivera Cambas, México pintoresco,
artístico y monumental, tomo segundo, Imprenta de la Reforma, México, 1882,
p. 167.
Fuente:
Protestantedigital.
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