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jueves, 28 de enero de 2016

Núcleos protestantes en el centro histórico de la ciudad de México, 1861-1873 (I)



Por. Carlos Martínez García, México.
Antes de la llegada denominacional organizada de los misioneros protestantes extranjeros (finales de 1872) se fue gestando en la ciudad de México un protestantismo endógeno. Este tuvo lugares donde se efectuaban sus reuniones, tanto en templos expropiados a la Iglesia Católica Romana por los gobiernos que encabezó Benito Juárez, como en salones rentados y en domicilios particulares. El presente es un intento de ubicar algunos de esos lugares, los cuales deberían ser rescatados del olvido por parte de los herederos confesionales de la generación precursora del protestantismo en la capital mexicana.
Aunque no con la misma fuerza que el liberalismo político, también se fue gestando en México un liberalismo religioso en la década de los cincuenta del siglo XIX. Una manifestación clara de este último fue el grupo de los Padres Constitucionalistas, un grupo de sacerdotes católicos que se organizaron en 1854, y cuyo movimiento se caracterizó por ser “reformista intracatólico, nacionalista y antirromanista”.1
Estos sacerdotes radicados en la ciudad de México hicieron activismo a favor de la Constitución liberal de 1857, en cuyas sesiones se deliberó acaloradamente sobre la libertad de cultos, aunque finalmente no fue aprobada como pugnaban los liberales radicales.2 Desde sus primeros escritos se dieron a conocer como “padres constitucionales reformistas”,3 el nombre de Padres Constitucionalistas les fue dado desde fuera del movimiento.
Los sacerdotes a favor de la Constitución liberal progresan en su organización sobre todo a partir de que el 15 de agosto de 1859. En la ciudad de México dan a conocer un documento en el cual manifiestan que su objetivo es “la observación verdadera de la santa y justa doctrina de Jesucristo”, y no reproducir “la costumbre del clero y su disciplina [que] parece más bien una secta errónea”.4 Denuncian que el arzobispo ha tenido conductas farisaicas, al infundir odio en el clero hacia las reformas liberales, y ello a causa de que las altas autoridades eclesiásticas “no respetan ni las Santas Escrituras, ni los Cánones, ni los Concilios, que por su sórdido interés a los bienes temporales, son la causa del desorden y la revolución social”.
Mediante su delegado el grupo solicita ser apoyado “para promover las reformas [y] convocar sacerdotes pacíficos, que reconociendo en todo al supremo gobierno, sometiéndose a la Constitución y leyes que de ella emanen, nos ayuden alarmadas por las predicaciones sediciosas de los falsos ministros, y de esta manera cooperemos al reconocimiento del gobierno nacional, al establecimiento de la paz y al Jesucristo, que fue pobre, humilde, indulgente y amable, no cruel, tiránico, rico y vengativo como lo representan los prelados de México”.5
El grupo confía su representación en el presbítero Rafael Díaz Martínez, quien es enviado hacia Veracruz, donde se encontraba el gobierno del presidente Benito Juárez, para comunicar a éste pleno respaldo contra el conservadurismo de la cúpula clerical romana. Juárez había promulgado, pocas semanas antes (12 de julio) del manifiesto de los Padres Constitucionalistas, la Ley de nacionalización de los bienes eclesiásticos.6 Lázaro de la Garza y Ballesteros, arzobispo de México, expide el 29 de julio, una carta pastoral para criticar y rechazar en todos sus términos la legislación juarista.7
El prelado expone que Juárez “hace al clero mexicano las mismas imputaciones que en todos países y en todos tiempos han hechos los enemigos de la Iglesia a sus ministros”. Considera que “las calumnias contra la verdad y contra quien la anuncie han sido siempre los artificios que han abierto el camino a la persecución”. El arzobispo sostiene que las nuevas leyes son un “desahogo [de Juárez] a sus sentimientos contra la Iglesia católica y sus ministros”.8
La reacción del arzobispo de México y obispos de otras entidades del país en contra de los Padres Constitucionalistas fue pronta y contundente. Tachan a estos de cismáticos, “sinagoga de Satanás, iglesia protestante e invención del jansenismo”. Además acusan a “los liberales de romper la unidad del país y de buscar la introducción de nuevas sectas”.9
Y mientras los padres reformistas se organizan y difunden sus postulados para crear una alternativa religiosa, en la ciudad de México, en 1860, en un local “contiguo al templo de la Santísima [donde] vivía un zapatero francés, éste los domingos reunía a ocho o doce personas a quienes leía y explicaba las Escrituras en castellano”.10 El mencionado templo se localiza en las actuales calles de la Santísima y Emiliano Zapata, en el Centro Histórico.
El 11 de enero de 1861 Benito Juárez entró triunfante a la capital del país, luego de tres años de cruento enfrentamiento armado con los conservadores.11 Solamente cuatro días después, los Padres Constitucionalistas firman una declaración de principios y posteriormente la hacen pública en la prensa. Manifiestan que están ejerciendo un sacerdocio distinto al católico romano predominante, y solicitan un espacio en que puedan desarrollar libremente su ministerio:

“República Mexicana. Agencia general del supremo gobierno para los negocios del clero constitucional. Exmo. Sr. Los que suscribimos, presbíteros mexicanos, ante V. E. respetuosamente exponemos: que deseando cumplir con nuestra misión apostólica, hemos procurado la paz de la República, tranquilizando la conciencia de nuestros ciudadanos, bendiciendo más de cuatrocientos matrimonios civiles, sepultando y bautizando a cuantos lo han solicitado, sin más recompensa que las voluntarias donaciones de las personas acomodadas, como consta del adjunto documento y otros muchos que no presentamos por haberlos interceptado los enemigos del progreso y de la verdadera religión. Esta conducta que ha escandalizado a los fariseos, nos pone en el caso para seguir desempeñando nuestro ministerio, de solicitar de V. E. un templo de los dedicados al culto católico, para que los fieles tengan quienes les ministren todos los sacramentos, sin más retribución que las donaciones voluntarias, y que con estos sientan los beneficios de la ley, los que por ignorancia no los pueden comprender. Contamos con que V. E. accederá a nuestra solicitud por ser de justicia. México, enero 15 de 1861. Rafael Díaz Martínez, Juan N. Enríquez, Atanasio Ocariz, José M. Arvide, Manuel Aguilar Bermúdez, Vicente Hernández, José M. Campos, Ausensio Torres, Juan Malpica, Anastasio Brizuela. Exmo. Sr. gobernador del Distrito.12

El Monitor Republicano consideró que la solicitud de los firmantes debía ser atendida, dado el contraste de la “conducta de esos sacerdotes virtuosos y verdaderamente evangélicos, que saben cumplir con la misión de paz y de caridad que les impuso el Salvador del mundo, y la de los otros, que hacen esfuerzos por continuar una guerra civil que ha asolado a la República, y no vacilan en derramar la sangre del pueblo por continuar formando un poder abusivo y ajeno de su ministerio”.13
Tres de estos sacerdotes desempeñarían actividades importantes para el posterior fortalecimiento del cristianismo no católico: Rafael Díaz Martínez, Manuel Aguilar Bermúdez, quien era masón,14 y Juan Nepomuceno Enríquez Orestes. Éste último destaca por ser el más prolífico del grupo, y sus escritos en defensa del movimiento ven la luz en distintas publicaciones de la época.
En el templo de la Merced comienza a oficiar misa e impartir sacramentos uno de los Padres Constitucionalistas, la nota periodística no proporciona su nombre, “pero se celebran sin el permiso de la autoridad eclesiástica [católica]”.15 Con anterioridad al personaje le había sido negada por el arzobispo “la licencia que solicitó para administrar en la Iglesia de Regina”.16
El periódico contrario a los Padres Constitucionalistas solicita a las autoridades eclesiásticas “se dignen aclarar qué es lo que hay respecto del templo de la Merced, sobre el que en el público tantas especies se vierten”. Es necesario hacerlo porque en el mencionado templo ofician “sacerdotes y eclesiásticos que se han separado de la Iglesia Católica Romana, para, sin duda, abrazar otra comunión”.17 La publicación considera que se hace indispensable orientar a “los verdaderos fieles”, con el fin de que “sepan a qué lugares no deben asistir, y a qué ministros deban o no ocurrir para la administración de los Santos Sacramentos y recibir el pasto espiritual”. Concluye la nota con la mención de “cuatro religiosos […] que existen en la Merced”, quienes por desobedecer las directrices del arzobispo “están suspensos”.18
El Pájaro Verde sigue de cerca las actividades de los sacerdotes cismáticos, y decididamente los critica, actitud en la que sigue principios con los cuales se identificaba: la defensa de la Iglesia Católica y su oposición a la política juarista. Desde que apareció el periódico (5 de enero de 1861), “a los liberales [radicales] se les conoció con el mote de ‘rojos’, y en contraposición se les decía ‘verdes’ a los conservadores”.19 Los primeros dijeron que el nombre del periódico era el anagrama de “arde plebe roja”, lo que negó Mariano Villanueva, su director.20
El ministro de relaciones de Juárez, Melchor Ocampo, dirige una misiva (22 de febrero) a Rafael Díaz Martínez, en la cual lo nombra “agente del gobierno para comenzar la reforma religiosa de la Iglesia Católica en México”. Además le asegura que “el gobierno cuidará de recompensar los trabajos suyos en proporción de la utilidad que de ellos espera sacar la República y a la vez procurará la recompensa de todos los buenos sacerdotes que vayan creyendo en su misión de paz”.21
A la solicitud del grupo de sacerdotes disidentes, las autoridades civiles responden otorgándoles en la capital de la nación el templo de la Merced, pocos días después los Padres Constitucionalistas reciben del gobierno la Iglesia de la Santísima Trinidad.22 Además de los actos eclesiásticos en estos lugares, “el grupo cismático no tuvo más actividad que las frecuentes reuniones en la casa del padre [Manuel] Aguilar [Bermúdez], con la presencia de una docena de sacerdotes cismáticos, a las que se unían el diputado Manuel Rojo y el artesano textil enriquecido, Prudencio G. Hernández, entre otros”.23 El domicilio de Aguilar Bermúdez estaba localizado en el número 4 de la calle de la Hermandad de San Pablo, renombrada después “1ª de Cuevas”,24 actualmente es la calle de Jesús María en el tramo comprendido entre Fray Servando (antes Cuauhtemotzin) y San Pablo.25
En casa de Aguilar Bermúdez se reúne una veintena de personas de distintas edades, incluso menores de edad e infantes. Hay lecturas bíblicas, intercambio de opiniones y esporádicamente Aguilar oficia de forma sencilla la Santa Cena, la cual imparte bajo las dos especies, el pan y el vino, elementos que “distribuía de rodillas”.26 Esto acontece antes de la Intervención francesa en México, es decir entre 1861 y principios de 1862.
Sobre ciertas características de los Padres Constitucionalistas contamos con el testimonio de Arcadio Morales, quien menciona que se destacaron por “1) Desconocer al Papa. 2) Celebrar la misa en español. 3) Dejarse crecer la barba y montar a caballo, vistiéndose de charro en lugar de llevar ropa talar”.27
El respaldo del gobierno juarista a los sacerdotes liberales no crea la disidencia religiosa de estos con Roma y la jerarquía que la representaba en México, sino que le otorga mejores condiciones para que se expresara. Sería un error concluir que es el anticlericalismo juarista el único factor que hace posible el surgimiento de los Padres Constitucionalistas. Más bien estos ven fortalecidos sus esfuerzos por construir un catolicismo diferente (que terminará rompiendo con el tradicional) a la llegada de un régimen favorable a sus ideas.
Rafael Díaz Martínez desempeña el papel de liderazgo entre los Padres Constitucionalistas, pero el más activo en cuanto a dejar de forma escrita los postulados del grupo es Juan Nepomuceno Enríquez Orestes. Es considerable el cúmulo de colaboraciones periodísticas en las cuales desarrolla la idea de que los verdaderos sacerdotes cristianos son quienes apoyan las Leyes de Reforma. No vacila en calificar a los integrantes del alto clero como contrarios al Evangelio de Jesucristo.
Sobre Juan N. Enríquez Orestes se sabe que fue “un misionero paulino y trabajó en Tulancingo, Zimapán, Alfajayucan, Mineral del Monte y Jacala. En Jacala y Tlaltizapán fue párroco. Venía de Monterrey y tuvo problemas con el obispo [Francisco de Paula] Verea, como también más tarde con los paulinos y el arzobispo [José Lázaro de la] Garza por sus ideas liberales”.28
En sus artículos de prensa, Orestes delinea una separación entre el que llama clero cristiano y los fariseos (prelados católicos conservadores). Del primero escribe que su “único delito consiste en dar oídos a sus deberes, en seguir dóciles los preceptos del Evangelio, en hacer brotar de sus labios palabras de consuelo y reconciliación, repartiendo el pan de la doctrina, los bienes espirituales de los Sacramentos, sin esperar lucro ni recompensa”. En contraparte, denuncia Orestes, los altos dignatarios desatan “maquinaciones sordas” contra aquellos al etiquetarlos de sacerdotes ilegítimos y envían personas a los lugares donde ofician los disidentes para desacreditar su ministerio:

“¿Qué objeto tienen esos hipócritas agentes colocados a la puerta de los templos que sirven, para decir en voz baja al pueblo ignorante que no entre allí porque quedará excomulgado, que aquellas iglesias están profanadas, que los sacerdotes que funcionan en ellas son unos apóstatas? ¿A qué vienen esas especies ridículas de los papeles reaccionarios de suponer que celebran la misa en traje secular, como si dado caso que fuera cierto semejante embuste, se seguiría algo en contra de la validez del Sacramento, como si su verdad dogmática pendiera de la vestimenta y demás accesorios? ¡Cuánta miseria! ¡Cuánta calumnia! ¡Cuánta infamia!29

En su afán de clarificar las posiciones de los clérigos que se ciñen a la Constitución y las Leyes de Reforma, Juan N. Enríquez publica en distintos periódicos y siempre señala a los altos funcionarios eclesiásticos católicos como adversarios del cristianismo primitivo, al que han distorsionado anteponiendo dogmas y tradiciones ajenos a su espíritu original. Lo mismo llama a defender la patria ante los intentos conservadores por revertir las conquistas liberales –denuncia el apoyo clerical a matanzas como la de Tacubaya (11 de abril de 1859)– que a deshacerse del celibato obligatorio para los sacerdotes y aboga por el derecho que tienen estos a la luz del Evangelio.30
Dos artículos de Enríquez Orestes merecen una extensa réplica por parte del connotado presbítero y teólogo católico Javier Aguilar de Bustamante. Son los publicados en El Monitor Republicano el 22 y 26 de mayo de 1862, titulados “Los sacerdotes cristianos y los fariseos”. En ellos el autor vuelve a la tipología antes utilizada por él para reiterar que los sacerdotes constitucionalistas reformistas son fieles al Evangelio, mientras que los fariseos, los altos clérigos católicos que combaten a Juárez y los liberales que le acompañan, en realidad traicionan las enseñanzas de Jesucristo.31
Para Orestes los abusos, desaciertos e infamias del clero romano son evidentes y van “contra los principios evangélicos y humanitarios de Jesucristo […] nadie ha sido más liberal ni más demócrata [que él]”.32 Contrasta las enseñanzas que procuran seguir los sacerdotes constitucionalistas, basadas en la Biblia, la que cita reiteradamente, con los desvaríos de la cúpula clerical que “trastorna la sana doctrina del Evangelio”.
A la eclesiología vertical de los que él llama fariseos, Enríquez Orestes antepone una más abierta y horizontal, sostiene que se equivocan los teólogos que tienen por “Iglesia […] al pontífice y a los obispos, y la Iglesia, señores, es notorio que la forman todos los fieles; y si a esta hubiera reservado Cristo nombrar súbditos a los sacerdotes, todos los creyentes tendrían que intervenir en este nombramiento”.33
Además de ser implacable en su crítica a dogmas carentes de sustento bíblico, Orestes no deja pasar el disoluto estilo de vida de algunos integrantes de la cúpula eclesiástica católica. Recuerda que “el Concilio prohíbe que se consientan en la Iglesia ministros de costumbres impuras y escandalosas: y en el clero de la República, pero principalmente en el metropolitano y en el de Puebla, hay eclesiásticos tan relajados, que podrían dar lecciones de inmoralidad a los más viciosos presidiarios”.34
Obispos y arzobispos, puntualiza Orestes, protegen y estimulan a los clérigos que “andan con los invasores” franceses, censuran a los “eclesiásticos liberales” y le niegan validez a sus oficios religiosos. Con osadía señala quiénes son los que se obstinan en el error y la rebeldía a las verdades evangélicas:
Ellos sí, son herejes, porque niegan la Escritura y la interpretan a su modo: cismáticos, porque se han separado de la misión del Evangelio, para formar una secta errónea que llaman romana: impíos, porque no tienen más religión que la del becerro de oro: irregulares, porque están manchados con la sangre de tantos asesinatos a que han cooperado públicamente de cuantos modos han podido, en la guerra intestina y en la invasión presente, cuya sangre está corriendo sobre sus coronas: excomulgados, porque la Iglesia verdadera del Mártir del Gólgota, aleja de su seno a los ministros indignos, cubiertos de tantas maldades.35
Con razón en su respuesta a Orestes el abogado y teólogo Javier Aguilar de Bustamante inicia afirmando que en los treinta años que lleva de servir en la sagrada Mitra “no había visto que apareciese un solo eclesiástico mexicano que atacara el dogma de la Iglesia; ni sé que en el presente siglo ni en los anteriores, existiese un miembro del clero de nuestra República que agitara los ánimos y las creencias de un pueblo, esencialmente católico”.36
Al referirse a los Padres Constitucionalistas Aguilar de Bustamante considera que ellos, en el siglo XIX, “quieren seguir el ejemplo de los [protestantes] del XVI”. El teólogo católico tiene en claro que Orestes abriga el plan de cultivar el protestantismo “entre los ilusos, sembrando doctrinas anti-católicas, ataca la unidad católica y la unidad del pueblo que a todo trance debemos conservar los mexicanos, como la principal garantía de nuestra existencia desgraciada”.37
Bustamante subraya que los esfuerzos de Orestes y demás curas constitucionales son cismáticos, “porque promueven la separación o división de la Iglesia universal”; además son heréticos ya que “se oponen a la verdad católica propuesta por la Iglesia y revelada por Dios”. No sin antes hacer largas disquisiciones basadas en el pensamiento de teólogos católicos y concilios, así como en defender la supremacía del Papa en turno, Aguilar de Bustamante expresa a Orestes que sus “esfuerzos impotentes forman su sepulcro, y que fuera de la Iglesia no hay salvación, ni en el tiempo ni en la eternidad”.38
Como en México se ha decretado la libertad de cultos y la abstención del Estado para proteger a la confesión religiosa histórica del país, el catolicismo, lamenta Bustamante, entonces por ello es posible que Orestes pueda difundir libremente sus errores: “si las más ilustres familias de Egipto, de Grecia y Roma, que componían los colegios pontificios, hubieran tenido un sacerdote que hubiese profanado el honor de sus compañeros, los tribunales de la República hubieran abierto sus salas para fallar sobre el tránsfuga que los hubiese ofendido”.39
El conjunto de lo que llegó a ser el templo y convento de la Merced inició su construcción en 1602. Un templo más amplio al inicial comenzó a ser edificado en marzo de 1634 y concluida la construcción el 30 de agosto de 1654. En 1862, “como resultado de la extinción de las órdenes monásticas, se dio principio a la demolición del convento y de la iglesia”.40 En el sitio donde estuvo el templo se acondicionó una “plaza que sirve de mercado”.41 En la siguiente cita se describe cómo era el templo en el que oficiaron por unos meses servicios religiosos no católicos los Padres Constitucionalistas:
Espaciosa y de tres naves, resguardada por un techo de dos aguas, formado exteriormente de láminas de zinc y cubierto interiormente por un bello artesonado, sustituyendo a la cúpula una pirámide hueca hexagonal con una ventanilla en cada faz y con los detalles del techo en general. El templo estaba construido de norte a sur, a éste rumbo la ábside y a aquel las tres puertas correspondientes a las naves. El atrio era cuadrado, y limitado al sur y al este por las portadas del templo mayor y de la Santa Escuela por el norte y oeste por dos tapias con sus correspondientes entradas.42
Lo que hoy permanece del majestuoso conjunto es el claustro del convento de la Merced, el templo fue derruido en 1862. El Instituto Nacional de Antropología e Historia se hizo cargo en 2011 de la restauración del claustro y concluyó a finales del 2013.43 Imágenes del proceso restaurativo reflejan algo de la belleza que tuvo el conjunto original.44
El templo de la Merced albergó por unos cuantos meses el movimiento de los Padres Constitucionalistas, que dirigieron servicios libres del control de la Iglesia Católica Romana, y con ello fueron precursores en la gestación del protestantismo en la ciudad de México.

Notas
1 Daniel Kirk Crane, La formación de una Iglesia mexicana, 1859-1872, tesis de maestría en Estudios Latinoamericanos, UNAM, México, 1999, p. 47.
2 Los pros y contras en la discusión en Los debates sobre la libertad de creencias, Facultad de Derecho-UNAM, México, 1994.
3 Por ejemplo en La Unidad Católica, 26/IX/1861, p. 2; El Constitucional, 17/XII/1861, pp. 1-2; 28/XII/1861, p. 1 y 29/XII/1861, p. 2.
4 Kirk Crane, op. cit., p. 48.
5 Ibíd.
6 Documento reproducido por Tena Ramírez, op. cit., pp. 638-641.
7 Carta pastoral del Ilmo. Sr. Arzobispo de México Dr. D. Lázaro de la Garza y Ballesteros, dirigida al V. Clero y fieles de este arzobispado con motivo de los proyectos contra la Iglesia publicados en Veracruz por D. Benito Juárez, antiguo presidente del Supremo Tribunal de la Nación, Imprenta de José Mariano Lara, Calle de la Palma núm. 4, México, 1859, 15 pp.
8 Ibíd., pp. 13 y 15.
9 Citado por Jean-Pierre Bastian, op. cit., p. 33.
10 Arcadio Morales, “Asunto histórico”, El Faro, 1/VI/1906, p. 97.
11 Raúl González Lezama, Reforma liberal, cronología (1854-1876), Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, México, 2012, p. 79.
12 Monitor Republicano, 19/I/1861, p. 4. Al siguiente día el documento es reproducido por La Reforma, p. 2. Cuatro décadas y media más tarde la proclama es retomada por El Faro, órgano de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México, que la publica bajo el título “Documento histórico”, 15/VII/1906, p. 120.
13 Monitor Republicano, 19/I/1861, p. 4.
14 La Patria, 18/XII/1891, p. 3.
15 El Pájaro Verde, 24/I/1861, p. 2.
16 Ibíd.
17 Ibíd.
18 Ibíd.
19 Lilia Vieyra Sánchez, “El Pájaro Verde”, en Miguel Castro y Guadalupe Curiel (coordinación y asesoría), Publicaciones periódicas mexicanas del siglo XIX, 1856-1876 (parte I), UNAM, México, 2003, p. 426.
20 Ibíd., p. 425 y Vicente Quirarte, Elogio de la calle. Biografía literaria de la Ciudad de México, 1850-1922, Ediciones Cal y Arena, México, 2010, p. 12.
21 Jean-Pierre Bastian, op. cit., p 33.
22 El Pájaro Verde, 9/II/1861, p. 2.
23 Jean-Pierre Bastian, op. cit., pp. 33-34.
24 Daniel Kirk Crane, op. cit., p. 91; Alberto Rosales Pérez, Historia de la Iglesia nacional presbiteriana El Divino Salvador de la ciudad de México, 1869-1922, s/e, México, 1998, p. 13.
25 Agradezco esta información a Juan Merlos Estrada.
26 Arcadio Morales, “Asunto histórico”, El Faro, 1/VI/1906, p. 97.
27 Arcadio Morales, “Historia del Evangelio en la República Mexicana”, en Joel Martínez López, Orígenes del presbiterianismo en México, s/e, Matamoros, Tamaulipas, 1991, p. 70.
28 Daniel Kirk Crane, op. cit., p. 58.
29 El Monitor Republicano, 11/III/1861, p. 1.
30 El Constitucional, 17/XII/1861, p. 1-2; 28/XII/1861, p. 1; 29/XII/1861, p. 2; El Monitor Republicano, 14/IV/1862, pp. 2-3; 22/IV/1862, pp. 1-2; El Siglo Diez y Nueve, 29/IV/1862, p. 3.
31 Aguilar de Bustamante reproduce los artículos en su obra Ensayo político, literario, teológico, dogmático, Tipografía de Sixto Casillas, México, 1862, pp. 227-254. Los mismos han sido incluidos en Carmen Rovira (compiladora), Pensamiento filosófico mexicano, del siglo XIX a primeros años del XX, tomo II, México, UNAM, pp. 61-81. Es de esta obra de donde citaremos los artículos de Orestes.
32 Carmen Rovira, op. cit., pp. 62 y 64.
33 Ibíd., p. 68.
34 Ibíd., p. 73.
35 Ibíd., p. 79.
36 Javier Aguilar de Bustamante, op. cit., p. 219.
37 Ibíd., p. 225.
38 Ibíd., p. 314.
39 Ibíd. pp. 314-315.
40 Antonio García Cubas, El libro de mis recuerdos, Imprenta de Arturo García Cubas, Hermanos Sucesores, México, 1904, p. 107.
41 Manuel Rivera Cambas, México pintoresco, artístico y monumental, tomo segundo, Imprenta de la Reforma, México, 1882, p. 167.
42 Antonio García Cubas, op. cit., p. 107.

Fuente: Protestantedigital.

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