Por.
Juan Stam, Costa Rica
Está
claro en Jn 1.1-18 que la encarnación del Hijo de Dios es la forma máxima de la
revelación (Jn 1.18; cf Heb 1.1-3; 1 Tm 3.16) y la clave indispensable de la
redención (1.12s).
Con
la encarnación, Dios mismo asume un cuerpo humano (1.14, sárx) y vive una vida
humana, habitando entre nosotros como un ser humano más.
En
la encarnación Dios mismo se hace un hombre, el Creador (1.3) se hace criatura
en medio de las demás criaturas. Así, en el cuerpo físico de Jesús, la unión y
comunión entre Dios y la humanidad alcanza también su máxima expresión (cf 1 Tm
2.5).
La
encarnación del Verbo nos propone un modelo indispensable para una misionología
integral.
(1) Es un modelo de identificación.
El Hijo de Dios inició su misión por volverse él mismo uno de los que había
venido a salvar. La observación humana no podría percibir ninguna distinción
esencial entre su humanidad y la nuestra; como auténtico misionero, se hizo
carne de nuestra carne y hueso de nuestro hueso. No pretendió
"evangelizarnos" desde afuera, desde su divinidad, sino optó por
hacerlo "desde adentro" en la misma condición humana, física y
vulnerable (sentido básico de "carne") en que vivimos todos nosotros.
(2) Por eso la encarnación es también un
modelo de solidaridad. Para salvarnos, el Hijo se solidarizó con nuestra
condición. Hizo suyas nuestras enfermedades y dolencias ("carne"
vulnerable) para así redimirnos de ellas (Mat 8.17, "tomó nuestras
enfermedades y llevó nuestras dolencias", para así sanarlas, Mat 4.23).
No
vino a los enfermos como alguien mágicamente inmune a toda dolencia, sino más
bien como "varón de dolores" (Is 53.3). Cristo hizo suyo todo lo que
era nuestro, hasta nuestro pecado y nuestra muerte (2 Cor 5.21; Gal 3.13). La
encarnación nos enseña que misión significa solidaridad con los demás.
Kenneth
Strachan, en El Llamado ineludible [1969], señaló que el
"puente" que hace posible nuestro testimonio eficaz hacia los
no-cristianos es la común humanidad que compartimos con ellos. En su
encarnación, Jesucristo también asumió esa humanidad-en-común, esa
solidaridad-en-la-misma-condición-humana (sárx), como punto de partida de su
misión.
(3) La encarnación nos da además un
modelo de misión como presencia: "habitó entre nosotros, y vimos su
gloria" (Jn 1.14). Llama la atención que Jn 1.1-18 en ningún momento alude
a la cruz; en este pasaje, la misión fue la misma vida humana que Jesús llevó
en medio de nosotros. Tampoco se refiere aquí a la proclamación, tan importante
en muchos otros pasajes. Este prólogo nos plantea una "misionología de presencia
solidaria".
Según
Jn 1.14 la misión de Cristo consistía en una presencia que hacía visible la
gloria, gracia y verdad (integridad) del mismo Hijo de Dios (1.14, repetidas en
16s), para así revelarnos al Dios invisible (1.18).
Para
ser un misionero fiel, no basta hablar; "los misionados" tienen que
ver la realidad, poder y belleza del evangelio encarnados en una vida humana
"residente en la tierra".
La misión auténtica y eficaz nace desde una sana y santa "carnalidad"
y "mundanalidad" en sentido encarnacional.
En
último lugar, (4) la encarnación significa misión integral. Al asumir
nuestra condición humana, Jesucristo se solidarizó con toda nuestra realidad.
Obviamente no se limitó a "lo espiritual", ni tomó eso como punto de partida
y base de su misión. Tampoco limitó su ministerio al problema espiritual o las
necesidades "religiosas" de la gente.
Cristo
dirigió su ministerio a todas las necesidades humanas: la pobreza, el hambre,
la enfermedad, la angustia y hasta la psicosis, y la misma muerte.
Con
el ministerio de Cristo no se limita ni se reduce, en nada, la amplitud
englobante de la misión integral que hemos visto en el AT. Los hechos de su ministerio y la
forma como lo realizó en la práctica demuestran esto sin lugar a dudas.
También
lo demuestra su propia proclama inaugural, basado en los paisajes isaianos
de misión integral: El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me
ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los
quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los
ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del
Señor (Lc 4.18s).
El
cuarto evangelio no sólo nos plantea la misión encarnada e integral de Cristo,
sino nos comisiona solemnemente para la misma. El Cristo encarnado nos dice a nosotros "De la
misma manera como el Padre me ha enviado, así también yo os envío" (Jn
20.21). La encarnación como identificación, solidaridad y presencia fue central
a la misión de Jesús, y no puede ser menos para la nuestra. Una misión a la
manera de Jesús tiene que ser encarnacional, de presencia concreta, activa,
dolorosa y transformadora en medio del mundo y de la historia.
Aunque
Pablo no utiliza la misma formula de Jn 1.14, presenta una teología encarnacional
casi idéntica. Para
Pablo, Jesucristo "era del linaje de David según la carne" (Rom 1.2;
cf 9.5). El gran himno cristológico de Fil 2.5-11 destaca que el Hijo de Dios
fue "hecho semejante a los hombres" y asumió "la condición de
hombre" (2.7s). Pablo acentúa especialmente que toda la obra salvífica de
Cristo fue realizada "en la carne" (Ef 2.14s; Col 1.21s). Rom 8.3s
destaca con tono paradójico este hecho, repitiendo cuatro veces la palabra
"carne" en dos versículos: lo que era imposible para la ley, por
cuanto era débil por la carne, enviando a su Hijo en semejanza de carne de
pecado y a causa del pecado, Dios, condenó al pecado en la carne, para que la
justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la
carne, sino conforme al Espíritu.[8]
Desde
que Jesucristo se encarnó, murió y resucitó en la carne, y su Espíritu ha
tomado residencia en nosotros, el poder de su resurrección opera también en
nuestros cuerpos y vidas (Rom 8.10s; Ef 1.19-21). Ahora somos primicias del
siglo venidero (cf. Stg 1.18), llamados a ser la levadura, sal, luz y semilla
de su reino -- en nuestros cuerpos redimidos. La única respuesta apropiada y
fiel al mensaje de la encarnación es encarnarnos también, en una misión
integral a la semejanza del Verbo Encarnado.
Fuente:
Protestantedigital, 2016.
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