Las
iglesias sólidas reclamamos nuestro derecho a pensar diferente, sin por ello
ser juzgados o condenados, reclamamos poder ser diferentes de una sociedad en
la que nos negamos a diluirnos.
Por.
Juan Varela, España
Lamentamos
que haya iglesias líquidas que diluyen la singularidad de nuestro cristianismo
en las aguas revueltas de una sociedad flotante, sin raíces ni salvavidas
morales de ningún tipo.
Hay que reflexionar menos y orar más, pues no es la reflexión racional y
académica lo que primero debemos buscar, eso da conocimiento, pero ya
sabemos que el exceso de conocimiento envanece. No es la razón pura o el
intelecto lo que nos da autoridad y unción espiritual, sino la apertura
sensible a la voz del Espíritu Santo, y eso no se encuentra en las bibliotecas
o aulas académicas, sino en nuestro lugar secreto de intimidad con Dios. No
estamos en contra de las instituciones teológicas, yo mismo dirijo una, y son
necesarias para saber trazar bien la Palabra, pero el mismo Jesús nos enseñó
que no debemos buscar “lo bueno” sino “lo mejor”. No es el conocimiento
sino la presencia lo que debemos buscar. Porque la presencia de Dios nos
libra de nuestros propios razonamientos y de los de otros, y nos sujeta a la
dirección de la Palabra. Por desgracia, a veces desde la famosa cultura de la
tolerancia y la inclusividad, queremos abrir tanto nuestra mente, que corremos
el riesgo de que se nos caiga el cerebro…
Centrándonos
en el asunto que últimamente nos ocupa sobre si las iglesias
cristianas debemos aceptar el estilo de vida homosexual e incluirlo como
una opción válida, la respuesta es clara. Los cristianos no podemos defender ni promover el
estilo de vida homosexual como una opción legítima dentro del marco ético de la
Palabra de Dios, ni desde la teología ni desde la antropología bíblica.
Desaprobamos
la práctica homosexual del mismo modo que desaconsejamos algunas prácticas
heterosexuales, o del mismo modo que desaconsejamos ideologías marxistas,
fascistas o ateas. Esto no es falta de tolerancia o intransigencia religiosa,
es simplemente tener criterios definidos y ser consecuentes con nuestros valores
y ética de vida, basada en la Palabra de Dios. Esto es lo que define a una
iglesia sólida de una iglesia líquida.
Debe
quedarnos muy claro que quien apoye el estilo de vida homosexual apoya
la ideología de género como su base doctrinal. El problema es que la
ideología de género ya ha superado el debate entre homosexualidad y
heterosexualidad.
En
su desenfrenada carrera por destruir la imagen de Dios en el ser humano,
ahora aboga por la destrucción del concepto “género” sustituyéndolo por los
modernos conceptos de androginia, pangenero,sexo fluido, polisexual, etc.
Y
asimismo debe quedarnos muy claro que quien apoye el estilo de vida
homosexual y la ideología de género, forma parte de los paladines de la
“moderna modernidad liquida”, que es una filosofía sin certezas ni absolutos,
donde todo vale, todo sirve, todo fluye.., donde la familia natural según
Dios la creó, es vista como una institución zombie que camina mortalmente
herida y ya ni siquiera debe ser sustituida por la tribu o comunidad, que fueron
aspiraciones de la superada posmodernidad, sino que debe ser sustituida por el
concepto de “individuo” donde el valor del compromiso se abarata y diluye en un
amor flotante e individual, sin responsabilidad hacia el otro, siendo su activo
principal, la fluidez de los sentimientos momentáneos.
En
decadencia el estado de bienestar, hemos roto la baraja de una ética normativa,
ya no hay relatos colectivos que otorguen sentido a la existencia. Quien apoye
el estilo de vida homosexual, al mismo tiempo apoya que los valores
judeocristianos de la vieja Europa sean sustituidos por la manida alianza de
civilizaciones, y por un secularismo feroz que de seguir a este ritmo acabará
admitiendo la pedofilia, el bestialismo y otras prácticas aberrantes, como
inclusivas, normales y legales.
Y
desde luego, no por ser legales, son moralmente aceptables, porque nosotros no
apelamos a la legislación española o a las leyes civiles, sino a la Palabra de
Dios, y si entramos en conflicto, ya sabemos que nos es necesario obedecer a
Dios antes que a los hombres.
Como
dijera Adolfo Vásquez “surfeamos en las olas de una sociedad líquida, siempre
cambiante, incierta y cada vez más imprevisible”. ¿Quién quiere navegar
en este barco? Desde luego las iglesias sólidas no, pues los postulados
de esta modernidad líquida, representan claramente los valores del Anticristo.
Lamentamos profundamente que haya iglesias líquidas capaces de cambiar el
mensaje inmutable de la Palabra de Dios y adaptarlo a los nuevos recipientes
del humanismo secular, la ideología de género y la cultura del todo vale.
Gracias a Dios que frente a tanta aceleración vertiginosa en los cambios
sociales, podemos seguir afirmando y creyendo que “la Palabra del Dios nuestro
permanece para siempre”.
Por
todo ello, las iglesias sólidas reclamamos nuestro derecho a pensar
diferente, sin que por ello tengamos que ser juzgados o condenados, reclamamos
nuestro derecho a ser una iglesia sólida que sepa diferenciarse de una sociedad
en la que nos negamos a diluirnos.
Queremos
defender una iglesia sólida firmemente arraigada en el ancla de valores
creacionales y no culturales, y por tanto normativos para todo tiempo y edad,
valores creacionales que son atemporales y eternos y que no pueden ser
cambiados ni pervertidos por filosofías huecas, modas pasajeras, o
políticas de turno.
Y es
una iglesia sólida como columna y baluarte de la verdad, la que desde el
respeto a los homosexuales como personas, se opone a la práctica de la
homosexualidad, a las doctrinas de la ideología de género y a los postulados de
la modernidad líquida. Lo contrario es defender un antropocentrismo laicista,
frente al teocentrismo bíblico. Por cierto, mis respetos al CEM.
Fuente:
Protestantedigital, 2016.
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