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sábado, 9 de enero de 2016

¿Iglesia sólida o iglesia líquida?



Las iglesias sólidas reclamamos nuestro derecho a pensar diferente, sin por ello ser juzgados o condenados, reclamamos poder ser diferentes de una sociedad en la que nos negamos a diluirnos.
Por. Juan Varela, España
Lamentamos que haya iglesias líquidas que diluyen la singularidad de nuestro cristianismo en las aguas revueltas de una sociedad flotante, sin raíces ni salvavidas morales de ningún tipo. Hay que reflexionar menos y orar más, pues no es la  reflexión racional y académica lo que primero debemos buscar, eso da conocimiento,  pero ya sabemos que el exceso de conocimiento envanece.  No es la razón pura o el intelecto lo que nos da autoridad y unción espiritual, sino la apertura sensible a la voz del Espíritu Santo, y eso no se encuentra en las bibliotecas o aulas académicas, sino en nuestro lugar secreto de intimidad con Dios. No estamos en contra de las instituciones teológicas, yo mismo dirijo una, y son necesarias para saber trazar bien la Palabra, pero el mismo Jesús nos enseñó que no debemos buscar “lo bueno” sino “lo mejor”. No es el conocimiento sino la presencia lo que debemos buscar. Porque la presencia de Dios nos libra de nuestros propios razonamientos y de los de otros, y nos sujeta a la dirección de la Palabra. Por desgracia, a veces desde la famosa cultura de la tolerancia y la inclusividad, queremos abrir tanto nuestra mente, que corremos el riesgo de que se nos caiga el cerebro…
Centrándonos en el asunto que últimamente nos ocupa sobre si las iglesias cristianas debemos aceptar el estilo de vida homosexual e incluirlo como una opción válida, la respuesta es clara. Los cristianos no podemos defender ni promover el estilo de vida homosexual como una opción legítima dentro del marco ético de la Palabra de Dios,  ni desde la teología ni desde la antropología bíblica.
Desaprobamos la práctica homosexual del mismo modo que desaconsejamos algunas prácticas heterosexuales, o del mismo modo que desaconsejamos ideologías marxistas, fascistas o ateas. Esto no es falta de tolerancia o intransigencia religiosa, es simplemente tener criterios definidos y ser consecuentes con nuestros valores y ética de vida, basada en la Palabra de Dios. Esto es lo que define a una iglesia sólida de una iglesia líquida.
Debe quedarnos muy claro que quien apoye el estilo de vida homosexual apoya la  ideología de género como su base doctrinal. El problema es que la ideología de género ya ha superado el debate entre homosexualidad y heterosexualidad.
En su desenfrenada carrera por destruir la imagen de Dios en el ser humano, ahora aboga por la destrucción del concepto “género” sustituyéndolo por los modernos conceptos de androginia, pangenero,sexo fluido, polisexual, etc.
Y asimismo debe quedarnos muy claro que quien apoye el estilo de vida homosexual y la ideología de género, forma parte de los paladines de la “moderna modernidad liquida”, que es una filosofía sin certezas ni absolutos, donde todo vale, todo sirve, todo fluye.., donde la familia natural según Dios la creó,  es vista como una institución zombie que camina mortalmente herida y ya ni siquiera debe ser sustituida por la tribu o comunidad, que fueron aspiraciones de la superada posmodernidad, sino que debe ser sustituida por el concepto de “individuo” donde el valor del compromiso se abarata y diluye en un amor flotante e individual, sin responsabilidad hacia el otro, siendo su activo principal, la fluidez de los sentimientos momentáneos.
En decadencia el estado de bienestar, hemos roto la baraja de una ética normativa, ya no hay relatos colectivos que otorguen sentido a la existencia. Quien apoye el estilo de vida homosexual, al mismo tiempo apoya que los valores judeocristianos de la vieja Europa sean sustituidos por la manida alianza de civilizaciones, y por un secularismo feroz que de seguir a este ritmo acabará admitiendo la pedofilia, el bestialismo y otras prácticas aberrantes, como inclusivas, normales y legales.
Y desde luego, no por ser legales, son moralmente aceptables, porque nosotros no apelamos a la legislación española o a las leyes civiles, sino a la Palabra de Dios, y si entramos en conflicto, ya sabemos que nos es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres.
Como dijera Adolfo Vásquez “surfeamos en las olas de una sociedad líquida, siempre cambiante, incierta y cada vez más imprevisible”.  ¿Quién quiere navegar en este barco?  Desde luego las iglesias sólidas no, pues los postulados de esta modernidad líquida, representan claramente los valores del Anticristo. Lamentamos profundamente que haya iglesias líquidas capaces de cambiar el mensaje inmutable de la Palabra de Dios y adaptarlo a los nuevos recipientes del humanismo secular, la ideología de género y la cultura del todo vale. Gracias a Dios que frente a tanta aceleración vertiginosa en los cambios sociales, podemos seguir afirmando y creyendo que “la Palabra del Dios nuestro permanece para siempre”.
Por todo ello, las iglesias sólidas reclamamos nuestro derecho a pensar diferente, sin que por ello tengamos que ser juzgados o condenados, reclamamos nuestro derecho a ser una iglesia sólida que sepa diferenciarse de una sociedad en la que nos negamos a diluirnos.
Queremos defender una iglesia sólida firmemente arraigada en el ancla de valores creacionales y no culturales, y por tanto normativos para todo tiempo y edad, valores creacionales que son atemporales y eternos y que no pueden ser cambiados ni pervertidos por filosofías huecas, modas pasajeras,  o políticas de turno.
Y es una iglesia sólida como columna y baluarte de la verdad, la que desde el respeto a los homosexuales como personas, se opone a la práctica de la homosexualidad, a las doctrinas de la ideología de género y a los postulados de la modernidad líquida. Lo contrario es defender un antropocentrismo laicista, frente al teocentrismo bíblico. Por cierto, mis respetos al CEM.

Fuente: Protestantedigital, 2016.

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