Por.
Juan Stam, Costa Rica
La
carta a los efesios presenta una extraña correlación entre amor (2.4) y odio
(2.6), que nos plantea el problema de la intolerancia.
La
ejemplar ortodoxia formal de los cristianos de Éfeso incluía un odio a
"las obras de los nicolaítas, las cuales yo también odio"
(2.6). La tensión entre amor y odio se destaca por el paralelismo con que
se formulan: 2.4 Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor; 2.6
Pero tienes esto, que odias...y yo también odio.
Lejos
de condenar el celo doctrinal de ellos, Cristo lo reconoce como cierta virtud
("tienes esto a tu favor") y hasta lo hace suyo ("las cuales yo
también odio"). Pero a los efesios, en su afán por la pureza
teológica, se les había escapado lo más importante: el amor hacia Cristo y el
prójimo (inclusive el pecador y el hereje).
Su
"odio" hubiera sido sano si fuera como la sombra de un amor mayor;
pero con el "desamor" en que habían caído, ni su celo contra el error
podría ser sano.
En
siglos pasados la fe se definía como "pensar con Dios" (o con la
iglesia). Aquí se nos habla de algo parecido: de "odiar con
Cristo" lo que él también odia.
Caben
aquí tres observaciones:
a) Para ser fiel cristiano,
efectivamente hay que saber odiar. Dios "ha amado la justicia y
aborrecido la maldad" (Sal 45.7; Pr 8.13). "Los que amáis a
Jehová, aborreced el mal" (Sal 97.10). "Aborreced lo malo,
seguid lo bueno" (Rom 12.9).
b) Para odiar bien, hay que "odiar
con Dios": odiar lo que Dios odia, como lo odia y por las mismas razones
del odio divino. Al mirar atrás a las recientes décadas (1970-90) y mirar
adelante hacia el siglo XXI, cabe preguntarnos: ¿Cuáles cosas odia Dios en este
panorama? ¿Por qué las odia? ¿Cómo podemos también odiarlas en
Cristo, con Cristo y como Cristo?
c) Sólo podemos "odiar con
Dios" cuando, aún más, "amamos con Dios". Cuando el odio,
aun el más santo, crece pero el amor va descreciendo, no podemos ni odiar bien
ni amar bien.
Esto
es un mensaje especialmente pertinente para la iglesia evangélica de América
Latina, que desde que nació se ha alimentado de polémicas muy amargas.
Durante
la mayor parte de su historia ha sido una "iglesia anti":
anti-católica, anti-mundo, anti-ecuménica, anti-comunista, y anti-intelectual.
A veces (quizá las más de las veces), en el torrente de sus pasiones
polemizantes y creyendo que está "odiando con Cristo", no se da
cuenta que ha perdido su primer amor.
Ha
dejado de "amar con Cristo" y está viviendo de sus propios
antagonismos "anti-todo". Sería parecido a lo que pasó con los
efesios al dejar que sus muchos odios habían sofocado el gran amor con que
habían comenzado.
G.
Campbell Morgan hace un comentario sobre esta frase que todos los evangélicos
haríamos bien en meditar: Cuando oigo a personas denunciar en lenguaje
amargo lo que consideran falsa doctrina, me preocupo más por los acusadores que
por los acusados. Hay una ira contra la impureza que es ella misma
impura. Hay un celo por la ortodoxia que es ella misma no-ortodoxa...Si
han perdido su primer amor, harán más daño que bien con su defensa de la
fe. Detrás de todo "contender por la fe" tiene que estar la
ternura del primer amor; detrás de todo celo por la verdad tiene que estar la
apertura generosa del primer amor.[11]
El
evangelio es un mensaje fundamentalmente afirmativo; ¿cómo podría un evangelio
negativo ser buenas nuevas? Jesucristo es el Sí y el Amén de Dios (2Co
1.19-20), pero a veces hemos perdido las grandes afirmaciones de la fe y
nuestro "evangelio" ha sido reducido a un "no" y una
"anatema".
Precisamente
cuando nuestras convicciones afirmativas son suficientemente firmes y
profundas, sabremos decir el "no" sin dejar de ser "la gente del
Sí de Dios" y sin volvernos en tristes figuras amargas y
antipáticas. Amando con Dios, sabremos aborrecer con él las obras falsas
e injustas.
Es
muy importante precisar qué era lo que odiaban los efesios y odiaba también
Cristo. No se trataba meramente de aborrecer una serie de conceptos
supuestamente errados sino de odiar "las obras de los nicolaítas"
(2.6,15). Como
veremos más adelante, esa doctrina consistía en la asimilación conformista a la
cultura pagana y al imperio romano: comer carne sacrificada, fornicar (con tal
idolatría), y terminar rindiendo culto al Emperador.
Cuando
la iglesia debía ser una contra-cultura de resistencia hasta la muerte, terminó
siendo la religión oficial de la cultura estatal e imperialista. Eso era
también lo que Balaam y Jezabel habían enseñado a Israel en tiempos antiguos:
la lenta y a veces inconsciente "baalización del Yahvismo". La
iglesia hoy debe examinarse. Es posible que se haya llenado de odios que
no son los de Cristo, y no haya sabido lo que Cristo sí odia (2.6): el
acomodamiento fácil y cobarde a una sociedad piadosamente pagana.
El
resultado de vivir desde sus "odios" (aún los que en sí tengan cierta
justificación), y no desde el amor, es el desconectarse de su realidad, de su
contexto. Se termina odiando ideas abstractas, sin amar a las personas
concretas en sus situaciones reales.
A la
luz de eso, es lógico que el castigo para Éfeso sea el fracaso de su misión
ante el mundo: "Quitaré tu candelero de su lugar". La iglesia
que deja de amar a los de su lugar, termina siendo una iglesia sin lugar.
Por no vivir desde el amor, pierde toda la razón de su existencia como
comunidad de fe y fracasa en su misión histórica. Mejor pues que su
candelabro sea quitado, como se bota un bombillo quemado (Barclay 1957:26).
NOTAS AL PIE
[10] 2En 8.1-8 (Charlesw 1:114ss; en DíezM 4:163ss
es 5.1-9) describe ampliamente el paraíso, en el tercer cielo, y el árbol de
vida; ver comentario a 22.2. Sobre el árbol como centro cósmico ver Aune
1997:152.
[11] G. Campbell Morgan, A First Century Message to
Twentieth Century Christians (London: Revell, 1902), pp. 46-47; traducción
levemente adapatada del original inglés.
Fuente:
Protestantedigital, 2017
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