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lunes, 2 de enero de 2017

La amistad como misión: perspectiva global (II)



Por. Marjorie Hewitt SUCHOCKI
¿Y qué decir de mandar a gente a otras tierras? ¿Todavía sería necesario en un mundo plural? Yo sostengo que es esencial. A nivel general, vivimos en un mundo en el que la economía vincula entre sí a las personas del mundo para bien y para mal, y con demasiada frecuencia hacia el mal. El valor económico reemplaza el valor de la vida, amenazando la sostenibilidad de la vida. Vivimos en un mundo plagado de odio al diferente, y por la violencia en todas sus formas: guerra, avaricia, explotación, abuso... Vivimos en un mundo en el que los medios de comunicación proporcionan un conocimiento instantáneo (con frecuencia distorsionado) sobre lo que pasa en los países de todo el mundo; y vivimos en un mundo en el que la destrucción del medio ambiente y los gases de invernadero amenazan el bienestar del planeta mismo, junto con toda la vida que en él habita. En este mundo, cualquier resistencia a involucrarse en una misión de amistad no sólo es una violación de la amistad, sino un pecado. Porque eso permite que las enemistades de este mundo sigan sin resolverse. No involucrarse religiosamente en una amistad mundial es entregar el mundo a las fuerzas del mal.
Por ejemplo, si la religión es un medio muy significativo por el que Dios conduce el mundo hacia formas de comunidad, una de las mayores farsas ha sido el usar la religión como catalizador del terrorismo, de guerra y de destrucción del bien común. Pero la religión se usa de esta forma: ¡religión contra religión, y secta contra secta dentro de la misma religión! El cristianismo es un triste testigo de esto, no sólo en la historia pasada, sino también en la actualidad, porque los católicos y los protestantes se atormentan mutuamente, especialmente al Norte de Irlanda. Desde luego, las realidades políticas son más amplios que los temas religiosos, pero la religión se vuelve el icono que bendice la guerra en el nombre de lo sagrado. En nuestra historia estadounidense reciente, hemos experimentado esto de la forma más horrenda a través del terrorismo del 11 de septiembre. Mientras una variedad de factores, como la difícil situación de los Palestinos y las consecuencias de la economía global contribuyeron sin duda a las causas de este ataque terrorista, el Islam fue utilizado para bendecirlo. Los estadounidenses musulmanes especialmente, sufrieron no sólo por las pérdidas del 11 de septiembre, sino también por el mal uso del Islam por parte del terrorismo extremista. Usar la religión para bendecir la violencia es una sorprendente farsa en el corazón de cualquier religión del mundo.
Entonces, la amistad como misión de cara al mundo, tiene sentido, no sólo buscando el conocimiento entre unos y otros, sino buscando conjuntamente las raíces de los males que dañan nuestro planeta. Un ejemplar grupo budista de Japón, el Rissho Kosei-kai, ilustra las posibilidades de la misión como amistad en el contexto mundial. Esta rama del budismo Tendai se fundó en los años 1930. Convencidos de que Buda es “hábil en medios” y por lo tanto es más que competente para ver el camino religioso del mundo hacia la iluminación, estos budistas decidieron que su única tarea serían los actos de compasión para aliviar las enfermedades del mundo. Además, desde que las enfermedades del mundo alcanzan a todos los países, continentes y grupos religiosos, tratar esas enfermedades requiere una cooperación interreligiosa. Por eso, el grupo Rissho Kosei-kai ha trabajado, desde el principio, con los líderes de las religiones, para influenciar los líderes políticos del mundo para la paz. También han sido de los primeros en entrar en países devastados por la guerra para aliviar el sufrimiento, especialmente viendo las necesidades de los que menos pueden cuidar de sí mismos, los jóvenes y ancianos. En el proceso, el Rissho Kosei-kai, sin duda, ha compartido sus creencias budistas; si hay personas que deciden que esta forma de creencia satisface sus necesidades religiosas, el Rissho Kosei-kai con gusto las recibe en su comunidad. Pero la conversión no es su misión; su misión es la compasión.
En mi experiencia, los cristianos más abiertos para defender otras religiones, muchas veces son las personas que han vivido y trabajado en medio de otras religiones. Lo que pudo haber empezado como un sencillo esfuerzo por convertir a otros al cristianismo, muchas veces se convirtió en un esfuerzo por trabajar con la gente para el bienestar común. Recientemente escuché a un misionero chileno metodista retirado hablar sobre la Universidad Agraria que fundó la Iglesia Metodista Unida en el desierto al norte de Chile. ¿Su propósito? La gente de la montaña, atrapada entre la guerra y el hambre, abandonaba sus casas y viajaba a las ciudades para poder encontrar trabajo, pero en las ciudades se encontraban en “lo más bajo de lo bajo”, explotados y maltratados. La universidad agraria enseñó nuevas técnicas de cultivo a las personas para que pudieran vivir productivamente en la tierra que amaban. Desde el establecimiento de la universidad en 1992, el éxodo de personas hacia las ciudades disminuyó. El propósito de la misión era trabajar con la gente para ayudarles a desarrollarse. No escondieron su identidad cristiana, como no la escondió el budismo Rissho Kosei-kai, pero la identidad cristiana fue más allá del proselitismo, persiguiendo la transformación creativa de la vida de las personas a las que servían.
Los misioneros responsables de este trabajo no tuvieron miedo a los otros, ni ignoraban ni subestimaban las creencias de los chilenos. Su teología no necesitaba que los otros se convirtieran primero al cristianismo, para poder ser amados por Dios... Al contrario, estaban convencidos de que Dios amaba a los chilenos aunque no hubiera misioneros, y que Dios trabajaba con los chilenos para su propio desarrollo, con misioneros o sin ellos. La autocomprensión de los misioneros era la gratitud por el privilegio de ser copartícipes con Dios y con los chilenos en el trabajo por el bien común. Una teología que afirma el pluralismo religioso es un catalizador muy poderoso para trabajar para el bien común.
El teólogo católico Hans Küng ha sido un instrumento para reunir personas de religiones diferentes con líderes políticos del mundo (en este caso, anteriores jefes de estado) para desarrollar una ética común. Juntos, los líderes religiosos y políticos, emitieron una declaración en la que aceptaban compartir la preocupación por el bien común. Los anteriores jefes de estado compartieron este documento con los jefes de estado actuales, pidiendo que se tomara consideración en todas las decisiones políticas. Estos documentos juegan un rol importante, pero llegar a una ética común incluye más que documentos; requiere una acción conjunta que logre el llamado bien común.
“Ustedes son mis amigos –dijo Jesús– si hacen lo que les mando… Ámense los unos a los otros”. Existe un amplio terreno dentro del cristianismo para ejercitar este amor no sólo con los semejantes, sino con todo el mundo. Dentro de nuestra tradición existe el modelo de dar agua fresca a los sedientos, en el nombre de Cristo. Observen los dos elementos: el vaso de agua, que llena la necesidad física, y en el nombre de Cristo, que deja claro el nombre de la persona por la que se da el vaso de agua. Los cristianos no están llamados a satisfacer las necesidades del mundo de forma anónima, sino en el nombre de Cristo, a través del cual Dios nos ha mostrado compasión. Pero uno no da el vaso para proclamar el nombre de Cristo; al contrario, uno entrega el vaso porque Cristo nos empuja a amor al prójimo y el otro necesita el vaso. Cuando decimos que lo damos en su nombre, no lo decimos para convertir, para que los otros se unan a nuestra fe. Más bien, decimos el nombre de Cristo para explicar por qué damos el vaso. La conversión puede ser producto del ministerio, pero, en realidad, en sentido profundo, dejamos la conversión en manos de Dios. Nuestra preocupación inmediata es el cuidado de las necesidades del otro.
Esto que estoy diciendo sugiere el ministerio de uno-a-uno, pero el uno-a-uno no lo es todo. Los problemas que causan estragos a nuestro bien común no son los de uno-a-uno. Son problemas sistémicos, que surgen en gran parte por las estructuras económicas materialistas de la sociedad actual. La misión como amistad proporciona en este nivel posibilidades maravillosas. Existe un viejo dicho que dice que uno debe “combatir el fuego con fuego”. Conozco bien esta imagen. Viví durante un tiempo en la orilla de las colinas de Baja California, y justo más allá de nuestra casa, las montañas se alzaban llenas de pasto y chaparral. Durante un mes de octubre caliente un pirómano prendió fuego al terreno, como a diez millas de nosotros, pero diez millas no son nada para esas llamas. Rápidamente se extendieron, brincando de una montaña a otra. Los bomberos no sólo luchaban por apagar las llamas con avionetas, también comenzaron otros incendios para que quemaran hacia el primer fuego. Cuando las dos fuerzas de las llamas se encontraron, ya no había nada que quemar, y el fuego se apagó.
Las fuerzas sistémicas que causan daño son demasiado grandes para que un individuo luche solo, aunque los individuos se vuelven catalizadores para unir nuevas fuerzas sociales en contra del mal. Pero las organizaciones religiosas en sí mismas son fuerzas sistémicas. La iglesia, a través de sus oficinas nacionales y a través de sus coaliciones, como el Consejo Nacional de Iglesias, puede ser un valioso testimonio cristiano, y una poderosa fuerza para el bien. Puede ser el fuego que lucha contra el fuego del mal. Las iglesias locales que se involucran en una amistad interreligiosa pueden intensificar el trabajo de la amistad en y a través de su apoyo a sus denominaciones y a un grupo mayor de cristianos. Para lograrlo, las iglesias locales tienen que apoyar la misión de amistad.
Por lo tanto, la misión global se lleva a cabo a través de misioneros que se entregan a Dios y al ministerio por todo el mundo, participando en acciones corporativas de la iglesia institucional. En y a través del testimonio de la iglesia, Dios convertirá algunos al cristianismo. Pero ese crecimiento es un subproducto de la misión, no la meta principal. La meta más importante de la iglesia es servir a Dios a través de su amistad con otras religiones, y a través del trabajo cooperativo de analizar las enfermedades del mundo y actuar juntos para aliviarlas.
¿Y qué de las diferencias que chocan?
Como sus puntos de acuerdo, también los amigos descubren sus puntos de desacuerdo irreductible. Incrementar el conocimiento mutuo es entender que las diferencias son profundas. No hay necesariamente acuerdo en lo que es el mal del mundo, ni siquiera en su existencia. Esto refleja sencillamente que las religiones no son reductibles unas a otras; la amistad no significa igualdad; significa voluntad de respetar las diferencias mutuas, y trabajar con el otro en las áreas de común acuerdo.
Las diferencias son sociales, no simplemente conceptuales. Por ejemplo, todas las religiones del mundo han dado a las mujeres un rol secundario dentro de la sociedad. Una de las características fuertes que marcan el cristianismo occidental ha sido el cambio en la subordinación de las mujeres, especialmente en los pasados dos siglos. Gracias a la influencia cristiana, han modificado algunos de los mayores daños hechos a las mujeres en el nombre del patriarcado. Pero, por supuesto, al decirlo, reconozco que lo que llamo “daño”, otros no lo reconocen como tal –¡a veces, ni siquiera las mujeres mismas afectadas por lo que yo llamo “daño”!–. El desacuerdo entre religiones, y, claro, aun dentro de cada religión, es real, y estos desacuerdos tienen consecuencias sociales. ¿Cómo afecta esto la misión de amistad? ¿Pueden los cristianos aceptar tranquilamente lo que identifican como prácticas deleznables, en nombre de la “diferencia” y del “respeto”?
Una vez más, consideren el modelo de amistad. Los amigos no siempre están de acuerdo. De hecho, la amistad puede implicar severas diferencias de opinión y de praxis. Los amigos pueden ser muy buenos argumentando entre ellos. Y algunas veces las diferencias se vuelven amargas, y la amistad muere, por intransigencia (percibida como tal o real) sobre temas importantes. Cuando esto ocurre, realmente es una pena, tenemos que lamentarlo.
En una amistad interreligiosa a nivel institucional, congregacional y personal, las diferencias serán naturalmente identificadas, y habrá veces en que esas diferencias parecerán no negociables. El modelo de una amistad trabajada significa que esas diferencias serán enfrentadas honestamente, y que los grupos trabajarán arduamente no necesariamente para eliminar las diferencias, sino por lo menos para comprender la postura del otro. En el proceso, puede haber argumentos apasionados en contra de ciertas creencias y prácticas. La amistad prefiere el desacuerdo honesto y abierto, mejor que no atreverse siquiera a nombrar los puntos de desacuerdo. Además, cada religión se mueve dentro de una corriente continua de su propia tradición; ninguna tradición es inmóvil (a menos, por supuesto, que muera, en cuyo caso el único cambio es su lenta decadencia). Las religiones pueden buscar legítimamente influenciarse mutuamente en direcciones que cada una percibe como positivas. La regla que permanece es el respeto a las decisiones del otro sobre los temas tratados, un compromiso hacia la amistad misma, y el compromiso de trabajar juntos en áreas de acuerdo sobre el bien común que ambos perciben. Los buenos amigos no dejan que los desacuerdos acaben con la amistad.
Hay una cita de Miqueas que habla de la visión de lo que se ha llamado “El reino pacífico”. Vemos esta visión también en el segundo capítulo de Isaías. En Isaías, sin embargo, la sección termina con “una nación no tomará la espada contra otra; ellos nunca más sabrán de la guerra” (v. 4 TANAKH). El capítulo luego llama a Israel a caminar en la luz del Señor, hablando del tesoro que se seguirá de su obediencia. Pero en Miqueas el texto sobre “El reino pacífico” termina así:
«Aunque todas las personas caminan en la tierra en el nombre de sus dioses, nosotros caminaremos en el nombre del Señor nuestro Dios para siempre» (v. 5 TANAKH).
Como el texto de Isaías, Miqueas habla a todas las naciones del mundo que pasaban por el monte Sión para aprender los caminos de Dios, que son justos. Pero Miqueas enfatiza más que Isaías el hecho interesante de que la gente regresa a sus lugares, llevando consigo el conocimiento que ganaron del Dios de Israel. Porque de este conocimiento, cambian su forma de ser en dirección a la paz: “Las naciones ya no levantarán la espada contra naciones; nunca volverán a conocer la guerra; pero (todas las personas) se sentarán bajo la vid o la higuera sin que nada los moleste” (4:3b-4 TANAKH).
El texto de Miqueas agrega una frase interesante. Las naciones han aprendido el camino de la paz del Monte Sión, pero siguen sus propias religiones. En el lenguaje actual, entraban en diálogo y ese diálogo los cambiaba, aunque siguieran siendo ellos mismos. Y los judíos igualmente seguían siendo los mismos, más profundamente que nunca: “Caminaremos en el nombre del Señor nuestro Dios para siempre” (4:5 TANAKH).
Este texto antiguo nos habla hoy sobre las posibilidades de la misión de amistad, trabajando juntos hacia el deseo de un “reino pacífico”, en el que las naciones nunca más se enzarzarán en guerras. Ver las otras religiones como “amigas” nos involucra en una misión conjunta: compartir lo que somos y trabajar juntos para el bien común. Siendo profundamente lo que somos, estamos abiertos a la llamada de transformación de Dios hacia lo que podemos ser. En dicha apertura hacia el otro y hacia el bien común, “caminaremos en el nombre del Señor eternamente”.
 Preguntas para la reflexión y la discusión
¿Qué argumentos podrías aducir para pensar que la misión tiene como propósito principal convertir a las personas para que crean en Jesús?
¿La fe en Jesús, se debilita si los otros no van a Dios a través de él? ¿Por qué sí o por qué no?
Dialoguemos sobre la posibilidad de que, a pesar de las antiguas misiones de conversión, Dios nos llama hoy hacia una misión de amistad. ¿Qué ganamos? ¿Qué se pierde?
¿Cómo discernimos la llamada de Dios? O sea, si Dios realmente nos llama a caminar en esta dirección, ¿cómo lo podemos saber?
Muchas veces hemos escuchado: “prediquen el evangelio a toda creatura”, como un llamado a convertir a los demás... Pero “predicar el evangelio”... puede hacerse tanto diciendo el evangelio, cuanto viviéndolo... Conversemos sobre cómo la misión de amistad es fiel al Gran Mandato de Jesús.
La idea de que de las religiones del mundo orienten al mundo para que se vuelva una comunidad de distintas comunidades religiosas que vivan para el bien común, ¿es demasiado idealista?
Seguramente el texto de Miqueas no describía el Israel del siglo octavo; ¿por qué usamos esta visión hoy en día? ¿Cuál es el papel de esta idea en nuestra vida cristiana hoy?
¿Cómo formularías tú, o cómo expresaría tu comunidad, la necesidad de la misión en un mundo religiosamente plural como el nuestro actual?

(Este texto es el capítulo 7º del libro Divinidad y diversidad. Una afirmación cristiana
del pluralismo religioso
. Abingdon Press, Nashville, Estados Unidos, 2003, pags. 109-121.
Traducción de Francesca Toffano)

Fuente: ServicioKoinonia

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