Por.
Marjorie Hewitt SUCHOCKI
¿Y
qué decir de mandar a gente a otras tierras? ¿Todavía sería necesario en un
mundo plural? Yo sostengo que es esencial. A nivel general, vivimos en un mundo
en el que la economía vincula entre sí a las personas del mundo para bien y
para mal, y con demasiada frecuencia hacia el mal. El valor económico reemplaza
el valor de la vida, amenazando la sostenibilidad de la vida. Vivimos en un
mundo plagado de odio al diferente, y por la violencia en todas sus formas:
guerra, avaricia, explotación, abuso... Vivimos en un mundo en el que los
medios de comunicación proporcionan un conocimiento instantáneo (con frecuencia
distorsionado) sobre lo que pasa en los países de todo el mundo; y vivimos en
un mundo en el que la destrucción del medio ambiente y los gases de invernadero
amenazan el bienestar del planeta mismo, junto con toda la vida que en él
habita. En este mundo, cualquier resistencia a involucrarse en una misión de
amistad no sólo es una violación de la amistad, sino un pecado. Porque eso
permite que las enemistades de este mundo sigan sin resolverse. No involucrarse
religiosamente en una amistad mundial es entregar el mundo a las fuerzas del
mal.
Por
ejemplo, si la religión es un medio muy significativo por el que Dios conduce
el mundo hacia formas de comunidad, una de las mayores farsas ha sido el usar
la religión como catalizador del terrorismo, de guerra y de destrucción del
bien común. Pero la religión se usa de esta forma: ¡religión contra religión, y
secta contra secta dentro de la misma religión! El cristianismo es un triste
testigo de esto, no sólo en la historia pasada, sino también en la actualidad,
porque los católicos y los protestantes se atormentan mutuamente, especialmente
al Norte de Irlanda. Desde luego, las realidades políticas son más amplios que
los temas religiosos, pero la religión se vuelve el icono que bendice la guerra
en el nombre de lo sagrado. En nuestra historia estadounidense reciente, hemos
experimentado esto de la forma más horrenda a través del terrorismo del 11 de
septiembre. Mientras una variedad de factores, como la difícil situación de los
Palestinos y las consecuencias de la economía global contribuyeron sin duda a
las causas de este ataque terrorista, el Islam fue utilizado para bendecirlo.
Los estadounidenses musulmanes especialmente, sufrieron no sólo por las
pérdidas del 11 de septiembre, sino también por el mal uso del Islam por parte
del terrorismo extremista. Usar la religión para bendecir la violencia es una
sorprendente farsa en el corazón de cualquier religión del mundo.
Entonces,
la amistad como misión de cara al mundo, tiene sentido, no sólo buscando el
conocimiento entre unos y otros, sino buscando conjuntamente las raíces de los
males que dañan nuestro planeta. Un ejemplar grupo budista de Japón, el Rissho
Kosei-kai, ilustra las posibilidades de la misión como amistad en el contexto
mundial. Esta rama del budismo Tendai se fundó en los años 1930. Convencidos de
que Buda es “hábil en medios” y por lo tanto es más que competente para ver el
camino religioso del mundo hacia la iluminación, estos budistas decidieron que
su única tarea serían los actos de compasión para aliviar las enfermedades del
mundo. Además, desde que las enfermedades del mundo alcanzan a todos los
países, continentes y grupos religiosos, tratar esas enfermedades requiere una
cooperación interreligiosa. Por eso, el grupo Rissho Kosei-kai ha trabajado,
desde el principio, con los líderes de las religiones, para influenciar los
líderes políticos del mundo para la paz. También han sido de los primeros en
entrar en países devastados por la guerra para aliviar el sufrimiento,
especialmente viendo las necesidades de los que menos pueden cuidar de sí
mismos, los jóvenes y ancianos. En el proceso, el Rissho Kosei-kai, sin duda,
ha compartido sus creencias budistas; si hay personas que deciden que esta
forma de creencia satisface sus necesidades religiosas, el Rissho Kosei-kai con
gusto las recibe en su comunidad. Pero la conversión no es su misión; su misión
es la compasión.
En
mi experiencia, los cristianos más abiertos para defender otras religiones,
muchas veces son las personas que han vivido y trabajado en medio de otras
religiones. Lo que pudo haber empezado como un sencillo esfuerzo por convertir
a otros al cristianismo, muchas veces se convirtió en un esfuerzo por trabajar
con la gente para el bienestar común. Recientemente escuché a un misionero
chileno metodista retirado hablar sobre la Universidad Agraria que fundó la
Iglesia Metodista Unida en el desierto al norte de Chile. ¿Su propósito? La
gente de la montaña, atrapada entre la guerra y el hambre, abandonaba sus casas
y viajaba a las ciudades para poder encontrar trabajo, pero en las ciudades se
encontraban en “lo más bajo de lo bajo”, explotados y maltratados. La
universidad agraria enseñó nuevas técnicas de cultivo a las personas para que
pudieran vivir productivamente en la tierra que amaban. Desde el
establecimiento de la universidad en 1992, el éxodo de personas hacia las
ciudades disminuyó. El propósito de la misión era trabajar con la gente para
ayudarles a desarrollarse. No escondieron su identidad cristiana, como no la
escondió el budismo Rissho Kosei-kai, pero la identidad cristiana fue más allá
del proselitismo, persiguiendo la transformación creativa de la vida de las
personas a las que servían.
Los
misioneros responsables de este trabajo no tuvieron miedo a los otros, ni
ignoraban ni subestimaban las creencias de los chilenos. Su teología no
necesitaba que los otros se convirtieran primero al cristianismo, para poder
ser amados por Dios... Al contrario, estaban convencidos de que Dios amaba a
los chilenos aunque no hubiera misioneros, y que Dios trabajaba con los
chilenos para su propio desarrollo, con misioneros o sin ellos. La
autocomprensión de los misioneros era la gratitud por el privilegio de ser
copartícipes con Dios y con los chilenos en el trabajo por el bien común. Una
teología que afirma el pluralismo religioso es un catalizador muy poderoso para
trabajar para el bien común.
El
teólogo católico Hans Küng ha sido un instrumento para reunir personas de
religiones diferentes con líderes políticos del mundo (en este caso, anteriores
jefes de estado) para desarrollar una ética común. Juntos, los líderes
religiosos y políticos, emitieron una declaración en la que aceptaban compartir
la preocupación por el bien común. Los anteriores jefes de estado compartieron
este documento con los jefes de estado actuales, pidiendo que se tomara
consideración en todas las decisiones políticas. Estos documentos juegan un rol
importante, pero llegar a una ética común incluye más que documentos; requiere
una acción conjunta que logre el llamado bien común.
“Ustedes
son mis amigos –dijo Jesús– si hacen lo que les mando… Ámense los unos a los
otros”. Existe un amplio terreno dentro del cristianismo para ejercitar este
amor no sólo con los semejantes, sino con todo el mundo. Dentro de nuestra
tradición existe el modelo de dar agua fresca a los sedientos, en el nombre de
Cristo. Observen los dos elementos: el vaso de agua, que llena la necesidad
física, y en el nombre de Cristo, que deja claro el nombre de la persona por la
que se da el vaso de agua. Los cristianos no están llamados a satisfacer las
necesidades del mundo de forma anónima, sino en el nombre de Cristo, a través
del cual Dios nos ha mostrado compasión. Pero uno no da el vaso para proclamar
el nombre de Cristo; al contrario, uno entrega el vaso porque Cristo nos empuja
a amor al prójimo y el otro necesita el vaso. Cuando decimos que lo damos en su
nombre, no lo decimos para convertir, para que los otros se unan a nuestra fe.
Más bien, decimos el nombre de Cristo para explicar por qué damos el vaso. La
conversión puede ser producto del ministerio, pero, en realidad, en sentido
profundo, dejamos la conversión en manos de Dios. Nuestra preocupación
inmediata es el cuidado de las necesidades del otro.
Esto
que estoy diciendo sugiere el ministerio de uno-a-uno, pero el uno-a-uno no lo
es todo. Los problemas que causan estragos a nuestro bien común no son los de
uno-a-uno. Son problemas sistémicos, que surgen en gran parte por las
estructuras económicas materialistas de la sociedad actual. La misión como
amistad proporciona en este nivel posibilidades maravillosas. Existe un viejo
dicho que dice que uno debe “combatir el fuego con fuego”. Conozco bien esta
imagen. Viví durante un tiempo en la orilla de las colinas de Baja California,
y justo más allá de nuestra casa, las montañas se alzaban llenas de pasto y
chaparral. Durante un mes de octubre caliente un pirómano prendió fuego al
terreno, como a diez millas de nosotros, pero diez millas no son nada para esas
llamas. Rápidamente se extendieron, brincando de una montaña a otra. Los
bomberos no sólo luchaban por apagar las llamas con avionetas, también
comenzaron otros incendios para que quemaran hacia el primer fuego. Cuando las
dos fuerzas de las llamas se encontraron, ya no había nada que quemar, y el
fuego se apagó.
Las
fuerzas sistémicas que causan daño son demasiado grandes para que un individuo
luche solo, aunque los individuos se vuelven catalizadores para unir nuevas
fuerzas sociales en contra del mal. Pero las organizaciones religiosas en sí
mismas son fuerzas sistémicas. La iglesia, a través de sus oficinas nacionales
y a través de sus coaliciones, como el Consejo Nacional de Iglesias, puede ser
un valioso testimonio cristiano, y una poderosa fuerza para el bien. Puede ser
el fuego que lucha contra el fuego del mal. Las iglesias locales que se
involucran en una amistad interreligiosa pueden intensificar el trabajo de la
amistad en y a través de su apoyo a sus denominaciones y a un grupo mayor de
cristianos. Para lograrlo, las iglesias locales tienen que apoyar la misión de
amistad.
Por
lo tanto, la misión global se lleva a cabo a través de misioneros que se
entregan a Dios y al ministerio por todo el mundo, participando en acciones
corporativas de la iglesia institucional. En y a través del testimonio de la
iglesia, Dios convertirá algunos al cristianismo. Pero ese crecimiento es un
subproducto de la misión, no la meta principal. La meta más importante de la
iglesia es servir a Dios a través de su amistad con otras religiones, y a
través del trabajo cooperativo de analizar las enfermedades del mundo y actuar
juntos para aliviarlas.
¿Y
qué de las diferencias que chocan?
Como
sus puntos de acuerdo, también los amigos descubren sus puntos de desacuerdo
irreductible. Incrementar el conocimiento mutuo es entender que las diferencias
son profundas. No hay necesariamente acuerdo en lo que es el mal del mundo, ni
siquiera en su existencia. Esto refleja sencillamente que las religiones no son
reductibles unas a otras; la amistad no significa igualdad; significa voluntad
de respetar las diferencias mutuas, y trabajar con el otro en las áreas de
común acuerdo.
Las
diferencias son sociales, no simplemente conceptuales. Por ejemplo, todas las
religiones del mundo han dado a las mujeres un rol secundario dentro de la
sociedad. Una de las características fuertes que marcan el cristianismo
occidental ha sido el cambio en la subordinación de las mujeres, especialmente
en los pasados dos siglos. Gracias a la influencia cristiana, han modificado
algunos de los mayores daños hechos a las mujeres en el nombre del patriarcado.
Pero, por supuesto, al decirlo, reconozco que lo que llamo “daño”, otros no lo
reconocen como tal –¡a veces, ni siquiera las mujeres mismas afectadas por lo que
yo llamo “daño”!–. El desacuerdo entre religiones, y, claro, aun dentro de cada
religión, es real, y estos desacuerdos tienen consecuencias sociales. ¿Cómo
afecta esto la misión de amistad? ¿Pueden los cristianos aceptar tranquilamente
lo que identifican como prácticas deleznables, en nombre de la “diferencia” y
del “respeto”?
Una
vez más, consideren el modelo de amistad. Los amigos no siempre están de
acuerdo. De hecho, la amistad puede implicar severas diferencias de opinión y
de praxis. Los amigos pueden ser muy buenos argumentando entre ellos. Y algunas
veces las diferencias se vuelven amargas, y la amistad muere, por
intransigencia (percibida como tal o real) sobre temas importantes. Cuando esto
ocurre, realmente es una pena, tenemos que lamentarlo.
En
una amistad interreligiosa a nivel institucional, congregacional y personal,
las diferencias serán naturalmente identificadas, y habrá veces en que esas
diferencias parecerán no negociables. El modelo de una amistad trabajada
significa que esas diferencias serán enfrentadas honestamente, y que los grupos
trabajarán arduamente no necesariamente para eliminar las diferencias, sino por
lo menos para comprender la postura del otro. En el proceso, puede haber
argumentos apasionados en contra de ciertas creencias y prácticas. La amistad
prefiere el desacuerdo honesto y abierto, mejor que no atreverse siquiera a
nombrar los puntos de desacuerdo. Además, cada religión se mueve dentro de una
corriente continua de su propia tradición; ninguna tradición es inmóvil (a
menos, por supuesto, que muera, en cuyo caso el único cambio es su lenta
decadencia). Las religiones pueden buscar legítimamente influenciarse
mutuamente en direcciones que cada una percibe como positivas. La regla que
permanece es el respeto a las decisiones del otro sobre los temas tratados, un
compromiso hacia la amistad misma, y el compromiso de trabajar juntos en áreas
de acuerdo sobre el bien común que ambos perciben. Los buenos amigos no dejan
que los desacuerdos acaben con la amistad.
Hay
una cita de Miqueas que habla de la visión de lo que se ha llamado “El reino
pacífico”. Vemos esta visión también en el segundo capítulo de Isaías. En
Isaías, sin embargo, la sección termina con “una nación no tomará la espada
contra otra; ellos nunca más sabrán de la guerra” (v. 4 TANAKH). El capítulo
luego llama a Israel a caminar en la luz del Señor, hablando del tesoro que se
seguirá de su obediencia. Pero en Miqueas el texto sobre “El reino pacífico”
termina así:
«Aunque
todas las personas caminan en la tierra en el nombre de sus dioses, nosotros
caminaremos en el nombre del Señor nuestro Dios para siempre» (v. 5 TANAKH).
Como
el texto de Isaías, Miqueas habla a todas las naciones del mundo que pasaban
por el monte Sión para aprender los caminos de Dios, que son justos. Pero
Miqueas enfatiza más que Isaías el hecho interesante de que la gente regresa a
sus lugares, llevando consigo el conocimiento que ganaron del Dios de Israel.
Porque de este conocimiento, cambian su forma de ser en dirección a la paz:
“Las naciones ya no levantarán la espada contra naciones; nunca volverán a
conocer la guerra; pero (todas las personas) se sentarán bajo la vid o la
higuera sin que nada los moleste” (4:3b-4 TANAKH).
El
texto de Miqueas agrega una frase interesante. Las naciones han aprendido el
camino de la paz del Monte Sión, pero siguen sus propias religiones. En el
lenguaje actual, entraban en diálogo y ese diálogo los cambiaba, aunque
siguieran siendo ellos mismos. Y los judíos igualmente seguían siendo los
mismos, más profundamente que nunca: “Caminaremos en el nombre del Señor
nuestro Dios para siempre” (4:5 TANAKH).
Este
texto antiguo nos habla hoy sobre las posibilidades de la misión de amistad,
trabajando juntos hacia el deseo de un “reino pacífico”, en el que las naciones
nunca más se enzarzarán en guerras. Ver las otras religiones como “amigas” nos
involucra en una misión conjunta: compartir lo que somos y trabajar juntos para
el bien común. Siendo profundamente lo que somos, estamos abiertos a la llamada
de transformación de Dios hacia lo que podemos ser. En dicha apertura hacia el
otro y hacia el bien común, “caminaremos en el nombre del Señor eternamente”.
Preguntas
para la reflexión y la discusión
¿Qué
argumentos podrías aducir para pensar que la misión tiene como propósito
principal convertir a las personas para que crean en Jesús?
¿La
fe en Jesús, se debilita si los otros no van a Dios a través de él? ¿Por qué sí
o por qué no?
Dialoguemos
sobre la posibilidad de que, a pesar de las antiguas misiones de conversión, Dios
nos llama hoy hacia una misión de amistad. ¿Qué ganamos? ¿Qué se pierde?
¿Cómo
discernimos la llamada de Dios? O sea, si Dios realmente nos llama a caminar en
esta dirección, ¿cómo lo podemos saber?
Muchas
veces hemos escuchado: “prediquen el evangelio a toda creatura”, como un
llamado a convertir a los demás... Pero “predicar el evangelio”... puede
hacerse tanto diciendo el evangelio, cuanto viviéndolo... Conversemos sobre
cómo la misión de amistad es fiel al Gran Mandato de Jesús.
La
idea de que de las religiones del mundo orienten al mundo para que se vuelva
una comunidad de distintas comunidades religiosas que vivan para el bien común,
¿es demasiado idealista?
Seguramente
el texto de Miqueas no describía el Israel del siglo octavo; ¿por qué usamos
esta visión hoy en día? ¿Cuál es el papel de esta idea en nuestra vida
cristiana hoy?
¿Cómo
formularías tú, o cómo expresaría tu comunidad, la necesidad de la misión en un
mundo religiosamente plural como el nuestro actual?
(Este
texto es el capítulo 7º del libro Divinidad y diversidad. Una afirmación
cristiana
del pluralismo religioso. Abingdon Press, Nashville, Estados Unidos, 2003, pags. 109-121.
Traducción de Francesca Toffano)
del pluralismo religioso. Abingdon Press, Nashville, Estados Unidos, 2003, pags. 109-121.
Traducción de Francesca Toffano)
Fuente:
ServicioKoinonia
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