Por.
Por Priscila Guilayn- España
Su
voto es decisivo. Lo ha sido en la elección de Trump y en el ‘no’ de Colombia a
la paz con las FARC. Por si fuera poco, acaban de ganar la Alcaldía de Río de
Janeiro y ya piensan en la Presidencia de Brasil… Así es su asalto al poder.
Algún
día, los evangélicos elegirán a un presidente de la República y trabajará por
nosotros y por nuestras iglesias para cumplir la misión que, desde hace 2000
años, es nuestro mayor desafío: llevar el Evangelio a todas las naciones de la
Tierra». Expresada hace cinco años, la promesa del obispo evangélico brasileño
Marcelo Crivella -actual alcalde electo de Río de Janeiro- parece cada vez
menos descabellada.
La
victoria de Crivella, exsenador y antiguo ministro de la destituida presidenta
Dilma Rousseff, en la megalópolis brasileña supone un punto de inflexión en las
aspiraciones políticas evangélicas en el continente americano. Desde los años
ochenta y noventa, la influencia política de las iglesias evangélicas en la
región ha vivido una progresión ascendente, en muchos casos con el objetivo
declarado de alcanzar el poder. Su extremo conservadurismo y religiosidad, sin
embargo, habían provocado hasta ahora el rechazo de los votantes hacia todos
aquellos partidos y candidatos que declaraban su confesionalidad.
Su auge se gestó en los 80. El Gobierno de Reagan apoyó a los
evangélicos para frenar la teología de la liberación
Crivella
ha traspasado ese límite. Y de qué forma. Porque, además de ser obispo de uno
de los credos evangélicos más poderosos -la Iglesia Universal del Reino de
Dios: un inmenso imperio económico y religioso con más de 12 millones de fieles
repartidos por unos 200 países-, su formación, el Partido Republicano Brasileño
(PRB), es el brazo político de su congregación. «Hasta ahora, estas
candidaturas siempre tocaban techo -explica el antropólogo Ronaldo Almeida, de
la Universidad Unicamp de São Paulo, estudioso de la Universal desde hace dos
décadas-. Crivella, sin embargo, ha superado ese rechazo hacia los evangélicos.
Y esta es la gran novedad».
Con
la Presidencia de la República en el punto de mira, el ejemplo brasileño podría
extenderse por un continente donde la fuerza del voto evangélico demuestra su
influencia decisiva y creciente en cada elección. En la de Donald Trump a la
Casa Blanca, sin ir más lejos, a quien apoyó el 81 por ciento de los votantes
evangélicos; muchos de ellos, de origen hispano -la comunidad donde más crecen
estos credos en Estados Unidos-, pese a las amenazas del magnate de levantar un
muro con México y realizar deportaciones masivas de inmigrantes. O en la
victoria del ‘no’ en Colombia, donde la movilización de dos millones de
evangélicos fue clave para rechazar el acuerdo de paz con la guerrilla de las
FARC.
El giro del continente
Esta
creciente influencia evangélica en la política -entienden expertos como Andrew
Chesnut, profesor de estudios religiosos de la Universidad de Virginia, en
Estados Unidos- es uno de los motores que están llevando al continente hacia la
derecha. Consciente de este poder desde el principio, el propio Trump, que ha
declarado recientemente su «excelente relación con Dios», pronunció unas
reveladoras palabras en su primer discurso como candidato ante la convención
del Partido Republicano: «Me gustaría dar las gracias a la comunidad
evangélica», asegurando, con una humildad poco habitual en él, que ese apoyo
había significado mucho, aunque «no estuviera seguro de merecerlo». Muchos
evangélicos conservadores, en todo caso, aunque satisfechos con la victoria de
Trump frente al «progresismo de Hillary Clinton», ya abogan por presentar
candidatos propios la próxima vez.
De
algún modo, el pentecostalismo norteamericano, que se extendió hacia el sur
desde inicios del siglo XX, con oleadas de misioneros predicando entre pobres,
indígenas y antiguos esclavos, ha revertido su flujo. Ahora son las iglesias
latinoamericanas, en especial las de Brasil -gran potencia actual del
movimiento- las que envían a sus pastores a Estados Unidos.
El
auge actual de los evangélicos y su penetración en el poder en Latinoamérica,
de hecho, se gestó desde Washington en los años ochenta. Eran tiempos de Guerra
Fría y de revoluciones, y la Administración de Ronald Reagan, tras identificar
como «agente desestabilizador» a la Iglesia católica comprometida políticamente
con la insurgencia -la llamada ‘teología de la liberación’-, vio en los
evangélicos un inmejorable aliado para contrarrestar aquella ‘deriva’ católica.
En el primer Documento de Santa Fe -informes periódicos que el sector
ultraconservador republicano elaboraba sobre América Latina- ya se recomendaba
la ayuda a las congregaciones protestantes para reemplazar a la Iglesia
católica de las élites gobernantes. Con su mensaje de que la única revolución
genuina en América Latina es la espiritual, los pentecostales se beneficiaron
de este apoyo para acoger en su regazo a millones de pobres e ir tomando
posiciones en todos los ámbitos.
A Trump lo apoyó el 81 por ciento de los votantes evangélicos; muchos,
de origen hispano
La
Iglesia Metodista Unida, uno de los cultos más importantes en Estados Unidos,
por ejemplo, brindó generoso apoyo a las congregaciones que empatizaban con los
regímenes militares de Guatemala -el general evangélico Efraín Ríos Montt
desató en los ochenta una devastadora contrainsurgencia con la Biblia en la
mano- y de El Salvador, aliados de Estados Unidos. Aquella colaboración inició
un proceso de acercamiento al poder y de influencia ideológica de esas
congregaciones en asuntos de Estado por todo el continente.
«En
Guatemala están a un paso de convertirse en mayoría religiosa. Es en este país
donde el fenómeno es más evidente, ya que su influencia política viene desde
los ochenta -tal y como subraya Juan Fonseca, profesor de la Universidad de
Ciencias Aplicadas de Lima, especializado en Historia de estas iglesias-. Los
evangélicos llegaron al Gobierno con un discurso ultraconservador,
pronorteamericano y duro con las minorías. Y no hablo solo de Ríos Montt. Jorge
Antonio Serrano, presidente en los noventa [un viejo aliado del sangriento
general], fue miembro activo y militante de una iglesia neopentecostal. En
Honduras y en El Salvador también están muy presentes, así como en Costa Rica,
con fuerte presencia en el Congreso e influencia en las políticas de la
presidenta Laura Chinchilla».
Fortunato
Mallimaci, sociólogo de la religión especializado en América Latina, cree que
esta ascensión no se debe tanto a un despertar de los grupos evangélicos, ya
que estos en realidad nunca se han dormido. «Lo hemos visto recientemente en
Brasil, Colombia y Estados Unidos -analiza este estudioso argentino-. La
movilización de los religiosos es hoy mucho más amplia que la que consiguen los
partidos políticos, que han perdido encanto entre la gente».
El
ejemplo colombiano es la última gran demostración de este poder. A ojos de los
evangélicos -unas 6000 iglesias y diez millones de fieles, sobre una población
de 47 millones- el acuerdo de paz con la guerrilla de las FARC ponía en peligro
la familia tradicional, ya que el texto subrayaba la necesidad de implementarlo
«promoviendo la equidad entre las personas con orientación sexual e identidad
de género diversa». Ante esta ‘amenaza’, dos millones de evangélicos votaron en
masa permitiendo la victoria del ‘no’.
Contra la agenda ‘liberal’
La
ruta del poderío evangélico prosigue por Perú. Allí, al igual que en Colombia y
Brasil, comenzaron su ascensión política en los noventa. «Los evangélicos
entraron al Congreso masivamente con Alberto Fujimori -explica el historiador
peruano Juan Fonseca-. Más tarde, el ministro evangélico Humberto Lay Sun,
candidato a la Presidencia en 2006 derrotado en primera vuelta, fue clave para
la victoria, muy reñida, de Alan García sobre Ollanta Humala en la segunda.
Aquel apoyo les permitió ganar un reconocimiento sin precedentes en políticas
públicas, mientras establecían un discurso frontal contra la agenda que ellos
llaman ‘liberal’ sobre mujeres, aborto o diversidad sexual». Ahora, su apoyo a
Keiko Fujimori en las últimas elecciones a punto estuvo de devolver a la
familia del exdictador al poder.
En Guatemala están a un paso de convertirse en mayoría religiosa. Su
discurso es ultraconservador
En
Chile tampoco les ha ido mal a los pentecostales, una nación en la cual habían
depositado grandes esperanzas desde los tiempos de Augusto Pinochet. «Se
pensaba que iba a ser el país que más rápidamente alcanzaría la mayoría
evangélica, pero su crecimiento se ha ralentizado ante el avance de la ‘no
creencia’», prosigue Fonseca. Pinochet buscó en ellos legitimación religiosa y,
a cambio, estos consiguieron exención de impuestos para la construcción de sus
templos, lo que les permitió expandirse (hoy suponen ya el 20 por ciento de la
población), obtener licencias de radio e incluso incluir su credo en las clases
de Religión en las escuelas. En el año 2000 presentaron su propio candidato a
la Presidencia, el pastor Salvador Pino, aunque acabó siendo inhabilitado. En
2007, La Moneda -el palacio presidencial- pasó a contar con una capellán
evangélica.
El Gobierno de Reagan apoyó a los evangélicos para frenar la teología de
la liberación
Así
las cosas, Brasil es hoy el país donde el conservadurismo del movimiento
evangélico está mejor organizado. Allí, el denominado Frente Parlamentario
Evangélico [o Bancada de la Biblia] ocupa el 16 por ciento de los escaños del
Congreso. Además, forman un grupo muy cohesionado en una cámara extremadamente
fragmentada con 27 partidos. Ahora bien, una cosa es obtener influencia
política y otra bien distinta es alcanzar la Presidencia de un gigante como
Brasil.
«El
éxito de los evangélicos en las elecciones al Congreso se ha debido a que
lograron movilizar la identidad religiosa -analiza la socióloga Christina
Vital, especialista en religión, política y derechos de la Universidad Federal
Fluminense, en Río de Janeiro-, pero para llegar al Gobierno deben apoyarse en
diferentes sectores de la sociedad y presentar un discurso mucho más amplio».
Una lección que tanto el alcalde electo de Río, Marcelo Crivella, dos veces
candidato frustrado a la Alcaldía y otras dos al Gobierno del Estado de Río de
Janeiro, como su partido evangélico parecen haber aprendido. El asalto al
palacio de Planalto, sede de la Presidencia de la República, está en marcha.
Una ‘España’ de evangélicos
En
un hábil ejercicio de funambulismo político, Crivella -defensor del
creacionismo que llegó a calificar la homosexualidad como una «conducta
maligna» y un «terrible mal»- adoptó en su última campaña la etiqueta de
«socialista moderno, intransigente defensor de la tolerancia, la libertad y la
dignidad de la persona» para salir victorioso en la ciudad-escaparate de
Brasil.
La
dimensión del logro de Crivella como punto de inflexión en las aspiraciones
políticas evangélicas, se amplifica si se tiene en cuenta que el nuevo alcalde
de Río no es, ni mucho menos, uno más de los 42 millones de evangélicos (casi
la población española) que hay en Brasil. Crivella ha ganado sin ocultar que es
pieza clave de la Iglesia Universal del Reino de Dios y sobrino de su fundador
y máximo líder, el obispo Edir Macedo, un millonario -compró un banco hace tres
años- mencionado con frecuencia en las listas de grandes fortunas de la revista
Forbes, cuyo patrimonio crece parejo al poder de su iglesia.
Los evangélicos buscan poder político y cultural. Compran radios,
discográficas, televisiones…
Un
poder apoyado en un imperio mediático -un diario, más de 70 emisoras de radio,
discográficas y la Rede Record, segunda televisión de Brasil, donde proliferan
las telenovelas bíblicas- convertido en eficaz herramienta de proselitismo.
«Los pentecostales -sostiene el antropólogo Almeida- quieren ocupar los
espacios sociales en la política, la economía y la justicia para ser
hegemónicos en lo político, pero también en lo cultural».
Con
ese fin, Crivella parece haber optado por un mensaje conciliador buscando
fomentar una imagen que asuste menos. «La Iglesia no tendrá ninguna relación
con mi gestión», afirmó poco antes de ser elegido. Podrá demostrarlo a partir
del 1 de enero, fecha de su investidura, que deberá discurrir, por cierto,
entre besos de parejas homosexuales: el «Besazo contra la LGTBfobia», convocado
a través de las redes sociales.
Una marea imparable
Los
evangélicos son ya el grupo religioso que más crece en la actualidad en todo el
continente americano. El 81 por ciento de los votantes estadounidenses de este
credo votó a Donald Trump. Y en Colombia la movilización de 2 milllones de
evangélicos fue decisiva para el triunfo del ‘No’ a la paz con las FARC.
Brasil / Dir Macedo: líder de la
Iglesia Universal del Reino de Dios
El
obispo Macedo es el predicador más rico de Latinoamérica, según indica la lista
Forbes. Y es que a sus dotes religiosas une las de autor de best sellers,
magnate de los medios y hasta banquero. Es el tío del alcalde electo de Río de
Janeiro y artífice de su carrera política. Fundó su iglesia en 1977 y desde
entonces no ha dejado de crecer, aunque ya en 1992 fue detenido por fraude. En
2014 inauguró una megaiglesia en São Paulo, réplica del Templo de Salomón, como
símbolo de su poder.
EE.UU. / James Dobson: Focus on The
Family
Evangélicos,
voto, james dobson
Los
líderes evangélicos no son una novedad en EE.UU. Antes que Dobson estuvieron
Billy Graham, que apoyó tanto a republicamos como a demócratas; Jerry Falwell,
furibundo homófobo; y Pat Robertson, telepredicador multimillonario que llegó a
presentarse a la Presidencia. James Dobson está considerado el líder evangélico
más influyente. Y todavía lo será más después de haber apoyado expresamente a
Donald Trump, lo que no deja de ser significativo siendo la mayoría de sus
feligreses latinos.
Guatemala / Jorge H. López : la
Fraternidad Cristiana de Guatemala
Jorge
H. López es el fundador de La Fraternidad Cristiana en ese país, popularmente
conocida como la Megafrater, el mayor templo neopentecostal de Centroamérica.
Hoy cuenta con más de dos millones de seguidores, pero comenzó en 1965 con una
veintena en un hotel. López tenía entonces 15 años. Su discurso
pronorteamericano le abrió pronto puertas políticas.
Colombia / Miguel Arrázola: Iglesia
Ríos de Vida
Miguel
Arrázola es, junto con su esposa, María Paula, el líder de la iglesia Ríos de
Vida, que tiene su principal sede en Cartagena. Entre sus seguidores se
encuentran conocidos futbolistas colombianos, lo que contribuye a su
popularidad. Es un ferviente partidario del expresidente Álvaro Uribe y, con
él, lideró la campaña contra el acuerdo de paz con las FARC. Su principal
argumento es que la integración de la guerrilla «pone en peligro la familia
tradicional».
Perú / Alberto Santana: Coordinadora
Cívica Cristiana Pro Valores
El
doctor Santana, licenciado en Teología, lidera la organización evangélica más
ultraconservadora de Perú. Sus tremendos discursos contra los homosexuales han
sido objeto de indignación y hasta de debate político en el país. Apoyó la
candidatura de Keiko Fujimori para la Presidencia, después de que esta firmase
un compromiso para rechazar la unión civil de personas del mismo sexo, impedir
que estas adoptasen niños y prohibir el aborto en cualquier circunstancia.
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