Por.
Leopoldo Cervantes-Ortiz, México
Mas
él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo
de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.
Isaías 53.5, RVR 1960
Mas
él herido fue por nuestras rebeliones,
molido
por nuestras iniquidades.
El
castigo que merecíamos por nuestro bienestar
cayó
sobre él,
y
por sus cicatrices fuimos curados.[1]
Versión de Samuel
Pagán
Un
sufrimiento sustitutivo y liberador (Is 53.5-6)
El
cuarto Cántico del Siervo Sufriente de Yahvé, el más conocido, es todo un
compendio de profecía contextual y prospectiva. Profundiza las afirmaciones de
los cánticos anteriores y establece, como una auténtica novedad teológica el
tema del sufrimiento sustitutivo o vicario, ajeno hasta ese momento a la fe del
antiguo Israel. El origen de los sufrimientos y humillaciones de este personaje
no fue su propio pecado “sino que se enfrentó a la vida cruel y al trato
despiadado por los pecados de la humanidad”.[2] Se revela en
esta estrofa el corazón del mensaje del Siervo: para restaurar a Israel y
santificar a las naciones, el Siervo tendría que sufrir en sustitución de los
seres humanos: “El Siervo del Señor soportó nuestros sufrimientos y cargó con
nuestros dolores; fue traspasado por nuestras rebeliones y triturado por
nuestros crímenes; además, soportó el castigo que merecíamos. ¡Dios mismo cargo
sobre sí todos nuestros delitos!”.[3]
Ésa
es la razón por la cual los pueblos se admiran y los reyes quedan sorprendidos
y mudos (52.15): el sufrimiento vicario (palabra extraña al mundillo
evangélico, pero tan necesaria en este caso) del Siervo. ¿Cómo tratar de
entender la reacción de los poderes humanos ante este acto sustitutivo que no
pasa por las ofertas políticas del momento? ¿Cómo no afirmarlo como la respuesta
divina a cualquier intento por domesticar y controlar el sentido de la vida de
las personas? Si se presenta como un ofrecimiento gratuito, superior y
efectivo, dado su origen (nada menos que la gracia de Dios), todo lo demás se
vuelve relativo, pues, aunque los conceptos de salvación y liberación
han llegado a ser casi incomprensibles para las sociedades actuales, tan
secularizadas y dominadas por las leyes del mercado, la propuesta esbozada por
Isaías sigue vigente y es capaz de devolver el significado profundo de la
existencia humana digna a quienes se han alejado de ella.
Por
todo esto, dicho en la clave presente, el texto bíblico presenta la necesidad
del padecimiento sustituto del Siervo para la redención Israel y las demás
naciones en medio de una historia que arrastraba grandes conflictos y que iba
mostrando su dinámica para exigir a las personas de fe una interpretación
sólida de la misma y de las acciones de Dios:
El
Siervo sufre en sustitución de los pecados de la humanidad, no como resultados
de las acciones humanas: ya el pueblo de Israel había sufrido las penurias del
exilio en Babilonia y las naciones habían experimentado sus crisis políticas y
sociales. El Siervo se presenta en el poema con una actitud de solidaridad,
compromiso y encamación. Este Cántico es la culminación del tema de salvación
que comienza a presentarse en la obra isaiana en los capítulos 49-52, y que
posteriormente continuará en 54-55. El Siervo se identifica con “el brazo del
Señor” que lleva a efecto la liberación del pueblo, que ciertamente tema
componentes físicos, políticos, económicos y sociales, como también importancia
religiosa y espiritual.[4]
La
imagen pastoril del v. 6 afirma categóricamente que Dios cargó sobre el Siervo
“todos nuestros pecados”. Tal como las ovejas se desorientan y pueden
extraviarse, Israel y las naciones han caminado sin dirección por senderos
negativos y con consecuencias nefastas. “Únicamente la intervención de un buen
pastor es capaz de reorientar las ovejas y llevarlas sanas al redil; y así el
Señor, mediante los sacrificios y humillaciones del Siervo, logrará su
propósito restaurador con la humanidad”.[5]
Una
entrega callada y no violenta (respondida estruendosamente y con violencia) (Is
53.7-8)
La
entrega del Siervo es callada y no violenta, y la de Jesús de Nazaret ante el
tormento y el suplicio sigue esa misma consigna. Su actitud de reconciliación,
incluso en los peores momentos (la oreja herida del soldado romano [Jn 18.10],
por ejemplo) y hasta en la cruz misma (“Perdónalos, porque no saben lo que
hacen”, Lc 23.34) no deja lugar a dudas. Estamos ante un caso más de “silencio
místico obligado”, anclado en la obediencia total, pero que no dudó ni un
segundo en romperse al estar frente a individuos como Pilato, que se arrogaron
la posibilidad de decidir sobre la vida o la muerte. Los evangelios fueron muy
sensibles a la dignidad mesiánica con la que Jesús respondió a la arrogancia
del representante imperial. El lenguaje sacrificial y litúrgico se combina con
el del campo para mostrar al Siervo-Mesías como un cordero inocente (también,
la imagen de la oveja ante sus trasquiladores) que es llevado a la muerte sin
proferir nada. Se da por sentado que acepta la inmediatez de su muerte como
parte de un holocausto personal que nada evitará, pues todas las cosas están en
su contra. No es solamente un decreto divino el que se la venido encima, sino
que también las infames fuerzas históricas se han confabulado para acabar con
él.
El
Siervo isaiano no responde las injurias recibidas y enfrenta su suerte con
humildad extrema. Como escribe Enrique Dussel: “El Siervo no se sostiene, es
sostenido (42.1); no se elige, es elegido; no inventa su doctrina, sino que la
recibe (50.4); no se defiende, es Dios quien lo ayuda (50.7); ha sido llamado a
una función (49.1) y ha sido investido de las actitudes necesarias (49.2); él
no va en nombre propio, es enviado (49.3-6) y será glorificado (52.13) por
Yahveh”.[6] El lenguaje
personal (¿y divino?) reaparece: “El Siervo es herido por los pecados de ‘mi
pueblo’ Israel (53.8) y es asesinado, aunque no había cometido crímenes ni era
un engañador. El Siervo se sometió a un sistema humano injusto no por sus
propios delitos, sino en un acto de autohumillación que conllevaba a ser
enterrado entre “malhechores’”.[7] ¡Cuántos
paralelismos es posible encontrar en la historia de la humanidad y en la
historia de los testigos sufrientes de la fe! Un sumario simple, pero bastante
desconocido de mártires protestantes latinoamericanos bastaría para destrabar
la memoria política y social de las iglesias: Rubén Jaramillo, Mauricio López,
Noel Vargas, Elisabeth Käsemann, Iván Dias, Paulo Wright y otros más[8]), sin olvidar
a Ignacio Ellacuría o a los obispos Óscar Arnulfo Romero en El Salvador, Juan
Gerardi en Guatemala o Jorge Angelelli en Argentina.[9]
Pero
no nos engañemos, la pasividad de Jesús, encarnación del Siervo de Isaías,
asumida ante las ofensas, la humillación y la tortura, a diferencia de lo que
escribió Nietzsche fue una protesta silenciosa, una indignación radical contra
el estado de cosas imperante, una voz profética intensa, situada en la
espiritualidad del cambio promovido por Dios, pero de ninguna manera
conformista. Como explica Juan José Tamayo:
De
ser cierta la versión de Nietzsche, Jesús habría huido del conflicto como de la
quema y se habría instalado en una religión conformista, sin que nada ni nadie
le turbara. Pero nada más lejos de la realidad. Jesús fue un Indignado que
adoptó una actitud de rebeldía frente al sistema y se comportó como un insumiso
frente al orden establecido. El conflicto, nacido de la indignación, define su
modo de ser, caracteriza su forma de vivir y constituye el criterio ético de su
práctica liberadora. La insumisión y la resistencia fueron las opciones
fundamentales durante los años de su actividad pública, tanto en el terreno
religioso como en el político, ambos inseparables en una teocracia y la clave
hermenéutica que explica su trágico final.[10]
Los
poderes políticos y religiosos del momento dictaron una (no) sentencia
inapelable: Jesús, como el Siervo Sufriente, debía morir irremediablemente. No
habría cárcel ni juicio para él; fue en sentido estricto, un juicio sumarísimo.
Era una condena anunciada de antemano en la que sus jueces y verdugos se
sumaron inconscientemente al complejo designio divino y personal, que él mismo
asumió, de entregarse a la injusticia total del mundo para purgar los pecados
de todos y arrostrar en su persona la totalidad del mal y la aparente
supremacía de la muerte violenta instituida como solución inmediata. Como todo
poder material, el Imperio no alcanzó a ver la significación salvífica de tan
terrible suceso.
Un
asesinato del poder soberbio y criminal (Is 53.9-10a)
Sin
embargo, como bien destaca Pagán, el Siervo “no se veía a sí mismo como una
víctima más de las injusticias de la vida. Posiblemente entendía su misión a la
luz de la voluntad divina que le impelía [lo empujaba] a enfrentar el
sufrimiento y el martirio con sentido de misión (53.10). Y como su humillación
era parte del propósito de Dios para la humanidad, se acercaba al dolor y a la
muerte con confianza y mucha seguridad. Estaba seguro que el sufrimiento por el
pueblo traería consecuencias positivas para la humanidad (52.15).[11]
Ante este inquietante planteamiento, ¿cómo debería entonces interpretarse la
muerte violenta de Jesús?: ¿como resultado de la voluntad providente de Dios o,
más bien, de la dinámica interna de un sistema imperial decidido a mantenerse
en el poder? Porque está bien claro que Roma no iba a permitir que un
excéntrico profeta con ideas y prácticas apocalípticas, surgido de las orillas
geográficas del imperio, pusiera en entredicho todo el aparato ideológico,
militar y cultural que lo sostenía. Imposible. El sistema (en sus dos
vertientes) tenía que preservarse a costa de lo que fuere y si para ello habría
que asesinar a veintenas o miles de judíos, lo harían sin ninguna duda. Y así
sucedió en el año 70, tal y como lo anunció el propio Jesús.
De
ahí que la interpretación “satisfaccionista”, la más favorecida y repetida por
todas partes, debe ser reconsiderada en profundidad, porque Dios (el Padre, se
entiende) ni fue sádico, para disfrutar la muerte de su Hijo, ni era un señor
feudal que debía recibir la satisfacción por la ofensa recibida, como se repite
hasta el cansancio en tantos púlpitos ahora mismo. José Antonio Pagola lo ha
discutido bien en su polémico libro Jesús. Aproximación histórica:
Jesús no buscaba el martirio. No era ese el objetivo de
su vida. Nunca quiso el sufrimiento ni para él ni para los demás. El
sufrimiento es malo […] No huye ante las amenazas; tampoco modifica su mensaje;
no lo adapta ni suaviza […] Prefería morir antes que traicionar la misión para
la que se sabía escogido […] Era inevitable [sin embargo] que, en su
conciencia, se despertaran no pocas preguntas: ¿cómo podía Dios llamarlo a
proclamar la llegada decisiva de su reinado, para dejar luego que esta misión
acabara en un fracaso? ¿Es que Dios se podía contradecir? ¿Era posible
conciliar su muerte con su misión? (361)…
Al parecer, Jesús no elaboró ninguna teoría sobre su
muerte, no hizo teología sobre su crucifixión […] Jesús no interpretó su muerte
desde una perspectiva sacrificial. No la entendió como un sacrificio de
expiación ofrecido al Padre. No era su lenguaje […] Nunca imaginó a su Padre
como un Dios que pedía de él su muerte y destrucción para que su honor,
justamente ofendido por el pecado, quedara por fin restaurado y, en
consecuencia, pudiera en adelante perdonar a los seres humanos. Nunca se le ve
ofreciendo su vida como una inmolación al Padre para obtener de él clemencia
para el mundo. El Padre no necesita que nadie sea destruido en su honor. Su
amor a sus hijos e hijas es gratuito, su perdón, incondicional (362-363).[12]
Dios
mismo “quiso quebrantarlo” agrega el texto (53.10a), es decir, la voluntad
divina fue llevar al Siervo al martirio y a la muerte. En realidad la voluntad
del Señor pone de manifiesto el bien de proporciones extraordinarias que
traerían a la humanidad los hechos heroicos del Siervo, que no enfrenta la
muerte como resultado de sus pecados; lleega al martirio como ofrenda de
sacrificio en sustitución de la humanidad, en un acto de expiación”.[13]
La misión del Siervo, denominado “el Justo”, estará cumplida mediante su enorme
compromiso con la justicia y la voluntad de Dios. Al llevar “las iniquidades”
de muchas personas en un acto extraordinario de solidaridad y compromiso con la
gente, declarará a estas personas justas y libres de culpa. Así se consumará su
grandioso esfuerzo y sacrificio personal, no pedido por Dios, porque Él no
sacrifica a nadie ni desea que otros lo hagan. Acompañamos, pues, al Señor en
su Pasión experimentada por causa nuestra con las palabras del brasileño
Tavinho Moura.
Pasión
y fe
Ya
suena la campana, suena en la catedral
y su
sonido penetra todos los portales
La
iglesia está llamando a sus fieles
para
rezar a su Señor
para
cantar la resurrección
Y
sale el pueblo por las calles a cubrir
de
arena y flores las piedras del suelo
En
los balcones veo las jóvenes y los lienzos
en
cuanto pasa la procesión
alabando
las cosas de la fe
Navegar
a vela, navegué
en
el mar del Señor
allí
yo vi la fe y la pasión
allá
yo vi la agonía de la barca de los hombres
Ya
suena la campana, suena en el corazón
y el
pueblo pone a un lado su dolor
por
las calles variopintas de todo color
olvida
su pasión
para
vivir la del Señor.[14]
Referencias
bibliográficas
[1] Samuel
Pagán, Experimentado en quebrantos. Estudio en los Cánticos del Siervo del
Señor. Nashville, Abingdon Press, 2000, p. 117.
[6] Enrique Dussel, “Habodah en los poemas del Siervo de Yahvéh”
[1963], en Hacia los orígenes de Occidente. Meditaciones semitas. México,
Kanankil Editorial, 2012, p. 195, http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/otros/20120130110342/8apen.pdf.
[8] Cf. Zwinglio M. Dias, ed., Memórias ecumênicas protestantes. Os
protestantes e a ditadura; colaboração e resistência. Río de Janeiro,
Koinonia Presença Ecumênica e Serviço, 2014, http://koinonia.org.br/protestantes/downloads/PDF_Memorias%20Protestantes.pdf.
Video disponible en: www.youtube.com/watch?v=ycWCn7qAOo4.
[9] Cf.
Virgil Elizondo, ed., Vía Crucis. La pasión de Cristo en América.
Estella, Verbo Divino, 1992.
[10] Juan José Tamayo, “Jesús de Nazaret, indignado. Por eso lo mataron”, en El
País, Madrid, 5 de abril de 2012, http://elpais.com/elpais/2012/03/29/opinion/1333034130_795009.html.
[12] Véase
el sitio: http://centrodeformacion.com.ve/formacionnacional/fraternidad/sesion-I/docs/5.pdf.
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