Por. Carlos Martínez García, México
El
régimen de la Colonia española en México trascendió las tres centurias que
formalmente duró el dominio hispano. Aquél régimen inicio en 1521, con la caída
de la Gran Tenochtitlan, y concluyó con el triunfo del movimiento de
Independencia en septiembre de 1821. De todas formas hubo continuidad con
herencias españolas, entre ellas la noción de mantener la exclusividad del
catolicismo romano como religión de la nación.
El
predominio de la Iglesia católica en México durante tres siglos se topó con la
decisión de enfrentarlo por parte de los liberales. Tras la consumación de la
Independencia en 1821 algunas voces abogaron porque la nación conservara
privilegios al catolicismo pero sin exclusión de otras creencias, para lo cual
era necesario abrirse a lo que entonces llamaban tolerantismo religioso.
Durante
el primer liberalismo mexicano, en el que destacaron José María Luis Mora y
Valentín Gómez Farías, se cuestionó el control ejercido por la Iglesia católica
más allá del terreno religioso y se impulsaron medidas para disminuir el uso
del aparato gubernamental que antes facilitaba obtención de logros al sistema
eclesiástico católico. Fue así que, por ejemplo, el 27 de octubre de 1833 quedó
abolido el papel de las autoridades civiles para obligar a que la población
pagara los diezmos.
El
reto a la hegemonía católica romana se tornó de dimensiones mayores a partir de
1856, y se intensificó en 1860 cuando Benito Juárez promulgó la Ley de Libertad
de Cultos. En el fondo del proyecto juarista, y de quienes lo acompañaron con
la idea de construir una nación nueva, estaba el propósito de construir un piso
mental opuesto al heredado por la Colonia.
Gabriela
Díaz Patiño da cuenta de las dimensiones y características de la disputa por
las conciencias en su libro Católicos, liberales y protestantes: el debate
por las imágenes religiosas en la formación de una cultura nacional (1848-1908),
El Colegio de México, 2016. Ella
observa que las reformas liberales que afectaron intereses de la Iglesia
católica tuvieron lugar en varios países a lo largo del siglo XIX. A ello
respondió la institución eclesiástica de distintas maneras con el fin de
revertir los cambios que afectaban su preponderancia en la sociedad. La
intervención del Estado en terrenos antes bajo el dominio de la institución
eclesiástica se hizo “al amparo de la ideología liberal”, la que pugnaba “por
una nueva época definida por las ideas de progreso razón, libertad e igualdad”
(p. 93).
La
veneración de las imágenes religiosas católicas fue vista e impulsada por la
jerarquía eclesial como un dique para contener los embates del liberalismo y
protestantismo. A su vez uno y otro centraron buena parte de sus esfuerzos en
vulnerar aquéllas imágenes con el propósito de crear una ciudadanía cuyos
referentes identitarios estuvieran libres, o acotados, del control tradicional
de la Iglesia católica romana. La perspectiva en la investigación realizada por
Gabriela Díaz Patiño es la de la historia cultural, “entendida como el estudio
de las prácticas a través de las cuales los individuos aprehenden y organizan
la realidad social” (p. 15).
Durante
los papados de Pío IX (1846-1878) y León XIII (1878-1903) se buscó revigorizar
la piedad popular mediante distintos recursos icónicos, redimensionamiento de
fiestas patronales, ampliación de indulgencias, edificación de nuevos santuarios
y peregrinaciones hacia ellos. Pío IX declaró dogma de fe la Inmaculada
Concepción de María en 1854, mediante la encíclica Ineffabilis Deus. En
el documento proclamó a la Virgen María “vencedora gloriosa de la herejías”, y,
como cita Gabriela Díaz, delineó la confrontación entre ella y “la Revolución
de los tiempos modernos, que tiene sus gérmenes más activos y profundos en el
desorden de las pasiones, fruto del pecado del hombre caído” (p. 60).
Además
Pío IX hizo el centro de su “reconquista religiosa” la imagen del Sagrado
Corazón de Jesús. En 1864 publicó el Syllabus Errorum, en el que
advertía sobre los efectos nocivos, según él, que tendrían en las sociedades
postulados del liberalismo como la libertad de pensamiento y la separación
Iglesia-Estado. A partir del documento, enfatiza Gabriela Díaz, la “devoción al
Sagrado Corazón de Jesús tuvo un nuevo impulso en todo el mundo. Su
representación figurativa se extendió por todas partes”. El personaje también
convocó el Concilio Vaticano I (1869-1870), durante el cual quedó establecido
en julio de 1870 el dogma de la infalibilidad papal cuando el obispo de Roma
hace una declaración y marca rumbo ex cathedra.
La
querella de la cúpula eclesiástica católica romana contra las autoridades
mexicanas por considerar que le mermaba considerablemente sus derechos, alcanzó
un punto de quiebre el 15 de diciembre de 1856. En una larga alocución
Pío IX consideró que se veía forzado “con enorme dolor de nuestra alma, a
deplorar y lamentar las cosas que afligen y humillan a la Iglesia Católica […]
en la República Mexicana”. Por entonces se discutía en el Congreso del país la
Constitución que sería promulgada en febrero de 1857, que “proponía, si bien no
tan claramente, la entrada de nuevos cultos en el país” (p. 131).
Con
Juárez se forjó lo que la autora del libro llama una “ofensiva liberal contra
los espacios sociales y culturales de las imágenes devocionales”. Al conjunto
de disposiciones legales para secularizar al gobierno y sociedad del país, le
acompañó la decisión de quitarle a la Iglesia católica bienes materiales y
simbólicos necesarios para la reproducción de su predominio económico y en las
conciencias de la población. En la capital de la nación, aunque no nada más en
ella, fueron expropiados conventos, seminarios, iglesias y otras propiedades.
La remodelación urbana en la ciudad de México se llevó completamente, o en
parte, edificaciones de gran importancia como centros de piedad religiosa para
la Iglesia católica.
Tanto
el primer liberalismo mexicano como el de la generación encabezada por Benito
Juárez se empeñaron en crear nuevas instituciones que hiciesen posible lo
vislumbrado por José María Luis Mora a mediados de los treintas del siglo XIX.
Para conducir al país hacia la modernidad era imprescindible “una reforma que
sea gradual y caracterizada por revoluciones mentales que se extiendan a la
sociedad, y modifiquen no sólo las opiniones de determinadas personas, sino las
de toda la masa del pueblo” (p. 102).
El
otro actor en la obra de Gabriela Díaz Patiño es el protestantismo. La
autora tiene el acierto de trazar la presencia de protestantes y logros para su
causa antes de la Ley de Libertad de Cultos de 1860. Con esto queda
implícito que no fue dicha norma promulgada por Juárez la que le abrió las
puertas al protestantismo en México, sino que tal instrumento legal le dio a
los protestantes ya existentes en México la posibilidad de visibilizarse al
amparo de las leyes. Cita varios casos de actividad protestante a partir de los
años veintes del siglo XIX, lo cual le lleva a sustentar “que entre 1826 y 1856
[es decir, antes de la Constitución liberal de 1857], mientras se daba la
polémica sobre la conveniencia de establecer constitucionalmente la libertad de
cultos en el país, de manera lenta pero sostenida, núcleos de protestantes
lograron surgir en el país”. Durante su establecimiento estos núcleos crearon
formas y medios de difusión de sus creencias, y en el proceso buscaron
construir una identidad religiosa a contracorriente de las imágenes de devoción
veneradas en el catolicismo romano.
La
propuesta protestante es analizada por la autora en las publicaciones
periódicas y folletos que circularon profusamente. Esta literatura puso en
manos de un sector de la población otra forma “de entender el mundo”. Significó
el conocimiento de otra opción valorativa y ética, a la vez que contribuyó a la
construcción de una incipiente diversificación de las creencias. Me parece que
la investigación captura muy bien la lid de las células protestantes que se
fueron gestando en México, y la forma en que difundieron sus creencias, que
incluyeron en no pocas ocasiones abierta colisión polémica con los defensores
de que México permaneciera exclusivamente católico.
El
libro de Gabriela Díaz Patiño muestra muy bien las “transformaciones
decimonónicas en el terreno de la espiritualidad y religiosidad” del pueblo
mexicano. Tales transformaciones fueron resultado de la disputa por las
conciencias en la que contendieron, entre otros, católicos, liberales y
protestantes.
Agradezco
a la autora el haberme invitado para ser uno de los presentadores de su libro.
El acto tendrá lugar el jueves 6 de abril, a las 17 horas, en la Dirección de
Estudios Históricos del Instituto Nacional de de Antropología e Historia, en la
ciudad de México.
Fuente:
Protestantedigital, 2017
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