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sábado, 8 de abril de 2017

Conservación/emancipación de las conciencias en México, siglo XIX



Por.  Carlos Martínez García, México
El régimen de la Colonia española en México trascendió las tres centurias que formalmente duró el dominio hispano. Aquél régimen inicio en 1521, con la caída de la Gran Tenochtitlan, y concluyó con el triunfo del movimiento de Independencia en septiembre de 1821. De todas formas hubo continuidad con herencias españolas, entre ellas la noción de mantener la exclusividad del catolicismo romano como religión de la nación.
El predominio de la Iglesia católica en México durante tres siglos se topó con la decisión de enfrentarlo por parte de los liberales. Tras la consumación de la Independencia en 1821 algunas voces abogaron porque la nación conservara privilegios al catolicismo pero sin exclusión de otras creencias, para lo cual era necesario abrirse a lo que entonces llamaban tolerantismo religioso. 
Durante el primer liberalismo mexicano, en el que destacaron José María Luis Mora y Valentín Gómez Farías, se cuestionó el control ejercido por la Iglesia católica más allá del terreno religioso y se impulsaron medidas para disminuir el uso del aparato gubernamental que antes facilitaba obtención de logros al sistema eclesiástico católico. Fue así que, por ejemplo, el 27 de octubre de 1833 quedó abolido el papel de las autoridades civiles para obligar a que la población pagara los diezmos.
El reto a la hegemonía católica romana se tornó de dimensiones mayores a partir de 1856, y se intensificó en 1860 cuando Benito Juárez promulgó la Ley de Libertad de Cultos. En el fondo del proyecto juarista, y de quienes lo acompañaron con la idea de construir una nación nueva, estaba el propósito de construir un piso mental opuesto al heredado por la Colonia. 
Gabriela Díaz Patiño da cuenta de las dimensiones y características de la disputa por las conciencias en su libro Católicos, liberales y protestantes: el debate por las imágenes religiosas en la formación de una cultura nacional (1848-1908), El Colegio de México, 2016. Ella observa que las reformas liberales que afectaron intereses de la Iglesia católica tuvieron lugar en varios países a lo largo del siglo XIX. A ello respondió la institución eclesiástica de distintas maneras con el fin de revertir los cambios que afectaban su preponderancia en la sociedad. La intervención del Estado en terrenos antes bajo el dominio de la institución eclesiástica se hizo “al amparo de la ideología liberal”, la que pugnaba “por una nueva época definida por las ideas de progreso razón, libertad e igualdad” (p. 93).
La veneración de las imágenes religiosas católicas fue vista e impulsada por la jerarquía eclesial como un dique para contener los embates del liberalismo y protestantismo. A su vez uno y otro centraron buena parte de sus esfuerzos en vulnerar aquéllas imágenes con el propósito de crear una ciudadanía cuyos referentes identitarios estuvieran libres, o acotados, del control tradicional de la Iglesia católica romana. La perspectiva en la investigación realizada por Gabriela Díaz Patiño es la de la historia cultural, “entendida como el estudio de las prácticas a través de las cuales los individuos aprehenden y organizan la realidad social” (p. 15). 
Durante los papados de Pío IX (1846-1878) y León XIII (1878-1903) se buscó revigorizar la piedad popular mediante distintos recursos icónicos, redimensionamiento de fiestas patronales, ampliación de indulgencias, edificación de nuevos santuarios y peregrinaciones hacia ellos. Pío IX declaró dogma de fe la Inmaculada Concepción de María en 1854, mediante la encíclica Ineffabilis Deus. En el documento proclamó a la Virgen María “vencedora gloriosa de la herejías”, y, como cita Gabriela Díaz, delineó la confrontación entre ella y “la Revolución de los tiempos modernos, que tiene sus gérmenes más activos y profundos en el desorden de las pasiones, fruto del pecado del hombre caído” (p. 60). 
Además Pío IX hizo el centro de su “reconquista religiosa” la imagen del Sagrado Corazón de Jesús. En 1864 publicó el Syllabus Errorum, en el que advertía sobre los efectos nocivos, según él, que tendrían en las sociedades postulados del liberalismo como la libertad de pensamiento y la separación Iglesia-Estado. A partir del documento, enfatiza Gabriela Díaz, la “devoción al Sagrado Corazón de Jesús tuvo un nuevo impulso en todo el mundo. Su representación figurativa se extendió por todas partes”. El personaje también convocó el Concilio Vaticano I (1869-1870), durante el cual quedó establecido en julio de 1870 el dogma de la infalibilidad papal cuando el obispo de Roma hace una declaración y marca rumbo ex cathedra
La querella de la cúpula eclesiástica católica romana contra las autoridades mexicanas por considerar que le mermaba considerablemente sus derechos, alcanzó un punto de quiebre el 15 de  diciembre de 1856. En una larga alocución Pío IX consideró que se veía forzado “con enorme dolor de nuestra alma, a deplorar y lamentar las cosas que afligen y humillan a la Iglesia Católica […] en la República Mexicana”. Por entonces se discutía en el Congreso del país la Constitución que sería promulgada en febrero de 1857, que “proponía, si bien no tan claramente, la entrada de nuevos cultos en el país” (p. 131).    
Con Juárez se forjó lo que la autora del libro llama una “ofensiva liberal contra los espacios sociales y culturales de las imágenes devocionales”. Al conjunto de disposiciones legales para secularizar al gobierno y sociedad del país, le acompañó la decisión de quitarle a la Iglesia católica bienes materiales y simbólicos necesarios para la reproducción de su predominio económico y en las conciencias de la población. En la capital de la nación, aunque no nada más en ella, fueron expropiados conventos, seminarios, iglesias y otras propiedades. La remodelación urbana en la ciudad de México se llevó completamente, o en parte, edificaciones de gran importancia como centros de piedad religiosa para la Iglesia católica. 
Tanto el primer liberalismo mexicano como el de la generación encabezada por Benito Juárez se empeñaron en crear nuevas instituciones que hiciesen posible lo vislumbrado por José María Luis Mora a mediados de los treintas del siglo XIX. Para conducir al país hacia la modernidad era imprescindible “una reforma que sea gradual y caracterizada por revoluciones mentales que se extiendan a la sociedad, y modifiquen no sólo las opiniones de determinadas personas, sino las de toda la masa del pueblo” (p. 102).
El otro actor en la obra de Gabriela Díaz Patiño es el protestantismo. La autora tiene el acierto de trazar la presencia de protestantes y logros para su causa antes de la Ley de Libertad de Cultos de 1860. Con esto queda implícito que no fue dicha norma promulgada por Juárez la que le abrió las puertas al protestantismo en México, sino que tal instrumento legal le dio a los protestantes ya existentes en México la posibilidad de visibilizarse al amparo de las leyes. Cita varios casos de actividad protestante a partir de los años veintes del siglo XIX, lo cual le lleva a sustentar “que entre 1826 y 1856 [es decir, antes de la Constitución liberal de 1857], mientras se daba la polémica sobre la conveniencia de establecer constitucionalmente la libertad de cultos en el país, de manera lenta pero sostenida, núcleos de protestantes lograron surgir en el país”. Durante su establecimiento estos núcleos crearon formas y medios de difusión de sus creencias, y en el proceso buscaron construir una identidad religiosa a contracorriente de las imágenes de devoción veneradas en el catolicismo romano.
La propuesta protestante es analizada por la autora en las publicaciones periódicas y folletos que circularon profusamente. Esta literatura puso en manos de un sector de la población otra forma “de entender el mundo”. Significó el conocimiento de otra opción valorativa y ética, a la vez que contribuyó a la construcción de una incipiente diversificación de las creencias. Me parece que la investigación captura muy bien la lid de las células protestantes que se fueron gestando en México, y la forma en que difundieron sus creencias, que incluyeron en no pocas ocasiones abierta colisión polémica con los defensores de que México permaneciera exclusivamente católico. 
El libro de Gabriela Díaz Patiño muestra muy bien las “transformaciones decimonónicas en el terreno de la espiritualidad y religiosidad” del pueblo mexicano. Tales transformaciones fueron resultado de la disputa por las conciencias en la que contendieron, entre otros, católicos, liberales y protestantes.   
Agradezco a la autora el haberme invitado para ser uno de los presentadores de su libro. El acto tendrá lugar el jueves 6 de abril, a las 17 horas, en la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de de Antropología e Historia, en la ciudad de México.

Fuente: Protestantedigital, 2017

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