Por.
Leopoldo Cervantes-Ortiz, México
En
los últimos meses han aparecido dos tesis de posgrado sobre los ministerios
ordenados de las mujeres en las iglesias. Sandra Villalobos Nájera presentó, en
la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la investigación Las mujeres que tomaron La Palabra: Construcción de
igualdad y participación desde los ministerios ordenados y consagrados en
México, para obtener el Doctorado en Ciencias Políticas y Sociales
con orientación en Sociología. Gentilmente aceptó dialogar sobre el enfoque y
la metodología de su trabajo. Ella es Licenciada en Psicología por la
Universidad Autónoma de Aguascalientes y Maestra en Desarrollo Humano por la
Universidad Veracruzana. Además, tiene un Diplomado en Feminismo en América
Latina, por el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y
Humanidades de la UNAM y realizó una estancia de investigación en la
Universidad Federal de Río de Janeiro, Brasil.
______
Tu
tesis doctoral se ocupa de un asunto no muy socorrido en el ámbito académico:
los ministerios ordenados en las iglesias. ¿Cómo reaccionaron tus profesores/as
y asesores al momento de ir armando el tema de estudio?
Investigar
acerca de la experiencia de participación de las mujeres en el campo religioso,
ciertamente no es un tema muy socorrido dentro de algunos campos disciplinarios
de las ciencias sociales. Existen numerosos trabajos que describen de manera
enriquecedora el campo religioso y la participación de los creyentes –no de las
creyentes— como grupos religiosos en general, que van desde el análisis de
procesos institucionales en instituciones eclesiales hegemónicas, hasta la
descripción de procesos de participación de religiosidad popular, cuyo
desarrollo y aporte sobre la especificidad y el sincretismo religioso —por
decir lo menos del vasto estudio que existe— han permitido acercarse un poco más
cada día a la comprensión de este campo, al que también se han sumado
consistentes estudios sobre nuevas metodologías para su abordaje.
Sin
embargo, en lo que respecta a la participación de las mujeres de manera
concreta como sujetos agenciales, y no sólo como parte de una composición de
creyentes, existen pocas investigaciones en cuyo centro se encuentre su
experiencia. La mujeres no han sido contempladas en la historia y dentro de la
academia —como en otros ámbitos— en muchas ocasiones, sus experiencias y su
especificidad también son invisivilizadas cuando se pretende hacer un trabajo o
una investigación sobre cierto fenómeno con la falsa idea de una neutralidad y
objetividad “aséptica”, como si con ello fuese posible evitar un
posicionamiento epistemológico y metodológico que inevitablemente está ahí,
más, o menos visible, pero que sin duda, es a partir de cual se realiza la
construcción del objeto de investigación y del cual la investigadora o el
investigador no puede apartarse, mismo que tampoco debería ocultarse. En el
caso de las mujeres, por lo general, sus experiencias quedan reducidas a las
experiencias de los grupos a los que pertenecen, o bien, son desestimadas por
considerase “subjetivas” —con un mal entendimiento del término como sinónimo de
emocionalidad, lo que ya representa en sí mismo un preconcepto basado en el
género— y, por lo tanto, poco confiables de proporcionar “datos duros” sobre un
fenómeno, salvo cuando dicho fenómeno u objeto de estudio está basado o
construido desde el inicio en estereotipos de género.
Para
mí, hacer investigación sobre la participación de las mujeres no puede hacerse
sin un posicionamiento feminista —sé que para otras y otros no, el feminismo
causa incomodidades y no todas las personas, sobre todo aquellas basadas en una
visión positivista de la ciencia, desean o les interesa hacer investigación
donde el sujeto es un agente situado y cuyas experiencias y subjetividades son
parte fundamental de su propia participación— que contemple su experiencia como
el elemento central. Tal vez debido a ello es que la dificultad no estuvo en el
tema de investigación, sino en el abordaje desde una epistemología y
metodología feminista, lo cual hace la diferencia en la manera en cómo se
construye la propia investigación, en la mirada que se tiene de las
participantes, la selección de lo interdisciplinario y sobre todo en el
posicionamiento político de quienes participan en ella.
Tuve
la fortuna de contar con un comité que entendió la importancia del tema, la
importancia de hablar de estas mujeres y su participación, la importancia de
mirar la experiencia religiosa desde un lugar diferente y la importancia de
hacer uso de diferentes herramientas en el proceso de construcción. El
posicionamiento feminista y el compromiso por los derechos de las mujeres de
casi todas y todos ellos, apoyo de manera fundamental la realización de la
investigación. Por supuesto que ello no significa que existe un interés de la
academia por el tema, o que no existe un gran desconocimiento, pues si bien es
cierto que conté con un comité sensible, también es cierto que en la
presentación de avances de investigación en diferentes foros académicos fui
cuestionada con interrogantes cómo: ¿es una investigación sobre monjas?,
¿existen pastoras?, ¿las iglesias de las que hablas son cristianas?, ¿por qué
no elegiste sólo católicas o únicamente “cristianas”? Todas estas preguntas me
confirmaron la importancia de abordar el tema, pues mostraban desconocimiento
de la propia academia sobre el campo religioso, primero, al pensar que la
participación de las mujeres es posible sólo a través de la vida religiosa de
las monjas, como si no hubiesen otras mujeres en otras denominaciones
participando; segundo, el desconocimiento de las iglesias cristianas
históricas, como parte de la hegemonía existente en el estudio de lo religioso,
basada principalmente en el mundo católico, y en las últimas décadas del mundo
pentecostal; y por último, la idea de que la situación de las mujeres es
diferente en las iglesias y que por lo tanto debería haber escogido una muestra
de la misma denominación, como si la desigualdad que viven las mujeres en
cuanto su participación no fuera un elemento común a todas ellas. Todo lo
anterior confirmó la necesidad de abordar el tema de su participación en los ministerios
religiosos como parte del ejercicio de sus derechos.
¿Consideras
que tu trabajo final es una “tesis militante” o que tu grado de objetividad fue
el adecuado al momento de abordar el estudio?
Es
significativo el término que usas para hacer la pregunta, me hace reflexionar
sobre los criterios tan incrustados acerca del significado de la objetividad en
la ciencia y que ya desde hace varios años, diversas ramas de la investigación
social se han cuestionado, en los que la objetividad es parte de un supuesto de
racionalidad que dicho sea de paso, ha sido primordialmente masculino y cuyo
paradigma epistemológico ha establecido no solamente una forma rígida y
distante de aproximación a las problemáticas que pretende estudiar, sino
también con ello, la negación y la descalificación de trabajos de investigación
que recuperan a las y los sujetos de una manera contextual y participativa,
como en el caso de los estudios acerca de las mujeres.
No
creo que se trate de una tesis militante, es una investigación con una
epistemología y metodología diferente, tal vez pueda extrañar que no sea del
tipo de lo que tradicionalmente se ha considerado ciencia dura, que durante
años desde un enfoque positivista y patriarcal ha establecido una sola forma de
acercarse al conocimiento, dejado fuera otras formas de comprender los
fenómenos y también a otras y otros sujetos. No debemos olvidar que han sido
estos enfoques científicos con sus sesgos, los que han dejado fuera de la
historia y los procesos a varios grupos humanos, y desdeñado otras formas de
conocimiento y de producción teórica.
Partir
de sujetos vivos en un campo vivo, que son transformados continuamente y
afectados irremediablemente de alguna manera por la presencia de quien
investiga, y que a su vez quién investiga es afectado en su mirada inicial por
el campo de estudio, es un fenómeno de dinamismo en el cual algunas visiones
hegemónicas de la ciencia no pueden creer, y es tal vez esto, el debate de los últimos
años, lo que ha permitido que procesos alternativos de conocimiento se
incorporen al trabajo de la investigación, planteando otros lugares, otras
miradas, otros sujetos y por supuesto la necesidad de visibilizar las
ausencias.
Aquí
es donde cabe una investigación que tiene como finalidad mostrar la desigualdad
vivida por las mujeres en el campo religioso a partir de sus ministerios, pero
también la construcción que ellas hacen desde sus propios recursos,
aprendizajes y aportes. Lo que por supuesto no la exime de contener un fuerte
sustento teórico construido en congruencia con el campo disciplinario
sociológico y enriquecido con los aportes de la antropología mexicana
especializada en el estudio de los fenómenos religiosos en nuestro país.
Tener
una postura explícita desde el principio, cuyo objetivo es explorar el
ejercicio de derechos de las mujeres a la participación, reconocida y
legitimada dentro de las diferentes iglesias y el campo religioso, no creo que
deba considerarse militancia, sino una fortaleza metodológica que no busca
engañar diciendo que no sabe de qué trata el tema, fingiendo que no existe
desigualdad y se va a comprobarla, pretendiendo que será neutra porque todos
somos iguales y nuestros procesos también, o que con un estudio desde un
paradigma donde lo masculino es la medida, es posible la comprensión de las
experiencias vitales de las mujeres. Por el contrario, para hacer investigación
y construir el objeto de estudio se debe partir de la especificidad del campo y
la especificidad de los sujetos, considerando en cada paso, las relaciones de
poder establecidas por cada una y uno de sus actores.
Con
todo lo anterior, considero, que es posible conjuntar en una investigación un
posicionamiento teórico consistente, que permita el análisis de lo estudiado, y
una estructura metodológica que permita acercarse verdaderamente al objeto sin
objetivarlo, para con ello construir desde el mismo campo y no desde paradigmas
establecidos que dan por sentado —a veces hasta la naturalización— que ya no hay
nada que decir acerca de algo desde una mirada diferente.
¿Crees
que las personas implicadas en estas luchas internas eclesiásticas comprenden a
cabalidad que el cambio social en cuestiones de género también deben
presentarse en las comunidades religiosas?
No,
creo que no lo comprenden a cabalidad y en su mayoría tampoco les interesa. En
muchos casos probablemente se trate de una desigualdad tan naturalizada y
divinizada que se muestra como un orden inamovible que no se cuestiona y que
por lo tanto no apresura un cambio, dado que puede incluso dar algunas
certidumbres; en muchos otros, cuando la conciencia hace visible la diferencia,
es difícil perder los privilegios del poder y estar dispuesto a compartirlo con
otros agentes que van emergiendo. Si pensamos que para el común de las iglesias
las mujeres no han sido consideradas sujetos capaces de poseer un capital
teológico suficientemente valido para participar con los mismos derechos dentro
del campo religioso y por el contrario su participación siempre aparece como
condicionada o sujeta a un tutelaje institucional de orden patriarcal,
difícilmente podemos esperar que sean estas mismas instituciones y quienes
forman su estructura —mayoritariamente varones— estén dispuestos a perder el
poder de los privilegios para compartir con otros sujetos la toma de decisiones
y el capital que les provee de dividendos.
Como
ejemplo de lo anterior, cuando he presentado los resultados de mi investigación
dentro del propio campo religioso, el significado de la lectura que se hace
desde quien no posee el poder y quien lo posee como especialista, se hace
visible en una respuesta corporal diferenciada. En la mayoría de los casos
—digo en la mayoría porque evidentemente hay excepciones—, cuando hablo de la
fuerte diferencia entre el tipo de actividades, las horas trabajadas y la
remuneración de quienes son pastoras y pastores, o cuando hablo acerca de los
obstáculos que las mujeres tuvieron que pasar para lograr un ministerio que
diera voz y acto a sus llamados, me encuentro con expresiones de asentimiento y
aprobación de varias mujeres que concluyen con “eso pasa en mi iglesia” en
contraste con las miradas de quien no se siente interpelado y calla. Puede ser
casualidad, también indiferencia o conciencia, en cualquiera de los casos, el
proceso está en marcha y la presencia de las mujeres desde lugares de
participación diferentes, que implican toma decisiones y la posibilidad de
construir pastorados más horizontales, hace que la balanza del poder se
modifique y que sea inevitable seguir discutiendo el tipo de participación que
las mujeres tienen y quieren dentro de cada una de sus iglesias.
¿Qué
diferencias importantes encontraste entre el campo católico y el protestante
acerca de este tema tan controversial?
Sin
lugar a dudas, la diferencia es importante entre el campo católico y
protestante, pero también dentro del protestante, y no sólo en cuanto a los
aspectos denominacionales se refiere, sino también, en cuanto a las disidencias
de cada una de estas denominaciones. Creo que el cambio hacia la inclusión de
las mujeres de manera reconocida y legitimada con una representatividad
significativa en los puestos de mayor poder en las respectivas iglesias, aun se
trata de un proceso muy individualizado, es decir, el resultado de la participación
depende más de las características de las propias mujeres que buscan la
ordenación, de sus circunstancias específicas de relación social, religiosa y
contextual, y de la posibilidad de un entorno que en mayor o menor medida las
respalde. Con esto quiero decir, que no se trata de un logro social o
institucional que cimiente a través de procedimientos claros la posibilidad de
que aquellas que busquen la ordenación puedan acceder a ella o al menos
participar del proceso.
No
se han generado espacios para promover una participación reconocida de las
mujeres, no sólo en cuanto a la ordenación se refiere, sino en cualquier otro
tipo de labor o trabajo que no se el servicio y la subordinación.
Por
supuesto que aspectos como la autonomía de las congregaciones y la libre
interpretación de los textos, marcan una diferencia importante entre las
iglesias cristianas históricas y la iglesia católica, pues esta última se
muestra inamovible frente a la posibilidad de la inclusión de las mujeres de
manera legítima como parte de la estructura que dirige. Las mujeres que
participan de manera más activa, visible, jerárquica (moralmente) e incluso
abiertamente política dentro de esta iglesia, son mujeres que cuentan con otros
recursos y presencias públicas, lo que las hace excepciones dentro de sus
espacios y permite una mayor movilidad en cuanto a participación se refiere,
aunque esto sea discrecional y no institucional.
Pero
eso tampoco significa que las iglesias protestantes están a la vanguardia del
reconocimiento, en algunos —contados— casos la normatividad institucional
contempla de alguna manera su participación, y esto es un avance, puesto que
sienta bases para el ejercicio de ciertos derechos, pero en su mayoría el
trabajo por el reconocimiento se encuentra en medio de una disputa por el
espacio y la voz real y simbólica dentro de la vida cotidiana de cada una de
las congregaciones e iglesias, y es aquí donde no se ha hecho un trabajo
consistente cuyos resultados puedan ser visibles o significativos sí los
comparamos con las evidentes desigualdades.
¿Piensas
que será posible algún avance concreto en el seno del catolicismo sobre la
ordenación femenina a los ministerios?
No
lo creo, o al menos no durante los próximos años, de manera general —es
imposible dar una respuesta que no resulte simplista al respecto— se trata de
una institución cuya organización y estructura están cimentados en la
desigualdad no sólo genérica, sino también de otras dimensiones y categorías,
aceptar la participación de otras y otros sujetos requeriría reformas que
difícilmente se pueden echar andar cuando hay tantos intereses al interior. Sin
lugar a dudas el trabajo de muchos sectores disidentes y de muchas mujeres y
hombres al respecto, abona a la reflexión, al diálogo y al movimiento, pero aún
se ve como parte de un horizonte lejano.
En
el caso evangélico, ¿consideras que las diligencias o jerarquías de las
iglesias que aún no ordenan mujeres se abrirán en el futuro a esa posibilidad?
Primero
es importante establecer la diversidad existente en el “caso evangélico”, como
en todo, sería imposible generalizar. No lo sé, se trata de un proceso en el
que intervienen diversos agentes, por un lado las iglesias y las
congregaciones, con las mujeres y los hombres que componen; pero por otro, no
debemos olvidar los intereses económicos y los pactos políticos que se dan
entre quienes están a la cabeza de las instituciones y buscan su mantenimiento.
No es tan simple como estar convencido y querer hacer un cambio –que ya sería
un gran avance en muchos casos-, también implica rupturas institucionales,
exclusiones, pérdida de fieles, retiro de fondos, y alianzas convenientes. Tal
vez principalmente es debido a esto último —aunado también a falta voluntad—
que los avances en materia de ordenación y reconocimiento de la importancia de
los distintos ministerios está avanzado de manera tan lenta en nuestro país.
¿Cómo
miras el panorama en América latina sobre el tema que estudiaste?
No
es posible generalizar. América Latina es muy grande y sus procesos de
religiosidad son diversos, encuentro diferencia entre países, pero también
entre denominaciones, supongo que uno de los posibles ejes comunes, es la falta
de participación de las mujeres desde el reconocimiento y la representación
como parte de las estructuras eclesiales y no sólo como parte de los espacios
intersticiales que deja el servicio, la asistencia y la devoción. Y no
solamente para las mujeres, la desigualdad y la falta la inclusión y
reconocimiento de participación que contemple sujetos desde la diversidad
sexual, racial, de clase y otras categorías que se intersectan es el parte de
la agenda pendiente de la mayoría de las iglesias —con su excepciones por
supuesto—.
¿Qué
opinas del actual debate sobre la llamada “ideología de género” tal como se
está dando en varios países y de la oposición de corporaciones religiosas a la
misma?
Pienso
al respecto muchas cosas, es un tema que requiere profundidad porque no es una
cuestión que pueda ser descrita meramente como actos y discursos inocentes,
ignorantes, desinformados o promotores de “verdaderos” valores. Son actos
intencionados, cuya extensión cobra fuertes discriminaciones, exclusiones y
violencia de diversos tipos y niveles.
Hay
un embate del fundamentalismo que usa esta cruzada en contra de lo que ellos
llaman ideología de género, ideología gay, y otras tantas alusiones, para
deformar los avances que se han tenido en materia de derechos humanos
fundamentales, y que los grupos conservadores y fundamentalistas han usado para
-tras un falsa interpretación y deformación de lo que es la perspectiva de
género, los derechos de las mujeres (sobre todo el derecho a decidir sobre el
propio cuerpo), la diversidad sexual y los derechos de las personas LGBTTI, por
mencionar únicamente algunos, mantener parámetros de pertenencia y control en
sus grupos religiosos frente a un mundo que avanza y los rebasa, y en el cual
ya no caben más discursos de odio y segregación enmascarados de argumentos en
pos del cuidado del orden social y la moral.
Tal
vez muchos pensaríamos que con los avances en materia de investigación y
derechos, tales posturas no lograría llenar tantas filas, ni promover tanto
odio ni discriminación como lo vimos en las recientes marchas en contra del
matrimonio igualitario en nuestro país, sin embargo, la presencia de los
sectores más conservadores y sobre todo las alianzas y pactos entre actores del
campo religioso que durante años se han mostrado como antagonistas, no sólo nos
muestra que hay mucho trabajo por hacer en favor del reconocimiento de todas
las expresiones identitarias y los derechos de todas la personas a decidir,
sino también el temor y la falta de consistencia que estos sectores tienen
frente a los avances del mundo. Por supuesto hay mucho que analizar y
reflexionar al respecto, sería interesante comentarlo posteriormente.
Finalmente,
¿qué le dirías a quienes siguen investigando sobre este asunto dentro y fuera
de las comunidades religiosas?
Diría
que falta mucho más por investigar, que es necesario volver la mirada al tema
sin simplificarlo como un asunto sobre la ordenación de las mujeres, ese es
sólo un aspecto. Para mí la ordenación es solamente una de las expresiones que
hace visible la desigualdad, la ordenación no es el tema, es la evidencia
que hace imposible negar lo que ha sido justificado bajo la conveniente idea de
un orden natural que únicamente ha sido una costumbre hecha ley bajo el acuerdo
social y religioso de esquemas patriarcales que se refuerzan mutuamente, y que
cuando no encuentran justificación posible le atribuyen a la divinidad lo
inexplicable para no ser interpelados.
Falta
estudiar las experiencias de otras mujeres, las experiencias de otros hombres y
mujeres que no se sienten parte de la heteronormatividad imperante, las
experiencias de los varones y sus vulnerabilidades, las experiencias de los
varones y sus privilegios, los estereotipos de las divinidades que aprisionan a
las mujeres y los hombres reales, tantas cosas aún por indagar y que nos retan
a la responsabilidad y creatividad de idear también nuevas formas de hacer
investigación para acercarnos un poco más a la comprensión del campo religioso,
no como ente abstracto sino como un campo vivo.
Fuente:
Entrevista, publicada en Lupaprotestante, 2017
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