Por.
Carlos Martínez García, México
A juzgar por la devoción popular mostrada en Semana
Santa pareciera que la religiosidad del pueblo mexicano es muy intensa. La realidad
es que las procesiones, los innumerables via crucis escenificados en muchos
lugares del país y asistencia a templos católicos empequeñecen cuando se les
compara con los millones de personas que deciden tomarse vacaciones en los
también llamados días de guardar o Semana Mayor.
La
religiosidad popular católica desde los tiempos de la Colonia española le ha
ganado al conocimiento y compromiso doctrinal de y con el catolicismo por parte
de los mexicanos y mexicanas. Esta observación ha sido realizada en distintos
momentos históricos por diversos analistas y estudiosos de la cultura mexicana.
Comparto una parte de lo escrito por el politólogo Federico Reyes Heroles en Excélsior,
diario que está cumpliendo cien años de vida. Quien escribió el artículo es autor
de varios libros, entre ellos uno que investiga la construcción del Estado como
pacto social para administrar los derechos y responsabilidades de la
ciudadanía, Entre las bestias y los dioses. Del espíritu de las leyes y de
los valores políticos (Editorial Océano, México, 2005). El artículo
completo puede leerse en la siguiente liga (http://www.excelsior.com.mx/opinion/federico-reyes-heroles/2017/04/11/1157071).
Reproduzco una porción, después de la cual voy a tratar de establecer que lo
visualizado por Federico Reyes Heroles bien puede trasladarse al mundo
protestante/evangélico mexicano:
“La
historia de la igualdad tiene una escala obligada en la vida de Jesucristo, lo
dice alguien que no es creyente. Por eso resulta tan desconcertante la
conformación cultural de los mexicanos. Un país de gran mayoría católica, no
pareciera profesar las lecciones esenciales de esa religión.
Un
ejemplo, el respeto interpersonal medido en la Encuesta Mundial de Valores. Los
mexicanos mostramos en nuestra vida cotidiana un bajísimo respeto por el otro.
Todos los días atropellamos los derechos de los otros, desde tirar la basura en
la vía pública hasta pasarse los altos. La igualdad y respeto predicados por
Jesucristo no encuentran demasiados seguidores en el México del siglo XXI.
Comparar los valores sustentados por el cristianismo en torno a la familia, con
la trágica realidad de la violencia intrafamiliar, resulta desgarrador. La violencia
hacia las mujeres es una vergüenza nacional.
Qué
decir de la humildad. La ostentación está en todos los estratos sociales, cada
quien ostenta de acuerdo con sus posibilidades. Qué lejos estamos de esa
lección esencial de Cristo. No en balde cuando el papa Francisco visitó México
uno de sus mensajes centrales fue dirigido al alto clero y su frecuente
confusión y coqueteos hacia la riqueza y el poder. Francisco es un caso
excepcional de sensibilidad e inteligencia, por eso supo señalar esa grieta en
los cimientos éticos del alto clero.
El
comportamiento cotidiano de los mexicanos muestra un profundo desprecio hacia
los seres vivos que en la fe cristiana son parte de la creación. Por eso
destruimos nuestro entorno de manera sistemática. El 99% de los incendios
forestales que nos agobian en esta temporada es resultado de acciones humanas.
Nuestros ríos y mares están convertidos en basureros. El maltrato hacia los
animales deja a muchos extranjeros boquiabiertos. Nos gobierna el desprecio a
la vida misma. México es un país muy ritualista, pero la introspección es muy
escasa. Un sacerdote me comentaba de la increíble desproporción entre el número
de templos construidos —muy pocos— en relación con la simple aritmética de los
millones que deberían asistir a misa con cierta regularidad.
Regresemos
al ritualismo, bautizos, primeras comuniones, bodas y demás, son en nuestro
país motivos de ostentación y despilfarro. Cientos, con frecuencia miles de
personas, que reciben el agasajo en que se invierten auténticas fortunas que
podrían tener un mejor fin. En contraste, la filantropía es muy débil. Las
empresas mexicanas de banquetes asombran a los visitantes. Por cierto, en esos
“eventos” la gula merodea como parte del ritual.
En
esa fantástica revisión histórica de Yuval Noah Harari que es De
animales a Dioses, una idea se convierte en eje. La asombrosa
diferenciación del Homo Sapiens del resto de las bestias, para usar la
expresión de Aristóteles, en buena medida se logró con imágenes o fantasías
colectivas. Las religiones han sido una parte medular de ellas. La degradación
política de nuestro país cruza por una brutal carencia de ética que se
transmite en los hogares, en el aparato educativo y a través de los medios. Si
83% de los mexicanos se declara católico, la responsabilidad también atraviesa
por el debilitamiento de los principios religiosos.
En
estos ‘días de guardar’ vale la reflexión: menos ritualismo, mejor más ética”.
Considero
que la conclusión del autor sobre la predominancia del ritualismo en la religiosidad
popular católica, en detrimento de un compromiso ético que cincele
personalidades democráticas, es decir personas conscientes de sus derechos
ciudadanos pero también de sus responsabilidades para construir el entramado
social hospitalario para todos y todas, bien puede traspolarse al mundo
protestante/evangélico realmente existente en México y, me parece, puede
afirmarse lo mismo del evangelicalismo latinoamericano.
La
relación ritualismo/escasa transformación ética fue uno de los ejes analíticos
incluidos en el informe escrito por Gonzalo Báez-Camargo sobre el Congreso
Evangélico de la Habana que se realizó en 1929. Entonces la población
protestante/evangélica de nuestro Continente era muy pequeña, pero era vista
con esperanza como agente de transformación religiosa y social por parte del
liderazgo que se dio cita en el mencionado evento. En la evaluación de los
males que devastaban a Latinoamérica, la generación de líderes evangélicos que
confluyeron en el Congreso contabilizó la debacle moral producto de una
religiosidad, el catolicismo romano, que no transformaba éticamente a las
personas. Así lo resumió en el libro el presidente del Congreso, Gonzalo
Báez-Camargo:
Por
lo que hace a la moral, hemos vivido y seguimos viviendo en un pagano divorcio
entre el rito y la conducta. La religión se aprueba y se practica como sistema
de formas externas, pero no invade las esferas de la vida como inspiración de
la conducta individual y social. Una de las más dolorosas realidades de nuestro
medio es la cómoda hermandad de la fidelidad al rito, en que el pueblo hace
consistir la verdadera religiosidad, con la blasfemia y la impiedad.1
El
diagnóstico vislumbraba un nuevo horizonte, la irrupción de hombres y mujeres
nuevos que transformarían estructuras e imaginarios éticos caducos. Los
llamados a la transformación, que eran una minoría, tendrían que subvertir el
orden sociocultural de América Latina, traer vientos nuevos:
No
existe ya la Inquisición, pero su espíritu de intolerancia no ha muerto, y la
renovación religiosa que esperamos y que ansiamos, no puede venir, no ha de
venir, del seno de la Iglesia católica […] ¿Quiénes, pues, encabezarán y
dirigirán la renovación religiosa Hispanoamericana? Para ser verdaderamente
efectiva, tiene que ser original y espontánea, y no puede ser otra que la
proveniente del Cristo Divino de los Evangelios. Los renovadores deberán ser,
ineludiblemente, cristianos. Quedan por consiguiente, como única esperanza en
el momento actual, los núcleos evangélicos latinoamericanos. ¿Está nuestro
protestantismo capacitado para iniciar, organizar y dirigir esta renovación?2
Cuarenta
años después del diagnóstico de Báez Camargo sobre el agotamiento del
catolicismo romano en América Latina, y de su visualización de un horizonte
prometedor para el protestantismo en estas tierras, tuvo lugar el Congreso de
Latinoamericano de Evangelización, en Bogotá, del 21 al 30 de noviembre de
1969. Entonces se encontrarían y crearían nexos liderazgos emergentes, una
generación joven que buscaba encarnar el protestantismo y pensarlo en el
convulsionado contexto de la época.
La Declaración
evangélica de Bogotá hizo una afirmación sobre el afianzamiento del pueblo
evangélico en la realidad latinoamericana. Entonces era evidente que las
iglesias protestantes estaban alcanzando un buen grado de endogenización, y que
el reto de sus liderazgos era trascender la idea y práctica de que el objetivo
único de la evangelización estaba en el crecimiento numérico de las comunidades
de fe.
Del
Congreso Evangélico de la Habana a la fundación de la Fraternidad Teológica Latinoamericana
(Cochabamba, Bolivia, diciembre de 1970), transcurrieron cuatro décadas, en las
cuales el cristianismo evangélico tuvo sustanciales transformaciones. Una de
ellas fue el arraigo y crecimiento del pentecostalismo, que visibilizó
cuantitativamente a una minoría antes vista como contenida en pequeños espacios
y que no lograba impactar a importantes sectores del pueblo latinoamericano.
En
la fundacional y primera Consulta de la Fraternidad Teológica Latinoamericana,
Samuel Escobar hizo un diagnóstico acerca de qué tipo de protestantismo parecía
dominar en las iglesias y organismos del Continente. Si Báez Camargo deseaba y
esperaba que el cristianismo evangélico tuviese energía para renovar
religiosamente, social y culturalmente lo que llamo Hispano-América, Escobar
vislumbró que el panorama que se estaba consolidando era otro. En una ponencia
que no fue incluida en el libro compilado por Pedro Savage (tampoco tuvo
espacio en el volumen el trabajo escrito por el misionero norteamericano Peter
Wagner, que iba en sentido contrario a las posturas de Samuel Escobar, René
Padilla y Pedro Arana), el teólogo de 35 años describió el inmovilismo
evangélico ante el contexto social del momento:
En
ciertos círculos evangélicos latinoamericanos la visión de lo que se llama
“proceso revolucionario” es policíaca. Se identifica directamente con la acción
subversiva interesada de un bloque de naciones, y se tiende a verle ribetes
diabólicos en un maniqueísmo peligroso, en el cual todo el bien del mundo
estaría en un bloque y todo el mal en el otro. […] La pregunta que hay que
hacerse es qué ha pasado ahora que a nuestros propios ojos, y más a los ojos de
la juventud y de cuantos toman conciencia de la necesidad de cambios, el
Evangelio se ha convertido más bien en opio del pueblo. ¿Cómo es que los
evangélicos se han vuelto una fuerza conservadora temerosa de cuestionar el
status quo y levantar una voz profética; que parece preferir ser guardiana de
un mensaje aséptico que procura a toda costa probar que no es peligroso ni
subversivo ni trastornador? ¿No será que la hemos amordazado a la Biblia?3
Entre
1929 (Congreso de la Habana) y 1970 (fundación de la Fraternidad Teológica
Latinoamericana), hubo un pequeño pero constante crecimiento del
protestantismo. En términos generales a partir de los años 70’s del siglo XX y
hasta las casi dos décadas que van del XXI, la realidad numérica del
protestantismo evangélico latinoamericano es contrastante con las comunidades
existentes al tiempo de los orígenes de la FTL. Su robustez cuantitativa ha
sido estudiada en cada país. Es una realidad que el campo religioso
latinoamericano se ha transformado en las recientes décadas. La diversificación
de creencias, sobre todo en quienes han abrazado alguna de las propuestas del
amplio abanico que es el cristianismo evangélico, es evidente y reporta
distintos porcentajes de adscripción en la población de cada país. En América
Latina la religiosidad de los pueblos no está en declive, sino que su expresión
se ha diversificado intensamente.4
Latinoamérica
es la reserva poblacional del catolicismo, pero también un Continente en el que
crece constantemente el extenso abanico del protestantismo/cristianismo
evangélico. Un amplio estudio cuantitativo del Pew Research Center da cuenta de
las creencias y prácticas en 19 países de América Latina. El documento
posibilita no solamente conocer los números de la diversidad religiosa, sino
también hacer interpretaciones socio culturales de tal diversificación.
El
detallado estudio con todo y apéndices contiene 310 páginas. Tiene
por título Religion in Latin America: Widespread Change in a Historically
Catholic Region.5 Hay una versión condensada en
castellano que incluye los principales indicadores de la investigación.6
En
América Latina viven más de 425 millones de católicos, el 40 por ciento de la
población católica mundial. Con variaciones por país, durante la mayor parte
del siglo XX (de 1900 a 1960) la población católica fue de 90 por ciento. Es a
partir de la década de los 60´s cuando tal porcentaje comienza a descender
constantemente. A fines del 2014, cuando el Pew Research Center concluyó con el
levantamiento de datos, los católicos romanos adultos en Latinoamérica
representaron 69 por ciento. Por todo el Continente es verificable el descenso
de creyentes católicos, ya que, sostiene el reporte “en casi todos los países
encuestados, la Iglesia Católica ha sufrido pérdidas netas debido al cambio
religioso de muchos latinoamericanos que se unieron a iglesias evangélicas
protestantes o que rechazaron en general la religión organizada. Por ejemplo,
aproximadamente uno de cada cuatro nicaragüenses, uno de cada cinco brasileños
y uno de cada siete venezolanos ya no son católicos”.
El
84 por ciento de los entrevistados dijeron haber sido criados en sus familias
como católicos, después optaron por otra confesión religiosa o ninguna, tras lo
cual el porcentaje original de católicos criados como tales descendió a 69 por
ciento. En contraste, “tanto las iglesias protestantes como la población sin
afiliación religiosa de la región han ganado miembros. Solo uno de cada diez
latinoamericanos (9%) fueron criados en iglesias protestantes, pero casi uno de
cada cinco (19%) ahora se describe como protestante. Y, mientras solo el 4% de
los latinoamericanos fueron criados sin una afiliación religiosa, el doble de
esa cantidad (8%) no tiene afiliación religiosa en la actualidad”.
La
investigación consigna datos interesantes que muestran los distintos ritmos de
la “descatolización” en América Latina. Al analizar por país los números de quienes
respondieron haber sido criados en el catolicismo, es en Colombia donde se
presenta el mayor éxodo hacia distintas variantes del protestantismo. 74 por
ciento de los colombiano(a)s que son protestantes/evangélicos antes fueron
criados en familias católicas. El país en el que es menor el porcentaje de
protestantes que respondieron antes haber sido católicos es Panamá, con 15 por
ciento.
De
las ocho posibilidades que tuvieron los encuestado(a)s para responder sobra la
causa de su paso del catolicismo al protestantismo, la número uno es que
buscaban una conexión personal con Dios. La segunda razón fue que disfrutan más
el estilo de culto en su nueva iglesia; y la tercera porque querían un mayor
énfasis en la moralidad. La cuarta causa del cambio fue que encontraron una
iglesia que ayuda más a sus integrantes.
La
conversión al protestantismo/cristianismo evangélico en el Continente acontece
más por el acercamiento de las iglesias a las personas que viceversa. La media
en América Latina de quienes dijeron haber cambiado confesión religiosa porque
una iglesia se acercó a ellos/ellas es del 58 por ciento. Un elemento a tener
en cuenta sobre cómo se acercan las iglesias evangélicas a las personas es que
lo hacen mediante sus integrantes en la vida cotidiana y lugares donde se
desenvuelven.
El
Pew Research Center usa el concepto protestante “en un sentido amplio para
hacer referencia [a integrantes] de las iglesias protestantes históricas (por
ejemplo, bautistas, adventistas del séptimo día, metodistas, luteranos o
presbiterianos), miembros de iglesias pentecostales (por ejemplo, Asambleas de
Dios, Iglesia Pentecostal de Dios o Iglesia Evangélica Cuadrangular) y miembros
de otras iglesias protestantes”. Tal vez un criterio para tener en cuenta
acerca de los protestantes/cristianos evangélicos latinoamericanos (ya sean de
iglesias históricas, pentecostales, neopentecostales, mega iglesias de distinta
tendencia) es que tienen como Biblia común la del llamado canon corto, es
decir, sin libros deuterocanónicos, los cuales sí forman parte de la Biblia
usada por la Iglesia católica.
El
cristianismo evangélico que más crece en América Latina es el de corte
pentecostal. Esto no es algo que haya descubierto la investigación del Pew
Research Center, pero el documento le da forma numérica a una impresión que
tiene variantes en los países del Continente, la impresión del predominio
pentecostal (un protestantismo popular) en el abanico protestante
latinoamericano.
El
Pew Research Center define como pentecostales a quienes en sus “servicios
religiosos [tienen] experiencias que los creyentes consideran ‘dones del
Espíritu Santo’, como la sanación divina, hablar en lenguas y recibir
revelaciones directas de Dios”. Poco menos de la mitad de los protestantes
latinoamericanos (47 por ciento) dijo pertenecer a una denominación
pentecostal; poco más de la mitad (52 por ciento) se identificó como
pentecostal. La diferencia entre el primer y segundo porcentaje (5 por ciento)
se debe a que ese 5 por ciento adicional describe a protestantes pentecostalizados
que no son integrantes de una congregación pentecostal, sino, por ejemplo, de
alguna conocida como histórica.
Respecto
al conocido como “evangelio de la prosperidad”, definido por el Pew Research
Center como consistente en la convicción de que Dios concederá bienestar
económico y buena salud física a quienes tienen suficiente fe, es de llamar la
atención que sea en Brasil donde el porcentaje de protestantes que se
identifican con la premisa mencionada sea el menor de toda América Latina, con
el 56 por ciento. La cifra de todas maneras, me parece, es alta, y me lleva a
una observación. Brasil ha sido precisamente la cuna de bien conocidos
movimientos y predicadores del evangelio de la prosperidad, y al mismo tiempo
es, según la investigación que nos ocupa, el país donde los
protestantes/evangélicos menos hacen suyo el slogan de la prosperidad
asegurada, entonces esto tal vez sea resultado de comprobar por parte de los
protestantes brasileños que la oferta es endeble y/o por los escándalos éticos
de no pocos telepredicadores, así como de autoproclamados profetas y apóstoles.
Cabe
hacer una salvedad sobre si los líderes y adeptos del “evangelio de la
prosperidad” son protestantes/evangélicos, o, más bien, guardan un leve vínculo
con éstos pero con énfasis diferentes, de tal manera que se les debe considerar
como para protestantes y/o para evangélicos, o posprotestantes y/o
posevangélicos. Usan la Biblia de canon corto (sin libros deuterocanónicos, la
que históricamente han leído los protestantes/evangélicos), pero de forma
sesgada hacia todo lo que, a su juicio, enfatice la bendición de bienes
materiales y desdeñan las responsabilidades del discipulado y la transformación
ética de sus congregantes.7
En
el rubro del “evangelio de la prosperidad”, donde éste tiene más altos
porcentajes entre los protestantes/evangélicos es en Venezuela (91 por ciento),
Guatemala (90 por ciento) y Bolivia (89). Donde menos es en Brasil, como ya
mencioné, Chile (59 por ciento) y Puerto Rico (60 por ciento).
Mientras
el pentecostalismo/neopentecostalismo es el que más crece dentro del
protestantismo latinoamericano, en el catolicismo le corresponde ese lugar a la
renovación carismática. El carismatismo ha sido visto por algunos altos
clérigos romanos y analistas sociorreligiosos como una especie de dique a la
expansión pentecostal, y de alguna manera lo es. Por otra parte, no sé si sea
el caso en otros países, pero en México varios grupos que iniciaron en la
renovación carismática después se independizaron y/o rompieron con la Iglesia
católica y se transformaron en iglesias pentecostales/neopentecostales.
Expongo
algunas observaciones sobre las cifras del cambio religioso evidenciadas en el
documento, y las relaciono con si tal cambio que apunta hacia un crecimiento
muy significativo del protestantismo evangélico ha implicado, también,
transformación ética en sus filas e irradiado a la sociedad. Es fehaciente que
sigue creciendo el protestantismo/cristianismo evangélico en toda
Latinoamérica, y el rostro predominante en la familia es pentecostal y/o
neopentecostal. En algunas regiones la transformación del campo religioso,
antes con gran hegemonía del catolicismo, ha sido vertiginosa, lo que ha
llevado a cuentas y proyecciones muy optimistas dentro de cierto
evangelicalismo triunfalista. Ello me hace preguntar si lo que ha acontecido es
más un cambio de adscripción religiosa y una adopción de nuevos rituales
religiosos, pero ha quedado más o menos sin tocar el núcleo de ciertas
prenociones y prácticas que no se transforman al ingresar al nuevo círculo
confesional. Y una de esas áreas intocadas puede ser el de la integridad
personal y comunitaria.
Al
gran crecimiento cuantitativo protestante no le ha seguido lo que desde adentro
de las comunidades de fe se llama discipulado, y que hacia afuera pudiera ser
visto como creación de ciudadanía, construcción de personalidades democráticas
que son agentes de cambios mentales y culturales. En este sentido cabe la
distinción sociológica que afirma puede estudiarse el fenómeno religioso como
creencia y/o como conducta. ¿En qué son contrastantes las conductas de los
protestantes/evangélicos latinoamericanos con las de quienes no lo son? ¿Son
sus comunidades más democráticas, horizontales, preocupadas por el otro, con
menos casos de abusos de todo tipo y corrupción? ¿O todo, o la mayor parte,
consiste solamente en cambios de algunas creencias y nuevos ritualismos que no
alteran/transforman rasgos subsistentes de la cultura patrimonialista
latinoamericana?
Las
respuestas a las interrogantes anteriores no pueden ser tajantes hacia un lado
u otro. El sí o el no depende de comprensiones doctrinales, aplicaciones
pedagógicas de las mismas y proyectos para implementar las creencias en la vida
personal, comunitaria y social. Para clarificar las prácticas sociales de las
comunidades evangélicas realmente existentes ya tenemos un considerable cúmulo
de investigaciones históricas, sociológicas y antropológicas que muestran luces
y sombras de tales comunidades.
En
este 2017 se cumplen 500 años del inicio de la Reforma protestante, que en sus
orígenes fue una crítica a la venta de indulgencias y la corrupción
eclesiástica católica romana. Hoy, que por todas partes campean en espacios
evangélicos o neoevangélicos la venta de neoindulgencias y/o la simonía (Hechos
8:9-21), que son formas de la corrupción, desde el cristianismo evangélico es
preciso tener claridad sobre la adulteración y denunciarla como traición al
espíritu y esencia del Evangelio de Jesús. Es ineludible la construcción de
comunidades de integridad, que permeen la sociedad y contribuyan a la
renovación de la misma aportando nuevos hábitos culturales que combatan desde
sus cimientos el desbordante mar de la corrupción y la violencia. ¿Habrá la
energía ética para esta tarea?
El
protestantismo en América Latina, no obstante que desde distintas posiciones e
intereses se le sigue etiquetando de advenedizo, ya tiene una historia de más
de siglo y medio en este Continente. Es en las últimas cuatro décadas donde su
presencia se ha masificado y es una realidad bien asentada por toda la extensa
geografía latinoamericana. Si las primeras generaciones enfocaron su lid
principalmente en sobrevivir en un medio que les era hostil y por ello crearon
espacios que les dieran tanto legitimidad social como posibilidad de reproducir
y diseminar una identidad religiosa/cultural alternativa a la histórica y
tradicional en Latinoamérica, las generaciones actuales tienen la
responsabilidad que les da su peso demográfico de construir no nada más un
perfil confesional identitario hacia adentro de sus comunidades de fe, sino
también de fermentar con lo mejor de la cultura protestante las sociedades
nacionales que siguen inmersas en un desasosiego de profundas raíces históricas.
Debe hacerse más carne el principio protestante para transformar la que Gabriel
García Márquez, en su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura,
llamó la “realidad descomunal” de América Latina.8
El
ritualismo protestante/evangélico produce una religiosidad que se manifiesta en
la cautividad de la Iglesia, ésta, para liberarse siempre debe regresar a la
fuente de su origen: el Evangelio de Jesús el Cristo, quien llamó a seguirle
como discípulos y discípulas y no como consumidores de rituales y ceremoniales
huecos.
Referencias
bíblicas
1 Gonzalo Báez Camargo, Hacia la renovación
religiosa en Hispano-América. Resumen e interpretación del Congreso Evangélico
Hispano-Americano de la Habana, Casa Unida de Publicaciones, México, 1930,
p. 11.
3 Samuel Escobar Aguirre, La Biblia y la revolución
social en América Latina, mimeo, 1970, pp. 2, 7-8.
4 Al respecto es útil el volumen coordinado
por Olga Odgers Ortiz, Pluralización religiosa de América Latina, El
Colegio de la Frontera Norte-CIESAS, Tijuana-México, 2011.
6 http://www.pewforum.org/files/2014/11/PEW-RESEARCH-CENTER-Religion-in-Latin-America-Overview-SPANISH-TRANSLATION-for-publication-11-13.pdf
7 Una evaluación certera, me parece, es la de
Martín Ocaña Flores, Los banqueros de Dios. Una aproximación evangélica a la
teología de la prosperidad, Ediciones Puma, Lima, 2014 (segunda edición).
Acerca del tema ver el capítulo “¿Teologías posmodernas?”, de Alberto F.
Roldán, ¿Para qué sirve la teología?, Libros Desafío, Grand Rapids,
Michigan, 2011 (segunda edición revisada y ampliada), pp. 137-156. Sobre la identidad de la fe evangélica: Ian Randall, What a Friend We
Have in Jesus. The Evangelical Tradition, Orbis Books, New York, 2005; J.
I. Packer y Thomas C. Oden, One Faith: The Evangelical Consensus,
InterVarsity Press, Downers Gove, Illinois, 204; John Stott, Evangelical
Truth. A Personal Plea for Unity, Integrity and Faithfulness, InterVarsity
Press, Downers Grove, Illinois, 1999, hay traducción al español con el título Identidad
evangélica. Un
llamado a la unidad, integridad y fidelidad, Ediciones Certeza Unida, Buenos
Aires, 2012.
8 Gabriel García Márquez, “La soledad de
América Latina”, discurso en la recepción del Premio Nobel de Literatura 1982,
en Yo no vengo a decir un discurso, Random House Mondadori, México,
2010, p. 25.
Fuente:
Protestantedigital, 2017
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