Por.
Will Graham, España
Estamos
metidos en una batalla por las Escrituras.
La
nueva generación de pastores, teólogos y predicadores que se va levantando en
España tiene que anclarse bien en la doctrina de la Palabra de Dios con el fin
de evadir los errores de la bibliología neo-liberal.
En
los días de la iglesia primitiva, la batalla más importante se centró en la
Trinidad y la naturaleza de Cristo. En la época medieval, fue la doctrina de la
obra de Cristo. En la Reforma protestante, fue la doctrina de la salvación.
Actualmente, la batalla de batallas es la autoridad de la Palabra de Dios.
En
este artículo, queremos analizar cuatro puntos de vista contemporáneos en
cuanto a la inspiración bíblica que tienen que ser resistidos por amor al
bienestar de la iglesia del Señor en la península ibérica.
Son
formulaciones que, a primera vista, parecen ortodoxas, no obstante, dependen
más bien de convicciones filosóficas que bíblicas y por lo tanto tienen que ser
descartadas cuanto antes.
He
intentado resumir estos puntos de vista de la forma más sencilla a fin de que
el estudio sea de utilidad para todo el pueblo del Señor.
¡Velemos
por la viña del Señor!
1.-
La Biblia es inspirada, no en sus palabras, sino en cuanto al papel que
desempeña como vehículo de la ‘experiencia cristiana’.
Esta
primera postura es, a grandes rasgos, la creencia del luterano Rudolf Bultmann
(1884-1976), a saber, que la inspiración de la Biblia no tiene nada que ver con
sus palabras literales; sino con la esfera de la experiencia religiosa.
Bultmann
defiende esta idea en base a la filosofía existencialista, fruto del siglo XIX,
que cree que lo subjetivo (experiencia) es más importante que lo objetivo
(proposiciones, lo empírico). Como decía el padre del movimiento
existencialista Soren Kierkegaard: “La verdad es subjetividad”.
Tal
forma de pensar parece espiritual y casi evangélica, sin embargo, es
incoherente por tres razones.
Primero,
es incoherente porque relega la “experiencia cristiana” a la esfera de lo no
verificable, lo no comprobable. En este sentido, es una postura que no tiene
significado ninguno ya que se esconde en un mundo noumenal que no tiene nada
que ver con la esfera empírica.
No
es posible decir nada sobre esta esfera secreta escondida del mundo real por lo
tanto es un auténtico sinsentido (desde la perspectiva de la filosofía
analítica). El problema con Bultmann –y con una gran parte de la teología
protestante contemporánea- es que quiere prescindir de los datos históricos en
su defensa de la fe.
Segundo,
es incoherente porque no es capaz de explicarnos de qué se trata la “experiencia
cristiana”. El momento que Bultmann empieza a definir tal “experiencia” se
ha disparado en el pie filosóficamente porque la postura existencialista niega
la importancia de proposiciones lingüísticas.
¿Cómo
distinguimos, entonces, entre “experiencia cristiana” y “experiencia musulmana”
y “experiencia budista”? Según el paradigma existencialista, no podemos porque
el lenguaje humano no es de fiar. Así que si Bultmann dice que según su
experiencia religiosa su salvador es el Cristo de la fe y yo digo que, según la
mía, mi salvador es un sapo rosita, no hay ninguna forma objetiva de determinar
quién lleva la razón y quién no.
Tercero,
¿por qué creen los existencialistas que la Biblia es un libro que sirve como un
vehículo de la “experiencia cristiana”? De nuevo, si lo objetivo no importa y
las proposiciones lingüísticas tampoco sirven para nada, ¿qué diferencia hay a
nivel religioso entre la Biblia, el Corán, un fragmento de Heráclito, el
periódico ‘Marca’ o el nuevo estado de Facebook de Bob Esponja? No hay ninguna
diferencia; todo se torna subjetivista.
La
consecuencia de la postura bultmanniana es subjetividad pura y dura donde cada
uno crea su propia “experiencia”. Total, es un callejón sin salida. Solamente
una Biblia inerrante puede librarnos de la ‘cautividad subjetivista de la
teología contemporánea’.
2.-
La Biblia es inspirada, no en sus afirmaciones histórico-científicas, sino en
sus verdades teológicas.
Esta
segunda postura es la idea de una gran parte de la teología protestante
continental. Su representante más destacado es Karl Barth, el cual procuró
establecer una diferencia entre las partes históricas y suprahistóricas del
texto sagrado.
Esta
dicotomía conduce a una diferenciación sutil entre ‘la Palabra’ (las verdades
eternas/ teológicas de la Biblia) y ‘la Escritura’ (los libros de la Biblia en
sí). Por esta razón esta escuela emplea frases heterodoxas tales como “La
Palabra y la Escritura” o “La Escritura no es la Palabra” o “La Palabra de la
Escritura”, etc.
Muchas
veces los lectores no doctos no se enteran de lo que está en juego con estas
sutilezas filosóficas. Un buen ejemplo es la frase: “La Palabra de la Escritura
es inspirada”.
A
primera vista, tiene toda la pinta de ser una afirmación conservadora. No
obstante, es como decir: “Las patatas de la tortilla están bien cocinadas”. Las
patatas pueden estar bien cocinadas; pero ¿qué pasa con los huevos? A lo mejor están podridos. De allí el
peligro de semejantes aseveraciones.
Como
en el caso de la convicción bultmanniana, esta segunda postura se basa en
convicciones filosóficas. Pero esta vez la filosofía en cuestión no es
existencialismo sino una cosmovisión anti-bíblica mucho más antigua, a saber,
el dualismo metafísico.
En
el Occidente, tal dualismo nació con Platón y su división entre el mundo de las
ideas y el mundo de las cosas sensibles. De allí su fuerte dicotomía entre el
alma y el cuerpo.
Esta
doctrina se dio a conocer en la época medieval mediante la división entre los
universales y los particulares y surgió una vez más en la edad moderna gracias
a la filosofía de Kant cuando trazó una línea entre lo fenomenal (las cosas
sensibles) y lo noumenal (lo suprasensible), entre el tiempo y la eternidad.
Esta
noción kantiana entró en el mundo teológico bajo los nombres de historie
(historia literal) y geschichte (historia existencial). Pondré un ejemplo para
aclarar la diferencia entre estos dos tipos de historia.
La
historia literal se refiere a un evento en concreto que sucedió en un momento
dado de la historia: la revolución americana, la caída del muro de Berlín, las
dos guerras mundiales, el hundimiento del Titanic, el nacimiento de Karl Barth.
La historia existencial es el ‘significado’ de dichos eventos.
Esta
segunda clase de historia es la que realmente importa en la Biblia. Por lo
tanto, no importa si Cristo resucitó corporalmente (como decían Barth,
Bultmann, Tillich y Bonhoeffer), lo que cuenta es el ‘significado’ del mensaje
de la resurrección para la fe cristiana.
En
otras palabras, el mensaje de la resurrección nos enseña que Jesús es la
Palabra de Dios, la Revelación definitiva de Dios, el Cristo de la fe; pero no
quiere decir que Jesús de Nazaret resucitase de manera literal al tercer día.
Este
dualismo metafísico, como en el caso del existencialismo, no tiene nada que ver
con la esfera de lo empírico porque sus proponentes quieren liberar la teología
de la crítica histórica. Por esta razón dicen que la Escritura es inspirada, no
en sus afirmaciones histórico-científicas, sino en sus verdades teológicas.
Una
vez más, tal forma de razonar parece espiritual y casi evangélica, pero no deja
de ser incoherente a nivel filosófico por cuatro razones.
Primero,
¿cómo distinguimos entre las partes religiosas y no religiosas de la Biblia? La
distinción moderna entre lo sagrado y lo secular es una fabricación del
dualismo metafísico; no proviene de las Escrituras ni de la cultura judía. Se
trata de imponer una cosmovisión ajena al contenido de la Biblia. Es falsa
profecía. Convierte la Biblia en un libro de filosofía griega.
Segundo,
¿cómo pueden los proponentes de este punto de vista de la inspiración bíblica
demostrarnos, en términos empíricos, de que "las verdades teológicas” son
de Dios? No pueden hacerlo ya que esconden estos principios eternos en una
esfera desconocida, el ámbito de geschichte.
Es
un mundo imaginario, no comprobable que no tiene nada que decir al hombre real.
Son afirmaciones que no pueden ser refutadas. Por lo consiguiente, son
irrelevantes. Este dualismo convierte la Escritura en un libro de sinsentidos.
Barth
podría decir que halla el señorío de Cristo en la esfera de geschichte pero yo
respondo una vez más diciendo que allí encuentro un sapito rosa. ¿Quién lleva
la razón a nivel empírico? ¡Nadie!
Tercero,
¿cómo saben los proponentes de esta postura de qué se trata esta esfera mística
de geschichte? Si es un ámbito suprahistórico, ajeno a la vida humana, no es
posible decir nada –absolutamente nada- sobre él. ¡Tampoco se puede afirmar que
existe!
Cuatro,
¡ojalá los neo-barthianos fuesen coherentes con su teoría llevándola a su
conclusión lógica! No confían en las partes histórico-científicas de la Biblia
porque fueron escritas por hombres falibles.
No
obstante, ¿quién redactó las partes teológicas y religiosas de la Biblia? ¡Esos
mismos hombres falibles! Consiguientemente, un neo-barthiano honesto tiene que
ser coherente con sus presupuestos filosóficos, descartando tanto los elementos
histórico-científicos como las verdades teológicas de la Escritura.
La
consecuencia de esta postura barthiana es la ‘cautividad dualista de la
teología contemporánea’. Dios, en última instancia, no puede decir nada al ser
humano porque los escritores bíblicos están plagados de pecado y falibilidad.
Solamente
la doctrina de la inerrancia de la Biblia puede ayudarnos a redescubrir nuestra
fe evangélica en la revelación divina.
3.-
La Biblia es inspirada, no en sus palabras, sino el testimonio que da de
Cristo.
Esta
postura representa la bibliología de Paul Tillich. Esta tercera postura es una
mezcla de dos escuelas filosóficas, la existencialista y la dualista, por ende,
es doblemente problemática.
Por
un lado, percibimos el dualismo de esta bibliología ya que no da importancia a
la historia literal ni a las palabras literales. Lo que cuenta es el Cristo de
la fe (no el Jesús de la historia). Lo que Tillich quiere hacer es elevar la
inspiración a un nivel no verificable, esto es, a la esfera del Cristo de la
fe.
Aquí
surge un problema muy evidente: ¿acaso el Cristo de la fe no se hizo carne?
¿Qué pasa con la doctrina de la encarnación? Cristo entró en la esfera de lo
empíricamente comprobable y verificable. Proclamar a un Cristo no histórico es
la herejía del docetismo. ¿Qué pasa con la humanidad de nuestro Señor?
Por
el otro lado, observamos el existencialismo de esta bibliología donde Tillich
resalta que la inspiración tiene que ver con el encuentro personal con Cristo.
Aquí surge otro problema, tan insoluble como el primero: sin contenido
proposicional acerca de Cristo, ¿cómo podemos saber si estamos siendo
confrontados por Él o no? ¿Cómo sé si estoy sintiendo a Cristo en mi corazón o
si estoy a punto de sufrir un infarto?
La
única conclusión es que acabo manufacturando a un Cristo conforme a mis propios
antojos caídos, el pecado cardinal de la teología liberal. Al fin y al cabo, el
Cristo de la Biblia estaba interesado en las jotas y las tildes de la Escritura.
¿Cuál Cristo es éste que prescinde de la Escritura? ¡No es el Jesús de la
Biblia!
La
consecuencia de esta postura tillichiana conduce a la ‘cautividad subjetivista
y dualista de la teología contemporánea’. Solamente la doctrina de la
inerrancia bíblica puede librarnos de crear a un Cristo docetista por un lado y
a un Cristo anti-bíblico por el otro.
4.-
La Biblia es inspirada, no en sus palabras, sino en cuanto a su propósito, a
saber, su propósito de cumplir con la voluntad de Dios
Esta
cuarta perspectiva está siendo propuesta por algunos neo-liberales en nuestros
días, sin embargo, es tan incoherente como las previas tres posturas. La única
diferencia entre esta bibliología y las demás es la palabra “propósito”.
Pero
aquí está la pregunta de preguntas: ¿cómo podemos saber de qué se trata la
voluntad de Dios? O por medio de una revelación inerrante (la perspectiva
evangélica clásica) o por medio de una fuente externa a la revelación
inerrante.
Ya
que los proponentes de esta cuarta perspectiva niegan la inerrancia bíblica, no
pueden abrazar la primera postura. En otras palabras, se ven obligados a recurrir
a alguna fuente externa para definir de qué se trata la voluntad de Dios.
¿Cuál
fuente escogen? Pues, depende del teólogo. Pero una vez que se niega la
revelación inerrante de la Escritura, la fuente escogida, sea cual sea, siempre
será una nueva torre de Babel. En el caso de Juan Sánchez Nuñez es una ética
secularista donde cada uno tiene que realizarse a sí mismo.
Mientras
que, según Máximo García, será un Jesús que existe para dar respuestas a las
necesidades de los hombres y mujeres. En los tomos de ambos pensadores, el
punto de partido es egocéntrico y humanista.
En
vez de ser la Escritura la suprema autoridad en cuanto a fe y conducta; ahora
la Biblia está sometida a los valores antropocéntricos de una filosofía
anti-cristiana.
Una
vez más, esta cuarta postura lleva a la ‘cautivad egocéntrica y antropocéntrica
de la teología contemporánea’. Solamente la doctrina de la inerrancia bíblica
puede salvaguardar a la iglesia de caer en el maldito pozo del egocentrismo
humanista.
Conclusión
Con
todo, hace falta redescubrir la doctrina de la inerrancia para defender la
iglesia de Cristo de los pseudo-evangélicos actuales. Bultmann, Barth y Tillich
están pisando la península ibérica y la única forma de echarlos fuera es por
medio de la espada de la inerrancia bíblica.
Así
que, ¡a sacar la espada, hermanos (Efesios 6:17)! ¡A proclamar la Palabra,
hermanas! Toda la Biblia es inspirada por Dios, tanto las partes históricas
como las partes teológicas. ¡Y no hagas caso a nadie que te diga lo contrario!
¡Viva
la inerrancia!
Fuente:
Protestantedigital, 2017
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