Por.
Carlos Martínez García, México
Ni
los acercamientos hagiográficos ni los demonizantes explican el complejo
proceso de la Reforma protestante. En este año, cuando se cumple el quinto
centenario del movimiento desatado por Martín Lutero, se están publicando, o
están por ser publicadas, obras de uno y otro signo.
Ha
comenzado a circular un volumen que desde su mismo título denota la óptica
abiertamente negativa desde donde es mirada la Reforma protestante y sus
personajes más conocidos del siglo XVI. La obra se llama Cisma sangriento.
El brutal parto del protestantismo: un alegato humanista y secular
(Editorial Taurus, Barcelona, 2017), su autor es Francisco Pérez de Antón.
Datos disponibles en línea consignan que nació en 1940, en Soto de Caso,
Asturias, y vive desde 1963 en Guatemala. Anteriormente dedicado a las
actividades empresariales, en 1984 se apartó de las mismas para dedicarse al
periodismo y a la literatura. Ha publicado varios libros, en 2006 es elegido
miembro de la Academia de Geografía e Historia de Guatemala. Recibió el Premio
Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias 2011.
Es
importante mencionar que Pérez Antón barre parejo con la intolerancia
manifiesta en actos violentos que perpetraron tanto católicos como protestantes
en el siglo XVI. Ya que su enfoque está centrado en varios de esos actos
realizados en el bando del protestantismo, el autor es prolijo en presentar los
mismos y, lo para mí cuestionable, los inserta en una especie de código
genético que según él marcó la emergencia del protestantismo, su posterior
desarrollo y consolidación. Es así que en la propia nomenclatura que usa
para describir el fenómeno evidencia su visión valorativa: “el cambio
[originado por Lutero] fue demasiado radical como para designar con el
pudibundo nombre de ‘reforma’ –un término evocador de cambios razonables y
juiciosos– a una de las más sangrientas guerras de la civilización
judeocristiana”. Él prefiere llamarle revolución.
Sin
medias tintas, Francisco Pérez Antón asevera que el encontronazo teológico (el
cual por la simbiosis del entramado existente durante el siglo XVI también fue
político) entre la Cristiandad tradicional y la emergente estuvo dominado por
el fanatismo de ambas partes, ya que “Ni Lutero, ni Calvino, ni John Knox
fueron personas piadosas, vaya eso por delante. Tampoco Müntzer o Jan de
Leiden. Los hombres que prendieron la mecha de la Revolución Protestante eran
clérigos abrasados por el fanatismo religioso y la obsesión de suprimir al
adversario en el fraterno y parecido modo que la Iglesia de Roma deseaba
exterminarlos a ellos”.
El
autor universaliza en cada grupo una posición que si bien fue dominante no fue
única ni monolítica. Frente al fanatismo violento que antes refirió y su
justificación por quienes incurrieron en él, “doctores tiene la Iglesia que no
sabrán responder [convincentemente]. Y si lo saben, no querrán hacerlo. Tampoco
lo harán las confesiones evangélicas. Ninguno hizo lo más mínimo por impedir
que la barbarie se apoderara de la cristiandad ni de que la guerra entre sus
fieles se convirtiera en uno de los episodios más pavorosos y sombríos de la
civilización”. Ejemplos que fueron en contra de la absolutización en que
incurre conformaron una corriente que ignora.
Sin
querer queriendo, Pérez de Antón acierta en su crítica a quienes absuelven el
fanatismo que lleva a la violencia cuando aquéllos tratan de explicar los
excesos por el espíritu prevaleciente en esos tiempos: “Se dice que no se debe
juzgar con criterios de hoy sucesos ocurridos ayer y que es tendencioso emitir
juicios sobre el pasado con criterios presentes. La alusión tampoco es
admisible, al menos desde un punto de vista moral, pues los mandatos esenciales
del cristianismo estaban inscritos en los Evangelios desde mil quinientos años
antes de que tuviera lugar la escisión”.
Fueron
precisamente personajes identificados con las iglesias de creyentes, grupos
conformados por asociación voluntaria y ajenos a la coerción en cuestiones de
fe, quienes no solamente en el siglo XVI sino desde centurias antes señalaron
la subversión del cristianismo hecha por la unión Estado-Iglesia bajo
Constantino I o el Grande en el siglo IV. En los primeros años de lo que más
tarde sería conocida como Reforma protestante, sobresalen los anabautistas
pacifistas que rechazaron el uso de la violencia basados en una lectura
cristocéntrica de la Biblia. Se preguntaban, ¿acaso es posible justificar las
matanzas con lo enseñado por Cristo? Concluyeron que no, porque las mismas eran
contrarias al espíritu del Cordero que fue inmolado.
Sobre
la hermenéutica del anabautismo cristocéntrico y el resultado de su
comportamiento socio político, Dionisio Byler subraya que “los anabaptistas
empezaban con las palabras y el ejemplo de la vida y muerte de Jesús, e interpretaban
la Biblia entera a la luz de lo que consideraban ser la Palabra hecha carne, la
más plena y perfecta revelación de la voluntad de Dios. Esto no es exactamente
lo mismo que la idea que comparten católicos y protestantes, de que el Antiguo
Testamento se debe leer como preanuncio o metáfora de la obra redentora de
Cristo. Lo que proponen los anabaptistas es tomar la enseñanza y el ejemplo
de conducta vida y muerte de Jesús, como orientación esencial para la vida
cristiana —aunque el resultado pudiera ser contrario a otros ejemplos
bíblicos—”. En consecuencia fue “Original en su ética pacifista,
precisamente como consecuencia de ceñirse a los evangelios y por los rasgos
particulares de su hermenéutica” (El 500 aniversario de la Reforma
protestante, desde una perspectiva anabaptista en http://menonitas.org/publicaciones/500%20aniversario-anabaptistas.pdf).
El
grupo que rompió con la Iglesia estatal encabezada por Ulrico Zwinglio en
Zúrich, el cual integraban, entre otros, Conrado Grebel y Félix Manz fue
decididamente pacifista e hizo denodados esfuerzos para que quienes se
identificaban como cristianos depusieran las armas. Grebel, Andrés
Castelberger, Manz y otros tienen noticias de lo que está sucediendo en
Alemania con el movimiento encabezado por Thomas Müntzer, consistente en tomar
el cielo por asalto, es decir instaurar un régimen político y religioso
igualitario mediante la fuerza. Le envían una carta (otoño de 1524) para
informarle sobre los descubrimientos a que han llegado en su lectura del Nuevo
Testamento en relación al uso de la violencia, el bautismo, la Cena del Señor,
y el seguimiento ético de Jesús.
En
lo concerniente al uso de la violencia para defender al Evangelio, le externan
a Müntzer: “Tampoco hay que proteger con la espada al Evangelio y a sus
adherentes, y éstos tampoco deben hacerlo por sí mismos –según sabemos por
nuestro hermano- tú opinas y sostienes. Los verdaderos fieles cristianos son
ovejas entre los lobos, ovejas para el sacrificio. Deben ser bautizados en la
angustia y en el peligro, en la aflicción, la persecución, el dolor y la
muerte. Deben pasar la prueba de fuego y alcanzar la patria del eterno descanso
no destruyendo a los enemigos físicos, sino inmolando a los enemigos
espirituales”. Esto último, lo de inmolar a los enemigos espirituales, por
supuesto debe ser tomado en un sentido figurado, en el contexto de la misiva
que, como afirma John Howard Yoder, “constituye el primer testimonio del
pacifismo de la Reforma radical” (escrito completo de la carta en Textos
escogidos de la Reforma radical, Editorial La Aurora, Buenos Aires, 1976).
Manz,
convencido de persuadir pero no de imponer y contrario a la violencia
supuestamente purificadora fue cruelmente asesinado. El 5 de enero de 1527 lo
sentenciaron a muerte “porque contrario a la ley y las costumbres cristianas se
había involucrado en el anabautismo, porque confesó haber dicho que quería
reunir a los que querían aceptar y seguir a Cristo, y unirse a ellos por medio
del bautismo, de manera que sus seguidores se separaron de la Iglesia Cristiana
y estaban a punto de levantar y preparar una secta propia […] porque él había
condenado la pena capital […] ya que tal doctrina es perjudicial para el uso
unificado de toda la cristiandad, y conduce al delito, a la insurrección y a la
sedición contra el gobierno, […] Manz debe ser entregado al verdugo quien
amarrará sus manos, lo pondrá en un bote y lo llevará a la cabaña más abajo;
allí el verdugo meterá sus rodillas entre las manos atadas, pasará un palo
entre sus rodillas y brazos y en esta posición lo lanzará al agua para que allí
perezca en. Con eso se habrá apaciguado la ley y la justicia […] Sus
propiedades también deberán ser confiscadas por sus señorías”.
Unas
cuantas semanas después de haber sido ejecutado Manz, tuvo lugar una reunión
algunos núcleos anabautistas para examinar la forma de proceder en cuanto a las
condciones persecutoris que enfrentaban. El resultado fue un documento que poco
después de su redacción, 24 de febrero de 1527, sería conocido como la Confesión
de Schleitheim.
Para
entender la Confesión es imprescindible tener en cuenta que sobre los
anabautistas existía una despiadada persecución. Acerca de los disidentes
circulaban todo tipo de caricaturizaciones y estigmas. Las generalizaciones y
esquematismos les habían asimilado, sin matiz alguno, a la reciente
insurrección de los campesinos que había terminado en un río de sangre. Los
congregados en Schleitheim eran pacifistas, se oponían a la violencia por
considerarla ajena al camino de Cristo.
Al
dar a conocer los acuerdos alcanzados comunican a quienes les habría de llegar
el documento, mediante copias manuscritas o transmisión verbal (y más tarde en
ejemplares impresos clandestinamente), que entre los asistentes y hubo varones
y mujeres. Por los desarrollos posteriores éstas demostraron que no fueron
meras espectadoras sino que participaron en la reunión y al salir de la misma
tuvieron parte importante en la diseminación del anabautismo.
Los
artículos acordados fueron siete. No es un tratado extenso ni de doctrina
sistemática sino un escrito declarativo acerca de compromisos que consideraron
debían defenderse como elementos integrantes de su identidad, elementos que
conseideraban se desprendían del Evangelio. Uno de los artículos, el sexto,
define la función de la espada, la violencia fuera del cuerpo de Cristo y la
prohibición de usarla para dirimir asuntos de fe en la comunidad de creyentes.
Usar la violencia no era lícito para los cristianos. “En la perfección de
Cristo sólo se utiliza la excomunión para la admonición y exclusión de quienes
han pecado, sin la muerte de la carne, sólo por medio del consejo y de la orden
de no volver a pecar […] Los gentiles se arman con púas y con hierro; los
cristianos, en cambio, se protegen con la armadura de Dios, con la verdad, con
la justicia, con la paz, la fe, y la salvación y con la palabra de Dios”. Otros
a ellos les condenaron al destierro, a recibir castigos crueles, y hasta la muerte
por ir contra la doctrina oficial de la simbiosis Estado-Iglesia.
Al
retornar de la Asamblea de Schleitheim, Michael Sattler, su esposa Margaretha y
otros hermanos y hermanas de la comunidad de creyentes de Horb son apresados
por autoridades católicas. Los cargos contra Sattler fueron nueve, y de la
lectura de ellos se concluye que quienes los levantaron tenían una imagen muy
esquemática del anabautismo, así como prejuicios que distorsionaron su
percepción. He aquí las acusaciones: 1) Que él y sus adeptos han actuado en
contra del mandato imperial. 2) Que ha enseñado, sostenido y creído que el
cuerpo y la sangre de Cristo no están en el Sacramento. 3) Que ha enseñado y
creído que el bautismo de infantes no es provechoso para la salvación. 4) Ha
desechado el Sacramento de la extremaunción. 5) Ha ignorado a la madre de Dios
y a los Santos. 6) Ha iniciado una nueva e inaudita manera de celebrar la Santa
Comunión, poniendo vino en pan en una fuente y comiéndolos. 8) Ha abandonado la
orden y tomado una esposa. 9) Ha dicho que si los turcos invadieran el país no
habría que ofrecerles resistencia y que, si las guerras fuesen justas,
preferiría marchar contra los cristianos, [antes que] contra los turcos; lo
cual es muy grave, pues antes que a nosotros prefiere al mayor enemigo de
nuestra fe.
Es
necesario señalar que Sattler estaba en manos de las autoridades austriacas,
las que tenían el dominio y la jurisdicción sobre Rottenburgo. El católico rey
Fernando de Austria había decretado que el mejor antídoto contra los anabautistas
era administrarles el “tercer bautismo”, es decir ahogarles. El mismo rey, al
enterarse del juicio a Sattler, comentó que lo mejor sería ahogarlo de
inmediato.
A
partir del 15 de mayo de 1527 tiene lugar el juicio contra Sattler, su esposa y
los demás anabautistas presos junto con él y ella. Al serle presentados los
cargos en su contra, Sattler pide se le conceda presentar su defensa. Antes de
hacer la misma, él se reúne con su hermanos y hermanas en la fe para
consultarles y ser animado. Michael Sattler responde uno por uno a los cargos.
Pero es claro que tiene totalmente en contra al sistema político, eclesial y
judicial que le señala de hereje y enemigo de la corona austriaca. A cada
acusación le antepone un caudal de citas bíblicas. Les exhorta a dirimir la
controversia con Las Escrituras como base, y que si con ese fundamento le
convencen acto seguido él estaría dispuesto a retractarse. Pide que se
establezca un verdadero diálogo.
Ante
la solicitud de Sattler “los jueces rieron y juntaron las cabezas”, por su
parte el secretario del ayuntamiento de Ensisheim dijo: “Sí, monje infame,
desesperado perverso, ¿quieres acaso que disputemos contigo? ¡El verdugo
disputará contigo, créemelo!”. Era claro que no consideraban a Sattler como un
interlocutor válido y a su altura, sino un reo de antemano condenado a muerte.
Mientras
estuvo encarcelado, Michael Sattler encontró la forma de escribir y hacer
llegar una misiva a la comunidad anabautista de Horb. En ella les deja saber la
sentencia que le aguarda, y les anima a perseverar en el camino de Cristo:
No
permitan que nadie les quite el fundamento que está establecido en el texto de
las Sagradas Escrituras y que está sellado con la sangre de Cristo y muchos
testigos de Jesús […] Sin duda, los hermanos les han informado que algunos de
nosotros estamos en prisión; después de que capturaron a los hermanos en Horb,
fuimos trasladados posteriormente a Bindsdorf. En ese momento nuestros enemigos
nos acusaron de varias cosas y hasta nos han amenazado primero con la horca y
luego con la hoguera y la espada. En semejante situación extrema, me sometí
completamente a la voluntad del Señor, y me preparé, junto con todos mis
hermanos y mi esposa, a morir por causa de su testimonio […] Por lo tanto
consideré necesario animarlos con esta exhortación para que nos sigan en la
carrera de Dios, para que puedan consolarse con ella y que no desmayen ante la
disciplina del Señor. En pocas palabras, amados hermanos y hermanas, esta carta
será una carta de despedida a todos ustedes que aman a Dios en verdad y le
siguen […]Guárdense de los falsos hermanos; por cuanto el Señor probablemente
me llamará a sí mismo, así que tengan cuidado. Espero por mi Dios. Oren sin
cesar por todos los presos. Dios sea con cada uno de vosotros. Amén.
Michael
Sattler es sentenciado a muerte el 18 de mayo de 1527, dos días después se da
cumplimiento a la orden.
Lo torturaron cruelmente antes de amarrarlo a una escalera y ser lanzado a la
hoguera. Le cercenaron un pedazo de lengua, su cuerpo fue desgarrado dos veces
con tenazas al rojo vivo. Después le ataron a una carreta y de nueva cuenta,
por cinco ocasiones, los verdugos lo laceraron con las tenazas. Hasta el último
momento en que pudo hablar, la multitud le escuchó encomendarse a la gracia de
Dios. Una semana después Margaretha, su esposa, le siguió con valentía en la
pena de muerte. Ella fue ahogada en el río Neckar.
Los
casos citados, hombres y mujeres que vivieron en el mismo tiempo de quienes
sucumbieron al uso de la violencia para defender determinada Iglesia/fe
territorial, no fueron excepcionales dentro de la corriente del anabautismo
pacifista. Literalmente miles de casos semejantes se dieron por casi toda
Europa. Prefirieron sufrir antes que infligir sufrimiento a los demás. Lo
hicieron porque tenían la profunda convicción que la senda de Jesús el Cristo
nada tenía que ver con recurrir a las armas para hacer vencer la causa del
Evangelio. Esta corriente, que tiene herederos confesionales hoy por todo el
orbe, es desaparecida en la obra de Francisco Pérez Antón.
Fuente:
Protestantedigital, 2017
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