Por.
Jacqueline Alencar, España
En
1936, Mackay fue invitado para asumir la presidencia del Seminario de
Princeton. Animado otra vez por Robert E. Speer. Para él el seminario fue un
campo misionero. "La idea de comunidad era central en mis decisiones como
rector", afirmó.
Dice
Mackay que "El seminario teológico es, o debe ser, un semillero
de la cultura verdadera... orgánicamente arraigado en la tradición cristiana
que proveerá la dirección para la restauración de la cultura... El seminario ha
de ser el lugar donde el futuro pastor forme una amistad con las grandes ideas
de la herencia de la fe cristiana... y donde se casa, en el sentido de
Miguel de Unamuno, con la idea suprema, que es más que una idea,
Jesucristo".
Y
también señala que "la teología es el entendimiento de Dios que nace en la
comunión con Dios y nos lleva a la contemplación y discusión de todas las cosas
humanas y divinas a la luz de Dios". Y el teólogo es un caminante
que se ha encontrado con Dios en un encuentro que ha cambiado profundamente
toda su perspectiva.
Anteriormente
ya había comentado que para él "la teología hoy tiene una tarea, la de
devolver el sentido a la vida, la de restaurar os cimientos sobre los cuales se
puede construir toda vida verdadera y pensamientos verdaderos". Y leyendo
sobre todas estas cosas, me interesé por su llegada y estancia al Seminario de
Princeton, en los Estados Unidos, allá por 1936. Quizá recordando las lecturas
de "Vida en comunidad" de Bonhoeffer.
Y
dice Mackay que el teólogo que logra producir una mente iluminada y un corazón
ardiente es aquel que ha recorrido el mismo Camino de Emmaús y allí, a la luz
del crepúsculo, se ha encontrado con el Otro. En aquella Persona, el
pensamiento y la acción cristiana serán una sola cosa. Obrará como hombre de
pensamiento y pensará como hombre de acción". (Del libro Prefacio a la
Teología cristiana, que he estado mencionando).
Interesante
es también el capítulo del citado libro Prefacio a la teología cristiana
titulado 'La verdad es en orden a la bondad', donde hay una afirmación de
Archibald Alexander, fundador del seminario Telógico de Princeton, quien sentía
una preocupación en su época por lo que se llamaba 'ortodoxia muerta'. Cita
Mackay lo que dice Alexander en su libro 'The Log College': "Hay hombres
que pueden seguir manteniendo en teoría un credo ortodoxo, y, sin embargo,
pueden mostrar tan mortal hostilidad a la piedad vital, que deben ser
considerados como enemigos de la causa de Dios y de la obra del Espíritu
Santo". Y agrega Mackay que Alexander sentía con dolor que necesitaba una
gracia especial para ser teólogo. Y, que en verdad nadie necesita tanto de la
gracia de Dios como el hombre que vive, se mueve y tiene su ser en un Seminario
Teológico.
Dice
Sinclair, uno de los biógrafos de Juan Mackay, que cuando éste llegó al
Seminario de Princeton, tuvo que enfrentar un cuerpo de pensamiento teológico
del siglo XIX llamado 'la teología de Princeton'. Y que "Princeton no
estaba en la frontera del pensamiento teológico de sus tiempos. Al contrario,
se había quedado atrás por razón de sus horizontes tan limitados. Se creía que
la Biblia era para el teólogo lo que la naturaleza es para el
científico...". (The Princeton Theology)
Sinclair
nos recuerda que Mackay había sido estudiante en Princeton de 1913 a 1915.
Había llegado de Escocia para "oír algunas de las mismas controversias
teológicas que había escuchado en su tierra durante su niñez y su juventud. Las
luchas entre los exclusivistas y los inclusivistas en los Estados Unidos fueron
semejantes a los debates entre la familia presbiteriana del siglo XIX en
Escocia. A pesar de que su profesor de Inverness le había animado a estudiar
con B.B. Warfield, el joven Mackay no se quedó contento con el enfoque
teológico tradicional de Princeton. "Él soñaba con un seminario de una
nueva orientación y con nuevos horizontes".
Se
dice que cuando llegó al Seminario en 1936, tuvo que enfrenar los resultados
tristes de la controversia en que el profesor J. Gresham Machen y otros
profesores se habían separado de la institución. Y se preguntaba sobre qué
tratamiento iba a prescribir para sanar las heridas y traer salud a la
institución.
Sinclair
señala que "Para Mackay, criado en un hogar donde la oración y la lectura
de la Biblia fue de suma importancia, la defensa de la fe más indicada fue por
el lado de los sentimientos, y no por el lado racional o intelectual". En
su discurso al principio del año académico en septiembre de 1936, citó a
Jonathan Edwards: "La verdadera y última perfección del cristianismo
consiste en una expresión sincera y práctica de los afectos religiosos, por
medio del amor hacia Dios y al semejante... Es muy posible afirmar todas las
declaraciones salvíficas de Dios, afirmar las creencias más ortodoxas acerca de
Jesucristo, el Redentor, pero es posible también no ser cristiano y quedarse completamente
exento de una amistad personal con Dios".
En
el discurso inaugural en Princeton del siguiente año, en febrero de 1937, con
el título de 'Restauración de la Teología', usó una frase de Kierkegaard sobre
el profesor como testigo de la Crucificción: "Entonces como maestros y
estudiantes de la teología cristiana, compartimos el compañerismo de Sus Penas
y seguimos al Maestro en humilde y amorosa obediencia en las tareas que Él nos
entrega en la vida cotidiana...". Y además añadió estas palabras de Barth:
"... a Dios le hacen falta personas, no individuos llenos de frases
ruidosas y novedosas. A Dios le faltan 'perros', cuyas narices husmeen la
realidad del día de hoy, y en ello olfateen el rastro de la Eternidad...".
Y al
final E. Speer le dijo a él: "Edifique su vida en estos muros". Y así
lo hizo, como cualquiera que se siente comprometido con la misión encomendada.
Para mí sería el summum del compromiso...
Esto
apenas es una pincelada sobre esta etapa de la vida de este teólogo, escritor,
periodista..., quien sabe a alguien le interese buscar y leer algún libro de
Mackay y profundizar más. Yo apenas soy una atrevida que osa meterse en temas
quizá muy elevados para ella, pero es como si no pudiera perderme el próximo
capítulo de la novela de la sobremesa. Por eso me quedo con cosas sencillitas
como por ejemplo que Mackay y su esposa Jane optaron por elegir una casa
espaciosa y elegante, y se rumoreó que lo hacían por prestigio, pero en
realidad no era para ostentar sino para poder recibir a profesores y
estudiantes del Seminario. Estaban convencidos que el primer paso para curar
las heridas era crear un sentido de familia, de comunidad. Su propio hogar iba
a ser el lugar de encuentro de la familia seminarista. Y comenta Sinclair que
para la familia Mackay esto significó sacrificar gran parte de su vida privada.
O sea que sabía dónde se estaba metiendo. Que un ministerio de este calibre
implica sacrificios...
Me
extraña que un hombre con tantas responsabilidades no les dijera a los
estudiantes 'arréglense como puedan', 'son libres para decidir por donde ir'...
'Yo ya tengo bastante con mi familia'. Es muy complicado. Me pongo en su
piel.
Otro
detalle que me llama la atención fue un comentario que cita Sinclair: "La
fortaleza del seminario se debe hoy al hecho de que Mackay asumió un
mando personal de la situación desde 1936. Y que fue igualitario en su
administración. Insistía en que todo el mundo conversara con otros en el
Seminario. El estudiante con el estudiante; el profesor con estudiantes; y todos
con el personal administrativo y de servicio. También hizo que los nombres,
fotografías y deberes de toda la comunidad del seminario aparecieran en el
directorio del Seminario por orden alfabético y según su función: 'profesor de
historia', 'oficinista', 'jardinero' y 'rector".
"Mackay
fue amigo de los estudiantes y trataba a todos por igual", comenta
Sinclair. Tenía una palabra de orientación para ellos en lo que se refiere al
llamamiento al pastorado local. Transformó el Seminario en un centro ecuménico
con la llegada de profesores y estudiantes de otros países y tradiciones
cristianas. Dice que antes de la llegada de Mackay a Princeton, había algunos
estudiantes y profesores del extranjero y de otras iglesias reformadas, pero
siempre en un número reducido y su presencia en el Seminario no respondía a un
plan global de internacionalización del mismo.
En
1944 se empezó a publicar la revista Theology Today (La Teología hoy día), cuyo
lema era: 'La vida del hombre a la luz de Dios'. Leo que Mackay señaló que había
concebido la idea de esta revista cuando caminaba por el río Delaware. En la
misma se vislumbraba, en sus artículos y orientación editorial, los nuevos
aires que corrían por el Seminario de Princeton: una teología de compromiso con
la sociedad. Mackay fue su redactor desde 1944 hasta el 51.
En
1942 organizó el Instituto Teológico de Princeton para pastores y laicos
durante el verano. Y continuó escribiendo y publicando libros, entre ellos, Prefacio
a la teología cristiana (1941), Herencia y destino (1943), Cristianismo
en la frontera (1950), Orden de Dios y Desorden del Hombre. Carta a los
Efesios (1957), y El sentido presbiteriano de la vida (1960).
En
1944 fundó la Facultad de Educación Cristiana para la preparación de personas,
en su mayor parte mujeres, para ser directores de educación cristiana y
misioneras. Para ello se compró una propiedad, donde también se
reacondicionaron dos edificios de apartamentos para estudiantes casados.
Durante
esta etapa también participó en el desarrollo del movimiento ecuménico,
tratando siempre de incorporar en dicho movimiento el fuego de su propio celo
evangélico, como comenta Samuel Escobar. También realizó actividades en
beneficio de su propia denominación.
Entre
1945 y 1948 pastores que habían servido como capellanes durante la Segunda
Guerra Mundial volvieron al seminario para un año de estudios de postgrado. Y
en 1949 se materializó el sueño de Mackay de construir el Centro Estudiantil
del Seminario, un edificio con un gran comedor y salones para reuniones y actividades
sociales. Siguiendo su visión de un lugar de encuentro para una comunidad
cristiana; durante su gestión también se construyó la Biblioteca Speer.
Estos
datos los he extraído de la Biografía que sobre Mackay escribió John Sinclair.
También se puede ampliar leyendo el ensayo 'El legado misionero de Juan A.
Mackay', escrito por el teólogo Samuel Escobar, que se publicó en la tercera
edición del Otro Cristo español, de 1991.
Mackay
ocupó la cátedra de ecumenismo durante todos los años de su rectoría. Su curso
de 'Introducción al Ecumenismo' fue obligatorio para todos los estudiantes.
Ninguno pudo librarse de tener contacto con el pensamiento misionero de Mackay.
El contenido general del material académico que Mackay presentó en su curso,
dio lugar al libro El Ecumenismo: Ciencia de la Iglesia Universal,
publicado en 1964.
Me
llama la atención que, después del fin de la Segunda Guerra
Mundial, cuando uno de los principales inventores de la bomba atómica, el
doctor Robert Oppenheimer, fue designado director del prestigioso Instituto de
Estudios Superiores de Princeton, y siendo éste considerado persona non-grata
en el pueblo, Mackay ofreció un lugar en el Seminario para una reunión pública
con el fin de recibir al científico como residente del pueblo y vecino del
Seminario. Es más, nos cuenta Sinclair que también trataba a su vecino el
doctor Albert Einstein con la misma cortesía y amistad.
Para
Mackay todos los seres humanos, incluyendo a los doctores Oppenheimer y
Einstein, a pesar de su posición política o religiosa, deben ser respetados en
su dignidad porque son criaturas de un mismo Dios y miembros de una sola
familia humana, comenta.
La
verdad es que esta afirmación de Mackay, que ya he citado en otra ocasión me
interpela. Con lo que me cuesta dar la otra mejilla... O dar después que
te han lanzado la bomba atómica.
Y,
mientras leía esto, recordé que en Prefacio a la teología cristiana
Mackay menciona, en el capítulo titulado 'La Iglesia y el orden social', lo
siguiente: "En los círculos eclesiásticos los nombres de Edimburgo,
Estocolmo, Lausana, Jerusalén, Oxford, Madrás, están vinculados con la
aparición de una expresión colectiva del cristianismo tal como la Iglesia
Cristiana no había conocido eclesiásticamente desde el sisma entre las iglesias
Oriental y Occidental, ni étnicamente desde los comienzos de la era
cristiana". Me llamó la atención el nombre de la ciudad suiza de Lausana
que rápidamente asocié con ese gran congreso de evangelización mundial de 1974.
Pero no, aquí él se refiere a la segunda reunión que salió de Edimburgo 1910,
tal como lo señala Samuel Escobar en un artículo publicado en P+D (mayo de
2010): "de Edimburgo salió la conferencia de Fe y Orden, cuyo propósito
era estudiar los temas relativos a la doctrina y el ministerio entre las diferentes
Iglesias Protestantes. Su agenda era el diálogo teológico en busca de un
acercamiento para encontrar terreno común entre las diferentes iglesias y
denominaciones y explorar también la razón de ser de las diferencias. Su primer
encuentro se dio en Lausana en 1927, seguido de muchos otros. Cuando se realizó
un encuentro en Latinoamérica para tratar los temas de bautismo, ministerio y
eucaristía, la reunión se realizó en Lima, Perú, en 1982. La Iglesia Católica
fue invitada al primer encuentro pero rechazó consistentemente la
participación".
En
realidad, todo lo anterior me hizo retrotraerme a ese encuentro también
realizado en Lausana, pero en el año 1974, de ahí el nombre de lo que se
denomina el Movimiento Lausana, que empezó a gestarse en otro gran Encuentro
Mundial de Evangelización llevado a cabo en Berlín, en 1966, y se materializó
con el Congreso Internacional de Evangelización Mundial en la ciudad suiza de
Lausana. En octubre de 2010 tuvo lugar el III Congreso de Lausana en Ciudad del
Cabo (Sudáfrica) y de ahí resultó el Documento llamado Compromiso de Ciudad
del Cabo, que viene a ser una hoja de ruta para la misión cristiana. Y
donde se proponen 34 grandes temas, entre ellos el de la Educación Teológica y
la Misión.
Así
que, al mencionar lo que nos dice Mackay acerca de los seminarios... me sentí
estimulada a abrir nuevamente la Guía de Estudio sobre el Compromiso
de Ciudad del Cabo, editada por Andamio (también puede leerse aquí), para recordar lo que nos dice acerca de
la Educación Teológica. Cito solo un fragmento: "Somos llamados a hacer
discípulos, no simplemente convertidos. La misión global de la Iglesia no puede
definirse únicamente en términos evangelísticos o ministerios de compasión
hacia necesidades humanas. Debe abarcar también la creación de comunidades de
fe donde las personas pueden crecer en su fe y la provisión de estructuras
adecuadas para la educación teológica de los que llegan a conocer a Cristo a
través del testimonio integral de la iglesia. De esta asociación entre la
educación teológica y la misión se ocupa la última sección del Compromiso de Ciudad
del Cabo". Os invito a leerla. Hay muchas cosas buenas para retener.
Siempre a la luz de la Palabra.
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