Por.
Carlos Martínez García, México
Martín
Lutero tuvo antecesores y conocerles ensancha horizontes para comprender la
Reforma protestante. Con distintas variantes en siglos anteriores a la crítica
del monje agustino contra el sistema teológico y eclesiástico que sustentaba la
venta de indulgencias, emergieron personajes y movimientos que buscaron renovar
el régimen de Cristiandad basados en las directrices descubiertas en su lectura
de la Biblia.
Desde
el momento en que la fe antes perseguida por el Imperio romano pasó a ser la
oficial, iniciándose así lo que Jacques Ellul llama la subversión del
cristianismo, existieron núcleos contrarios a la mencionada oficialización y
reivindicaron el principio de que las comunidades cristianas deberían
integrarse por creyentes y seguidore(a)s de Cristo. Ya en esta serie he
referido una obra que sigue la ruta de los movimientos que rehusaron subirse a
la aventura imperial, la de Juan Driver, La fe en la periferia de la
historia. Una historia del pueblo cristiano desde la perspectiva de los
movimientos de restauración y Reforma radical (Ediciones CLARA-SEMILLA,
Bogotá-Guatemala, 1997).
Más
que ninguna otra influencia, fue la lectura de la Biblia y particularmente de
la Carta a los Romanos lo que le llevó a Lutero al reto del entramado doctrinal
y eclesiológico católico romano. Sus adversarios tenían más conocimiento que él
de otros que antes hicieron propuestas similares, y fueron juzgados como
herejes. Cuando al teólogo alemán le llamaron husita, seguidor de Juan Hus
el reformador checo, desconocía a qué se referían con ese epíteto. Después,
al conocer sobre la heroica gesta del teólogo bohemio, reconoció que era husita
sin saberlo. Igualmente, sin conocerla, el monje Martín estaba continuando
la herencia de Juan Wycliffe, inglés profesor en la Universidad de Oxford,
traductor de la Biblia y crítico del sistema papal romano.
Las
crecientes exigencias de las autoridades católico romanas para que Lutero se
retractara de sus críticas y se plegara a la ortodoxia administrada por el
papa, fueron convenciendo al profesor de la Universidad de Wittenberg que el
corazón de su enfrentamiento estaba en también retar la autoridad del pontífice
romano y su pretensión de ser el vicario de Cristo. Fue entonces que
enderezó sus escritos y sermones contra León X y quienes le sucedieron,
refiriéndose a ellos con distintos términos, por ejemplo el de ser encarnación
del Anticristo.
Lutero,
a diferencia de sus precursores, tuvo varias condiciones sociales, políticas
y tecnológicas (como nadie antes pudo difundir lo escrito masivamente
gracias a la imprenta) favorables que le permitieron construir un espacio
protector. Aunque fue beneficiario de quienes le precedieron en el
enfrentamiento al sistema católico romano, incluso sin saberlo, el beneficio no
fue mecánico y tampoco ineluctable, ya que él descubrió por sí mismo lo que
otros habían descubierto anteriormente.
Uno
de los predecesores poco mencionados, y quien contribuyó a deslegitimar la
preponderancia del papado, fue el teólogo franciscano Guillermo de Ockham
(1295-1350), inglés, estudiante y profesor de la Universidad de Oxford.
Escribió en latín un libro que desde su título ha de haber llamado
poderosamente la atención: Sobre el gobierno tiránico del papa,
redactado entre 1339 y 1340. La obra era conocida por referencias y
fragmentariamente, en 1928 fue hallada por R. Scholz una copia de fines del
siglo XIV o comienzos del XV. Al castellano la tradujo Pedro Rodríguez
Santidrián (Editorial Tecnos, Madrid, 1992), circula una reedición más
reciente, del 2008, cuya imagen de portada reproduzco en este artículo.
Las
líneas finales del prólogo escrito por Ockham a su libro son las siguientes:
“De este modo manifestaré lo que me parece a mí ahora lo más coherente con la
verdad, dispuesto a que, si es falso, sea reprobado por el juicio de alguien
más docto. Pero no estoy dispuesto a someter a la corrección de nadie lo que es
evidente por las Sagradas Escrituras o por la razón. Tales cosas se han de
probar y en modo alguno corregir”. En semejantes términos concluyó su defensa
Martín Lutero en la Dieta de Worms (abril de 1521). ¿Qué tanto conocía el
agustino del franciscano? La Universidad de Erfurt, en la que estudió Lutero,
era seguidora de la vía moderna “surgida de la doctrina de Guillermo de
Ockham”, por lo que en cierta forma Lutero “fue deudor de una formación
ocamista” (Salvador Castellote, Reformas y Contrarreformas en el siglo
XVI, Ediciones Akal, Madrid, 1997, p. 16).
Ockham,
apunta Rodríguez Santidrián, sostenía un punto de partida hermenéutico que
lo diferenciaba del tomismo dominante: “El maestro al que hay que seguir no es
Aristóteles, es Cristo. La Biblia es el libro al que hay que acudir siempre
y las decisiones de la Iglesia universal hay que tenerlas siempre en cuenta”.
La misma base hermenéutica, la primacía de Cristo y su modo de hacer misión,
la sostendría fray Bartolomé de las Casas en la polémica (1550-1551) con el
teólogo imperial y defensor de la esclavitud de los habitantes del Nuevo Mundo,
el teólogo y aristotélico Juan Ginés de Sepúlveda. Ambos protagonizaron un
debate teológico en Valladolid, España. Sobre la polémica escribió un libro
Lewis Hanke (La humanidad es una, Fondo de Cultura Económica, México,
1985). El acontecimiento estimuló a Jean-Claude Carrière para escribir
una fascinante obra de teatro, La controversia de Valladolid, cuyo guión
fue traducido al castellano por José Caballero y Rosamarta Fernández.
Ockham
está en la línea de quienes en la historia han ido a contracorriente de
amoldarse a la ideologización del Evangelio, mecanismo que diluye su potencial
revolucionario. Su teología proponía restituir lo que había sido falsificado:
“Ninguna área de la teología de Ockham fue más radical para su tiempo y más
controvertida que su eclesiología. Él reaccionó contra toda la estructura
jerárquica medieval de la Iglesia y su tendencia a identificar el cuerpo de
Cristo con el clero y la casi exclusión de los laicos. En su tiempo
especialmente criticó el rol del obispo de Roma –el papa o supremo pontífice– y
clamó por regresar al modelo bíblico de liderazgo en la Iglesia” (Roger E.
Olson, The Story of Christian Theology. Twenty
Centuries of Tradition and Reform, InterVarsity Press, Downers
Grove, IL, 1999, p. 356).
La
lectura de Guillermo de Ockham evidencia algo en apariencia muy sencillo, pero
que a lo largo de los siglos ha sido mediatizado por principios e
interpretaciones que obnubilan la claridad del Evangelio: hay que regresar
una y otra vez a un acercamiento cristológico y cristocéntrico en la lectura de
la Palabra para que, como a los discípulos camino a Emaús, se nos abran los
ojos y arda el corazón (Lucas 24:30-31). En el camino es necesario aprender a
mirar, sentir y actuar en el espíritu de Cristo.
Fuente:
Protestantedigital, 2017
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