Por. C. René Padilla, Argentina
El 31
de octubre del año en curso se celebró a nivel mundial el quinto centenario de
la Reforma Protestante. Desde hace ya mucho tiempo, cada año se ha venido
recordando que, según la tradición, en el último día de octubre de 1517 Martín
Lutero clavó sus 95 Tesis en la puerta de la Iglesia de Wittemberg, Alemania.
Sin embargo, cabe anotar que ese sacerdote agustino estuvo precedido por varios
otros religiosos que lo antecedieron en su lucha por lograr que la Iglesia
Católica Romana retomara el camino de fidelidad al Evangelio de Jesucristo
sobre la base de la enseñanza bíblica. Entre ellos sobresalen el inglés John
Wycliffe (1320-1384), el checo Jan Hus (1369-1415) y el florentino Girolamo
Savonarola (1452-1498). Lejos de lograr su objetivo, estos tres predecesores de
Lutero fueron condenados a muerte como herejes.
No hay
registro de las víctimas de la intolerancia religiosa que pagaron el mismo
precio por haber elegido el camino de la reforma. Los países latinoamericanos,
en general, nacieron como países católicos romanos, colocados desde sus inicios
bajo el signo de la Inquisición. Con alguna excepción (pienso especialmente en
el Ecuador), hasta hace menos de un siglo era imposible nacer, casarse, morir y
hasta ser enterrado fuera de la Iglesia Católica Romana: no había registro
civil independiente, y la única manera de registrar estos acontecimientos
“oficialmente” era por medio de esa Iglesia. En los siglos XVI y XVII los
tribunales de la Inquisición española tomaron los recaudos necesarios para
impedir que la semilla de la Reforma germinara y floreciera en términos de
iglesias calificadas como “herejes”. Esta situación cambió paulatinamente como
resultado de la descolonización producida por las guerras de la Independencia
en el siglo XIX. Sin embargo, el nuevo capítulo de la historia del
Protestantismo en América Latina que comenzó a escribirse a partir de ese
entonces se escribió con sangre derramada por el fanatismo religioso católico
romano al amparo de gobiernos que no incluyeron la libertad de culto en sus
constituciones, casi todos ellos hasta muchos, muchos años después de la gesta
emancipadora.
Con
este trasfondo histórico, sorprenden los radicales cambios que han estado
sucediendo en el escenario religioso de nuestro continente, especialmente en lo
que atañe a la relación entre el Catolicismo Romano y el Protestantismo desde
hace más o menos un siglo y especialmente desde el Concilio Vaticano II
(1962-1965) y el aggiornamento promovido por el Papa Juan
XXIII. Poco a poco en casi todo el territorio latinoamericano ha ido
despejándose la densa neblina que por varios siglos cubría la relación entre la
Iglesia Católica Romana y las iglesias herederas de la Reforma Protestante. Una
de las expresiones más claras de ese cambio es la Declaración conjunta
luterano-católico romana sobre la doctrina de la justificación por la fe, firmada
el 31 de octubre de 1999, bajo Juan Pablo II, de la cual da cuenta el panfleto
publicado en castellano bajo el título Del conflicto a la comunión. Tal
Declaración conjunta fue la culminación de un largo proceso de diálogo en el
cual participaron no sólo católicos romanos y luteranos sino también cristianos
de varias otras denominaciones evangélicas. El mismo acercamiento
católico-protestante es representado y hasta profundizado por el Papa
Francisco, quien ha expresado públicamente su convicción que Lutero no fue un
hereje sino un reformador que, motivado por su deseo de ver el retorno de la
Iglesia al evangelio de Jesucristo, dio un gran paso para poner la Palabra de
Dios en manos del pueblo. Y en anticipación de la celebración de los 500 años
de la Reforma, en la Catedral de Lund, Suecia, el 31 de octubre de 2016,
declaró que “la experiencia espiritual de Martín Lutero nos interpela y
nos recuerda que no podemos hacer nada sin Dios. ‘¿Cómo puedo tener un Dios
misericordioso?’ Esta es la pregunta que perseguía constantemente a Lutero. En
efecto, la cuestión de la justa relación con Dios es la cuestión decisiva
de la vida. Como se sabe, Lutero encontró a ese Dios misericordioso
en la Buena Nueva de Jesucristo encarnado, muerto y resucitado. Con
el concepto de ‘sólo por la gracia divina’, se nos recuerda que Dios tiene
siempre la iniciativa y que precede cualquier respuesta humana, al mismo tiempo
que busca suscitar esa respuesta. La doctrina de la justificación, por tanto,
expresa la esencia de la existencia humana delante de Dios”.
A la
luz de este reconocimiento de la validez del énfasis central de la Reforma
expresado nada menos que por la máxima autoridad de la Iglesia Católica Romana,
no sorprende que este pasado 31 de octubre, al cumplir el quinto centenario de
la Reforma, se realizara en la Catedral de San Isidro, Provincia de Buenos
Aires, un culto de conmemoración de la Reforma Protestante organizado por el
grupo ecuménico, con la participación de la mayoría de las iglesias evangélicas
de la Zona Norte de Buenos Aires.
Sin
embargo, no faltó la nota discordante: a la entrada a la Catedral, un grupo de
militantes antiprotestantes repartió un volante con el siguiente mensaje:
Luego,
durante la predicación, el grupo en mención, gritando a voz en cuello, entró al
lugar donde se estaba celebrando el culto. La respuesta no violenta que
recibieron los agresores fue la mejor que se les podía dar: el coro de la
Cámara Santa Rita, que ya antes había cantado “Señor, ten piedad de nosotros”
(de la Misa Criolla), repitió inesperadamente la misma canción y toda la
numerosa congregación se puso de pie y unió sus voces a las del coro.
Probablemente la oración más apropiada frente al fanatismo que a lo largo de la
historia ha frustrado el diálogo y ha obstaculizado la búsqueda de la unidad en
Cristo.
Fuente:
El blog de René Padilla, 2017.
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