Por. Carlos Valle, Argentina
"Todos
los viajes tienen destinos secretos sobre los que el viajero nada sabe”. Martin
Buber
Nunca
he trabajado buscando premios. Hago tanto por recibir premios como por ir a la
cárcel, pero no me consideren desagradecido hacia este honor; es sólo que ni
premios ni cárcel podrán nunca apartarme del camino que me he trazado. Lech
Walesa
La
historia del viaje de Pablo a Roma vuelve a relatarla directamente el escritor
de Hechos. Pablo, junto a un número no determinado de presos, es embarcado en
una nave en Adramitio, un pequeño pueblo costero de Misia. Es sabido que, en
aquellos tiempos, los barcos no cruzaban en forma directa el Mediterráneo.
Aquellas embarcaciones debían evitar encontrarse con un mar que podía ser
bravío, y era conveniente navegar cerca de los puertos. Pablo inicia su
complejo viaje hacia Roma recibiendo un trato preferencial, lo que le permite
llevar a un amigo llamado Aristarco, de quien no se da mayor información, y al
redactor en esta etapa de Los Hechos.
El
desarrollo de este viaje, en el que abordan varias naves y recorren un buen
número de puertos, se destaca por algunos episodios a señalarse. El primero,
ocurre en el puerto de Sido donde el centurión Julio, que comandaba la nave le
permite a Pablo (27:3) visitar a sus amigos. Esto da a entender que, si bien
Pablo era un prisionero como los otros que llevaba en la nave, el hecho de ser
Pablo un ciudadano romano debe de haber influido en las gentilezas del
centurión. Aunque es cierto que no se explicitan las razones del centurión para
favorecer de esta manera a Pablo.
Posteriormente,
ya en Mira, se embarcan en una nave alejandrina que se dirigía a Italia.
Posiblemente una de aquellas naves que transportaban granos. El viaje empieza a
ser azaroso a causa de los fuertes vientos, y con dificultad llegan a un lugar
llamado Buenos Puertos. Allí quedan retenidos por un largo tiempo, porque las
condiciones para la navegación no mejoraban. Ese es el momento en que
interviene Pablo alertando sobre los peligros que los amenazan si continúan con
la navegación, porque puede producir no solo perdida de cargamento sino de
vidas humanas.
No
tenemos información de que Pablo tuviera habilidades marítimas para hacer esas
tajantes aseveraciones y cuestionar la decisión del piloto. Allí, el centurión
no está de acuerdo con Pablo y quiere seguir los consejos del piloto y del
dueño de la nave que, seguramente, tendría interés en preservar el cargamento y
llegar pronto a Italia. Les parecía que era posible encarar el viaje, pero
pronto se vieron enfrentados a un fuerte viento huracanado. Frente al peligro,
arriaron las velas y quedaron a la deriva. Pasaban los días y la tormenta no
cejaba, y “ya habíamos perdido toda esperanza de salvarnos.” (27:20).
Nuevamente
Pablo les recrimina que no lo hubiesen escuchado, y ahora deberán enfrentar
“perjuicio y pérdida”. No obstante, no deja de animarlos y anunciarles que no
habrá ninguna pérdida humana sino solo la nave. Ratifica sus dichos con la
promesa que recibió del “ángel de Dios” que no debía temer, porque es necesario
que comparezca ante César y así, tampoco les pasará nada a los demás porque él
confía en Dios. Diciendo esto les indica que es necesario alcanzar alguna isla.
Aquí
Pablo cambia lo que se había indicado como el propósito de su viaje. Ahora ya
no reclama que, acepta ser enviado a Roma por ser ciudadano romano, sino que
este viaje se ha tornado en una decisión divina, lo que garantiza su vida hasta
llegar ante Cesar. Pablo había entendido que el pedido Dios era que testificara
en Roma como lo había hecho en Jerusalén (23:11). Busca garantizar el anuncio
del “ángel de Dios”, que ya le había indicado que no tuviera temor. Hay que
destacar que, a pesar de esas afirmaciones, Hechos, como se verá, no indica que
ese encuentro se hubiese llevado a cabo. El largo tiempo que se registra sobre
su presencia en Roma no hace mención a ningún proceso que demostrara que se
hubiese desarrollado el pedido de juicio que Pablo mismo había requerido.
La
difícil travesía
La
búsqueda de esa necesaria isla no es cosa fácil. Durante catorce días son
“llevados a través de mar Adriático” (27:27) hasta que todo daba a entender que
estaban cerca de alcanzar tierra, pero en una zona plena de escollos. Los
marineros tratan de salvar sus vidas fingiendo que están ocupándose de las
anclas, mientras al mismo tiempo buscan soltar los botes. Pablo alerta al
centurión que es necesario que los marineros permanezcan en la nave, porque de
otra manera todos perecerían. El centurión corta las sogas que sostienen al
bote y lo deja perderse, evitando así el escape de los marineros.
Para
Pablo, ahora ha llegado el tiempo para comer el pan que parte, lo que anima a
alimentarse a todos los demás. Un gesto cargado de simbolismos que no se
explicitan. Allí, nos enteramos el número exacto de las personas que iban en la
nave: doscientos setenta y seis y, dada su situación precaria, solo les queda
una decisión: echar el trigo al mar.
Cuando
amanece buscan la mejor manera de llegar a tierra seca. Encallan la nave
dejando que la proa quede inmóvil, mientras la popa se partía por la violencia
del mar. En esta situación, los soldados acuerdan matar a los presos para que
ninguno intente fugarse. La huida de presos podía acarrear fuertes penas para
los soldados. Se recuerda el temor del carcelero de Filipos que intentó
quitarse la vida porque creyó que los presos se habían escapado (Hechos
16:25-28). El centurión lo sabe y, además, está llevando a un preso, que debe
preservar. Para evitar mayores complicaciones, impide que los soldados cumplan
sus deseos, indicándoles que comiencen a nadar para ganar la orilla, o que lo
hagan aferrándose a las tablas de la nave. De una u otra manera, todos se
salvan y ponen sus pies en tierra seca.
Su
paso por la isla de Malta
Han
llegado a la isla de Malta Cap. 28), la que originalmente, había sido una
colonia fenicia, muy importante como centro marítimo comercial. Allí, “los
naturales” o “indígenas” los tratan muy bien. Encienden un fuego al que Pablo
quiere añadir unos leños. Una víbora se sube a su mano y causa el espanto de la
gente, porque creen que así se demuestra que se trata de un homicida que “la
justicia no deja vivir”. Pero Pablo sacude su mano y arroja la víbora al fuego
y nada le sucede. Ahora, la reacción es otra, pasan de considerarlo un homicida
a pensar que se trata de un dios.
Aun,
aceptando que se trata del relato mítico, lo que sucede, ya sea porque se trate
de un pueblo politeísta o simplemente supersticioso, este cambio radical de
opinión se presenta en la vida de muchas comunidades sin que sean una u otra
cosa. A veces, hechos reales, o la apariencia de ellos, generan opiniones que
pueden favorecer o condenar personas. Lo que pasa en Malta no es muy lejano a
lo que ocurre en la historia en general.
Uno de
los principales del lugar, llamado Publio, por tres días, los recibe en su
casa. Durante ese tiempo se menciona que Pablo curó al padre de Publio y a
muchos otros que vinieron a verle. En agradecimiento, les ofrecieron todo lo
necesario para emprender la continuación de su viaje. Se mencionan solo los
tres días que los hospedó Publio, pero la permanencia en la isla fue por tres
meses, hasta que zarparon en una nave de Alejandría que había estado allí
durante todo el invierno, que llevaba por enseña a Cástor y Polux, los hijos de
Zeus, que eran para los romanos los patrones de los marineros.
Pasan
por Regio, bordeando el suroeste de Italia, para luego llegar a Poteoli,
principal centro de importadores de cereales de Roma en la bahía de Nápoles.
Allí encontraron a hermanos que les pidieron que se quedaran siete días con
ellos y después partieron hacia Roma donde otros creyentes les dieron la
bienvenida en el inicio de la importante Vía Apia, ya muy cerca de la gran
ciudad.
Estando
en Roma, nuevamente aparece en escena el centurión y los presos, los cuales son
entregados al prefecto militar, salvo a Pablo, a quien se le permite vivir
aparte custodiado por un soldado. No se sabe qué es lo que pasó con el
centurión y los presos cuando arribaron a Malta. Todo da a entender que Pablo y
sus acompañantes se movían con mucha libertad. Por otra parte, no hay mención
de que hubieran intercambiado una palabra entre ellos, ni que Pablo hubiese
intentado predicar a los presos. El relato está muy concentrado en destacar la
acción prominente de Pablo en todo el trayecto de ese azaroso viaje.
Encuentro
y desencuentro con los judíos
Pasado
solo tres días de su permanencia en Roma, Pablo parece haberse recobrado de la
travesía. Así, invita a una reunión con la participación de los principales de
los judíos. Hechos hace un resumen de la presentación que ofreció Pablo, donde
menciona no haber hecho nada contra el pueblo, “ni con las costumbres de
nuestros padres”, y que fue puesto preso en Jerusalén en manos de los romanos.
Los romanos no encontraban en él ninguna causa de muerte, y querían soltarlo,
pero los judíos se oponían. No habiendo otra salida dice: “me vi obligado a
apelar al Cesar” (28:19), pero eso no significa “que tenga que acusar a mi
nación”. Entonces ¿por qué está en Roma? “por la esperanza de Israel estoy
sujeto con esta cadena”.
La
reacción de los judíos es llamativa. Primero, porque dicen no haber recibido
ninguna carta de Jerusalén, nadie lo ha denunciado ni ha hablado mal de él. Sin
embargo, ellos saben que sobre esa “secta” “en todas partes se habla contra
ella.”(28:22) Lo que da a entender, que no están tan ajenos a lo que Pablo les
cuenta. Después, acuerdan escucharán de Pablo todo lo que él quiera
compartirles. Brevemente, se indica que les habla del Reino de Dios, buscando
persuadirlos acerca de Jesús, “tanto por la ley de Moisés como por los
profetas”. Pablo reitera aquí su interés por convencer a los judíos, al
integrar su mensaje como una continuación y culminación de todo la historia de
las promesas, que finalmente ha llegado a cumplirse.
Discuten
durante todo un día, pero hay disensión entre ellos. Como no logran ponerse de
acuerdo, Pablo tiene una fuerte reacción como si no pudiera aceptar que no
reciban su mensaje, y les responde con la recriminación que Isaías le hace al
pueblo por su ceguera, ya que por estar oscurecida su mente, no pueden
entender. Pablo, de esta manera, quiere asentar que el rechazo que está
recibiendo de los judíos de Roma, no es un rechazo a su persona sino a la
propia tradición. Es a partir de allí, como un desafío, que les anuncia que ese
mensaje que ellos rechazan, ahora será dirigido a los gentiles, y que ellos sí
van a oír. Al escuchar estas palabras, los judíos dan por terminado su
encuentro con Pablo.
Este
brusco final de la relación con los judíos no tiene comentarios posteriores, ni
mención alguna sobre si existió un trato posterior con ellos, si es que hubo
alguno, especialmente porque se habla de la permanencia de Pablo en Roma en un
tiempo que no se especifica, salvo los dos años que pasó en una casa alquilada.
Actividades
de Pablo en Roma
“Recibía
a todos los que a él venían” y predicaba el reino de Dios, abiertamente y sin
impedimentos. Con estas palabras Hechos pone punto final a su relato, dejando
muchas preguntas sin resolver, amén de dar una imagen un tanto confusa de todo
lo relacionado con la situación y proceso de este ciudadano romano. Hechos ha
compartido en detalle el itinerario hasta llegar a Roma. En el trayecto cuenta
algunos sucesos que ponen color a la complicada travesía, porque se esperaba
que la llegada y permanencia de Pablo en Roma iría a darle al narrador una
oportunidad muy clara para ampliar con cierta minuciosidad lo que estaba compartiendo.
Solo dice que Pablo seguía encarcelado en Roma, a pesar del trato preferencial
que le habían otorgado. Pero, no se detiene siquiera a esbozar pasos que
pudieran llevar a modificar o resolver esa situación.
No se
sabe si finalmente Pablo llegó a estar frente al Cesar, o si se pensaba que el
caso se resolvería o estaba en vías de serlo, sin llegar a esa instancia. El
cierre del relato de Hechos es muy abrupto, Se pueden imaginar muchas posibles
razones para trazar ese final, las que no se puedan constatar. Se podría
argumentar, por ejemplo, que el texto programado era más largo y comprensivo,
pero su autor u otras manos le pusieron aquí su punto final, ya sea porque no
tenían constancia de sucesos posteriores, porque reservaron material para una nueva
publicación, o sencillamente no quisieron contar lo que finalmente sucedió.
Los
registros históricos de esa época no aportan información que ayude a hacer
deducciones fidedignas. La imaginería religiosa trazó escenarios que no pueden
sustentarse históricamente pero que pintaron cuadros que alimentaron la piedad
de la iglesia y su andamiaje religioso.
¿Cuál
fue la relación de Pablo con los cristianos en Roma?
La
relación de Pablo con los cristianos en Roma aparece en su Carta a los Romanos
donde expresa su deseo de visitar la ciudad “para comunicarles algún don
espiritual” (Rom. 1:11).
Después
de compartirles su visión teológica, considerada por el reformador Melanchthon
como “un resumen de toda la doctrina cristiana”, vuelve sobre el final a
insistir en su deseo de visitarles en viaje a España. Les solicita que rueguen
por él para “que sea librado de los rebeldes que están en Judea”, y que la
ofrenda, que lleva “para los pobres que hay entre los santos”, sea bien
recibida en Jerusalén, ya que básicamente es para los gentiles. Por último,
escribe un extenso párrafo dedicado a enviar saludos a un gran número de
personas y familias (Rom.16) como muy cercanas a él y a su ministerio. Hechos
ha mostrado que los planes originales de Pablo no llegan a cumplirse. Él va a
Roma, por su propio requerimiento, ya no como parte de su plan misionero sino
como prisionero de Cesar. De todas maneras, a lo imprevisto Pablo lo presenta
como una instrucción divina: ”es necesario que testifiques también en Roma”
(23:11).
Entre
el envío de su Carta y lo que sucede en Roma, ha pasado, seguramente, una larga
década. No obstante, no hay un registro en Hechos de que su obligado viaje haya
producido una conmoción en la vida de la comunidad cristiana. Si bien es
cierto, que van a su encuentro cuando se enteran que está llegando a Roma, no
se dice que fuera hospedado por ellos, sino que vivió al menos dos años en una
propiedad alquilada. Tampoco se indica quien o quienes se hicieron responsables
del alquiler y sostén de Pablo.
Los
misterios de Hechos
No
bien llegado a Roma solicita una reunión con los “principales de los judíos”
quienes, como se ha indicado, comienzan por hacerse los desentendidos, aunque
reconocen que alguna información les ha llegado. Se sabe que la reunión termina
con la decisión de Pablo de dedicarse solo a los gentiles. Todo da a entender
que hay una distancia apreciable entre lo que ha comunicado con su Carta, la
mención pormenorizada de hermanos de Roma, y su permanencia en estas tierras.
¿Conocían
en Roma lo que Pablo había escrito en su Carta? ¿Por qué ninguno de los nombres
mencionados en la Carta aparecen en Hechos? Este, seguramente, es uno de los
misterios que ronda el final tan escueto y abrupto de Hechos. A todo esto, hay
que agregar que, en Hechos, nunca se indica ningún escrito de Pablo, ni una
mención de las, al menos, sietes carta que le han sido adjudicadas como
auténticas.
Por
otra parte, la manifiesta enemistad de Pablo con los judíos, como se ha dicho,
no produjo, después una larga jornada de discusión, ningún tipo de reflexión
posterior. Al mismo tiempo, no se registra que en los dos años que pasó Pablo
en esa casa alquilada, a la cual visitaron muchas personas para escucharlo,
diera como resultado que algunos de ellos se añadieran a la comunidad de creyentes.
En todos los otros casos en que se predicaba el evangelio siempre se indica en
Hechos resultados muchas veces significativos, dado que en número considerable
se integraban a la naciente iglesia. Tampoco hay ninguna mención de que Pablo
siguiese relacionado con las iglesias con las cuales tuvo tanto contacto y que
se recuerdan por las cartas que les hizo llegar.
Otro
misterio en esta historia es la total ausencia de algún tipo de contacto con
los apóstoles. Ya se indicó como la figura de Pedro en un momento se diluye y
no se llega a saber nada más acerca de él o de los otros apóstoles, salvo una
mención de un encuentro con Jacobo en Jerusalén (21:18). Hechos se inicia con
una introducción que parece determinar el carácter de toda la historia.
Comienza con un resumen de quién es ese Jesús, su elevación y la promesa del
Espíritu Santo que será el poder que moviliza su predicación. Son esos
apóstoles los primeros testigos. Como resultado de su predicación se van
integrando nuevos adeptos a esa incipiente comunidad. Esta es la base de la
historia que se propone tratar. La creación de los grupos que pronto se
organizan adquiere la característica de comunidades de participación de bienes,
sin ninguna estructura que evidenciara la presencia de autoridades eclesiásticas.
De
la comunidad a la institución
Quizás,
se deba comenzar por preguntar si los relatos en Hechos hablan de una realidad
lejana a la concepción más tradicional de lo que hoy se entiende por una
iglesia. Cuando Hechos menciona la partida de Jesús de este mundo anuncia la
venida del Espíritu Santo, con cuya presencia y poder contarán sus testigos
hasta lo último de la tierra.
No hay
mención de la creación de una institución llamada iglesia sino de un poder que
será la fuerza de los apóstoles para ser testigos de Jesús. No se los reviste
de una autoridad especial separada de los demás creyentes. Llamarlos apóstoles
es reconocerles que ellos han estado con Jesús, que “comieron y bebieron” con
él antes de su partida. Ese el poder que los sustenta, pero no los coloca en un
escalón superior en la comunidad. La presencia y ministerio de Pablo, cuya
insistencia en ser considerado apóstol ya ha sido tratado, no oscurece el hecho
de que se indica una marcada libertad de acción que puede, en algunos casos,
ser considerara como excesiva.
Si hay
una cualidad que pudiera caracterizar al cristianismo, según lo que cuenta
Hechos, es que se está frente a un movimiento, no frente a una organización que
se va integrando. Es reconocido que todo movimiento llega un momento en el que,
inevitablemente, necesita dar lugar a un tipo de organización. Este proceso no
está predeterminado para que llegue a asumir un particular esquema, al que
necesariamente tenía que arribar la comunidad cristiana. El desarrollo de
comunidades con estructuras jerárquicas que se irán afianzando, mayormente, a
partir de la era constantiniana.
Los
vaivenes del conflicto
La
predicación cristiana viene a desafiar a la autoridad religiosa judía de aquel
tiempo, que no reconoce en ese Jesús el cumplimiento de los tiempos proféticos
Lo cierto es que los apóstoles, hijos de su tiempo, se aferran a su tradición y
quieren demostrar que ese nuevo tiempo es la culminación de la larga esperanza
del pueblo de Israel.
Este
es uno de los aspectos del conflicto que se agranda cuando el mensaje se dirige
a los gentiles a quienes no se les exige ajustarse enteramente a la tradición
judía. Esta dimensión universal del mensaje, ya se encuentra desarrollada en la
época que se escribe Hechos. Sin embargo, aquí no se obvia el conflicto porque
no todos los seguidores de la tradición judía quieren aceptar la entrada de
gentiles sin pasar por la ciudadanía religiosa judía. Es este el mayor
conflicto que atraviesa todo el libro de Hechos al cual no se le encuentra una
solución definitiva.
Los
primeros misioneros consideraron la tradición de Israel como central en la
comprensión de su predicación, y es en esta tradición que hay que descubrir su
dimensión universal. Pero la visión del mundo helenístico, que no tiene a la
tradición judía como propia, aparece como un observador no muy interesado en un
conflicto que le es ajeno. Al mismo tiempo, la comunidad no parece considerarse
sujeta a la autoridad romana, la que siempre intenta permanecer al margen de
este conflicto. Las autoridades romanas actúan de oficio, evitando la
confrontación con los judíos.
La
falta de interés con que los atenienses reciben en el areópago la arenga de
Pablo sobre la resurrección es otra muestra de que, en aquel momento, la
cultura de aquellas tierras estaba muy ausente de lo que pasaba en el mundo
judío. El final del libro pone una marca muy terminante de separación en el
latente conflicto presente en la comunidad, como se ha mencionado
repetidamente. Aquí, Pablo abandona todo contacto con los judíos, y se los
anuncia, para concentrarse en la predicación a los gentiles. Pone así una nota
de fractura que deja en suspenso cualquier posibilidad de reencuentro.
De
todas maneras, esta ruptura no modifica los contenidos tradicionales sobre los
que sostiene el desarrollo de esta incipiente comunidad cristiana. Su
característica de movimiento, está apegada a la tradición judía, no solo porque
es la herencia de su pasado, sino porque tenderá a seguir aferrada a ese
pasado.
Un
poder que prevalece
Al
mismo tiempo, este movimiento, que no tiene una estructura determinada, irrumpe
en un mundo que ha definido determinadas estructuras políticas y religiosas. Ha
establecido sus reglas y el alcance de su propia autoridad. En ningún momento
se plantea lo que significa el dominio romano en Israel, ni los movimientos que
pujan por su liberación.
Es
llamativo que, dado los frecuentes encuentros con las autoridades romanas, y su
relación tan fluida con las judías en diversas partes, Hechos no hubiera
procurado una explicación más explícita de su importancia. Por momentos, da la
impresión de que la predicación cristiana, muchas veces acosada y maltratada,
sigue su camino con un cierto desapego de la realidad de la sociedad en la cual
se manifiesta. Es posible pensar que se trata de una estrategia que procura
evitar el debilitamiento de su desarrollo.
La
saliente característica que prevalece en Hechos es la libre proclamación sin
condicionamientos de ningún tipo, con un sello en todo el relato: la presencia
de lo que se denomina el Espíritu Santo. En ningún momento se describe o indica
qué significa ese espíritu, pero sí el poder que provoca en quienes llegan a
recibirlo. Es una forma de decir que no se establecen autoridades porque el
poder, que es un poder inmaterial, solo es dado con un propósito que es el de
anunciar el evangelio. De todas maneras, el poder siempre está en manos de ese
Espíritu.
Reflexión
final
¿De
qué manera lo desarrollado sobre las bases de la comunidad cristiana ha ido
definiendo la vida de las nuevas comunidades a lo largo de los años? Se piensa
que los paradigmas fundacionales se han tornado abstractos y las estructuras
institucionales han prevalecido y los han oscurecido.
Esta
situación no es nueva y fue motivo de larga discusiones y controversias. A
principios del siglo pasado, por ejemplo, se manifestó en un debate entre dos
teólogos europeos: Rudolf Schom y Adolf Harnack, que recoge Rudolf Bultmann en
su “Teología del Nuevo Testamento” (pág.317).
Según
Schom algo así como “una ley eclesiástica” está en abierta contradicción con la
naturaleza de la Iglesia. Lo que en verdad era la tarea del Espíritu Santo, es
ahora detentado por las personas en el ministerio eclesiástico, que se
trasforma en la autoridad del oficio. La institución suplanta al Espíritu
Santo. Esto, cree él, es lo que desacredita a la Iglesia, Por su parte, Harnack
intenta probar, por el contrario, que desde el comienzo hubo en la iglesia
primitiva regulaciones que tuvieron el carácter de ley y que, necesariamente,
se desarrollaron en regulaciones plenamente legales, y que tales regulaciones
de ninguna manera necesitaban contradecir la naturaleza de la Iglesia. Harnack
centra su atención en la iglesia como un fenómeno histórico. Schom lo mira
desde el punto de vista de su autocomprensión.
Pero,
¿Hasta qué punto la autocomprensión de la iglesia es en sí misma un factor que
ha determinado su forma y su historia? Bultmann, que considera ambas
posiciones, llega a la conclusión de que los dos están hablando de cosas
diferentes, las cuales no hay que excluir. El error está justamente en
parcializarse por el lado de la disciplina, el orden, o por el lado de lo que
significa la iglesia como lugar donde rige el Espíritu Santo.
La
iglesia es un fenómeno histórico, sujeto a las leyes a las que todos los
fenómenos históricos están sujetos, ya sean sociológicos, psicológicos y demás.
Al mismo tiempo, la iglesia se reconoce a sí misma, entre otras cosas, como
“los convocados”, no atribuyendo el ingreso a la iglesia a una libre decisión
sino al llamado de Dios y regida por el Espíritu Santo. Una participación que
no se agota en sí misma, sino que llama a ser testigos “hasta lo último de la
tierra” (Hechos 1:7) + (PE)
Capítulo
XII de El libro de los Hechos, una mirada desde la comunicación, de Carlos
Valle, que se edita juntamente con Prensa Ecuménica
Arte. “Estallido”, “Campo y cielo” “Luna
en el campo” de Katia De Vita. Nació en Sarandí, Gran Buenos Aire. Contrajo
matrimonio con Miguel Brun, pastor de la Iglesia Metodista en Uruguay. Se
trasladó al país hermano donde nacieron sus tres hijos. Durante la Dictadura
Cívico-Militar de Uruguay, Katia y su esposo Miguel fueron detenidos Estuvieron
encarcelados por 11 meses. Lograda la libertad condicional, “los militares nos
empujaron al exilio y Francia nos acogió” comenta Katia. Allí fueron recibidos
por la Iglesia Reformada donde Miguel trabajó como pastor y Katia especialmente
con niños y mujeres. Actualmente Katia vive en Montevideo. Integra el taller de
pintura de Juan José Montands. La técnica que emplea es el óleo. En el cuadro
“Campo y cielo” utilizó acrílico y óleo superpuesto.
El autor es Teólogo, con estudios en Alemania y
Suiza. Pastor (j) de la Iglesia Metodista Argentina. Director del Departamento
de Comunicaciones del Instituto Superior Evangélico de Estudios Teológicos
(ISEDET), Buenos Aires, 1975-1986. Presidente de Interfilm, 1981-1985.
Secretario General de la Asociación Mundial para la Comunicación Cristiana
(WACC), Londres, 1986-2001. Autor de los libros Fe en tiempos difíciles (982)
Comunicación es evento (1988); Comunicación: modelo para armar (1990);
Comunicación y Misión; En el laberinto de la globalización (2002) y
Emancipación de la Religión (2017)
Fuente:
ALCNOTICIAS, 2017.
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