Por. Juan José Tamayo, España
Este
año se ha declarado por primera vez en Alemania fiesta nacional el 31 de
octubre en conmemoración de la fecha en la que, presumiblemente, Martín Lutero
clavó sus 95 tesis sobre las indulgencias y las reliquias (Disputatio pro
declaratione virtutis indulgentiarum) en las puertas de la iglesia de
Wittenberg. Es considerado el punto de partida de la Reforma Protestante.
Ciertamente, el
31 de octubre de 1517 es una fecha para no olvidar, ya que se trata de una de
las efemérides más significativas de la historia europea y quizá también de la
historia universal. “No puedo describir la emoción, la verdadera y dramática
sensación que provocan”, fue el comentario de Erasmo de Rotérdam, a quien no le
extrañó el ruido creado por su publicación, ya que Lutero había cometido “dos
faltas imperdonables: haber atacado la tiara del papa y el vientre de los
frailes”.
Las 95
tesis marcan el inicio de la Reforma Protestante, un acontecimiento
que supuso una transformación profunda de la sociedad, la cultura, la política,
la economía y el cristianismo europeos y dio lugar a un cambio de
paradigma eclesial y civilizatorio.
Lo que
empezó siendo una experiencia religiosa atribulada de un joven profesor de
filosofía y de teología en la Universidad de Wittenberg, atormentado por una
acusada conciencia de pecado, preocupado por la salvación de su alma e
insatisfecho con la rígida disciplina de la orden agustiniana a la que
pertenecía, terminó convirtiéndose, a principios del siglo XVI, en una Reforma
radical de la Iglesia cristiana.
La Reforma era un clamor generalizado
dentro y fuera de la Iglesia. Venía reclamándose cada vez con más fuerza desde
finales del siglo XIV ante la falta de respuestas del cristianismo
institucional a los desafíos de la nueva era que estaba naciendo. Pero también
ante la corrupción generalizada que se daba entre los dirigentes de la Iglesia,
según reconocía Maquiavelo como explicación de la corrupción y de la
irreligiosidad de los italianos: “Nosotros los italianos somos los más
irreligiosos y corruptos porque la Iglesia y sus representantes nos han dado el
peor ejemplo”.
El
papa Francisco coincide con Maquiavelo en la corrupción de la Iglesia de
entonces hasta considerarla la causa de la protesta de Lutero: “En ese
tiempo… había corrupción en la Iglesia, mundanidad, apego al dinero, al poder,
y por eso él [Lutero] protestó”.
La
Reforma protestante fue un movimiento plural que se movió en dos direcciones.
Una, la magisterial, representada por los maestros de Wittenberg, entre
los que destacan Lutero y Melanchton, y por Calvino, perteneciente a la segunda
generación.
Otra
es la radical, representada, entre otros, por Tomas Müntzer, destacado
líder en la Guerra de los Campesinos, a quien en Ernst Bloch llama “teólogo de
la liberación” en una obra del mismo título publicada en 1921 (Thomas
Müntzer, teólogo de la revolución, editorial Antonio Machado, Madrid,
2002), y Karlstadt, que se mostraba “afligido por el desprecio de Lutero hacia
[la carta de] Santiago” y llamaba la atención sobre su descuido de los aspectos
morales de la Reforma. Sin embargo, la tendencia, tanto dentro como fuera
del protestantismo, es a supervalorar la reforma magisterial y a devaluar la
radical.
El
teólogo protestante mexicano Dan González habla de dos Luteros: “el original”,
que al principio fue un crítico severo de los príncipes, y el que, a raíz de la
Guerra de los Campesinos, contradice sus propias ideas y se pone del lado de
los príncipes, a quienes en su escrito Contra las bandas despojadoras y
asesinas de campesinos –calificado por el teólogo Zahrnt de “horrible
y desprovisto de humanidad”– pide aplasten violentamente el levantamiento
campesino a cambio de los favores recibidos. En él califica a los campesinos
sublevados de “súbditos del diablo”, que tienen que ser liquidados “como perro
rabioso”.
En realidad, la reforma radical no fue
una desviación de la reforma de Lutero ni una exageración de las doctrinas de
la primera hora, sino su aplicación más auténtica.
Frente
a la tendencia al silenciamiento y olvido de las mujeres en la Reforma, es
necesario reconocer su papel fundamental y darles voz y visibilidad. Entre las
más significativas cabe citar tres: Argula von Stauff, Úrsula Weida y Katharina
Schütz.
La
primera destacó por ser siempre fiel a su conciencia, criticar a los teólogos
por su olvido de la justicia y defender que las mujeres y los laicos podían ser
teólogos. Ursula Weydan polemizó con el abad de Pegau sobre la naturaleza de la
Palabra de Dios y de la iglesia y se opuso a la literalidad de la Primera Carta
a los Corintios, que formula lo que ella llama el “código de silencio de la
mujer”. Katharina Schütz Zell, autodeclarada “madre de la iglesia”, osó llamar
a Dios “Madre amorosa”. ¡Toda una revolución hecha por las mujeres en la
teología patriarcal de los reformadores varones!
Fuente: http://amerindiaenlared.org
—————–
El
autor es Teólogo vinculado a la teología de la liberación. Es director de
la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones “Ignacio Ellacuría”, de la
Universidad Carlos III, en Madrid, y secretario general de la Asociación de
teólogas y teólogos Juan XXXIII. Conferencista internacional y autor de más de
70 libros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario