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sábado, 11 de julio de 2009

Calvino, "el hereje ortodoxo": 500 años de visión reformada

Por Leopoldo Cervantes-Ortiz, México.

Justo una semana antes de la conmemoración de la fecha exacta del nacimiento de Calvino, L’Osservatore Romano, el periódico del Vaticano, publicó un texto de Alain Besançon, miembro de la Academia Francesa sobre la nueva edición de Obras del reformador publicada en la prestigiosa colección Pléyade (Gallimard). Bajo el título “El reformador que desencarnó la encarnación”, el artículo de Besançon va más allá de las fronteras de una mera reseña y se ocupa de resaltar el impacto de Calvino en los países europeos, comparándolo con los alcances de lo realizado por Lutero. Las primeras palabras del artículo colocan al reformador al lado de Rousseau, como el par de figuras francesas que provocaron transformaciones de fondo en la civilización occidental:
Pocos franceses han dejado una huella duradera, visible y reconocida sobre la faz de la tierra. No hablo de quienes han lanzado una moda intelectual o artística […] Tampoco de quienes forman parte ya de los clásicos, como Montaigne, Pascal, Balzac, Cézanne y muchos otros. Pienso sólo en los que han incitado a una parte de la humanidad europea y la han desviado de su camino histórico habitual, que no han tenido la fuerza de imprimirle otra dirección. No veo más que dos: Rousseau, sin duda, que remodeló el siglo XIX y hasta el XX, y más aún Calvino. [1]
La noticia de la aparición de este texto en la prensa oficial vaticana está dando la vuelta al mundo, sobre todo porque algunos medios la han interpretado como una especie de “reivindicación” o rescate del antiguo hereje del siglo XVI. Primero que nada, Besançon reconoce a Calvino como un cristiano, ortodoxo, que aceptó los principales credos antiguos: “Era un cristiano que creía en la Iglesia una, santa, católica, aunque prefería decir universal y apostólica. […] Creía en la Trinidad, el pecado original, la salvación a través de Jesucristo y aunque no le gustaba que se rezase a la Madre de Dios, creía firmemente en su virginidad perpetua. Contrariamente de lo que se dice, creía en la presencia real [de Cristo en la Eucaristía], aunque no admitía la concepción católica de la transustanciación”. [2]
A partir de ahí, las alabanzas no cesan y subrayan la forma en que Calvino contribuyó al surgimiento de una nueva época. Es muy notable la forma en que, sin renunciar incluso al humor (refiere por ejemplo, que un amigo le ha dicho que en Holanda “el paisaje religioso se divide hoy entre calvinistas protestantes, calvinistas católicos, calvinistas judíos y calvinistas librepensadores, tan profunda es la huella dejada por el reformador francés”), el autor traza líneas interpretativas sobre el valor teológico-político del pensamiento de Calvino en sus diferentes áreas de influencia. Luego de referirse a las diferencias de Calvino con la Iglesia católica y Besançon subraya que el reformador alemán no fue capaz de fundar una verdadera iglesia, “ya que entregó la guía a los príncipes, al considerar que el príncipe cristiano podría ser el obispo natural”. Calvino no pensaba igual y “fundó un sistema eclesial compenetrado en la sociedad civil y al mismo tiempo lo suficientemente independiente como para no ser influenciado”. Para Besançon, su modelo de Iglesia “es una creación genial, capaz de adaptarse a las monarquías, a las repúblicas aristocráticas, a las repúblicas democráticas. Resiste de manera ágil a todos los cambios y a la revolución de la modernidad. Su superioridad histórica, es decir su eficacia, es patente, frente a la rigidez autoritaria del mundo luterano”, precisa.
Por otro lado, la Alianza Reformada Mundial ha insistido en que celebrar el nacimiento de Calvino no lo convierte en santo ni mucho menos: “La familia reformada conmemora este evento, pero sin pretender crear un culto a Calvino ni mucho menos colocarlo en un altar como a un “santo perfecto”. Calvino no era de ninguna manera perfecto, y fomentar el culto a la personalidad va en contra de la esencia misma del cristianismo reformado. El propio Juan Calvino habría insistido en decir: Soli Deo Gloria, “La gloria sólo para Dios”. [3]
El comunicado, firmado por Setri Nyomi y Clifton Kirkpatrick exhorta a las iglesias y comunidades reformadas de todo el mundo a conmemorar este día “en un espíritu de gratitud hacia Dios, por la inspiración que Calvino infundió en un movimiento de personas empeñadas en vivir fielmente para Dios, en los más diversos contextos, y por la forma en que su legado sigue guiándonos, para que respondamos con fe, con sinceridad ante Dios, a los retos que enfrentamos hoy en día”. A continuación, se incluyen algunas citas de Calvino referidas a la cuestión económica, el medio ambiente y la unidad de la Iglesia que manifiestan la actualidad de su pensamiento. En el ambiente reformado así ha sido la tónica dominante de las celebraciones del Jubileo: de promover el triunfalismo, se busca promover la recuperación histórica de la herencia calvinista de manera autocrítica, reconociendo los defectos y las mutaciones que sobre la marcha ha sufrido la perspectiva teológica del reformador.
Ambas posturas, la católica y la reformada, pueden complementarse para poner freno a las incontables caricaturas y malos entendidos con que muchos estudiosos católicos (incluso historiadores y teólogos serios) han abordado la figura de Calvino y los excesos panegiristas y apologéticos a toda costa que se encuentran, sobre todo, en círculos reformados conservadores. La “rehabilitación” católica y la “mesura reformada” ayudarán a que sea posible recuperar el legado de Calvino para todas las vertientes cristianas, mediante un ejercicio decididamente ecuménico de valoración histórica, teológica y cultural. No debe olvidarse que en Calvino se fundieron, mediante un esfuerzo notable de síntesis integradora, los valores de la institucionalidad eclesial católica (Calvino denomina “madre de los creyentes” a la Iglesia y enfatiza el tema de la disciplina y el orden), el celo anabautista por la autonomía de la iglesia con respecto al Estado (pues, de manera contradictoria, Calvino asimiló más de lo que se supone, la sospecha de esta tendencia ante las pretensiones del poder político), el énfasis sacramental zwingliano, de manera moderada (no hay que olvidar cómo fue capaz de firmar, en 1549, junto con Heinrich Bullinger, sucesor de Zwinglio en Zúrich, el Consensus Tigurinus, documento que puso fin a las disputas suizas sobre la Eucaristía) y las lecciones de organización eclesiástica que recibió en Estrasburgo por parte de Bucero y otros dirigentes, que lo pusieron en contacto con la vertiente luterana (ejemplo de lo cual fue su duradera y fructífera amistad con Melanchton, sucesor de Lutero), además de participar en diversas reuniones de diálogo católico-protestante en algunas ciudades alemanas, un acento ecuménico que a veces se olvida.
Esta cadena de afinidades demuestra cómo Calvino tuvo la magnífica oportunidad de incorporar los matices mencionados a su titánica labor de exegeta, predicador, pastor, legislador y maestro en medio de complejas circunstancias políticas, sociales y culturales. Su desencuentro con personajes como Servet, Bolsec y Castelio, le exigieron cuotas de tolerancia que no fue capaz de desplegar, en parte porque su celo dogmático y la responsabilidad de conducir, casi sin proponérselo, los destinos de la Reforma, ya como un movimiento consolidado y propositivo, lo orillaron a dejar de lado una práctica más visible de la misericordia. Su insistencia en la verdad bíblica pudo, tal vez, cegarlo a la hora de dialogar con aquellas tendencias que no siempre comprendió del todo, como en el caso del anabautismo. Con todo, los vasos comunicantes con esos y otros grupos cristianos son más firmes e intensos de lo que se ha creído. [4]
Queda claro que la relectura de la vida, obra y legado de Calvino no debe ser una labor únicamente para historiadores y expertos, y que el esfuerzo de leer, releer y actualizar su influencia en estos tiempos modernos no es una empresa fácil. Con todo, es posible afirmar que, a medio milenio de su nacimiento, Calvino contribuyó efectivamente a transformar el rostro del mundo que conoció. De ahí los rasgos de grandeza que ahora se destacan, pero que no deben obnubilarnos ni desviarnos del verdadero objetivo, pues como bien escribió Karl Barth al respecto, si se sigue a Calvino, es porque él trataba de seguir a Cristo. Si ha sobrevivido algo de la visión reformadora de Calvino y su dedicación a la transformación de la sociedad en la que vivió, se debe precisamente a que, desde lo que entonces se percibió como una herejía, luchó denodadamente por reivindicar el Evangelio de Cristo, incluso a contracorriente de sus propios errores.
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[1] A. BESANÇON, “IL RIFORMATORE CHE DISINCARNÒ L'INCARNAZIONE”, EN WWW.VATICAN.VA/NEWS_SERVICES/OR/OR_QUO/CULTURA/150Q05A1.HTML VERSIÓN DE LC-O.
[2] Cit. por “El Vaticano destaca la figura de Calvino”, en El Universal, 2 de julio de 2009,
www.eluniversal.com.mx/notas/609063.html
[3] “Celebrate John Calvin as an inspiration not a saint say Reformed church leaders” (Celebrar a Calvino como inspiración y no como santo, dicen líderes de la Iglesia reformada”, en
http://warc.jalb.de/warcajsp/side.jsp?news_id=1968&part_id=0&navi=6. En español: “"Gracias Dios por el legado desafiante de Calvino, hoy", dice Carta de la ARM por el Jubileo”, traducción de Claudia Florentín, www.alcnoticias.org/interior.php?codigo=14413&lang=687.
[4] Sobre este tema, el texto de D.F. Durnbaugh, “The First and Radical Reformations and their relation with the Magisterial Reformation”, en Milan Opocensky, ed., Towards a renewed dialogue. The First and Second Reformations. Ginebra, Alianza Reformada Mundial, 1996 (Estudios, 30), pp. 8-29, es particularmente ilustrativo, así como las observaciones de George Williams en el capítulo “Calvino y la Reforma radical” de su monumental obra La Reforma radical. Trad. de A. Alatorre. México, Fondo de Cultura Económica, 1985.


Fuente: Agencia Latinoamericana y Caribeña de Comunicación (ALC) www.alcnoticias.org
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