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domingo, 12 de julio de 2009

Luces y sombras de Calvino: reflexión conmemorativa

Los recuentos y valoraciones de la figura de Calvino siguen a la orden del día. Ahora que ha llegado la fecha exacta del Jubileo, las interpretaciones siguen sondeando en la herencia sin duda plural del teólogo francés. *Leopoldo Cervantes-Ortiz, experto en la persona de Calvino, reflexiona sobre su persona, figura y obra.
Y donde Cristo no está, tampoco hay justicia, ni siquiera fe
Juan Calvino, Epístola al cardenal Sadoleto
Las visiones pasan, pero la palabra permanece(1)

Gabriel Vahanian
Algunos analistas enfocan con particular interés aquellas zonas de su vida y obra que resultan más llamativas y hasta problemáticas. No faltan quienes, desde los rescoldos de la crisis económica le atribuyen buena parte de culpa por haber contribuido a engendrar el sistema capitalista y lo muestran como un origen espiritual antagónico con sus desarrollos posteriores. Le reprochan, incluso, que haya permitido cobrar intereses en los bancos emergentes. Lo que no mencionan es que, como bien explicó André Biéler, el capitalismo ginebrino en ciernes buscaba servir a los más débiles de la sociedad, por lo que dicho autor no vacila en referirse a la ideología calviniana como una forma de “humanismo social”.
En el bando católico, hasta hace muy poco tiempo, se le veía con un enorme recelo y tuvieron que venir estudiosos como José Luis L. Aranguren
, quien sin simpatizar mucho con la doctrina del francés, se esforzó por entender sus motivaciones, contextos y argumentos. A Calvino no le fue muy bien en el análisis ético-filosófico y religioso del gran pensador español. Con todo, los volúmenes que le dedicó al tema del protestantismo, contienen algunas de las más agudas observaciones sobre el talante (palabra tan querida por Aranguren) calvinista. Vaya esta muestra como ejemplo:
Calvino, y con él todo calvinista genuino, son gentes tristes, graves y secamente austeras, hostiles al goce, como ha escrito Max Scheler. […]
Su forma de religiosidad no es irracional, como la de Lutero, sino racionalista. Ha hecho del protestantismo lo que más podía contrariar a su fundador: un sistema. Su obra fundamental es intitulada summa pietatis, Somme de piété. Y de hecho, y por más que exhorte una y otra vez a “inquirir sobriamente acerca de los Misterios” y a que no sean espeluchées por los hombres las cosas que Dios ha querido mantener ocultas, él ha destruido los misterios del Cristianismo. El de la Predestinación divina y la libertad humana, evidentemente, pues que su doctrina, absurdamente lógica, si cabe expresarse así, consiste en negar esta última de raíz y afirmar la reprobación positiva, la predestinación al mal. Nada digamos del misterio sacramental, que es negado, según veremos, en todos los sacramentos. […]
La religiosidad calvinista no es, pues, “irracional” a guisa luterana, pero continúa siendo “patética”; más patética, tenebrosa y tétrica que ninguna otra. La extraña combinación de “lógica”, “sobriedad”, “fanatismo” y “terror”, es específicamente calvinista. Y, no obstante, notábamos arriba que Calvino se esfuerza en hacernos ver que su “prudente” doctrina preserva de la desesperación. La explicación es obvia. Se siente «elegido» y habla a “elegidos”, a gentes seguras de su salvación. Que se acongojen, pues, “los otros”. Él y los suyos no tienen por qué.(2)

Nótese que Aranguren no tiene piedad a la hora de usar adjetivos para referirse a la espiritualidad calviniana, y uno no sabe, al leerlo, si lo alabando o lo enjuicia sin remedio, pero eso no lo aleja de su objetivo: indagar en qué consistió el contradictorio atractivo que hizo que generaciones enteras de creyentes europeos y más tarde de otras latitudes, se acercaran a Cristo a través del filtro del autor de la Institución de la Religión Cristiana. Aranguren, que se deshace en elogios para su coterráneo Servet, no cierra los ojos ante la grandeza teológica de quien consintió en su muerte. Acepta, por ejemplo, el impacto positivo de la doctrina calvinista de la predestinación en sociedades que de otra manera no habrían encontrado mucho sentido para vivir, en medio del horizonte burgués que se comía todo.
Alexandre Ganoczy y Jesús Larriba, por su parte, saludaron sin ambages las enormes coincidencias de Calvino con el pensamiento católico, especialmente a raíz del Concilio Vaticano II. Para Ganoczy, especialmente, el reformador y jurista fue “el más católico” de los dirigentes de la llamada “reforma magisterial”, por su énfasis institucional y su imagen de la Iglesia como “madre de los creyentes”, frase que para muchos oídos protestantes es irremisiblemente romanista.
Los estudiosos del anabautismo, con todo y que tradicionalmente han subrayado la manera en que tanto el luteranismo como el calvinismo fueron variaciones más o menos cómplices de la constantinización de la Iglesia protestantes, no han dejado de ver cómo Calvino sometió su praxis a una revisión rigurosa para oficializar la presencia de los laicos en la vida eclesial en su lucha por superar para siempre el clericalismo. Incluso, mucha gente se sorprende y escandaliza cuando se insiste en el hecho de que Calvino ni recibió instrucción teológica formal, ni nunca fue ordenado al ministerio cristiano, pues las prebendas eclesiásticas que recibió desde su adolescencia no pueden considerarse como una ordenación plenamente aceptada.
En el campo protestante, si exceptuamos las corrientes más ortodoxas que se niegan a ver los claroscuros del trabajo de Calvino, se han señalado desde hace mucho tiempo sus excesos políticos, pastorales y personales, pues como ha demostrado Denis Crouzet, su labor no estuvo exenta de celos y mezquindades cuando se adueñó del control de la Iglesia de Ginebra.
Los biógrafos e historiadores más reconocidos no vacilan en referirse a otras acciones que lo alejaron en algunos momentos de la posibilidad de ganar todavía más adeptos para la causa reformada. Pero además de esto, los mejores volúmenes sobre Calvino explican muy bien la enorme lucha (calificada por algunos de agonía) con que tuvo que enfrentar a enemigos verdaderamente fieros, como las familias patricias de su ciudad adoptiva, que no hubieran vacilado en desterrarlo para siempre.
De modo que, junto a sus innegables luces literarias, teológicas y espirituales, no hay que dejar de ver sus sombras que, en esos mismos terrenos se manifestaron a la hora de que Calvino buscó, con toda la capacidad que le fue posible, ser un testigo lo más fiel posible del Evangelio de Jesucristo. Los agrios reproches de Servet, por ejemplo, a los que se vio obligado a responder en el mismo tono, consiguieron lo contrario de su propósito original, pues la perseverancia en la verdad de Dios que creía conocer le impidió abrir puertas y ventanas de la Iglesia para un debate teológico renovado, que era lo que en el fondo deseaba el gran español. En el fondo, la búsqueda de ambos era muy similar, por lo que es estremecedor el grito final con que Servet se despidió de este mundo, apelando al amor de Jesucristo, de quien se negó a reconocer su divinidad.
La celebración del Jubileo es una magnífica oportunidad para que, en un ánimo reconciliador y profundamente ecuménico, en estos tiempos posmodernos, se discutan abiertamente las luces y sombras de un hombre de su tiempo que creyó fervientemente en la obra redentora del Dios de Jesús, a sabiendas de que profundizar en sus misterios, como él mismo escribió, es una empresa condenada al fracaso, de no ser por la iluminación del Espíritu Santo, origen, además, de la verdadera piedad:
Llamo piedad a una reverencia unida al amor de Dios, que el conocimiento de Dios produce. Porque mientras que los hombres no tengan impreso en el corazón que deben a Dios todo cuanto son, que son alimentados con el cuidado paternal que de ellos tiene, que Él es el autor de todos los bienes, de suerte que ninguna cosa se debe buscar fuera de Él, nunca jamás de corazón y con deseo de servirle se someterán a Él. y más aún, sino colocan en Él toda su felicidad, nunca de veras y con todo el corazón se acercarán a Él (IRC, I, ii, 2).
Por todo esto, alguien tan poco sospechoso de practicar tendencias hagiográficas o apologéticas como Gabriel Vahanian, antiguo teólogo de “la muerte de Dios”, encuentra la actualidad del pensamiento calviniano precisamente en el aspecto más abismal de su teología, el que propone la posibilidad de un Dios que predestina y pone en funcionamiento una dinámica complementaria entre el innegable pre-conocimiento divino y la innegociable libertad humana:
Frente al determinismo, que tiende a confundir a Dios y el hombre en provecho de un inmanentismo absoluto, Calvino sostiene, aunque la realidad de Dios y la del hombre coexistan, que la elección precede a la fe; con lo que quiere decir que no hay existencia auténtica sino en ruptura con la existencia inauténtica que la precede: a pesar de todo, la existencia auténtica permanece siempre accesible a aquel que dice «no» a su pasado (Consensus Genevensis, p. 273: “Si alguno desea oírla de una forma más rotunda: la elección es muy anterior a la fe, pero solo puede ser conocida por medio de la fe”.). La salvación no es un acto que se sitúa en el pasado, sino que depende de un acto constantemente renovado. El Dios que predestina es así el Dios que salva constantemente, y cuya decisión no podría estar afectada por el uso que el hombre después hace del don que Dios pone y vuelve a poner constantemente a su disposición. El hombre es salvado a pesar de su bondad lo mismo que a pesar de su pecado. Así el prefijo «pre» de «predestinación» no se refiere a cualquier anterioridad cronológica de Dios, sino a su anterioridad escatológica, a la identidad del Dios que es, que era y que viene, a la identidad del Alfa y de la Omega, cuyo espejo es Cristo. Recíprocamente, el hombre elegido es aquel cuyo destino es idéntico a la existencia que él ha de poder improvisar e inventar, a la libertad.(3)

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1) G. Vahanian, “Calvino y la muerte de Dios”, en Ningún otro Dios. Trad. de A. Lapunte y M. González. Madrid-Barcelona, Marova-Fontanella, 1972.
2) J.L.L. Aranguren, “Calvino y el calvinismo contemporáneo”, en Catolicismo y protestantismo como formas de existencia. Madrid, Alianza Editorial, 1980 (Libro de bolsillo, 760). Cf. L. Cervantes-O., “José Luis Aranguren y el calvinismo”, en Protestante Digital, núm. 124, 18 de abril de 2006, www.protestantedigital.com/new/muypersonal.php?546.
3) G. Vahanian, op. cit. Énfasis agregado.

*Cervantes-Ortiz es escritor, médico, teólogo y poeta mexicano.

Fuente: © L. Cervantes-Ortiz, ProtestanteDigital.com (España, 2009).

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