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viernes, 31 de julio de 2009

LA FE CRISTIANA EN EL TIEMPO POSMODERNO. CUANDO VENGA EL HIJO DEL HOMBRE, ¿HALLARÁ FE EN LA TIERRA? (LUC.18.8) I

Por. Bernard Coster, España

Posmodernismo y posmodernidad son palabras que señalan ciertos fenómenos culturales de la segunda parte del siglo XX, que tienen relación con la aceleración de la cultura a partir de los años sesenta que todavía no tienen explicación definitiva. Las palabras mismas, por su fuerza sugestiva, forman parte de los fenómenos que se llaman posmodernos. A veces parece que establecen sus propios fenómenos. No son conclusiones, sino hipótesis de trabajo por las cuales podemos investigar ciertas expresiones culturales. Su función es la de un imán que separa y aísla ciertos fenómenos, para observar la analogía y lo común de ellos. ¿Podemos atribuir a ellos una misma causalidad, una misma moralidad, espiritualidad, podemos explicarlos desde una misma raíz? Por esta función de imán, posmodernismo es una palabra sobrecargada y vacua. Hay una tendencia de agrupar demasiados fenómenos bajo su título: literatura, arte, teatro, arquitectura, filosofía, historia, religión, medios de comunicación. En cada una de estas áreas se señala un momento de cambio y de transición, pero también un vacilar entre moderación, renovación y radicalización de los motivos. Para unos posmodernismo es el resumen de todas las fuerzas destructivas de nuestro tiempo, para otros es la consecuencia necesaria de las tendencias modernas, una señal de la dinámica de nuestra cultura. Para los pesimistas es una amenaza, un mundo ajeno y extraño, el golpe mortal de los valores tradicionales, para los optimistas es un momento de nuevas oportunidades y para los realistas es la consecuencia necesaria del proyecto moderno. El propósito de este artículo es investigar el posmodernismo para explicar sus consecuencias para la fe, para la iglesia y para la teología. Después de una explicación breve de la relación entre modernismo y posmodernismo, vamos a intentar discernir con claridad sus tendencias por observarlo como estilo de vida, existencia posmoderna y como corriente y tendencia en la filosofía contemporánea y sus consecuencias en la historiografía y en la teología. Al final hemos de buscar la explicación teológica del posmodernismo.
1. El proyecto de la modernidad
El pensamiento de la Edad Media, continuado en el tiempo nuevo por todas las variantes del cristianismo confesional, era teocénctrico. Dios es la fuente de todo el bien, es el Creador del mundo y el Señor de la historia. Las normas y los valores no se explican por el hombre, sino por Dios, y sirven sus propósitos. El hombre es un ser dependiente. Sólo hay una verdadera religión. El modernismo es la cosmovisión que niega este teocentrismo. En la Edad Media se manifiesta en ciertas tendencias críticas, durante el renacimiento se establece en forma del humanismo al lado del cristianismo y en el tiempo de la iluminación se apodera de la cultura occidental y de todas sus expresiones. En este tiempo el cristianismo se descalifica como premodernismo, y por eso, anticuado. El modernismo es antropocéntrico, sustituye la fe (confianza en autoridades) por la razón, que se hace la última y única autoridad para explicar el mundo y para definir la moral.
El modernismo era la ‘liberación del hombre de su ingenuidad, de la cual él mismo era culpable (Emuanuel Kant). Cree con una fe inmovible en la bondad y creatividad del hombre y confía la construcción y el gobierno del mundo a los sistemas ideológicos (liberalismo y socialismo) y a las ciencias. Es decir, encarga a las ciencias la responsabilidad de diseñar las alternativas del programa político, económico, educativo y moral y espera que las ideologías den forma a estas alternativas en un sistema democrático competitivo. Modernismo es el nombre de un proyecto ambicioso para remoldear el mundo. Era un proyecto imperativo con esperanzas mesiánicas, convicciones totalitarias y militantes. Aún las fuerzas conservadoras y reaccionarias se adaptaban a su forma de pensar. De este modo el modernismo se introducía en el cristianismo, convirtiendo la teología (moderna) en una aliada de su programa.
El modernismo era la ‘liberación del hombre de su ingenuidad, de la cual él mismo era culpable (Emuanuel Kant). Cree con una fe inmovible en la bondad y creatividad del hombre y confía la construcción y el gobierno del mundo a los sistemas ideológicos (liberalismo y socialismo) y a las ciencias. Es decir, encarga a las ciencias la responsabilidad de diseñar las alternativas del programa político, económico, educativo y moral y espera que las ideologías den forma a estas alternativas en un sistema democrático competitivo. Modernismo es el nombre de un proyecto ambicioso para remoldear el mundo. Era un proyecto imperativo con esperanzas mesiánicas, convicciones totalitarias y militantes. Aún las fuerzas conservadoras y reaccionarias se adaptaban a su forma de pensar. De este modo el modernismo se introducía en el cristianismo, convirtiendo la teología (moderna) en una aliada de su programa.
Extensión y crisis de la modernidad
En el siglo XX el proyecto moderno se extendió a todo las naciones. Colonialismo y descolonización, marxismo y posmarxismo, nacionalismo y neoliberalismo las empujaron adelante en el camino del progreso moderno. Urbanización, industrialización, globalización y americanización son los efectos. Por primera vez se establece un mundo y este mundo está fundado en los principios del modernismo. Hay dos momentos paradójicos en este proceso: (1) La contribución de la misión cristiana a la modernización ha sido decisiva, pero es trágico que no haya producido un mundo cristiano, sino el mundo moderno y secular, con toda su agresividad económica, ideológica, tecnológica y militarista. La enemistad actual del mundo islámico contra el occidente es una oposición contra el proyecto de la modernidad, sin embargo, significativo es que el fundamentalismo islámico identifica modernismo y cristianismo. (2) El otro momento trágico es que mientras el proyecto de la modernización se expandió mundialmente, el mismo occidente, donde tiene su origen, lo volvió la espalda. No lo sustituye por otro proyecto, sino anula sus valores por acelerar, radicalizar e intensificar el sentido crítico y escéptico, inherente al modernismo.
El salto - 1968
Hay diferentes factores por los que el modernismo no podía conservar la confianza en sus propios valores. Las guerras mundiales, las revoluciones del siglo XX, la descolonización, la Guerra Fría y la corrupción total del marxismo manifestaron que el proyecto del modernismo no era manejable. El neomarxismo mostró que en realidad todo el proyecto se movía por los intereses social-económicos de la clase media y alta occidental. La revolución del ’68, cargada con el sentimiento de culpa por el pasado, se volvió contra las estructuras elitistas y, por eso, premodernas en el propio occidente, radicalizando y acelerando las fuerzas ideológicas del modernismo para realizar –por fin- los ideales ideológicos del liberalismo y del socialismo. Cuando la generación del ’68 obtuvo el poder en todos los sectores de la sociedad se manifestó que su fuerza ideológica ya se había gastado. Los cambios que pudo efectuar en los sistemas políticos, económicos, educativos y culturales son ambiguos y no satisfacen las ilusiones de los años sesenta. La caída del muro de Berlín era la prueba definitiva de que las ideologías no podían dirigir el mundo. Al mismo tiempo se manifestaron las señales de que el tecnicismo y la industrialización tenían consecuencias catastróficas para la ecología. Resultó que el proyecto moderno era un proyecto sin dirección, y la vanguardia cultural se apartó de sus ilusiones. Durante unos siglos la modernidad ha desafiado y provocado el pensamiento y la moral tradicional. Se estableció como filosofía moderna, ciencia moderna, música, literatura, teología modernas. En todas estas áreas la modernidad transgredió las reglas clásicas y por hacerlo descubrió nuevas realidades. Posmodernidad desafía precisamente esta dinámica. La provoca, critica, ironiza e irrita por radicalizarla. No observa su etiqueta y no respeta la prudencia inherente a la modernidad de no poner en duda sus propios principios.
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