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viernes, 11 de septiembre de 2009

El pluralismo en la comunidad cristiana, según Pablo

Enric Capó, España

Lutero empieza su tratado sobre La Libertad Cristiana con dos afirmaciones antagónicas y, aparentemente, contradictorias:
El cristiano es señor de todas las cosas y no está sujeto a nadie: El cristiano es servidor de todas las cosas y está supeditado a todos”1
Con estas afirmaciones Lutero resume su pensamiento sobre las relaciones entre Ley y Evangelio, obras y fe. Y lo hace, siguiendo el pensamiento del apóstol Pablo, para establecer de forma definitiva que el hombre cristiano, para ser tal, no necesita de ninguna cosa externa, sea cual fuere. Le basta la fe “que une el alma con Cristo, como la esposa se une al esposo. De tales desposorios resulta -continua Lutero- que Cristo y el alma forman un solo cuerpo de tal manera que todo cuanto ambos poseen, bienes, dicha, desdicha, todo, en fin, lo poseen en común.”
Esta reflexión es importante para entender el pensamiento de Pablo sobre la unidad y la pluralidad en la comunidad cristiana. Se basa en la unidad fundamental de los cristianos en Cristo y la libertad de los hijos de Dios. “Al cristiano le basta con su fe, sin que precise obra alguna para ser justo, de donde se deduce que si no ha de menester de obra buena alguna es porque también está ya desligado de todo mandamiento o ley, y si está desligado de esto será, por consiguiente, libre.”2
Ser cristiano es estar en Cristo
El núcleo central de la teología de Pablo es esta doctrina, a la que se refiere Lutero, de la unión mística del creyente con Cristo. No hay ningún otro asunto que acapare más la atención del apóstol. Su frase favorita es que el cristiano “está en Cristo” y esto lo convierte en una nueva creación.
La frase, en sus diferentes variantes, aparecer 154 veces en sus escritos:

“en Cristo” 34 veces
“en Cristo Jesús” 48 veces
“en el Señor” 50 veces
“en El” 22 veces.

Es una frase de tal importancia para el apóstol que la usa para incluir y para excluir. Es decir, estar en Cristo es el hecho diferencial entre el cristiano y el que no lo es. Nadie puede ser cristiano si no está en Cristo. Tampoco nadie puede añadir a este “estar en Cristo” otras condiciones externas, como leyes, doctrinas, obras buenas. Se trata de la suficiencia absoluta de Cristo.
El acontecimiento desencadenante de esta convicción profunda del apóstol es la experiencia que tuvo en el camino de Damasco, cuando perseguía a los cristianos. Es un hecho misterioso que marcó su vida. En el libro de los Hechos encontramos tres versiones (Hch 9,1-9; 22,4-6; 26,12-18) que no coinciden del todo en los detalles, pero que dan testimonio de la importancia de esta experiencia en la vida de Pablo. Lucas nos dice que en aquella ocasión los acompañantes “oyeron la voz, pero no vieron a nadie” (Hch 9,7) y el testimonio de Pablo en el discurso pronunciado en Jerusalén es que “vieron a la verdad la luz… pero no entendieron la voz” (Hch 22,9). Estas pequeñas variantes en el detalle no tienen ninguna importancia, ya que el énfasis del pasaje lo encontramos en la afirmación de Pablo “yo oí la voz” y la identificación del que hablaba: “Yo soy Jesús”.
Así, pues, todo empieza cuando Pablo tiene un encuentro personal con Jesús. Pero siempre que habla de su experiencia cristiana, quiere dejar bien claro que la iniciativa fue de Dios. Pablo no encontró a Jesús. Fue Jesús quien salió a su encuentro y esto Pablo lo interpreta en términos de la elección de Dios. Dios lo eligió “desde el vientre de su madre” (Gá 1,15). Y el contenido de esta elección fue “revelar-me a su Hijo” (Gá 1,16)
Otro hecho que Pablo destaca en sus cartas es que esta revelación de Jesús la recibió directamente: “el evangelio anunciado por mi…no lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo” (Gá 1,11-12). Y esto lo prueba el hecho de que, una vez convertido, no entró en contacto con los grandes apóstoles en Jerusalén: “No consulté en seguida con carne y sangre, ni subí a Jerusalén a los que eran apóstoles antes que yo; sino que fui a Arabia, y volví después a Damasco.” (Gá 1,16-17).
El acontecimiento de la conversión no fue fruto de un proceso intelectual o religioso que lo decidiera a cambiar de religión, sino que fue encontrar a Jesús. Y es Jesús que hace toda la diferencia. El Pablo que surgió de la conversión, no es una persona humanamente diferente. La conversión no fue, en principio, una renuncia a su fe ni a su religión. Fue, sobre todo, un desarrollo de su experiencia. El judaísmo, la Ley, lo ha llevado a Cristo (Gá 3,24). Es el mismo Pablo, el teólogo y fariseo judío que no renuncia a ninguna de sus convicciones religiosas. Sólo hay un cambio, pero fundamental: ahora está en Cristo y, por tanto, para él ha empezado un mundo nuevo. En la carta a los Filipenses (3,1-11) nos explica la radicalidad de esta transformación: “Cuantas cosas eran para mi ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y, ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe” (Gá 3,7-9)

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Fuente: Lupaprotestante, 2009.

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