Primera de una serie de notas sobre el tema escritas por. Dr. Pablo Deiros, Ph.D. Argenitna*
El chauvinismo masculino—esa actitud que pretende que las mujeres son sirvientas inferiores y pasivas de la sociedad y de los hombres—separa a las mujeres como ciudadanas de segunda categoría. Por encima de todas las apologías en sentido contrario y de la elaborada retórica de los “defensores de la mujer”, sigue en pie el hecho incontestable de la discriminación machista en contra de la mujer en todo nuestro continente latinoamericano y en todos los niveles de relación—incluso el religioso.
Si bien la cuestión no está agotada, ya se ha reflexionado lo suficiente sobre la misma como para no excusarse de ignorancia frente al problema. Sin llegar a los extremos que en el pasado han llegado exponentes como Mary Daly, o a los exaltados manifiestos de los movimientos feministas de otros tiempos, no son pocas las mujeres que a partir de su compromiso de fe nos han estado llamando la atención sobre el problema de la mujer. Recuerdo haber leído con provecho contribuciones de teólogas como Rosemary R. Ruether, Letty Russell, Elsa Tamez, Nancy Bedford y otras.
Paralelamente a la explotación material y directa de las mujeres en nuestra América Latina, la discriminación machista contra ellas todavía actúa de manera más sutil, para minar su consciencia de grupo social y acallar la demanda por sus derechos legítimos. Una mirada atenta a la realidad inmediata que nos rodea sería suficiente para verificar esta afirmación, a pesar de los notables avances alcanzados en los últimos años. Las mujeres son, por añadidura, explotadas en su rol de esposas y madres, justificándose generalmente esto con argumentos que apelan a su condición biológica, psíquica y aun moral y espiritual. Más sutil, pero no por ello menos evidente, es la explotación de la mujer como consumidora, en una sociedad que cada vez más se orienta en esa dirección.
La iglesia de Jesucristo e instituciones cristianas como nuestro Seminario, por encontrarse inmersas en el cuerpo social, no son ajenas a muchas de las condiciones que imperan en el mismo. Es por esto, que la situación de marginación, explotación y sometimiento de la mujer también se pueden dar en el seno de las comunidades de fe. Sólo que en estos casos existe un agravante de su condición, y es el hecho de que la discriminación machista muchas veces recibe sanción religiosa. En otras palabras, la mujer queda confinada como criatura de segunda categoría, bajo la sombra del hombre, porque “la Biblia así lo enseña” y la ortodoxia así lo impone. Y a veces las posiciones tomadas sobre este particular son tan rígidas, que no se admite siquiera la discusión del tema… porque las respuestas ya están dadas.
Con esta nota, deseo iniciar la conversación sobre esta cuestión, que iremos desarrollando a lo largo de los próximos números de nuestro Boletín. El tema es importante, porque nuestro Seminario es una institución que, desde su fundación en 1912, ha estado consagrado a la “preparación teológica de hombres y mujeres … llamados al ministerio de la Palabra con el fin de que participen eficazmente en el entendimiento del reino de Dios”, como reza la placa de mármol en el atrio de nuestro edificio principal.(1)
El chauvinismo masculino—esa actitud que pretende que las mujeres son sirvientas inferiores y pasivas de la sociedad y de los hombres—separa a las mujeres como ciudadanas de segunda categoría. Por encima de todas las apologías en sentido contrario y de la elaborada retórica de los “defensores de la mujer”, sigue en pie el hecho incontestable de la discriminación machista en contra de la mujer en todo nuestro continente latinoamericano y en todos los niveles de relación—incluso el religioso.
Si bien la cuestión no está agotada, ya se ha reflexionado lo suficiente sobre la misma como para no excusarse de ignorancia frente al problema. Sin llegar a los extremos que en el pasado han llegado exponentes como Mary Daly, o a los exaltados manifiestos de los movimientos feministas de otros tiempos, no son pocas las mujeres que a partir de su compromiso de fe nos han estado llamando la atención sobre el problema de la mujer. Recuerdo haber leído con provecho contribuciones de teólogas como Rosemary R. Ruether, Letty Russell, Elsa Tamez, Nancy Bedford y otras.
Paralelamente a la explotación material y directa de las mujeres en nuestra América Latina, la discriminación machista contra ellas todavía actúa de manera más sutil, para minar su consciencia de grupo social y acallar la demanda por sus derechos legítimos. Una mirada atenta a la realidad inmediata que nos rodea sería suficiente para verificar esta afirmación, a pesar de los notables avances alcanzados en los últimos años. Las mujeres son, por añadidura, explotadas en su rol de esposas y madres, justificándose generalmente esto con argumentos que apelan a su condición biológica, psíquica y aun moral y espiritual. Más sutil, pero no por ello menos evidente, es la explotación de la mujer como consumidora, en una sociedad que cada vez más se orienta en esa dirección.
La iglesia de Jesucristo e instituciones cristianas como nuestro Seminario, por encontrarse inmersas en el cuerpo social, no son ajenas a muchas de las condiciones que imperan en el mismo. Es por esto, que la situación de marginación, explotación y sometimiento de la mujer también se pueden dar en el seno de las comunidades de fe. Sólo que en estos casos existe un agravante de su condición, y es el hecho de que la discriminación machista muchas veces recibe sanción religiosa. En otras palabras, la mujer queda confinada como criatura de segunda categoría, bajo la sombra del hombre, porque “la Biblia así lo enseña” y la ortodoxia así lo impone. Y a veces las posiciones tomadas sobre este particular son tan rígidas, que no se admite siquiera la discusión del tema… porque las respuestas ya están dadas.
Con esta nota, deseo iniciar la conversación sobre esta cuestión, que iremos desarrollando a lo largo de los próximos números de nuestro Boletín. El tema es importante, porque nuestro Seminario es una institución que, desde su fundación en 1912, ha estado consagrado a la “preparación teológica de hombres y mujeres … llamados al ministerio de la Palabra con el fin de que participen eficazmente en el entendimiento del reino de Dios”, como reza la placa de mármol en el atrio de nuestro edificio principal.(1)
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(1)Pablo Deiros, “La mujer en la educación teologica”, en Boletín informativo Vol. 3, No. 19 (2009). Buenos Aires, Seminario Internacional Teológico Bautista de Buenos Aires.
* Dr. Pablo Deiros, es Rector del Seminario Internacional Teológico Bautista de Bs As, Argentina. Donde se graduó hace cuarenta años como Licenciado en Teología. Profesor de Humanidades (1972), Licenciado en Humanidades (1973) Universidad Nacional del Sur (Bahia Blanca). Y en 1985 se recibió el Doctorado de Filosofía en Historia de la Iglesia Cristiana (Ph.D) del Seminario Teológico Bautista del Sudoeste (Fort Worth, Texas). Tiene 40 años de ejercer el pastorado, en su ministerio la Iglesia Bautista Central de Bs As, logró un crecimiento astronómico de pasar de 300 a 5.000 personas que se congregan actualmente. Deiros ha escrito 42 libros y un sinnúmeros de artículos en revistas, diccionarios y enciclopedia. Actualmente se le conoce como destacado maestro y conferencista.
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