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domingo, 30 de noviembre de 2014

IGLESIA REFORMADA SEMPER REFORMANDA, SOLI DEO GLORIA



Por. Juan Stam, Costa Rica
En nuestro tiempo casi nada es seguro y todo es posible. La nueva consigna parece ser, "ecclesia reformata semper deformanda".
En esta serie, nos estamos concentrando en las consignas que mejor resumen los denominadores comunes de la Reforma. Ya hemos visto la Sola scriptura, la Sola gratia, la Sola fide, la libertad cristiana, y el sacerdocio universal del creyente. Con este artículo finalizaremos con la Ecclesia reformata semper reformanda, el Soli deo gloria y una conclusión final.
ECCLESIA REFORMATA SEMPER REFORMANDA
(Secundum Verbum Dei)
Esta consigna expresa una realidad: los Reformadores no pretendían tener toda la verdad ni ser dueños de un sistema final de conceptos absolutos. Lutero era un "teólogo irregular" que nunca intentó formular un sistema. Calvino, por supuesto, articuló un sistema doctrinal, pero vivía revisándolo hasta nueve ediciones, alternando entre el latín y el francés. Algunos de los aportes más valiosos aparecen sólo en la novena edición. Si Calvino no hubiera muerto, sin duda hubiera producido una décima edición. Tillich define "el principio protestante", muy acertadamente, con la frase, "sólo Dios es absoluto". Karl Barth advierte contra la tentación de tener al "sistema" como la verdad absoluta, lo cual identifica como idolatría.
Lamentablemente, en el siglo XVII, amenazados por el racionalismo escéptico de la época, la teología luterana y la calvinista cayeron en una rígida ortodoxia escolástica. Aunque hicieron algunos aportes, no lograron "defender" su fe sino que la redujo a un dogmatismo estéril. Curiosamente, luteranos y calvinistas se acusaban mutuamente de ser herejes, cripto-católicos y otros insultos.
El movimiento wesleyano puede verse en parte como una reacción contra esa "ortodoxia muerta" e hizo mucho para rescatar la salud del protestantismo. Pero a inicios del siglo XX la ortodoxia dogmática se resucitó en los Estados Unidos en la forma del fundamentalismo norteamericano. Hoy día, cuando la tolerancia se ve como el sumo bien, son menos los reductos de ortodoxia cerrada, aunque los hay. Al contrario, en nuestro tiempo casi nada es seguro y todo es posible. La nueva consigna parece ser, "ecclesia reformata semper deformanda".
La intención de la "semper reformata" era la de corregir errores y ser cada vez más fiel al Señor y su Palabra. Desde el siglo pasado la iglesia vive de fiebre en fiebre, cambiando de modas como los estilos de zapatos ("health and wealth", "name it, claim it", evangelio de prosperidad, tumbadera de gente, "apóstoles" y profetas, maldiciones generacionales etc etc ad infinitum). Muchas veces la innovación hoy no es para corregir errores sino de introducir nuevos errores. Muchas veces el fin no es mayor fidelidad sino mayor éxito, mayor fama o mayor dinero.
SOLI DEO GLORIA
"A Dios, y sólo a Dios, sea toda la gloria" fue una consigna fundamental de la Reforma. La iglesia de la época daba mucha gloria a otros en lugar de sólo a Dios. La Reforma fue una redescubrimiento de Dios, en perspectivas antes desconocidas. Los Reformadores tomaban muy en serio a Dios como el centro de toda su vida. Antes de su gran descubrimiento de la gracia, Lutero temía a Dios con horror y pánico, pero después se deleitaba en el amor del Dios de la gracia. Calvino era un hombre sobrecogido por la maravilla de la gloria de su Señor. La Reforma fue un gran encuentro con Dios. Puso Dios en el centro de su vida y su pensar, y le daba toda la gloria a él. Johann Sebastián Bach escribía las siglas "S.D.G." al inicio de todas sus partituras.
Hoy nuestra iglesia también tiene que redescubrir esta consigna de la sola gloria de Dios. Nuestra sociedad está permeada por el culto a la personalidad; hablamos de los "ídolos" de Hollywood y las "estrellas del deporte", etc. Las iglesias tienen también sus "estrellas" y a veces "dioses" a quienes adoran: mega-pastores, profetas y sanadores, algunos evangelistas promovidos con publicidad al estilo de Hollywood. En la iglesia del Señor no caben el personalismo y el culto a la personalidad. Cuando Dios curó al cojo por medio de Pedro y Juan, y la gente los quería reconocer como milagreros, Pedro les contestó, "¿Por qué nos miran a nosotros, como si nosotros, por nuestro propio poder o virtud, hubiéramos hecho caminar a este hombre? El Dios de Abraham, Isaac y Jacob, el Dios de nuestros antepasados, ha glorificado a su siervo Jesús" en sanar a aquel enfermo.
Originalmente un "don de sanidad" no significaba algún poder que poseyera alguna persona, sino el acto de Dios de dar salud a un enfermo. A veces se habla de los "sanadores" como si fuesen dueños del poder milagroso; "en estas manos hay poder de sanar", dijo uno de ellos, mostrando sus manos ante las cámaras. Al contrario, "¿Por qué nos miran a nosotros, como si nosotros hubiéramos hecho algo", dijeron Pedro y Juan, para dar la gloria al Señor.
Esta consigna significa también que podemos, y debemos, glorificar a Dios en todo lo que hagamos. "Una lechera puede ordeñar las vacas para la gloria de Dios", dijo Lutero. En todo, nos exhorta San Pablo, "ya sea que coman o beban o hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios" (1 Cor 10:31).
CONCLUSIÓN
Nuestro momento histórico se parece dramáticamente al de los Reformadores en el siglo XVI: revolución en las comunicaciones (la imprenta de Gutenberg; hoy teléfono, radio, TV, computadora, internet y hasta iPod); revolución del espacio vital de la humanidad (navegación mejorada; Cristobal Colón 1492; hoy autos, aviones, viajes al espacio); revolución armamentista (el fusil portátil, arcabs y mosqueta; hoy, armas nucleares) y sobre todo, una crisis de autoridad que produce gran confusión.

Fuente: Protestantedigital, 2014.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Libertad cristiana y sacerdocio universal: Una visión más amplia y una contextualización



Por. Juan Stam, Costa Rica
En esta serie, nos estamos concentrando en las consignas que mejor resumen los denominadores comunes de la Reforma. Ya hemos visto la Sola scriptura, la Sola gratia, y la Sola fide. Iremos recorriendo en los siguientes artículos, la libertad cristiana, el sacerdocio universal del creyente, la Ecclesia reformata semper reformanda y el Soli deo gloria. 
LA LIBERTAD CRISTIANA 
Son muy conocidas las tres consignas que ya hemos analizado, pero las cuatro que quedan son olvidadas las más de las veces. Para comenzar, se olvida que, frente a mucha tradición medieval, los Reformadores eran pioneros de una nueva libertad.[5] Hace unos años el recordado filósofo costarricense, Roberto Murillo, publicó un artículo muy interesante sobre el aporte de Lutero a las libertades modernas. Para José Martí, héroe cubano, "todo amante de la libertad debe colgar un retrato de Martín Lutero en la pared de su cuarto".[6]
En el siglo XVI Europa vivía una crisis de autoridad después del fin de la edad media, cuando mandaban a fin de cuentas el Papa y el Sacro emperador romano. En esa coyuntura el programa teológico de la Reforma era una agenda profundamente liberadora.[7]
La justificación por la gracia mediante la fe significaba una liberación del legalismo. La sola scriptura liberó a la iglesia del autoritarismo dogmático, el sacerdocio universal del clericalismo, el semper reformanda nos libera del tradicionalismo estático y el soli deo gloria del culto a la personalidad. Hoy día algunas iglesias se están volviendo más autoritarias que nunca. Aunque el viejo legalismo ha perdido fuerza, el principal legalismo ahora es el diezmo. He sabido de iglesias que amenazan con maldición a los que no diezman. En esa salvación por obras, la salvación se gana o se pierde en la hora de la ofrenda. He sabido de otras iglesias donde el pastor quiere controlar toda la vida de los fieles; ¡no se permite ni enamorarse sin el visto bueno del pastor!
Con el movimiento de "apóstoles" y "profetas" el autoritarismo llega a niveles sin precedente. Aunque San Pablo nos manda examinar y juzgar las profecías (1 Tes 5:19-21; 1 Cor 14:29-32), estos profetas pontifican con una cara seria que dice, "que nadie se atreva a cuestionar mi palabra profética". Por su parte, más de un "apóstol" se permite emitir alguna "declaración apostólica" con la falsa autoridad que presumen tener. Aquí va también un problema de sola scriptura, de fidelidad bíblica. A menudo han dicho que una "palabra profética" tiene más autoridad que una enseñanza bíblica. Apelan también a la falsa distinción entre logos (palabra bíblica, general) y rhema (palabra profética específica, según ellos), con desprecio de la palabra inspirada como mero logos. De esta manera establecen autoridades paralelas a las escrituras, de forma parecida a los mormones, los Testigos de Jehová y otras sectas.
SACERDOCIO UNIVERSAL DEL CREYENTE
(1 P 2:9; Ap 1:6; 5:10)
Frente al rígido clericalismo de la iglesia católica de la época, la Reforma impulsó un proceso de democratización dentro de la iglesia y de la sociedad. Para Lutero, toda la vida es ministerio y todos los creyentes son sacerdotes de Dios. "Una lechera puede ordeñar las vacas para la gloria de Dios... Todos los cristianos son sacerdotes, y todas las mujeres sacerdotisas, jóvenes o viejos, señores o siervos, mujeres o doncellas, letrados o laicos, sin diferencia alguna" (W.A. 6,370; R. García-Villoslada, Martín Lutero, Tomo. I, p.467).
En su época, tanto la Reforma luterana como la Reforma calvinista se quedaron cortos en superar el clericalismo; los anabautistas avanzaron más, como también el movimiento wesleyano después. El siglo pasado, hubo un fuerte movimiento de teología del laicado que puede verse como la maduración de estos avances de la Reforma. Sin embargo, hoy parece crecer un nuevo clericalismo, de los "super-clérigos", especialmente los "apóstoles". En una mesa redonda sobre los "apóstoles" en Quito, Ecuador, un participante declaró, "Antes era suficiente el título de pastor, pero ahora que existen las mega-iglesias, ese título no basta para sus fundadores y deben llamarse con un título mayor". La verdad es que ha surgido una nueva jerarquía eclesiástica, con los "apóstoles" y los "profetas" en la cumbre de poder y autoridad. En algunas iglesias el pastor es de hecho el C.E.O (ejecutivo mayor de una corporación), inaccesible a los feligreses con necesidades pastorales. Esas iglesias están organizadas según el modelo ejecutivo de las grandes empresas.
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[5] En 1520 Lutero publicó un importante tratado "Sobre la libertad del cristiano".
[6] Hay que reconocer a la vez que hubo serias contradicciones en la conducta de Lutero, debido mayormente a su doctrina de los dos reinos y sus vínculos con los príncipes alemanes. Su trato a los campesinos y los judíos era reprochable.
[7] Ver " Sobre la teología de los reformadores: unas reflexiones" (31 de octubre de 2011).

Fuente: Protestantedigital, 2014.

viernes, 21 de noviembre de 2014

Los nacionalismos en la era de la globalización



Por. Antonio Cruz, España*
El dominio globalizador es precisamente el germen de tanto nacionalismo contemporáneo.
Desde la noche de los tiempos, el ser humano ha experimentado una irresistible tendencia a creerse el centro del mundo. Ya de niños, aprendemos a sentirnos miembros de un grupo, a identificarnos con él, absorber sus valores y también a considerarlos -casi inconscientemente- como superiores a los de otros grupos humanos. Quizás este proceso de aprendizaje sea algo natural e incluso necesario para desarrollar nuestra propia identidad cultural. Sin embargo, cuando la educación posterior se reduce a este maniqueísmo de creer que todo lo nuestro es bueno, mientras que lo de los otros grupos es malo, entonces se convierte inmediatamente en perniciosa para el desarrollo y la adecuada madurez de la persona.
Si pienso en mi propia formación escolar, durante las décadas de los sesenta y setenta del siglo XX en aquella Barcelona franquista del momento, vienen a mi mente imágenes que son como ecos de un pasado en el que se inculcaba a los niños un determinado “espíritu nacional” mediante ideas como, por ejemplo, que “ser español es una de las pocas cosas serias que se pueden ser en el mundo”. Lo que implicaba, por contrapartida, que ser extranjero no era, ni mucho menos, tan serio o importante. El súmmum de la egolatría made in Spain lo había alcanzado, me parece a mí, el escritor don Ramiro de Maeztu en su Defensa de la Hispanidad, que aunque era hijo de padre vasco y madre inglesa, se permitió escribir: “El mundo no ha concebido ideal más elevado que el de la hispanidad”. ¡Ni siquiera admitía la posibilidad de que a lo largo del globo terráqueo pudieran existir otros ideales comparables al gestado en la madre patria! Si a tales concepciones excluyentes se añade la represión posterior de la dictadura, los maltratos físicos, culturales, lingüísticos, ideológicos y económicos perpetrados sobre todo en aquellas regiones españolas con una identidad cultural propios, es comprensible el creciente desafecto y los anhelos secesionistas que se observan en la actualidad.
Era lógico, por tanto, que ante semejante menosprecio por los demás pueblos periféricos, éstos reaccionasen de manera parecida. El tradicional nacionalismo español había fomentado así otros nacionalismos excluyentes dentro de la misma piel de toro de la geografía hispana. Tal como reflejaban ya las palabras del gran poeta y escritor catalán del siglo XIX y principios del XX, Joan Maragall: “Lo característico del sentimiento catalán es ser a la vez un amor y un desamor: un amor a Cataluña que es desamor a Castilla”.1 A pesar de que tales palabras fueron escritas hace más de un siglo, perfectamente se podrían haber dicho hoy, pues reflejan bien la actual confrontación de nacionalismos: el centralista contra el catalán, el vasco, el valenciano o el mallorquín. No obstante, ¿tiene sentido tal confrontación nacionalista en un mundo dominado por la globalización? Yo creo que es precisamente este dominio globalizador, el germen de tanto nacionalismo contemporáneo.
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Lo que implicaba, por contrapartida, que ser extranjero no era, ni mucho menos, tan serio o importante. El súmmum de la egolatría made in Spain lo había alcanzado, me parece a mí, el escritor don Ramiro de Maeztu en su Defensa de la Hispanidad, que aunque era hijo de padre vasco y madre inglesa, se permitió escribir: “El mundo no ha concebido ideal más elevado que el de la hispanidad”. ¡Ni siquiera admitía la posibilidad de que a lo largo del globo terráqueo pudieran existir otros ideales comparables al gestado en la madre patria! Si a tales concepciones excluyentes se añade la represión posterior de la dictadura, los maltratos físicos, culturales, lingüísticos, ideológicos y económicos perpetrados sobre todo en aquellas regiones españolas con una identidad cultural propios, es comprensible el creciente desafecto y los anhelos secesionistas que se observan en la actualidad. Era lógico, por tanto, que ante semejante menosprecio por los demás pueblos periféricos, éstos reaccionasen de manera parecida. El tradicional nacionalismo español había fomentado así otros nacionalismos excluyentes dentro de la misma piel de toro de la geografía hispana. Tal como reflejaban ya las palabras del gran poeta y escritor catalán del siglo XIX y principios del XX, Joan Maragall: “Lo característico del sentimiento catalán es ser a la vez un amor y un desamor: un amor a Cataluña que es desamor a Castilla”.(1)
A pesar de que tales palabras fueron escritas hace más de un siglo, perfectamente se podrían haber dicho hoy, pues reflejan bien la actual confrontación de nacionalismos: el centralista contra el catalán, el vasco, el valenciano o el mallorquín. No obstante, ¿tiene sentido tal confrontación nacionalista en un mundo dominado por la globalización? Yo creo que es precisamente este dominio globalizador, el germen de tanto nacionalismo contemporáneo. La mundialización constituye la última etapa de un proceso que se inició, en realidad, con la conquista de América, el desarrollo de la navegación y las comunicaciones alrededor del mundo. Pero esta relación cada vez más estrecha entre todas las partes del planeta, no sólo permitió el auge de la industria y la economía sino sobre todo un cambio importante en la concepción del propio ser humano. En medio de las tinieblas de una época cruel caracterizada por el racismo, la esclavitud y la colonización, los pueblos conquistadores se fueron dando cuenta progresivamente que los conquistados eran también personas como ellos mismos. Así, por ejemplo, el cura español, Bartolomé de las Casas, consiguió convencer al clero católico en España de que los indígenas de América tenían alma y que, por lo tanto, Cristo había muerto por ellos. El filósofo y político francés del Renacimiento, Michel de Montaigne, reconoció, en el siglo XVI, que la civilización occidental no era necesariamente superior a las demás. El humanismo de la Ilustración desarrolló la idea de que todos los hombres eran iguales en derechos, aunque tal concepción no consiguió la abolición de la esclavitud hasta bien entrado el siglo XIX. Y, por último, las deseos internacionalistas empezaron a vislumbrar unos Estados Unidos de Europa que fuesen el preludio de unos futuros Estados Unidos del mundo.
Pues bien, al margen de antecedentes históricos, hoy vivimos en un planeta que en ciertos aspectos está cada vez más globalizado, pero en otros se nacionaliza a marchas forzadas.
Asistimos a un movimiento contradictorio de expansión y retraimiento. Vemos como el mercado se mundializa y, al mismo tiempo, los espíritus buscan la identidad de la patria chica, del idioma familiar, el dialecto o las tradiciones regionales. Los nacionalismos desentierran sus antiguas reivindicaciones particulares y culpabilizan de la crisis actual a la globalización salvaje e insolidaria. Quizás esta búsqueda de identidades sea un mecanismo defensivo frente a tanta confusión como impera hoy por doquier. Las personas necesitan saber quiénes son y adónde pertenecen. De ahí este afán por redescubrir la historia, la lengua, la raza, el color, el género, la religión, la cultura exclusiva, etc. La gente quiere que los líderes políticos respeten y, si es posible, compartan estos valores o sentimientos nacionales.
Amar la tierra que nos ha visto nacer es algo natural y deseable en la condición humana. Respetar las costumbres y tradiciones que no atenten contra nuestros principios; identificarse con la idiosincrasia, la manera de ser y las particularidades culturales de nuestro pueblo, forma parte de eso que nos une y nos asemeja a los demás. Pero cultivar todo esto no tiene por qué estar en contradicción con el respeto a la diversidad de quienes no son ni piensan como nosotros. Y aquí es precisamente donde pueden aparecer los problemas sociales.
El peligro de los nacionalismos estriba en la sacralización de las particularidades. Cuando los pueblos se refugian en sus diferencias porque las consideran sagradas y superiores a todo lo demás, es fácil que aparezcan sentimientos de menosprecio u odio frente a lo foráneo. Es entonces cuando el nacionalismo traspasa las fronteras de lo político para convertirse en una forma de religiosidad civil. Las banderas se consideran reliquias sagradas; las festividades y conmemoraciones nacionales constituyen el universo santoral que se rememora puntualmente; las constituciones, estatutos y declaraciones de derechos se veneran como si se tratasen de auténticos textos sagrados. En el fondo, toda esta simbología esconde casi siempre la fe en un acontecimiento más o menos histórico que poco a poco se ha ido mitificando. Cuando se antepone la pureza de lo propio a la impureza de los demás, el choque con los vecinos resulta entonces inevitable. Se confrontan costumbres, creencias, lenguas y etnias. Lo de uno tiende a mitificarse, mientras lo de otros se vuelve tabú. El prójimo se convierte en enemigo y pronto sobrevienen los fantasmas del racismo, la xenofobia o la lucha armada. Llegado este extremo, cada patria se convierte en un mito particular que descubre en la parafernalia militar de la guerra su lugar de culto y sacrificio. Por desgracia, la historia reciente está preñada de tales ejemplos. Existen actualmente más de diez mil grupos étnicos, lingüísticos o religiosos, repartidos por todo el planeta, que habitan territorios que no coinciden con las fronteras políticas y esto genera una constante fuente de conflictos. Las tres cuartas partes de las guerras recientes en el mundo se deben a tales motivos de identidad.
¿Dice algo la Biblia acerca de las naciones y los nacionalismos? Mucho más de lo que, a primera vista, pudiera parecer. Curiosamente las “naciones” aparecen en la Escritura como el resultado de una profunda división de la humanidad, consecuencia de la dispersión de Babel. Es la rebeldía humana la principal causa de los particularismos y las divisiones. A pesar de lo cual, Yahvé toma a una nación de en medio de las demás naciones para que viva de manera diferente, como pueblo santo. Un idioma, una religión y una tierra caracterizarán a una nación separada de las demás y llamada a ser única. “Porque eres pueblo santo a Jehová tu Dios, y Jehová te ha escogido para que le seas un pueblo único de entre todos los pueblos que están sobre la tierra” (Dt. 14:2). Esta concepción positiva de nación referida a Israel se distingue notablemente de las demás naciones que no conocen a Dios. El pueblo elegido debía mantenerse apartado de ellas para no contaminarse de su impureza moral y espiritual. La idolatría y la inmoralidad de los pueblos periféricos son denunciadas frecuentemente. “Y no andéis en las prácticas de las naciones que yo echaré de delante de vosotros; porque ellos hicieron todas estas cosas, y los tuve en abominación” (Lv. 20:23). Desde luego, todo esto contribuyó al característico sentimiento exclusivista de los judíos en relación a su etnia, idioma, religión y costumbres ya que Israel tenía la obligación de mantenerse separado de los gentiles.
No obstante, ¿a qué obedecían tales mandamientos de segregación del pueblo elegido? Según la Biblia, Israel había sido apartado por voluntad divina para recibir la salvación y transmitirla en su momento a todas las naciones de la tierra. Dios le prometió a Abraham que su descendencia constituiría una nación grande y fuerte con la finalidad principal de llegar a ser de bendición para las demás naciones (Gn. 18:18). El exclusivismo inicial no era un fin en sí mismo sino que su sentido fundamental fue desembocar en el universalismo del amor de Dios hacia la humanidad entera. Al Mesías se le habían prometido todas las naciones por herencia (Sal. 2:8) y que llegaría un día en el que todos los pueblos le servirían (Sal. 72:11). El profeta Isaías recalca también esta misma idea haciendo énfasis en la universalidad de la salvación (Is. 2:2-4) porque desde la creación del mundo, Dios ha querido la bendición de la humanidad y que todas las personas, independientemente de su identidad étnica, llegaran al conocimiento de la verdad.
La Escritura predice un futuro glorioso para los ciudadanos de todo linaje, lengua y nación que se conviertan a Dios a través de su Hijo Jesucristo. Pero, al mismo tiempo, se refiere a un terrible juicio que espera a aquellos que persistan en sus rebeliones personales, su inmoralidad, su injusticia, su incredulidad o su indiferencia. Aunque no nos gusten, no podemos eliminar estas páginas de la Biblia porque lo cierto es que Dios juzgará al mundo con justicia. ¡Qué inmenso privilegio el de aquellas criaturas que, aunque jamás formaron parte de la nación hebrea elegida, llegaron por la gracia divina a ser parte de esa otra nación santa, del pueblo adquirido por Dios para anunciarle ante los hombres y para pasar de las tinieblas a la luz! Una nación que no conoce los nacionalismos excluyentes ni las luchas fratricidas sino que está formada por una gran multitud incontable, de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas que clama: “La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero” (Ap. 7:10). ¡Yo deseo ser un nacionalista más de esa singular nación!
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(1) Citado en Marina, J. A., 2000, Crónicas de la ultramodernidad, Anagrama, Barcelona, p. 159-160.

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Fuente: Protestantedigital, 2014.

viernes, 14 de noviembre de 2014

¿Nueva Era entre católicos y evangélicos?



Por. Leonardo de Chirico, Italia*
Cuando los evangélicos hablan sobre la unidad con el Papa y el Papa habla con ellos sobre la unidad, todos usan la misma palabra pero en realidad quieren decir cosas diferentes.
Visitar al Papa se ha convertido en algo muy popular entre los líderes evangélicos de todo el mundo. Casi todos los meses evangélicos procedentes de las cuatro esquinas del globo son recibidos por Francisco ya sea en una conversación privada, en torno a una mesa compartiendo una comida o en el contexto de reuniones más oficiales. El Papa Francisco parece haber dirigido su objetivo hacia los evangélicos de todas las tendencias (desde los sectores altamente litúrgicos del protestantismo a los gurús del evangelio de la prosperidad, con todas las variaciones que hay en medio) con el fin de construir puentes con estos cristianos que tradicionalmente han permanecido fuera de la corriente principal ecuménica pero que, no obstante, representan el ala de la Iglesia que crece más que cualquier otra. Este fenómeno de los líderes evangélicos haciéndose “selfies” con el Papa y después transformándose en portavoces prominentes de la unidad con la Iglesia Católico Romana necesita examinarse más detenidamente.
En el ambiente de esta tendencia creciente de líderes evangélicos visitando al Papa, la visita de la delegación oficial de la Alianza Evangélica Mundial (WEA por sus siglas en inglés) con representantes de todo el mundo, el día 6 de noviembre, constituye posiblemente la primera vez que ha sido concedida una audiencia a una delegación tan extensa por parte del Romano Pontífice. El significado y la importancia de esta recepción lo atestiguan el hecho de que la alocución del Papa a la delegación de la WEA se hizo pública a través del canal oficial del Boletín de Prensa del Vaticano, que es su medio oficial.
¿Unidos en el Bautismo?
El Papa empezó su discurso haciendo referencia al bautismo como uno de los terrenos en los cuales la unidad podría alcanzarse. Después de citar Efesios 4:13 como ejemplo para la consecución de la unidad de la verdad, Francisco continuó diciendo que “esta verdad se fundamenta en nuestro bautismo, por el que compartimos los frutos de la muerte y de la resurrección de Cristo. El bautismo es un don inestimable de Dios que tenemos en común”. Curiosamente, ésta es una afirmación típica católico romana. Mientras que los evangélicos tenderían a decir que la unidad se basa en la gracia de Dios recibida mediante la fe en Jesucristo, el Papa explica detalladamente un punto de vista diferente.
Según su opinión, el “sacramento del bautismo”, un sacramento eclesial, es la base para la unidad de los cristianos. La convicción estándar evangélica es que todos los que creen en Jesucristo ya están unidos (“Creemos en la Unidad del Espíritu de todos los creyentes verdaderos”, dice la Declaración de Fe de la WEA), pero el Papa presenta una perspectiva diferente: son aquellos que están bautizados los que están unidos. Una persona bautizada por la iglesia puede o no ser un creyente como demuestra claramente el fenómeno del Cristianismo Nominal y, a pesar de todo, el Papa y su Iglesia creen que el bautismo representa una razón suficiente para la unidad.
En este punto debe plantearse una pregunta: ¿Son conscientes de esto los líderes evangélicos que parecen ser tan entusiastas fans del Papa?
Que los cristianos ya están unidos por el bautismo es una convicción ecuménica compartida, pero no es la posición evangélica histórica. El Papa la reforzó cuando habló sobre “la profunda unidad producida por la gracia en todos los bautizados” (citando el documento del Vaticano II Unitatis Redintegratio, 13). ¿Cómo pueden los cristianos estar unidos por la gracia con los que están bautizados pero que no profesan ni viven su fe en Jesús? La cuestión es que cuando los evangélicos hablan sobre la unidad con el Papa y el Papa habla con ellos sobre la unidad, todos usan la misma palabra pero en realidad quieren decir cosas diferentes.
No es una Mera Relación Personal con Cristo
La insistencia en el bautismo como la base de la unidad se demuestra en otro comentario que hizo Francisco en su disertación. En su reiteración en la preeminencia del bautismo sobre la fe, el Papa dijo que “el Evangelio no es meramente acerca de nuestra relación personal con Dios”. Es más que esto. Este lenguaje de tener una “relación personal con Dios” es apreciado por los evangélicos y es una de las marcas definitorias de su espiritualidad. Al Papa Francisco también le gusta utilizarlo.
No obstante, la referencia al sacramento del bautismo que para él es una base suficiente para la unidad y que precede a una relación personal con Dios pone esta frase en su contexto. Según Francisco, la unidad se funda en el bautismo, no en la relación personal con Cristo. Los evangélicos también entienden que la vida cristiana es más que tener una relación personal con Cristo, aunque creen que éste es el fundamento sobre el cual debe construirse el completo discipulado cristiano. Independientemente de la visión que posean sobre el bautismo, es en todo caso, la fe personal lo que es central. Para Francisco la gracia nos es dada no por la sola fe sino por medio del sistema sacramental administrado por la Iglesia. Esto no es meramente un aspecto menor de la diferencia.
El discurso incluía un llamamiento para entrar en una “nueva era de relaciones entre los católicos y los evangélicos”. Sin embargo, si todavía no están de acuerdo en lo que consiste la base de la unidad de los cristianos y no hay ninguna indicación de apertura al cambio según el Evangelio, ¿cómo puede haber una “nueva era”?

Fuente: Protestantedigital, 2014.