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jueves, 16 de febrero de 2017

Del conflicto a la comunión, un documento ineludible (II)



Por. Leopoldo Cervantes-Ortiz, México
Lo que sucedió en el pasado no puede cambiarse. Lo que sí puede cambiar con el paso del tiempo es lo que se recuerda del pasado y el modo en que se ha de recordar. El recuerdo hace presente el pasado. Aunque el pasado como tal es inalterable, la presencia del pasado en el presente sí es alterable. Con vistas al 2017, la clave no está en compartir una historia diferente, sino en contar esa historia de manera diferente.
Con estas palabras abre el capítulo II, “Nuevas perspectivas sobre Martín Lutero y la Reforma” del documento Del conflicto a la comunión, dado a conocer en 2013 por el Vaticano y la Federación Luterana Mundial (FLM) luego de arduas sesiones de trabajo y discusión.
Este parágrafo (núm. 16) establece una plataforma de análisis histórico encaminada a superar los prejuicios mutuos que, durante tanto tiempo, han influido en la percepción de desconfianza entre católicos y protestantes.
La figura de Martín Lutero, tan satanizada y vilipendiada por los sectores más conservadores del catolicismo, ha sido objeto, a su vez, de formas sofisticadas de idealización en su espacio confesional y teológico. Ninguna de las dos posturas es útil en estos tiempos de distensión y diálogo, prácticas que todavía siguen causando sospecha en ambos espectros de la cristiandad.
Inmediatamente después se afirma en el parágrafo siguiente: “Tanto la comunidad luterana como la católica tienen numerosas razones para volver a contar su historia de una nueva manera”. Y hay una referencia amplia al acercamiento que ambas comunidades han tenido, ya sea en el servicio a la misión a nivel mundial, o en muchos lugares “por su común resistencia a tiranías”.
En definitiva, se agrega, el movimiento ecuménico ha transformado la orientación de las percepciones sobre la Reforma al no insistir tanto en las afirmaciones confesionales, como en buscar lo que es común, en medio de los desacuerdos.
Tres parágrafos (18-20) se dedican a los aportes de las investigaciones sobre la Edad Media, basadas en “estrictos parámetros metodológicos” y la reflexión sobre premisas determinadas. Los católicos, por su lado, han estudiado de diferente manera a Lutero y la Reforma, mientras que los protestantes se aplica a una imagen modificada de la teología medieval y a un tratamiento más amplio y diversificado de la Baja Edad Media”.
Se ha tomado en cuenta, además, “un vasto número de factores no teológicos de carácter político, económico, social y cultural”. Asimismo, el paradigma de la “confesionalización”, ya superado en buena medida según muchos estudiosos, ha hecho correcciones importantes a anteriores historiografías del periodo.
La Baja Edad Media ha dejado de ser vista como de un oscurantismo total, como era la visión protestante anterior, pero tampoco de un iluminismo pleno, según las antiguas representaciones católicas. Más bien se aprecia ahora “como un tiempo de grandes contradicciones entre piedad externa y profunda interioridad”, especialmente al momento de valorar las serias reformas emprendidas por algunas órdenes monásticas.
Precisamente, apreciaciones como éstas se echan de menos en los espacios menos informados acerca de la historia de la iglesia y sus desarrollos. Uno de ellos, la visión de una iglesia monolítica, dejaba de advertir la existencia de un corpus christianum que “abarcaba teologías, estilos de vida y concepciones de la iglesia muy disímiles”.
Los especialistas están de acuerdo en que el siglo XV fue especialmente piadoso: muchos laicos obtuvieron una buena educación y ansiaban una mejor predicación y una teología más útil para sobrellevar la vida cristiana. “Lutero bebió en estas corrientes de teología y de piedad y las desarrolló aún más”, concluye el parágrafo 20.
Las investigaciones católicas sobre Lutero en el siglo XX surgieron por el interés acerca de la historia de la Reforma y el avance “se produjo con la tesis de que Lutero superó en sí mismo un tipo de catolicismo que no era plenamente católico”. Según esto, la vida y enseñanza de la iglesia al final de la Edad Media sirvió principalmente como contraste negativo para el surgimiento de la Reforma. La crisis en el catolicismo hizo más convincente para muchos la protesta religiosa de Lutero.
Aquí (parágrafo 22) se describe la figura de Lutero como una persona “seriamente religiosa y de concienzuda disciplina de oración”, después de que la literatura católica sobre él, durante cuatro siglos y buena parte del siglo XX, estuvo dominada por los comentarios de Juan Cochlaeus, opositor contemporáneo de Lutero y consejero del duque Jorge de Sajonia.
Él caracterizó a Lutero como “un monje apóstata, destructor de la cristiandad, corruptor de la moral y hereje”. Comenzó a liberarse la comprensión del reformador y surgieron análisis cada vez más sobrios, ejemplo de los cuales son, desde España, los estudios de Teófanes Egido, acucioso investigador de la historia de la Reforma, por citar un ejemplo.
Se llegó a la conclusión de que “las cuestiones más cruciales de la Reforma, tales como la doctrina de la justificación, no fueron las que llevaron a la división de la iglesia, sino las críticas de Lutero sobre las condiciones de la iglesia de su tiempo”, que surgieron de ellas.
El siguiente paso para la investigación católica sobre Lutero “consistió en descubrir, sobre todo mediante la comparación sistemática de los teólogos emblemáticos de las dos confesiones, Tomas de Aquino y Martín Lutero, contenidos análogos integrados, tanto en las estructuras como en los sistemas de sus respectivos pensamientos”.
Ello permitió entender la teología de Lutero dentro de su marco de referencia. Mientras tanto, los estudios católicos de la doctrina de la justificación en la Confesión de Augsburgo consiguieron apreciar que las inquietudes reformadoras de Lutero debían situarse en el contexto más amplio del proceso de redacción de las confesiones luteranas.
De ese modo, la Confesión de Augsburgo fue vista no solamente como la expresión de “preocupaciones fundamentales de la de la Reforma”, sino también de la búsqueda de unidad de la iglesia.
Entre los proyectos ecuménicos para alcanzar consensos destaca el reconocimiento católico de dicha confesión, iniciado en 1980, que derivó en el documento Las condenas de la era de la Reforma: ¿aún son causa de división? Posteriormente, la Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación, de 1999, representó un avance sustancial en el diálogo y en la relectura del significado de la Reforma para ambas confesiones.
Los desarrollos católicos, marcados por el Concilio Vaticano II, condujeron a una nueva evaluación de la catolicidad de Lutero “que se dio en el contexto del reconocimiento de que su intención era reformar y no dividir a la iglesia” (par. 29). De esa manera, el reformador alemán fue visto, por fin, como un “testigo del evangelio”, incluso por el papa Ratzinger.
Los luteranos, a su vez, con la carga de dos guerras mundiales, “echaron abajo los supuestos sobre el progreso de la historia y la relación entre el cristianismo y la cultura occidental, mientras el surgimiento de la teología kerigmática abrió un nuevo camino para pensar con y sobre Lutero” (par. 31).
Al dialogar con historiadores ajenos a la religión integraron factores históricos y sociales en las descripciones de los movimientos de la Reforma y pudieron reconocer “el entrelazamiento de pensamientos teológicos con intereses políticos, no solo del lado católico, sino también de su propio lado”. Las aproximaciones confesionales parcializadas cedieron su lugar a la autocrítica en ambas tradiciones eclesiales.
Por todo ello, queda más clara la importancia de los diálogos ecuménicos, pues las doctrinas muestran rasgos comunes, aunque difieran y tengan elementos opuestos. Sus distinciones diversas y modelos distintos enriquecen el acercamiento a los fenómenos históricos, teológicos y culturales del cambio religioso del siglo XVI, y permiten progresar en el análisis. Eso permitirá, como lo hace el capítulo siguiente del documento, contar de forma conjunta la historia de la Reforma luterana.

Fuente: Protestantedigital, 2017

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