Por.
Leopoldo Cervantes-Ortiz, México
La
verdadera teología y el conocimiento de Dios se encuentran en Cristo
crucificado. M. Lutero, Disputa de Heidelberg (1518)
Todos
los protestantes interesados en su historia, identidad y misión, luteranos o
no, deberían conocer en profundidad el documento Del conflicto a la comunión. Conmemoración conjunta luterano-católico
romana de la Reforma en el 2017, coeditado por la Federación Luterana Mundial (FLM) y el
Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos (PCPUC)
(Maliaño, Sal Terrae, 2013), traducción del Dr. José David Rodríguez, prólogo
de Karlheinz Diez, obispo Auxiliar de Fulda, y Eero Huovinen, obispo emérito de
Helsinki, fruto de una serie de reuniones iniciadas varios años atrás.
Hay
que subrayar, especialmente para quienes no están muy informados, que este
tipo de diálogos inter-confesionales lleva realizándose desde hace varias
décadas y tiene un carácter multilateral: católicos, reformados, luteranos,
pentecostales, menonitas, anglicanos, ortodoxos y un buen número de iglesias
libres se reúnen continuamente para dialogar y establecer, desde sus semejanzas
y diferencias, acuerdos que permitan el avance en el testimonio y en el trabajo
comunes.
Ése
es un rostro del ecumenismo que, por no alcanzar las primeras planas de los
medios, tampoco consigue impactar, lamentablemente, a las diversas comunidades
cristianas alrededor del mundo. Basta con asomarse a la red informática para
ponerse un tanto al día acerca de estos diálogos y acuerdos.
Sus
antecedentes están marcados por fechas significativas, tal como lo explica el
propio documento en la introducción:
Ya
en 1980, la celebración del 450 aniversario de la Confesión de Augsburgo
ofreció a luteranos y católicos la oportunidad de desarrollar un entendimiento
común de las verdades fundamentales de la fe, al señalar a Jesucristo como el
centro viviente de nuestra fe cristiana. En el 500 aniversario del nacimiento
de Martin Lutero en 1983, el diálogo internacional entre católicos y luteranos
obtuvo la afirmación conjunta de un número de inquietudes fundamentales de
Lutero. El informe de la comisión lo designó como “Testigo de Jesucristo” y
declaró que “los cristianos, ya sean protestantes o católicos, no pueden
ignorar la persona y el mensaje de este hombre”. (p. 9)
Otra
etapa muy importante fue la Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación,
firmada el 31 de octubre de 1999 la cual, como se explica también, “se
elaboró a partir de dicho trabajo preparatorio [de 1980] y del trabajo
producido por el diálogo estadounidense sobre Justificación por la Fe [1985], y
ratificó la existencia de un consenso en las verdades básicas de la doctrina
de la justificación entre luteranos y católicos” (p. 21).
La
misma publicación refiere la serie de afirmaciones comunes, por fases, desde la
primera (1967-1972, El evangelio y la iglesia, Informe de Malta, 1972);
en la fase II (1973-1984): La eucaristía (1978), Todos bajo un mismo
Cristo (1980), Caminos hacia la comunión (1980), El ministerio en
la iglesia (1981), Martín Lutero, testigo de Cristo (1983), Confrontando
la unidad. Modelos, formas y fases de sociedad eclesiástica católico-luterana
(1984); fase III (1986-1993): Iglesia y justificación (1993); y la fase
IV (1995-2006): La apostolicidad de la iglesia (2006).
El
documento Del conflicto a la comunión fue redactado por un equipo de
11 representantes luteranos (entre ellos, las doctoras Dra. Sandra Gintere,
de Letonia, y Wanda Deifelt, de Brasil, única latinoamericana) y 11
católicos (dos mujeres: las doctoras Susan K. Wood, de estados Unidos, y
Eva-Maria Faber, de Suiza).
Se
divide en seis capítulos: “Conmemoración de la Reforma en una era ecuménica y
global”; “Nuevas perspectivas sobre Martín Lutero y la reforma”; “Un bosquejo
histórico de la reforma luterana y la respuesta católica”; “Temas fundamentales
de la teología de Lutero a la luz de los diálogos luterano-católico romanos”;
“Llamados a una conmemoración conjunta”; y “Cinco imperativos ecuménicos”.
En
el primer capítulo se recuerda el carácter de las celebraciones anteriores de
la Reforma y se precisa que en esta ocasión se trata de la primera
conmemoración “que tiene lugar en una época ecuménica” (p. 11), por lo que
deben superarse las posturas opuestas entre católicos y luteranos y se afirma:
“Ya no es adecuado repetir simplemente los antiguos relatos del período de la
Reforma, que presentaban perspectivas luteranas y católicas separadas y
frecuentemente opuestas la una a la otra. El recuerdo histórico siempre hace
una selección entre una abundancia de momentos históricos, asimilando los
momentos seleccionados en un todo significativo. Ya que estos recuentos del
pasado eran mayormente antagónicos, no solo tendían a intensificar el conflicto
entre ambas confesiones, sino que conducían a veces a una abierta hostilidad
entre ellas” (p. 13).
El
documento recuerda que, a pesar de lo anterior, todavía existen ideas muy
contrapuestas, en ambos espacios confesionales, acerca del significado de la
reforma de la iglesia, además de la importancia que han adquirido, en años
recientes, las iglesias del Sur, las cuales “no ven los conflictos
confesionales del siglo XVI necesariamente como sus propios conflictos, aun
cuando estén conectadas a las iglesias de Europa y de América del Norte a
través de distintas comuniones cristianas mundiales, con las que comparten un
fundamento doctrinal común” (p. 14).
Esta
expansión del cristianismo en otras latitudes puede permitir que el diálogo
ecuménico se profundice y alcance nuevas dimensiones espirituales, litúrgicas y
teológicas.
Pero
el documento subraya bien que “el ecumenismo no puede fundamentarse en el
olvido de las tradiciones” y plantea preguntas relevantes: “¿cómo podrá ser
recordada en 2017 la historia de la Reforma? ¿Qué es aquello por lo que estas
dos confesiones religiosas lucharon durante el siglo XVI y que aún debe ser
preservado? […] ¿Cómo podremos compartir con nuestros contemporáneos aquellas
tradiciones, generalmente olvidadas, sin reducirlas a un mero interés
histórico, y que, por el contrario, sean un apoyo para una existencia cristiana
dinámica? ¿Cómo podrán ser transmitidas estas tradiciones evitando que sirvan
para cavar nuevas trincheras entre cristianos de diferentes confesiones?” (pp.
14-15).
Partiendo
de estas interrogantes, el capítulo concluye exponiendo los nuevos desafíos
para la conmemoración, entre los cuales señala que será preciso “identificar
los diversos elementos de la tradición ahora presentes en la cultura, para
interpretarlos y favorecer una conversación entre la iglesia y la cultura a la
luz de los mismos”.
Además,
se menciona al pentecostalismo como uno de los movimientos más significativos y
cuyos énfasis nuevos “hacen obsoletas muchas de las antiguas controversias
confesionales”. Este movimiento está presente “en muchas otras iglesias en
forma de movimientos carismáticos, creando nuevos elementos en común y
estableciendo comunidades que cruzan fronteras confesionales”.
Su
impulso ofrece nuevas oportunidades ecuménicas y, al mismo tiempo, crea
desafíos adicionales que habrán de desempeñar un papel importante en la
celebración. El entorno multirreligioso del mundo actual es un desafío para el
ecumenismo, que deberá mostrar que no es “algo superfluo, sino, por el
contrario, algo más urgente, ya que el desacuerdo confesional perjudica a la
credibilidad cristiana”.
La
síntesis de estas ideas apunta hacia la necesidad de que los cristianos/as
traten las diferencias entre y de ese modo “revelar algo de su fe a
personas de otras religiones”. La nueva situación obliga a reflexionar y actuar
sólidamente en este año de celebraciones para ir más allá de la efemérides
obligada, pero con escasa sustancia práctica y de proyección hacia el futuro
inmediato.
Fuente:
Protestantedigital, 2017
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