Por.
Jacqueline Alencar, España
Tengo
la impresión que donde mejor aplicó Mackay su método encarnacional fue en el
Perú. Después de su estancia en Madrid por ocho meses, y luego de casarse
con su novia Jane Logan Wells, en Inverness, Escocia, en 1916, ambos
fueron comisionados como misioneros educadores por la Asamblea General de la
Iglesia Libre de Escocia, con el propósito de asentar obra en ese país andino.
A Makay le dejaron el cometido de elegir el lugar donde debería plantar las
estacas de su tienda. Leo que él creyó que Lima sería el lugar idóneo, pues era
el centro intelectual de la nación y sede de la renombrada Universidad Nacional
de San Marcos.
Iniciaron
su labor en un pequeño colegio de unos 30 alumnos, el Colegio Anglo Peruano,
que más tarde pasó a llamarse Colegio San Andrés. Y algo destacable fue que, en
el mismo, se implantó el uso del español como única lengua, lo cual significaba
un cambio sustancial en las estrategias misioneras. Es así que el uso de esta
lengua y de profesores autóctonos facilitó a los egresados del colegio el
continuar los estudios universitarios. De allí salieron personajes importantes
en la vida nacional. También al colegio llegaron profesores de Inglaterra,
Escocia y Nueva Zelanda, como W. Stanley Rycroft. Rycroft también obtuvo el
grado de Doctor en Filosofía y Letras en la Universidad de San Marcos.
Realmente
los Mackay trabajaron para integrarse en la cultura peruana. Conocieron
profundamente la realidad del lugar donde Dios los había enviado con el
propósito de dejar su huella. Se encarnaron como Jesucristo cuando anduvo por
los caminos de este mundo. Cito comentario de Mackay para una entrevista, que
he encontrado en la biografía escrita por John H. Sinclar (Ediciones CUPSA ,
México 1990):
"Muchos
misioneros antes que nosotros se mantuvieron en contacto íntimo con la
comunidad de habla inglesa. Pero nosotros no nos relacionamos con la comunidad
inglesa, sino con la peruana. En otras palabras, hubo una 'encarnación'. Lo
llamo así porque llegamos a ser uno con ellos y nos consideramos
peruanos. Los ingleses y escoceses tenían sus propios negocios, su pastor y su
propia existencia aparte de los peruanos. Los ingleses nos invitaron a su
iglesia, pero resolvimos organizar un culto en nuestro colegio y en español, un
culto sencillo de estudio bíblico en el patio del colegio los
domingos...".
Sobre
la educación cristiana decía: "El principio pedagógico es que la escuela
es para el alumno; el principio sociológico es que el alumno es para la vida; y
el principio trascendental que la vida es para Dios".
Me
admira que Mackay quisiera ampliar sus conocimientos, y no renegara de los que
quieren afianzar sus estudios universitarios. Más bien se matriculó en la
Universidad Nacional de San Marcos y, pasados dos años, leyó su tesis sobre
Unamuno, intitulada: "Don Miguel de Unamuno: Su personalidad, Obra
e Influencia", ya mencionada anteriormente. Además, Mackay no solo se
afianzaba intelectualmente, sino que se relacionó con los profesores, de los
cuales algunos impartieron clase en el colegio, como Raúl Porras Barrenechea,
Jorge Guillermo Leguía, Erasmo Roca, Manuel Beltroy y Víctor Haya de la Torre.
También resalta el hecho de que él mismo fuera invitado a dar clases de
Filosofía contemporánea y Metafísica en la Universidad de San Marcos. Y algún
tiempo breve fue director del Departamento de Filosofía y Letras.
Conocía
muy bien la realidad sobre la cual escribiría, hablaría, opinaría, actuaría...
Esta le importó, tanto que se implicó en ella, se comprometió por ella. Se
ensució las manos y los pies. De ahí su autoridad en esta materia. Es mi
modesta opinión.
Mackay
también formó parte de un grupo de intelectuales llamado "La
Protervia", del que formaba parte Luis Alberto Sánchez un reconocido
historiador y crítico literario peruano que había conocido en la Residencia de
Estudiantes de Madrid, y que llegó a ser Vicepresidente del Perú. Cuando Mackay
murió en 1983, Sánchez dijo que éste "había sido "uno de los más
altos acreedores del Perú y de América Latina", destacando su labor
docente al "fundar el Colegio Anglo Peruano, uno de los centros de cultura
y de educación más sólidos, austeros y democráticos del Perú". Y dijo
también que El otro Cristo español "es un libro fundamental para
apreciar la civilización latinoamericana".
En
el texto que S. Escobar escribió en la segunda edición de El otro Cristo
español (1988), comenta que "en muchos de los libros de la biblioteca
de Mackay en Princeton las dedicatorias personales de autores latinoamericanos
de todos los colores políticos, cristianos y no creyentes por igual, expresan
afecto y reconocimiento de la influencia que ejerció sobre ellos".
Entre
sus amigos de esa época se encuentran Víctor Haya de la Torre, Raúl Porras
Barrenechea, Alberto Arca Parró, Luis Alberto Sánchez, Jorge Guillermo Leguía y
Miro Quesada. Dice en la biografía de Sinclair que "Mackay alcanzó a un
grupo de intelectuales jóvenes que había perdido su fe en su primer maestro,
Gonzalo Parda, por ser de tendencia violenta y anarquista. Mackay llegó a ser
'el maestro' de la generación de los 1920, y, según Luis Alberto Sánchez, fue
modelo para orientar a los intelectuales a un compromiso social. Sánchez lo
llamaba 'el maestro de la humanidad".
Dice
Sinclair que Mackay también "fue intérprete de la cultura anglosajona a
los peruanos... Escribió artículos para el periódico 'El Mercurio Peruano'
sobre Woodrow Wilson y David Lloyd George, llamándoles demócratas que habían
aprendido a gobernar a los pies de Jesús... Y señaló la importancia de la
literatura inglesa...".
Varios
de los nueve años que Mackay residió en el Perú, fue bajo la dictadura de
Augusto B. Leguía (1919-1930). Destacable es su amistad con dos grandes
personajes de la historia política latinoamericana como Víctor Haya de la Torre
y José Carlos Mariátegui, justo cuando éstos iniciaban su carrera política y
literaria. A ambos les dedica unas páginas en su libro El otro Cristo
español.
Haya
de la Torre fue el fundador del partido de izquierda APRA cuando era
estudiante, y fue profesor del Colegio Anglo Peruano mientras estudiaba en la
Universidad de San Marcos. Mackay le había explicado cómo los profetas de la
Biblia, y también Cristo, habían luchado por generar cambios profundos y
radicales en la sociedad.
Dice
Mackay en su libro El otro Cristo español:
"Haya de la torre ha sido la figura
revolucionaria más representativa en los círculos obreros y universitarios de
América del Sur en los últimos años. Es sin duda la más brillante figura de la
nueva generación, destinado al parecer a desempeñar un papel importante en la
vida fu tura del Perú y del continente entero. Vástago de una de las familias
más antiguas y nobles del norte del Perú, Haya de la Torre vino a interesarse
en el problema social durante los primeros días de su vida de estudiante en
Lima. Debido a su radicalismo, su familia lo privó de su pensión, y el joven
quedó abandonado por completo a sus propios recursos. Difícil le fue hallar empleo,
y durante algún tiempo vivió al borde de la inanición. Una terrible experiencia
de hambre le hizo conocer personalmente los sufrimientos de una gran parte de
sus compatriotas, y en ese mismo punto y momento resolvió de dicar su vida a la
causa del proletariado. Su recién adquirida conciencia de vocación lo llevó a
prepararse física y moralmente para la tarea a que iba a consagrar su vida. Dos
cosas eran necesarias: primera, desarrollar su cuerpo para capacitarlo a
soportar las fatigas que se le pre sentaban, y, segunda, ofrecer un modelo de
vida recta a los estudiantes y obreros que le seguían.
En
un principio, Haya de la Torre compartió el punto de vista de los jóvenes
radicales sobre la religión. Uno de sus dichos, pronunciado en los primeros
días de su vida estudiantil en Lima, es éste: 'Cada vez que trato de pronunciar
la palabra Dios se me hace náuseas en la boca'. Posteriormente
descubrió que en los escritos de los profetas del Antiguo Testamento y en las
enseñanzas de Jesús había más incandescentes denuncias de la opresión y el mal
que las que él o sus compañeros pudieran haber hecho. Lo iluminó entonces la
idea de que no sólo podría sino debería haber una unión entre la religión y la
ética, y que esta unión existía ya en la religión proclamada por la Biblia. Con
lo cual el Libro comenzó a tener para él un nuevo significado.
Entre
1919 y 1923 el joven revolucionario llevó a cabo, como Presidente de la Federación
de Estudiantes Peruanos, una notable labor educativa y social entre las clases
obreras de Lima y sus alrededores. No sólo se les impartieron los rudimentos de
la educación, sino se les dio además instrucción en la higiene y el civismo
bajo la dirección de una banda voluntaria de jóvenes y entusiastas estudiantes.
Con ello comenzó a efectuarse una transformación en la manera de vivir y pensar
de una sección del proletariado. Los indios de los valles y de las altas punas
de los Andes vieron un rayo de luz para su porvenir. Pero un gobierno tiránico
y sin entrañas, temeroso de las consecuencias si este nuevo movimiento social
se propagaba, adoptó rigurosas medidas contra los que lo dirigían. Unos cuantos
meses después de haber Haya de la Torre y sus amigos impedido la consagración
del Perú a una efigie del Sagrado Corazón, fueron él y ellos expulsados del
país. Esto sucedía en octubre de 1923. En octubre de 1931, Haya figuraba como
candidato a la presidencia de su país.
Ocho
años de destierro habían sido la mejor clase de preparación que el futuro
candidato presidencial podía haber tenido. Su primera gran experiencia fue en
Rusia, donde entró como comunista en 1924, a invitación especial de Trotsky. Se
le mostró todo, desde el Neva hasta el Volga, y entre ello muchas cosas que el
visitante ingenuo nunca alcanza a percibir. 'Lo que vi entonces —decía más
tarde— me curó para siempre de mi comunismo'. Comprendió con claridad que la América Latina demandaba
algo diferente. Muy especialmente se rebeló contra el esfuerzo soviético por
desarraigar el sentimiento religioso.
[...]
El período que pasó en Inglaterra, donde estudió en la Es cuela de Economía de
Londres, y en el Colegio Ruskin, de Oxford, y se puso en contacto estrecho con
miembros del Partido Laborista británico, hizo toda una época tanto en la
formación de su carácter como en el esclarecimiento de sus ideas sociales...
Una
visita muy provechosa a los Estados Unidos, México y los países
centroamericanos en 1928 terminó con la deportación de Haya de la Torre a
Alemania por los funcionarios norteamericanos del Canal de Panamá, cuan do
regresaba a México por la costa del Pacífico. Los primeros meses de su estada
en Alemania fueron de te rrible sufrimiento; pero su voluntad de hierro
permaneció inquebrantada. Mantuvo infatigable correspondencia con grupos de
exiliados peruanos en diversas partes de Eu ropa y América Latina, a quienes
había organizado ya en un nuevo partido llamado el Apra, o Alianza
Popular Revolucionaria Americana. Haya se sostenía enseñando y escribiendo
artículos para la prensa latinoamericana, ab sorbido entre tanto en el estudio
de la Economía y de los problemas de América Latina.
En
diciembre de 1929, en el curso de un recorrido de Europa, hice una visita de
sorpresa a mi viejo amigo y colega del Colegio Anglo Peruano de Lima, donde
había trabajado como profesor. Lo hallé en el suburbio berlinés de
Charlotenburgo. Era ya de noche cuando llamé a la puerta de su morada. Se abrió
la puerta, y apareció Haya, envuelto en su bata de dormir, como si fuera
todavía de mañana. Fiel a su antigua costumbre, había empezado el día con una
hora de ejercicios gimnásticos, para mantenerse en buena condición, y después
se había sentado a su mesa de trabajo por el resto del día, sin haber echado si
quiera un vistazo al mundo exterior.
Habían
pasado más de seis años desde que Haya fuera expulsado del Perú. Descubrí que
había madurado mucho, y que su posición espiritual era a la vez más tranquila y
más clara. Unas cuantas semanas antes habían estado a verle un grupo de
oficiales peruanos que se hallaban en Europa, para proponerle que encabezara una
revolución en su país nativo. Pero él se negó a tener algo que ver con la vieja
clase de revolución en que ellos estaban pensando. Una de las primeras cosas
que hizo esa noche fue sacar de un estandarte de libros un pequeño ejemplar de
la Biblia. "Mire usted cómo la tengo marcada —me dijo, abriéndola—; 'este
nuevo libro sobre la América Latina que ahora estoy escribiendo, estará lleno
de citas de la Biblia'.
[...]
Haya
de la Torre está interesado en la conservación y cultivo de los verdaderos
valores religiosos. Siendo tan revolucionario y teniendo un punto de vista tan
social como Mariátegui, reconoce en cambio lo que no pudo reconocer el otro:
que el problema humano es antes espiritual que económico. Al mismo tiempo,
Haya de la Torre y el partido que ha creado, fruto principal hasta ahora de la
generación vigorosamente social y latinoamericanista que surgió en Córdoba en
1918, representan las fuerzas revolucionarias más constructivas de la América
Latina en la actualidad.
Rechazando
a la vez el comunismo y el fascismo, el Apra se propone atacar los
problemas concretos de los países latinoamericanos, enfocando particular
atención en la cuestión del llamado imperialismo económico. La importancia de
este movimiento yace en el hecho de que el nuevo partido fue a las urnas
electorales en 1931, y su jefe, aunque recién llegado del destierro unos
cuantos meses antes, y después de anunciar un programa suma mente radical,
estuvo a punto de resultar elegido Presi dente de la nación.
En
un futuro no remoto este partido llegará al poder. Puede tenerse por
seguro que la tendencia que representa será seguida en otras partes del
continente donde se hizo sentir la generación de Córdoba con su concepto
continental. Aparecen ya evidencias de que está a punto de abrirse una nueva
era en la política sudamericana... Se tiene plena conciencia, sin embargo, de
que la culpa de la presente situación política, económica y espiritual la tiene
más el propio pueblo que cualquiera fuerza externa. Razón por la cual el
problema espiritual tendrá un lugar al lado del económico y el político en la
mente de los caudillos futuros del continente. Al mismo tiempo, en la gran
lucha que se aproxima, se buscará la simpatía comprensiva de los directores
cris tianos, especialmente de los Estados Unidos y la Gran Bretaña. Si se
concede dicha simpatía de buen grado no habrá peligro de que Sudamérica siga el
ejemplo de Rusia en su actitud espiritual. De otro modo, se alzará sobre el
futuro un gran signo rojo de interrogación.
Por lo
que toca a la religión, en cuanto ésta representa una fuerza purificadora y
creadora, será tratada con sim patía, pero se combatirán el clericalismo y la
religión pa rásita, como ha sucedido en la España republicana. El próximo
gobierno del Perú decretará sin duda la separa ción de la Iglesia y el Estado.
Y no sería de sorprenderse si se intentara romper la conexión entre la Iglesia
peruana y Roma. Haya de la Torre ha expresado la opinión de que una Iglesia
Católica libre e independiente en el Perú sufriría inevitablemente una reforma
espiritual y podría así contribuir decisivamente a la vida nacional. No hay
ni la menor duda de que la aparición de una serie de Igle sias nacionales en
Sudamérica, emancipadas de la influen cia de Roma y de la orden jesuita,
marcaría la alborada de un nuevo día en la historia espiritual del continente".
En
la biografía escrita por Sinclair, éste cuenta que cuando Mackay visitó
nuevamente Lima en 1931, Haya de la Torre estaba encarcelado después de haber
perdido en las elecciones presidenciales. Mackay hizo uso de su prestigio
personal con algunos amigos y con el embajador británico para protegerlo. Y
como hemos leído, lo visitó cuando se encontraba exiliado en Alemania.
Cito
fragmento del texto dedicado a comentar sobre José Carlos Mariátegui en el
libro El otro Cristo español:
"...
José Carlos fue el escritor más erudito y diná mico sobre temas sociales en
todo el continente sudame ricano. La revista de sociología, Amauta, que
dirigía, vino a tener una vasta circulación continental entre los pen sadores y
jefes radicales. Mariátegui poseía las cualidades del apóstol. De vuelta al
Perú, en 1922, después de tres años de observación y estudios en Europa, se
consagró a hacer un brillante análisis de la civilización moderna, concediendo
atención especial al problema de su país. Tra taba el problema religioso con
gran reverencia y penetra ción, pues tenía plena conciencia de la significación
de los valores religiosos, pero estaba convencido de que el so cialismo
revolucionario era el verdadero sucesor de la religión en nuestros días. En la
esfera de la teoría eco nómica, su pensamiento estaba determinado por Marx y
Engels. Aunque por muchos años inválido, y con su constitución minada por
gérmenes de tisis, Mariátegui tra bajaba de día y de noche en su escritorio.
Visitarlo en su hogar, y escuchar aquella su suave voz proclamando, en medios
acentos, una filosofía militante de la vida, tan extrañamente en desacuerdo con
el físico frágil de su dueño, constituía ciertamente una experiencia
inspiradora. Para Mariátegui, el comunismo era una religión, la cual profesaba
y propagaba con toda la pasión de su alma.
La
figura de Mariátegui es un símbolo de esa gran ola de inquietud social que
empezó a manifestarse entre las clases trabajadora y estudiantil de Sudamérica
en la se gunda década del presente siglo. Ya anteriormente nos hemos referido a
la ocasión histórica, en 1918, cuando el cuerpo estudiantil de la vieja
Universidad de Córdoba, Argentina, se alzó en revuelta. El movimiento de reforma
se extendió como fuego incontenible a la mayoría de los centros universitarios
del continente. Una de sus carac terísticas principales era el acercamiento
entre los traba jadores y los estudiantes. En varios países, especialmente en
Perú, estos últimos organizaron Universidades del Pue blo para la educación de
las masas. Mariátegui volvió de Europa en los momentos en que este movimiento
se ha llaba en su apogeo en el Perú, y poco antes que un go bierno tiránico,
temeroso de las proyecciones que la entente obrero-estudiantil pudiera
tener en la estructura social del país, desterrara a sus jefes. Siendo
inválido, Mariáte gui no sufrió molestias en ese sentido, y continuó derra
mando su alma.
El
socialismo revolucionario representado por Mariá tegui se ha posesionado de un
número considerable de jóvenes sudamericanos en todo el continente. Es éste un
fenómeno diferente de cualquier otro que haya aparecido hasta aquí en la
turbulenta vida política y social del sur del continente. En las filas de dicho
movimiento militan miembros de familias de sangre azul, los cuales han llegado
a sentir un apasionado y sincero interés en los problemas sociales, y se han
empapado, por medio de prolongado estudio, en los principios del radicalismo
social. Aparte de las vastas consecuencias que este movimiento pueda tener en
la vida futura del continente, ofrece además una signi ficación distintamente
religiosa. Muchos de sus miembros creen con Mariátegui que el verdadero y actual
equiva lente de las religiones dinámicas de la humanidad, que en su época han
ejercido una gran influencia sobre los hom bres, es el socialismo
revolucionario, razón por la cual son importantes las referencias a las ideas
de Mariátegui, ya que éstas muestran en qué dirección han variado esos
ardientes espíritus buscando la satisfacción de la sed reli giosa de su
naturaleza.
[...]
Como
marxista, Mariátegui considera que las formas eclesiástica y dogmática de la
religión son peculiares e inherentes a un régimen social económico que las
produce y mantiene. Por tal razón, dice, el comunista no está in teresado en un
mero anticlericalismo, que él considera como simplemente una diversión del
liberalismo burgués. En cuanto al protestantismo, opina Mariátegui que éste ha
entrado en la América Latina no directamente, es de cir, en su propia potencia
espiritual v religiosa, sino indi rectamente tan sólo, o sea mediante el
trabajo educativo y social.
Dos
líneas de pensamiento en cuanto a lo religioso. Pero Mackay no hizo
distinciones y acompañó a ambos, les ofreció amistad, afecto, apoyo en momentos
cruciales como en las etapas de exilio por parte de Haya, y también de
Mariátegui. Aunque también lamentó cuando Haya pareció cambiar de rumbo más
tarde.
Dice
Sinclair que "aparte de dedicarle unas páginas a Mariátegui en su libro El
otro Cristo español, en 1925 Mackay le escribió una carta amigable y
pastoral cuando se encontraba desterrado y enfermo en el Uruguay". Y cita
una parte de la carta:
"...
Cuando pienso en usted y en la lucha contra las dificultades que hundirían a
cualquier otro, solo por estar consagrado a una causa en que cree
entrañablemente, yo me siento fuerte para mi propia obra... Me complazco en
enviarle una copia de mi libro Mas yo os digo. (Juan A. Mackay a José
Carlos Mariátegui, noviembre 1, 1925)".
Como
dice Sinclair, "la clave de la teología para Mackay es la Encarnación o la
Personificación de la Palabra. Las ideas y los principios, la doctrina y los
símbolos todos tienen que encarnarse en personas...". Pues resulta que
para él, "la religión cristiana tiene su inspiración y centro en una
persona, Jesucristo. La vida solo puede realizarse por medio de un compromiso
con Jesucristo, el Crucificado y Viviente, quien, como la Verdad Personal,
puede ser manifestado a la humanidad como la luz y la vida de Dios" ...
"El compromiso personal con la Persona de Jesucristo es la respuesta
humana a la revelación de Dios".
A mi
modesto entender, y observando el papel de Mackay en la vida de las personas
que lo rodeaban, su actuar tiene mucho que ver con sus afirmaciones acerca de
la Iglesia:
"El
cristiano no puede vivir en un mundo religioso privado, ni resignarse a la
existencia de un monasterio ni de un gueto... deben moverse en las fronteras
del orden natural, que son la esfera doméstica del hogar, la esfera de la vida
pública y de negocios... En su vida de frontera los cristianos son llamados a
ocupar y a evangelizar todos los espacios desocupados en el mundo y en la vida
vocacional de la humanidad. A ellos se les llama a confrontar el reino hostil
de los 'principados y potestades' que trata de demorar la llegada del Orden de
Dios y su reino"... "La ubicación de la Iglesia debe estar siempre en
la frontera del mundo geográfico, espiritual e intelectual".
"Mackay
se preocupaba por entender las preguntas que la cultura hace a la religión. En
vez de empezar con la declaración de las respuestas que la fe ofrece a la
sociedad, el misionero debe esperar y escuchar las interrogantes de la sociedad
sobre la religión que proviene de la cultura".
Mackay
me hace traer al presente al Jesús que andaba por las calles, aldeas y
carreteras de su tiempo; comiendo con publicanos, bebedores y otros
marginados, la escoria de su época, exponiéndose a que los religiosos lo consideraran
como ellos. Y ellos no entendían que así quería ser: uno con ellos, como Él y
su Padre.
Para
Mackay "todos los seres humanos... independientemente de sus ideas
políticas o religiosas debían ser respetados en su dignidad porque son
criaturas de un mismo Dios y miembros de una sola familia humana". Y así
lo vemos en la práctica, volviéndose el mentor de tantos jóvenes como los que
hemos mencionado, a los que dedicó tiempo y afecto para hablarles del Plan que
Dios tenía para ellos. Porque seguía el modelo de un buen pastor. No separó lo
sagrado de lo secular, ni se limitó a juzgar la vida de las personas desde el
balcón, sino que caminó con ellos. "El camino es el lugar de la acción, de
la cruzada y de la vida real... En el camino se busca una meta y se corren
peligros para alcanzar la meta".
Leo
en su biografía que:
"uno
de los compromisos que Mackay tomó en la obra misionera fue con las reformas
universitarias del Perú. Este compromiso se ve claramente en un artículo
escrito en 1920, "Student Life in a South American University" (Vida
Estudiantil en una Universidad Sudamericana). Él observó en el sistema
universitario la falta de organización para el bienestar estudiantil, el
énfasis solo en la preparación profesional y utilitaria y los salarios bajos de
los profesores. Muchos de ellos tenían que trabajar de noche en otras
ocupaciones para sostenerse. También Mackay se hizo solidario con los
estudiantes que fueron castigados cuando protestaban contra ciertas injusticias
del sistema".
Para
este escocés enamorado de Cristo, "el llamado misionero de la Iglesia es
una aventura, avance sobre terrenos desconocidos y desocupados". He leído
que solía decir: "este es un día para tiendas de campaña y no para
catedrales". Y "que la Iglesia no tiene razón de ser cuando el
espíritu del pionero desaparece de su visión y el desafío de la aventura con
Dios no la despierta más...".
Y
así lo hizo.
En
1925 sale del Perú para iniciar un nuevo camino al servicio de la asociación
Cristiana de Jóvenes, primero en Uruguay y luego en México, que se extendería
hasta 1932. Viajó mucho por todo el continente, además de los Estados Unidos,
de América, Europa y el Cercano Oriente. En esa etapa escribió sus dos primeros
libros y pergeñó El otro Cristo español.
Cierro
esta entrega con unas palabras de Míguez Bonino sobre Mackay:
"Interesado
en la cultura, dolorido frente a la condición social, comprometido (más allá de
lo que la prudencia aconsejaba) en lo político, nunca dudó de dónde se hallaba
el centro de su misión: la dimensión religiosa, o más precisamente, el Cristo
viviente que busca encarnarse en la historia de estos pueblos
latinoamericanos".
Continuaré
con Mackay...
Fuente:
Protestantedigital, 2017
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