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domingo, 12 de febrero de 2017

Juan Mackay, un espíritu abierto para convivir con la realidad hispanoamericana



Por. Jacqueline Alencar, España
Tengo la impresión que donde mejor aplicó Mackay su método encarnacional fue en el Perú.  Después de su estancia en Madrid por ocho meses, y luego de casarse con su novia Jane Logan Wells, en Inverness, Escocia,  en 1916, ambos fueron comisionados como misioneros educadores por la Asamblea General de la Iglesia Libre de Escocia, con el propósito de asentar obra en ese país andino. A Makay le dejaron el cometido de elegir el lugar donde debería plantar las estacas de su tienda. Leo que él creyó que Lima sería el lugar idóneo, pues era el centro intelectual de la nación y sede de la renombrada Universidad Nacional de San Marcos.
Iniciaron su labor en un pequeño colegio de unos 30 alumnos, el Colegio Anglo Peruano, que más tarde pasó a llamarse Colegio San Andrés. Y algo destacable fue que, en el mismo, se implantó el uso del español como única lengua, lo cual significaba un cambio sustancial en las estrategias misioneras. Es así que el uso de esta lengua y de profesores autóctonos facilitó a los egresados del colegio el continuar los estudios universitarios. De allí salieron personajes importantes en la vida nacional. También al colegio llegaron profesores de Inglaterra, Escocia y Nueva Zelanda, como W. Stanley Rycroft. Rycroft también obtuvo el grado de Doctor en Filosofía y Letras en la Universidad de San Marcos.
Realmente los Mackay trabajaron para integrarse en la cultura peruana. Conocieron profundamente  la realidad del lugar donde Dios los había enviado con el propósito de dejar su huella. Se encarnaron como Jesucristo cuando anduvo por los caminos de este mundo. Cito comentario de Mackay para una entrevista, que he encontrado en la biografía escrita por John H. Sinclar (Ediciones CUPSA , México 1990):
"Muchos misioneros antes que nosotros se mantuvieron en contacto íntimo con la comunidad de habla inglesa. Pero nosotros no nos relacionamos con la comunidad inglesa, sino con la peruana. En otras palabras, hubo una 'encarnación'. Lo llamo así porque llegamos a ser uno con ellos y nos consideramos peruanos. Los ingleses y escoceses tenían sus propios negocios, su pastor y su propia existencia aparte de los peruanos. Los ingleses nos invitaron a su iglesia, pero resolvimos organizar un culto en nuestro colegio y en español, un culto sencillo de estudio bíblico en el patio del colegio los domingos...".
Sobre la educación cristiana decía: "El principio pedagógico es que la escuela es para el alumno; el principio sociológico es que el alumno es para la vida; y el principio trascendental que la vida es para Dios".
Me admira que Mackay quisiera ampliar sus conocimientos, y no renegara de los que quieren afianzar sus estudios universitarios. Más bien se matriculó en la Universidad Nacional de San Marcos y, pasados dos años, leyó su tesis sobre Unamuno, intitulada: "Don Miguel de Unamuno: Su personalidad, Obra e Influencia", ya mencionada anteriormente. Además, Mackay no solo se afianzaba intelectualmente, sino que se relacionó con los profesores, de los cuales algunos impartieron clase en el colegio, como Raúl Porras Barrenechea, Jorge Guillermo Leguía, Erasmo Roca, Manuel Beltroy y Víctor Haya de la Torre. También resalta el hecho de que él mismo fuera invitado a dar clases de Filosofía contemporánea y Metafísica en la Universidad de San Marcos. Y algún tiempo breve fue director del Departamento de Filosofía y Letras.
Conocía muy bien la realidad sobre la cual escribiría, hablaría, opinaría, actuaría... Esta le importó, tanto que se implicó en ella, se comprometió por ella. Se ensució las manos y los pies. De ahí su autoridad en esta materia. Es mi modesta opinión.
Mackay también formó parte de un grupo de intelectuales llamado "La Protervia", del que formaba parte Luis Alberto Sánchez un reconocido historiador y crítico literario peruano que había conocido en la Residencia de Estudiantes de Madrid, y que llegó a ser Vicepresidente del Perú. Cuando Mackay murió en 1983, Sánchez dijo que éste "había sido "uno de los más altos acreedores del Perú y de América Latina", destacando su labor docente al "fundar el Colegio Anglo Peruano, uno de los centros de cultura y de educación más sólidos, austeros y democráticos del Perú". Y dijo también que El otro Cristo español "es un libro fundamental para apreciar la civilización latinoamericana". 
En el texto que S. Escobar escribió en la segunda edición de El otro Cristo español (1988), comenta que "en muchos de los libros de la biblioteca de Mackay en Princeton las dedicatorias personales de autores latinoamericanos de todos los colores políticos, cristianos y no creyentes por igual, expresan afecto y reconocimiento de la influencia que ejerció sobre ellos".
Entre sus amigos de esa época se encuentran Víctor Haya de la Torre, Raúl Porras Barrenechea, Alberto Arca Parró, Luis Alberto Sánchez, Jorge Guillermo Leguía y Miro Quesada. Dice en la biografía de Sinclair que "Mackay alcanzó a un grupo de intelectuales jóvenes que había perdido su fe en su primer maestro, Gonzalo Parda, por ser de tendencia violenta y anarquista. Mackay llegó a ser 'el maestro' de la generación de los 1920, y, según Luis Alberto Sánchez, fue modelo para orientar a los intelectuales a un compromiso social. Sánchez lo llamaba 'el maestro de la humanidad".
Dice Sinclair que Mackay también "fue intérprete de la cultura anglosajona a los peruanos... Escribió artículos para el periódico 'El Mercurio Peruano' sobre Woodrow Wilson y David Lloyd George, llamándoles demócratas que habían aprendido a gobernar a los pies de Jesús... Y señaló la importancia de la literatura inglesa...".
Varios de los nueve años que Mackay residió en el Perú, fue bajo la dictadura de Augusto B. Leguía (1919-1930). Destacable es su amistad con dos grandes personajes de la historia política latinoamericana como Víctor Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui, justo cuando éstos iniciaban su carrera política y literaria. A ambos les dedica unas páginas en su libro El otro Cristo español.
Haya de la Torre fue el fundador del partido de izquierda APRA cuando era estudiante, y fue profesor del Colegio Anglo Peruano mientras estudiaba en la Universidad de San Marcos. Mackay le había explicado cómo los profetas de la Biblia, y también Cristo, habían luchado por generar cambios profundos y radicales en la sociedad.
Dice Mackay en su libro El otro Cristo español: 
"Haya de la torre ha sido la figura revolucionaria más representativa en los círculos obreros y universitarios de América del Sur en los últimos años. Es sin duda la más brillante figura de la nueva generación, destinado al parecer a desempeñar un papel importante en la vida fu tura del Perú y del continente entero. Vástago de una de las familias más antiguas y nobles del norte del Perú, Haya de la Torre vino a interesarse en el problema social durante los primeros días de su vida de estudiante en Lima. Debido a su radicalismo, su familia lo privó de su pensión, y el joven quedó abandonado por completo a sus propios recursos. Difícil le fue hallar empleo, y durante algún tiempo vivió al borde de la inanición. Una terrible experiencia de hambre le hizo conocer personalmente los sufrimientos de una gran parte de sus compatriotas, y en ese mismo punto y momento resolvió de dicar su vida a la causa del proletariado. Su recién adquirida conciencia de vocación lo llevó a prepararse física y moralmente para la tarea a que iba a consagrar su vida. Dos cosas eran necesarias: primera, desarrollar su cuerpo para capacitarlo a soportar las fatigas que se le pre sentaban, y, segunda, ofrecer un modelo de vida recta a los estudiantes y obreros que le seguían.
En un principio, Haya de la Torre compartió el punto de vista de los jóvenes radicales sobre la religión. Uno de sus dichos, pronunciado en los primeros días de su vida estudiantil en Lima, es éste: 'Cada vez que trato de pronunciar la palabra Dios se me hace náuseas en la boca'. Posteriormente descubrió que en los escritos de los profetas del Antiguo Testamento y en las enseñanzas de Jesús había más incandescentes denuncias de la opresión y el mal que las que él o sus compañeros pudieran haber hecho. Lo iluminó entonces la idea de que no sólo podría sino debería haber una unión entre la religión y la ética, y que esta unión existía ya en la religión proclamada por la Biblia. Con lo cual el Libro comenzó a tener para él un nuevo significado.
Entre 1919 y 1923 el joven revolucionario llevó a cabo, como Presidente de la Federación de Estudiantes Peruanos, una notable labor educativa y social entre las clases obreras de Lima y sus alrededores. No sólo se les impartieron los rudimentos de la educación, sino se les dio además instrucción en la higiene y el civismo bajo la dirección de una banda voluntaria de jóvenes y entusiastas estudiantes. Con ello comenzó a efectuarse una transformación en la manera de vivir y pensar de una sección del proletariado. Los indios de los valles y de las altas punas de los Andes vieron un rayo de luz para su porvenir. Pero un gobierno tiránico y sin entrañas, temeroso de las consecuencias si este nuevo movimiento social se propagaba, adoptó rigurosas medidas contra los que lo dirigían. Unos cuantos meses después de haber Haya de la Torre y sus amigos impedido la consagración del Perú a una efigie del Sagrado Corazón, fueron él y ellos expulsados del país. Esto sucedía en octubre de 1923. En octubre de 1931, Haya figuraba como candidato a la presidencia de su país.
Ocho años de destierro habían sido la mejor clase de preparación que el futuro candidato presidencial podía haber tenido. Su primera gran experiencia fue en Rusia, donde entró como comunista en 1924, a invitación especial de Trotsky. Se le mostró todo, desde el Neva hasta el Volga, y entre ello muchas cosas que el visitante ingenuo nunca alcanza a percibir. 'Lo que vi entonces —decía más tarde— me curó para siempre de mi comunismo'. Comprendió  con claridad que la América Latina demandaba algo diferente. Muy especialmente se rebeló contra el esfuerzo soviético por desarraigar el sentimiento religioso.
[...] El período que pasó en Inglaterra, donde estudió en la Es cuela de Economía de Londres, y en el Colegio Ruskin, de Oxford, y se puso en contacto estrecho con miembros del Partido Laborista británico, hizo toda una época tanto en la formación de su carácter como en el esclarecimiento de sus ideas sociales...
Una visita muy provechosa a los Estados Unidos, México y los países centroamericanos en 1928 terminó con la deportación de Haya de la Torre a Alemania por los funcionarios norteamericanos del Canal de Panamá, cuan do regresaba a México por la costa del Pacífico. Los primeros meses de su estada en Alemania fueron de te rrible sufrimiento; pero su voluntad de hierro permaneció inquebrantada. Mantuvo infatigable correspondencia con grupos de exiliados peruanos en diversas partes de Eu ropa y América Latina, a quienes había organizado ya en un nuevo partido llamado el Apra, o Alianza Popular Revolucionaria Americana. Haya se sostenía enseñando y escribiendo artículos para la prensa latinoamericana, ab sorbido entre tanto en el estudio de la Economía y de los problemas de América Latina.
En diciembre de 1929, en el curso de un recorrido de Europa, hice una visita de sorpresa a mi viejo amigo y colega del Colegio Anglo Peruano de Lima, donde había trabajado como profesor. Lo hallé en el suburbio berlinés de Charlotenburgo. Era ya de noche cuando llamé a la puerta de su morada. Se abrió la puerta, y apareció Haya, envuelto en su bata de dormir, como si fuera todavía de mañana. Fiel a su antigua costumbre, había empezado el día con una hora de ejercicios gimnásticos, para mantenerse en buena condición, y después se había sentado a su mesa de trabajo por el resto del día, sin haber echado si quiera un vistazo al mundo exterior.
Habían pasado más de seis años desde que Haya fuera expulsado del Perú. Descubrí que había madurado mucho, y que su posición espiritual era a la vez más tranquila y más clara. Unas cuantas semanas antes habían estado a verle un grupo de oficiales peruanos que se hallaban en Europa, para proponerle que encabezara una revolución en su país nativo. Pero él se negó a tener algo que ver con la vieja clase de revolución en que ellos estaban pensando. Una de las primeras cosas que hizo esa noche fue sacar de un estandarte de libros un pequeño ejemplar de la Biblia. "Mire usted cómo la tengo marcada —me dijo, abriéndola—; 'este nuevo libro sobre la América Latina que ahora estoy escribiendo, estará lleno de citas de la Biblia'.  
[...]
Haya de la Torre está interesado en la conservación y cultivo de los verdaderos valores religiosos. Siendo tan revolucionario y teniendo un punto de vista tan social como Mariátegui, reconoce en cambio lo que no pudo reconocer el otro: que el problema humano es antes espiritual que económico. Al mismo tiempo, Haya de la Torre y el partido que ha creado, fruto principal hasta ahora de la generación vigorosamente social y latinoamericanista que surgió en Córdoba en 1918, representan las fuerzas revolucionarias más constructivas de la América Latina en la actualidad.
Rechazando a la vez el comunismo y el fascismo, el Apra se propone atacar los problemas concretos de los países latinoamericanos, enfocando particular atención en la cuestión del llamado imperialismo económico. La importancia de este movimiento yace en el hecho de que el nuevo partido fue a las urnas electorales en 1931, y su jefe, aunque recién llegado del destierro unos cuantos meses antes, y después de anunciar un programa suma mente radical, estuvo a punto de resultar elegido Presi dente de la nación.
En un futuro no remoto este partido llegará al poder.  Puede tenerse por seguro que la tendencia que representa será seguida en otras partes del continente donde se hizo sentir la generación de Córdoba con su concepto continental. Aparecen ya evidencias de que está a punto de abrirse una nueva era en la política sudamericana... Se tiene plena conciencia, sin embargo, de que la culpa de la presente situación política, económica y espiritual la tiene más el propio pueblo que cualquiera fuerza externa. Razón por la cual el problema espiritual tendrá un lugar al lado del económico y el político en la mente de los caudillos futuros del continente. Al mismo tiempo, en la gran lucha que se aproxima, se buscará la simpatía comprensiva de los directores cris tianos, especialmente de los Estados Unidos y la Gran Bretaña. Si se concede dicha simpatía de buen grado no habrá peligro de que Sudamérica siga el ejemplo de Rusia en su actitud espiritual. De otro modo, se alzará sobre el futuro un gran signo rojo de interrogación.
Por lo que toca a la religión, en cuanto ésta representa una fuerza purificadora y creadora, será tratada con sim patía, pero se combatirán el clericalismo y la religión pa rásita, como ha sucedido en la España republicana. El próximo gobierno del Perú decretará sin duda la separa ción de la Iglesia y el Estado. Y no sería de sorprenderse si se intentara romper la conexión entre la Iglesia peruana y Roma. Haya de la Torre ha expresado la opinión de que una Iglesia Católica libre e independiente en el Perú sufriría inevitablemente una reforma espiritual y podría así contribuir decisivamente a la vida nacional. No hay ni la menor duda de que la aparición de una serie de Igle sias nacionales en Sudamérica, emancipadas de la influen cia de Roma y de la orden jesuita, marcaría la alborada de un nuevo día en la historia espiritual del continente".
En la biografía escrita por Sinclair, éste cuenta que cuando Mackay visitó nuevamente Lima en 1931, Haya de la Torre estaba encarcelado después de haber perdido en las elecciones presidenciales. Mackay hizo uso de su prestigio personal con algunos amigos y con el embajador británico para protegerlo. Y como hemos leído, lo visitó cuando se encontraba exiliado en Alemania.
Cito fragmento del texto dedicado a comentar sobre José Carlos Mariátegui en el libro El otro Cristo español:
"... José Carlos fue el escritor más erudito y diná mico sobre temas sociales en todo el continente sudame ricano. La revista de sociología, Amauta, que dirigía, vino a tener una vasta circulación continental entre los pen sadores y jefes radicales. Mariátegui poseía las cualidades del apóstol. De vuelta al Perú, en 1922, después de tres años de observación y estudios en Europa, se consagró a hacer un brillante análisis de la civilización moderna, concediendo atención especial al problema de su país. Tra taba el problema religioso con gran reverencia y penetra ción, pues tenía plena conciencia de la significación de los valores religiosos, pero estaba convencido de que el so cialismo revolucionario era el verdadero sucesor de la religión en nuestros días. En la esfera de la teoría eco nómica, su pensamiento estaba determinado por Marx y Engels. Aunque por muchos años inválido, y con su constitución minada por gérmenes de tisis, Mariátegui tra bajaba de día y de noche en su escritorio. Visitarlo en su hogar, y escuchar aquella su suave voz proclamando, en medios acentos, una filosofía militante de la vida, tan extrañamente en desacuerdo con el físico frágil de su dueño, constituía ciertamente una experiencia inspiradora. Para Mariátegui, el comunismo era una religión, la cual profesaba y propagaba con toda la pasión de su alma.
La figura de Mariátegui es un símbolo de esa gran ola de inquietud social que empezó a manifestarse entre las clases trabajadora y estudiantil de Sudamérica en la se gunda década del presente siglo. Ya anteriormente nos hemos referido a la ocasión histórica, en 1918, cuando el cuerpo estudiantil de la vieja Universidad de Córdoba, Argentina, se alzó en revuelta. El movimiento de reforma se extendió como fuego incontenible a la mayoría de los centros universitarios del continente. Una de sus carac terísticas principales era el acercamiento entre los traba jadores y los estudiantes. En varios países, especialmente en Perú, estos últimos organizaron Universidades del Pue blo para la educación de las masas. Mariátegui volvió de Europa en los momentos en que este movimiento se ha llaba en su apogeo en el Perú, y poco antes que un go bierno tiránico, temeroso de las proyecciones que la entente obrero-estudiantil pudiera tener en la estructura social del país, desterrara a sus jefes. Siendo inválido, Mariáte gui no sufrió molestias en ese sentido, y continuó derra mando su alma.
El socialismo revolucionario representado por Mariá tegui se ha posesionado de un número considerable de jóvenes sudamericanos en todo el continente. Es éste un fenómeno diferente de cualquier otro que haya aparecido hasta aquí en la turbulenta vida política y social del sur del continente. En las filas de dicho movimiento militan miembros de familias de sangre azul, los cuales han llegado a sentir un apasionado y sincero interés en los problemas sociales, y se han empapado, por medio de prolongado estudio, en los principios del radicalismo social. Aparte de las vastas consecuencias que este movimiento pueda tener en la vida futura del continente, ofrece además una signi ficación distintamente religiosa. Muchos de sus miembros creen con Mariátegui que el verdadero y actual equiva lente de las religiones dinámicas de la humanidad, que en su época han ejercido una gran influencia sobre los hom bres, es el socialismo revolucionario, razón por la cual son importantes las referencias a las ideas de Mariátegui, ya que éstas muestran en qué dirección han variado esos ardientes espíritus buscando la satisfacción de la sed reli giosa de su naturaleza.
[...]
Como marxista, Mariátegui considera que las formas eclesiástica y dogmática de la religión son peculiares e inherentes a un régimen social económico que las produce y mantiene. Por tal razón, dice, el comunista no está in teresado en un mero anticlericalismo, que él considera como simplemente una diversión del liberalismo burgués. En cuanto al protestantismo, opina Mariátegui que éste ha entrado en la América Latina no directamente, es de cir, en su propia potencia espiritual v religiosa, sino indi rectamente tan sólo, o sea mediante el trabajo educativo y social.
Dos líneas de pensamiento en cuanto a lo religioso. Pero Mackay no hizo distinciones y acompañó a ambos, les ofreció amistad, afecto, apoyo en momentos cruciales como en las etapas de exilio por parte de Haya, y también de Mariátegui. Aunque también lamentó cuando Haya pareció cambiar de rumbo más tarde.
Dice Sinclair que "aparte de dedicarle unas páginas a Mariátegui en su libro El otro Cristo español, en 1925 Mackay le escribió una carta amigable y pastoral cuando se encontraba desterrado y enfermo en el Uruguay". Y cita una parte de la carta: 
"... Cuando pienso en usted y en la lucha contra las dificultades que hundirían a cualquier otro, solo por estar consagrado a una causa en que cree entrañablemente, yo me siento fuerte para mi propia obra... Me complazco en enviarle una copia de mi libro Mas yo os digo. (Juan A. Mackay a José Carlos Mariátegui, noviembre 1, 1925)".
Como dice Sinclair, "la clave de la teología para Mackay es la Encarnación o la Personificación de la Palabra. Las ideas y los principios, la doctrina y los símbolos todos tienen que encarnarse en personas...". Pues resulta que para él, "la religión cristiana tiene su inspiración y centro en una persona, Jesucristo. La vida solo puede realizarse por medio de un compromiso con Jesucristo, el Crucificado y Viviente, quien, como la Verdad Personal, puede ser manifestado a la humanidad como la luz y la vida de Dios" ... "El compromiso personal con la Persona de Jesucristo es la respuesta humana  a la revelación de Dios".
A mi modesto entender, y observando el papel de Mackay en la vida de las personas que lo rodeaban, su actuar tiene mucho que ver con sus afirmaciones acerca de la Iglesia:
"El cristiano no puede vivir en un mundo religioso privado, ni resignarse a la existencia de un monasterio ni de un gueto... deben moverse en las fronteras del orden natural, que son la esfera doméstica del hogar, la esfera de la vida pública y de negocios... En su vida de frontera los cristianos son llamados a ocupar y a evangelizar todos los espacios desocupados en el mundo y en la vida vocacional de la humanidad. A ellos se les llama a confrontar el reino hostil de los 'principados y potestades' que trata de demorar la llegada del Orden de Dios y su reino"... "La ubicación de la Iglesia debe estar siempre en la frontera del mundo geográfico, espiritual e intelectual".
"Mackay se preocupaba por entender las preguntas que la cultura hace a la religión. En vez de empezar con la declaración de las respuestas que la fe ofrece a la sociedad, el misionero debe esperar y escuchar las interrogantes de la sociedad sobre la religión que proviene de la cultura".
Mackay me hace traer al presente al Jesús que andaba por las calles, aldeas y carreteras de su tiempo; comiendo con publicanos, bebedores y otros  marginados, la escoria de su época, exponiéndose a que los religiosos lo consideraran como ellos. Y ellos no entendían que así quería ser: uno con ellos, como Él y su Padre.
Para Mackay "todos los seres humanos... independientemente de sus ideas políticas o religiosas debían ser respetados en su dignidad porque son criaturas de un mismo Dios y miembros de una sola familia humana". Y así lo vemos en la práctica, volviéndose el mentor de tantos jóvenes como los que hemos mencionado, a los que dedicó tiempo y afecto para hablarles del Plan que Dios tenía para ellos. Porque seguía el modelo de un buen pastor. No separó lo sagrado de lo secular, ni se limitó a juzgar la vida de las personas desde el balcón, sino que caminó con ellos. "El camino es el lugar de la acción, de la cruzada y de la vida real... En el camino se busca una meta y se corren peligros para alcanzar la meta".
Leo en su biografía que: 
"uno de los compromisos que Mackay tomó en la obra misionera fue con las reformas universitarias del Perú. Este compromiso se ve claramente en un artículo escrito en 1920, "Student Life in a South American University" (Vida Estudiantil en una Universidad Sudamericana). Él observó en el sistema universitario la falta de organización para el bienestar estudiantil, el énfasis solo en la preparación profesional y utilitaria y los salarios bajos de los profesores. Muchos de ellos tenían que trabajar de noche en otras ocupaciones para sostenerse. También Mackay se hizo solidario con los estudiantes que fueron castigados cuando protestaban contra ciertas injusticias del sistema".
Para este escocés enamorado de Cristo, "el llamado misionero de la Iglesia es una aventura, avance sobre terrenos desconocidos y desocupados". He leído que solía decir: "este es un día para tiendas de campaña y no para catedrales". Y "que la Iglesia no tiene razón de ser cuando el espíritu del pionero desaparece de su visión y el desafío de la aventura con Dios no la despierta más...".
Y así lo hizo.
En 1925 sale del Perú para iniciar un nuevo camino al servicio de la asociación Cristiana de Jóvenes, primero en Uruguay y luego en México, que se extendería hasta 1932. Viajó mucho por todo el continente, además de los Estados Unidos, de América, Europa y el Cercano Oriente. En esa etapa escribió sus dos primeros libros y pergeñó El otro Cristo español.
Cierro esta entrega con unas palabras de Míguez Bonino sobre Mackay: 
"Interesado en la cultura, dolorido frente a la condición social, comprometido (más allá de lo que la prudencia aconsejaba) en lo político, nunca dudó de dónde se hallaba el centro de su misión: la dimensión religiosa, o más precisamente, el Cristo viviente que busca encarnarse en la historia de estos pueblos latinoamericanos".
Continuaré con Mackay...

Fuente: Protestantedigital, 2017

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