Por.
Juan Stam, Costa Rica
En
el discurso político de nuestro tiempo, "evangélico" y
"derechista" se tratan como sinónimos intercambiables. En este contexto semántico, ser
evangélico significa apoyara la oposición derechista de Venezuela y Brasil. En
los Estados Unidos, significa pertenecer al Partido Republicano, a lo mejor en
sus sectores más reaccionarios. Encontrar un "evangélico demócrata"
es más difícil que encontrar una aguja en un pajar.
En
esta situación, el término "evangélico" no tiene absolutamente nada
que ver con su raíz: el evangelio, las buenas nuevas del reino de Dios.
De
hecho, en su uso actual es un membrete que carece totalmente de significado
teológico.
Donald
Trump puede jactarse, "I'm evangelical, and proud of it" ("Soy
evangélico, con mucho orgullo"), sin la menor sospecha del significado del
término.
Alzó
una Biblia y la declaró el libro más grande de todos los siglos, pero no pudo
citar ningún versículo favorito, ni aún Juan 3:16. (Sólo ha dicho recientemente
que "ojo por ojo" le parece un texto muy apropiado para nuestro
tiempo, sin darse cuenta que es frase no justifica la venganza sino que la
limita).
Él
no acostumbra arrepentirse, dijo, porque no comete actos malos de qué
arrepentirse. Así es el evangelicalismo de Donald Trump y muchos otros
"evangélicos".
De
hecho, muy pocas de las personas e iglesias "evangélicas" lo son
realmente. La gran
mayoría son fundamentalistas, que es esencialmente lo contrario.
Veamos
un poco de historia:
El
título "evangélico" tiene una historia larga y muy honrosa. Algunas
iglesias nacidas de la Reforma optaron por llamarse "Iglesia
Evangélica".
En
el siglo XIX los evangélicos estadounidenses luchaban por la emancipación de
los esclavos y el sufragio de la mujer. Después de la guerra civil el
movimiento perdió fuerza y comenzó la lucha de los fundamentalistas contra los
liberales (modernistas). Éstos últimos, en su intento de acomodar el evangelio
al pensamiento moderno, negaban la deidad de Cristo y su resurrección, la
inspiración bíblica y otras doctrinas históricas. Los fundamentalistas en
cambio santificaron las tradiciones doctrinales como verdades absolutas más
allá de todo cuestionamiento. Insistieron en la creación literal del mundo, la
inspiración verbal (y después la inerrancia) de la Biblia, la deidad,
resurrección y retorno de Jesús (y después, el premilenialismo y el rapto
pretribulacionista).
Faltó
una teología de la iglesia, del Espíritu Santo, de la historia y la sociedad,
entre otros renglones. Esa reduccionista teología fundamentalista iba
acompañada de un código moral igualmente reduccionista: no fumar, no tomar, no
bailar, no ir al cine.
En
los 1950s un grupo de teólogos y líderes, inspirados/as por los Reformadores
del siglo XVI, decidieron romper con el fundamentalismo e iniciar un movimiento
neo-evangélico que no sería ni liberal ni fundamentalista sino una nueva opción
teológica. Intentaban ser menos dogmáticos, y más bien mucho más críticos,
desde la ciencia exegética y la teología bíblica.
Tomaban
una actitud más abierta y objetiva, más honesta, hacia los demás teólogos/as y
teologías (ver "Ética y Estética del discurso teológico" en Stam,
Haciendo teología en América Latina, Tomo I, pp.23-46). Se abrieron también a
toda la problemática ética, incluso un incipiente compromiso con los pobres y
con la justicia.
En
poco tiempo, como por arte de magia, al término se le pegó un adjetivo
cuestionable para convertirse en "evangélico conservador", entendido
en la práctica como sinónimo de "Republicano". Así fue que la
dinamita del evangelio fue convertida en un sedante ideológico.
Describir
el evangelio como esencialmente "conservador" es malentenderlo
seriamente.
Ya
muy pocas iglesias y líderes aceptan llamarse "fundamentalistas" y
todos se convirtieron en "evangélicos", pero sólo de nombre. En su
teología e ideología siguen siendo fundamentalistas.
Pronto
en este proceso surgió una nueva opción llamada "evangélico radical" ("evangélico progresista",
"evangélico de izquierda").
Fiel
a los fundadores del movimiento, se preocupa por mantener la teología bíblica y
evangélica, pero encuentra en esas fuentes otras perspectivas éticas. Apela
fuertemente a la teología del Reino de Dios, un tema central también para
Rauschenbush, un famoso liberal del siglo XIX.
Otras
bases para su ética social eran el Año Sabático y el Año de Jubileo, los
profetas hebreos y también la lectura política del Apocalipsis. Se abrieron
también al feminismo y la teología de la liberación, cuando estos tenían
fundamentos bíblicos.
Entre
los evangelios radicales de EUA figuran Ron Sider. autor de Cristianos ricos
en un mundo pobre, y Jim Wallis de la revista Sojourners. Entre
latinoamericanos se destacan Orlando Costas, René Padilla y Samuel Escobar,
entre otros.
¡Qué
curioso: Los "derechistas evangélicos" no son evangélicos, y muchos
evangélicos no son derechistas!
Estos
datos sugieren una situación muy distinta, como sigue:
(1)
derecha fundamentalista:
Aunque la mayoría se llaman "evangélicos", no han sido tocados por el
despertar neo-evangélico. Ideológicamente son reaccionarios.
(2)
evangélicos conservadores:
su fe ha sido renovado por el evangelio, pero siguen siendo conservadores
aunque no reaccionarios. Qué Dios los bendiga.
(3)
Izquierda evangélica:
evangélicos radicales, comprometidos con la fe bíblica y la realidad
contemporánea. Sienten un llamado profético a denunciar el pecado y la
injusticia y anunciar el Reino de Dios.
(Habría
que agregar izquierda liberal y derecha liberal, teológicamente hablando, pero
eso es otro tema).
Filológicamente,
el término "evangélico" es muy polisémico y su uso pocas veces
corresponde a la realidad. Las más de las veces significa simplemente
"protestante", fundamentalista y reaccionario. Son raras las veces
que conserva su rico significado teológico para nuestra fe.
¿Será
posible rescatar a esta palabra tan bella?
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