Por.
Alfonso Ranchal, España
El
otro día vi una inmensa película. “Silencio” de Martin Scorsese es uno de esos
contados casos en los que la adaptación de una novela histórica, ya de por sí
considerada la obra cumbre de su autor, se lleva a cabo a la perfección. Sobre
esta novela de Shūsaku Endō ya escribí en su momento por lo que ahora me centraré
en la que considero una obra maestra de este realizador.
Para
poder sacar adelante el proyecto Scorsese tuvo que trabajar gratis mientras que
Liam Neeson, Andrew Garfield y Adam Driver recibieron el mínimo salario marcado
por el Screen Actors Guild, “una miseria” en palabras del primero.
Ha
tenido que ser de manos de un sacerdote frustrado, de una persona llena de
dudas, de contradicciones morales y luchas internas, de donde ha llegado la más
honesta presentación de lo que es la vida cristiana.
Muy
lejos del llamado cine “cristiano”, por lo que con seguridad este film será
ignorado, el director de ascendencia italiana ha plasmado en imágenes un texto
de tal forma que es imposible leer totalmente su película en un primer
visionado. No es únicamente una brillante adaptación sino que él mismo ha
llenado de lecturas, por medio de gestos, miradas y silencios, las imágenes,
Esta
aportación de Scorsese encaja a la perfección en el conjunto de tal manera que
podría decirse que forma parte, él mismo, de su propia película, es uno más de
los personajes, o mejor, podemos verlo identificado en un momento u otro con lo
que dice o hace alguno de los protagonistas.
Aunque
Endō decía que su novela “Silencio” no trataba del silencio de Dios por
supuesto que sí que trata. Debemos situarnos precisamente en su silencio para
poder interpretarlo de alguna forma. De hecho, este cristiano japonés vivió
asediado por la duda, aferrado en ocasiones a un hilo de fe y vio en aquellos
creyentes del siglo XVII un reflejo de sí mismo. Él también era parte de su
propia novela.
Decía
al principio que se trataba de la más honesta presentación de la vida cristiana
debido a que no se esconde nada, no deja de lado u obvia lo incómodo, lo que no
encaja con determinadas ideas sobre Dios.
Scorsese,
con una reproducción exacta de la época, muestra el gran valor de muchos de
aquellos cristianos perseguidos al afrontar la tortura y la muerte, pero
también aparecen los cobardes, los que se quedaron atrás, los que apostataron.
De hecho, uno de los protagonistas es un cobarde y traidor, una mezcla de Judas
Iscariote y del Pedro que negó a Jesús. Pero a diferencia de aquellos dos,
Kichijiro que así se llama en la película y que tiene aquí un peso mayor que en
la novela original, traiciona en reiteradas ocasiones al padre Rodrigues y vez
tras vez vuelve para pedirle la confesión, para recibir del mismo Rodrigues el
perdón.
Frente
a tanto dolor, situaciones límite y una realidad imposible de catalogar en
blanco o negro por su gran complejidad, llama la atención determinadas
teologías que ven en Dios al que les provee de casa, coche, ordenador y
teléfono móvil. Está claro que las acciones de gracias consecuentes únicamente
provienen de personas que viven en sociedades opulentas y que interpretan su
realidad como si Dios estuviera detrás de todo.
En
las iglesias, de vez en cuando, se realizan cultos para que los miembros suban
al púlpito y así hablen sobre lo que Dios ha hecho por ellos. No se sabe
diferenciar la mano de Dios de lo que únicamente procede de la mano del hombre.
En
países occidentales tenemos techo o acceso a la medicina gracias a un
determinado tipo de sociedad y sistema político (democracia) que hacen de lo
anterior derechos. Cuando observamos determinados países totalitarios bajo
regímenes opresores, allí los cristianos mueren de hambre, o por enfermedades
aquí erradicadas, en soledad y en medio de la calle. En 2016 se ha
contabilizado que han perdido la vida por su fe 90.000 cristianos… la mayoría
en África. Esto equivale a uno cada seis minutos.
Si
Dios no está matando de hambre a un cristiano en algún oscuro lugar de este
planeta tampoco me está dando a mí una generosa comida. Mientras unos no tengan
lo básico, el resto no tenemos derecho a lo superfluo y todavía menos a orar
dándole gracias a Dios en ese sentido. La cuestión no es que no podamos estar
agradecidos por lo bueno que tenemos o experimentamos sino que la realidad es
que vivimos tan por lo alto de lo básico que no tenemos derecho a ello en tanto
en cuanto existan personas que no tengan un trozo de pan que llevarse a la
boca. Además, esto es evidencia no de que a nosotros Dios no quiera más, sino
de un diabólico sistema económico que condena a muchas criaturas a la muerte.
De igual forma puede pasar con nuestras casas y tantos otros elementos
materiales. Tenemos derecho a un techo, pero todos, no únicamente nosotros.
Además debemos ser cuidadosos porque a lo mejor nuestra residencia excede con
mucho nuestras necesidades habitacionales con lo cual, de nuevo, se pone de
manifiesto este desnivel antibíblico y homicida.
Una
característica de lo verdadero es que es universal. Puede ser aplicado en los
Estados Unidos o en Etiopía. Dios sana a través de la medicina, se suele decir,
pero ¿qué ocurre allí en donde la inmensa masa de la población no tiene acceso
a la misma? Pues que mueren, ¿acaso allí se niega Dios a sanar?
Mucho
de lo que creemos que es resultado del favor divino está viciado por la cultura
en la que vivimos, por la idea de que democracia es igual a capitalismo y todo
ello idéntico a bendición divina.
Scorsese
refleja, describe y pone en imágenes, la enorme complejidad de la vida. Ante la
misma no existen dos creyentes iguales, que reaccionen de idéntica forma. Unos
ante las tremendas experiencias que llegan las afrontan con un coraje y un
valor impresionante, recitan versículos bíblicos y gritan su confianza en Dios;
otros se vienen abajo, se hunden en depresiones crónicas, no son capaces de
sostenerse con base a su fe, la duda los corroe.
También
están aquellos a los que les tiemblan las piernas en un primer momento pero con
el tiempo logran sobreponerse; otros viven temblorosos hasta el fin de sus
días. Unos manifiestan su fe en el mismo momento de su muerte; a otros no les
sale ni una palabra paralizados por el terror, bloqueados por el trauma.
Es
escandaloso que los testimonios de los cristianos que han “triunfado”, que todo
lo han soportado, sean el centro de las predicaciones, tema de innumerables
libros en tanto que los casos contrarios son silenciados, arrinconados, como si
se tratara de algo vergonzoso. Uno se cansa de escuchar aquello que de esto o
aquello no “es de bendición” o edificante y así es mejor no tocarlo. Una fe
verdadera no es la que teme la realidad sino la que la afronta en todas sus
dimensiones.
Dios
no habla como nosotros quisiéramos. De hecho decimos que en muchas ocasiones
habla a través del silencio. Debemos situarnos en el silencio divino,
colocarnos en su centro, y desde ahí comenzar a meditar.
Sé
que no pocos creyentes dicen que Dios les “habla” a menudo, otros parece que
tienen su teléfono personal. No es mi caso, ni el de tantos otros.
“Silencio”
de Scorsese es como un bofetón sin manos a las ideas escapistas sobre Dios,
también para aquellos que ven su voluntad detrás de todo. Pero a la par es un
soplo de aire fresco, una apuesta decidida por la fe, por la verdadera fe. Y es
que en el centro de todo está la figura imponente de Jesús, el varón de
dolores. Es el crucificado el que dota de significado, ahora sí, a todo lo que
el creyente experimenta, a toda su vida. El Siervo Sufriente no es el
que manda la angustia, castiga con el SIDA o es el causante del cáncer, sino
que es el compañero, en muchas ocasiones silencioso, que pasa todo lo anterior
a nuestro lado. Es más, es desde la cruz que emerge la Gracia divina, esa
Gracia que llega y envuelve al cristiano. Es desde allí que Dios comprende
nuestras debilidades, nuestras torpezas, nuestras caídas y traiciones. Las
llega a aceptar como parte de lo que significa ser el Padre de criaturas
finitas, muchas veces sobrepasadas por las circunstancias. Jesús mismo fue
experimentado en dolores.
Es
la Gracia de Dios la que tiene la última palabra, no nosotros, y ningún creyente
puede salirse de ella. Es precisamente esto lo que significa decir que Dios nos
ama.
Martin
Scorsese ha sabido llegar al núcleo de la vida cristiana. Lo ha hecho desde una
vida, la suya, que nadie catalogaría como ejemplar. Pero es precisamente su
reconocimiento, como él lo ha realizado y además de forma pública, el punto de
partida, es más, la condición esencial para poder recibir la compasión divina.
Por
supuesto que esto no es un llamado al abandono de nuestras responsabilidades
como creyentes, una especie de carta en blanco para hacer lo que queramos y
después pedir perdón. No es de esto de lo que va la novela de Endo, ni la
película de Scorsese ni la vida cristiana. Por ello, podemos decir que no
importa lo que sintamos en determinados momentos, desde donde caigamos al
faltarnos las fuerzas, cuántas veces fallemos o las contradicciones con las que
vivamos. Jesús está detrás de la espesa niebla que a veces atenaza nuestras
vidas, a nuestro lado. Nadie está más allá de su mirada, una mirada comprensiva,
compasiva y saturada de amor.
Fuente:
Lupaprotestante, 2017
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